Author Archives: OllieBriggs

04.11.23 — Diario

De vuelta a Montreal

Como puedes apreciar, he tenido un verano movido. Entre viajes a Japón y Asturias y luego muchas visitas de amigos a mi casa en Madrid, apenas he tenido tiempo para respirar entre julio y septiembre. Octubre también prometía ser un mes entretenido, sin embargo, ya que tenía otro pequeño (véase: grande) viaje: ¡volvía a los Estados Unidos!

El año pasado pasé un mes entero viajando por América del Norte, lo cual documenté en su totalidad aquí en mi blog. Este año hice lo mismo, aunque esta vez durante solo quince días. Empecé la aventura de la misma manera al coger el mismo vuelo fácil y (relativamente) barato desde Madrid a Canadá.

Este viaje fue sin incidencias. Los únicos inconvenientes fueron un viaje largo hasta el avión en las pistas del Aeropuerto de Madrid y luego un desembarco lento en Montreal. Este retraso fue debido al uso de un «PTV» (las siglas representando “vehículo de transporte de pasajeros” en inglés). Esta máquina curiosa parece un autobús que sube hasta la puerta del avión, baja hasta el nivel del suelo y luego vuelve a subir para dejar a los pasajeros en la terminal.

El vuelo fue de 8 horas, pero después de aguantar las 14 al volver de Japón, se me hizo hasta corto.

Tras cruzar la frontera canadiense salí afuera y esperé a mis amigas, ya que venían Megan y Malory para recogerme desde el aeropuerto. Los tres habíamos quedado en pasar una noche juntos en Montreal, esta vez en un hotel de más nivel que el del año pasado cuando fuimos solo Megan y yo.

Reunidos por fin, los tres nos pusimos al tanto entre risas en el coche mientras nos acercábamos al centro de la ciudad. En Montreal esa noche había un partido importante de hockey sobre hielo, por lo cual el parking del hotel estaba bastante lleno cuando llegamos. Conseguimos una plaza y subimos directamente a la habitación ya que Megan y Malory habían hecho el checkin al llegar más temprano.

Ya se hacía de noche así que nos dimos prisa para hacer lo que más nos llamaba: aprovechar al máximo del hotel pijo. Este se encontraba en la décima y última planta de un edificio de oficinas. Contaba con unas vistas maravillosas, junto con una piscina, una sauna y un vestíbulo muy bonito. Nos pusimos los bañadores y Megan se pilló una copa de vino, luego los tres nos echamos a la piscina y pasamos un rato descansando. ¡Me vino de lujo después del viaje largo!

Cansados y hambrientos, volvimos a la habitación en nuestros albornoces blancos y nos cambiamos para salir a cenar. Estando en Canadá, solo existía un plato que nos serviría: ¡poutine! Megan buscó un restaurante local y nos acercamos hasta allí.

Llegamos al restaurante con mucha hambre, por lo cual naturalmente pedimos demasiada comida. Disfrutamos de tres variantes de poutine, una de ellas siendo la combinación clásica de patatas fritas, salsa de carne y queso. Para rematar, pedimos unos batidos enormes a modo de postre. Fue un gusto, pero nos dejó teniendo que volver al hotel rodando…

El sol salió por la mañana en el hotel.

El día siguiente no teníamos pensado hacer mucho. La única prioridad era volver a la panadería buena que habíamos descubierto Megan y yo el año anterior. Ahí desayunamos unos cruasanes y café, sin olvidarnos (bueno, casi nos olvidamos la verdad) de coger unos panes de aceitunas para llevar con nosotros a Vermont.

Por el camino nos topamos con una sorpresa bonita en la forma de una boca de metro parisina que se había traslado a Montreal. Me acordaba de haber estudiado estos iconos del modernismo en mis clases de diseño. Nos sacamos esta foto haciendo referencia a otro obra de arte famosa. ¿La pillas?

El modernismo colisiona con La creación de Adán.

Ya de vuelta al hotel, hicimos las maletas y las subimos al coche para luego conducir hacia el sur y la frontera entre EEUU y Canadá. Al igual que la última vez, Megan nos llevó por un cruce de frontera más pequeño por las calles estrechas del campo. Otra vez más me pidieron bajar del coche mientras Megan y Malory pudieron cruzar directamente.

La experiencia fue agradable, a pesar de tener que esperar un rato mientras mandaron a unos italianos de vuelta a Canadá mientras esperaban a que se aprobara su aplicación. Yo no sufrí problema ninguno: el tío hasta me dejó pasar sin pagar la cuota ya que no le daba la gana activar el datáfono. ¡Que majo!

Ya dentro de los Estados Unidos, voy a dejar el resto del cuento hasta la próxima entrada de blog. Al final fueron solo dos semanas, pero al final conseguimos hacer muchas cosas, así que prepárate para una lluvia de entradas que contarán todas las travesuras…

01.11.23 — Diario

Gijón, Madrid, Gijón

Ya de vuelta a Madrid después de un viaje a Asturias con mis padres, nos tocó mudarnos a nuestra nueva oficina en Erretres. Esta mudanza se realizó en un plis. Trasladamos todas las cosas en tiempo récord y nos acomodamos al instante. Me recordó al primer cambio de oficina que experimenté en la empresa hace siete añazos ya…

A un nivel ya más personal, he realizado unos cambios de estilo de vida ya después de mis viajes a Japón y Asturias. Entre estos cambios quedaron apuntarme al gimnasio, retomar la natación y hacer un esfuerzo para comer mejor. Aún sigo intentando hacer estas tres cosas mientras escribo esta entrada de blog unos dos meses después, así que ¡a ver como va el tema!

Como bien indica el título de esta entrada de blog, yo aún andaba inquieto aquí en Madrid. Para algo de contexto, llevo intentando canjear mi carné de conducir británico durante un buen rato ya. Como te puedes imaginar, me estaba costando la vida conseguir una cita previa en la DGT.

Al ponerme a investigar, descubrí que habían citas disponibles en la oficina de Gijón. Ya que esta ciudad es como mi segundo hogar, pillé unos trenes y subí a verle a Cami durante un par de días.

Este túnel curioso se situaba en una gasolinera por el camino.

Una vez llegado a Gijón, pasé unos días cortos pero divertidos con Cami. Entre el teletrabajo, conseguimos realizar una sesión en el gimnasio, una tarde de película, ir de compras, pasar por la DGT y hasta cenar en casa un plato de curry japonés delicioso que preparó Cami. Fue un viaje súper agradable pero demasiado corto.

Al volver a Madrid tuve que trabajar una semana más antes de irme de aventura a otro lado – pero más sobre esa en mi próxima entrada de blog. Antes de volar, quería aprovechar el tiempo otoñal aquí en la capital, para lo cual quedé con Sara para dar una vuelta por Retiro.

Este paseo vespertino en la luz cálida acabó con una infusión en una terraza cerca del lago del parque. Fue la manera perfecta de ponernos al tanto y despedirnos antes de que me fuera un par de semanas.

Los próximos dos días andaba ocupado entre hacer la maleta y agobiarme sobre el hecho de haber dejado estas preparaciones hasta el último momento. ¡Estas cosas no cambian nunca! En breve volveré a contaros más sobre este viaje…

28.10.23 — Diario

Asturias con mis padres

Después de gozar de unas visitas y luego pasar tiempo con amigos de Madrid, era hora de que llegara un par de invitados muy especiales: ¡mis padres! Aterrizaron desde el Reino Unido y consiguieron subirse al tren correcto para llegar a mi barrio sanos y salvos. Los recogí de ahí y fuimos a mi casa para descansar. Ya era tarde y teníamos unos planes importantes para los próximos días…

El día siguiente nos levantamos y salimos antes del mediodía porque habíamos quedado en recoger un coche de alquiler desde Atocha. Con ese iríamos juntos a Asturias, algo que llevo hablando de hacer con mi padre desde hace mucho. Al final mi madre también se apuntó al plan, así que hacia allí íbamos.

Asturias, patria querida. Asturias de mis amores.

El principado me es muy especial: visité a Kevin allí por primera vez en 2017 y desde entonces he vuelto a subir una y otra vez para pasar tiempo con amigos y descubrir más del paisaje, la gente, la sidra y la comida que ofrece. Por eso andaba emocionado para enseñar a mis padres la región mientras conducíamos por las carreteras de Castilla y León hacía las montañas que marcan la frontera asturiana.

Usaríamos Gijón, una ciudad que conozco bien, como base. Al llegar ahí recogí las llaves al apartamento y enseguida empezó el caos cuando intentamos navegar el parking. Mi padre enhebró hábilmente el coche en el garaje subterráneo pero solo fue entonces que descubrió que el Nissan tenía un radio de giro terrible. Hubo unos minutos estresantes mientras buscábamos alguna manera de sacar al coche del laberinto de pilares de hormigón, pero un poco de dirección de mi madre y de mí nos tenía fuera en un plis.

Era hora de que mis padres descubriesen Gijón.

El coche aparcado en la calle, vaciamos las maletas en el piso y salimos a que mis padres vieran por primera vez la ciudad de Gijón. El sol ya se estaba poniendo mientras nos acercamos al centro, pero nos dio tiempo a echarle un ojo a un mercado artesanal, ver el puerto y eventualmente encontrar un restaurante para cenar.

La cena la tuvimos con vistas sobre el agua. Mi madre probó la sidra asturiana por primera vez (no le gustó) y les introduje a mis dos padres al pastel de cabracho y el cachopo. La comida sí que gustó mucho (cómo no) y nos dejó bastante cansados y con ganas de dormir bien antes de nuestro primer día de exploración.


El día siguiente tenía ganas de enseñarles un poco más de Gijón antes de empezar a explorar el resto de Asturias. Bajamos al centro para dar una vuelta debajo un cielo bastante gris, parando para comer justo antes de que se pusiera a llover.

Luego acabamos subiendo el cabo de Cimadevilla, un lugar perfecto para apreciar vistas sobre el mar y las playas de Gijón. Mientras subíamos las nubes se asomaban y claro que empezó a caer justo en el momento que llegamos a la cima.

Esto no nos iba a fastidiar la tarde, sin embargo. Nos echamos unas risas con el resto de la gente que se había refugiado bajo la escultura de hormigón y disfrutamos las vistas de un arco iris de 180° que se había formado sobre el mar.

A pesar del diluvio, realmente no estaban así de gruñones.

Para acabar el día en Gijón, bajamos al casco viejo en Cimadevilla y nos plantamos bajo un toldo para tomar algo antes de volver al piso. Esta ubicación estratégica nos sirvió bien ya que en breve ya volvió a llover y nos ahorramos una buena calada.

Esa noche salí yo solo a quedar con Cami, Bogar y Javier, mis amigos que viven en Gijón y a los que llevaba un buen rato sin verlos. Salimos a cenar pizza y tomar unas copas y nos lo pasamos pipa mientras nos reíamos sobre historias y chistes muchos. Fue muy guay poder verlos mientras andaba por allí.


El segundo día desayunamos en lo que se convertiría en nuestro bar de confianza justo debajo del piso. Desde ahí partimos al oeste y al pueblo costero precioso de Cudillero. Kevin me había llevado a este sitio hace unos años y me había quedado encentando: andaba con ganas de que mis padres lo vieran también.

Evitando el caos de buscar parking y el camino largo que habíamos sufrido Kevin y yo al ir sin preparar nada (como siempre), esta vez investigué antes y dirigí a mi padre al parking gratuito de la zona portuaria. Mientras caminábamos hacia el pueblo desde el puerto se puso a llover – menuda sorpresa.

La mañana entera que pasamos en Cudillero fue así – momentos de lluvia con algo de cielo azul entre medias. El entorno pintoresco y dramático compensó por el clima dudoso, no obstante. Por lo menos pudimos dar una vuelta, explorar las tiendas y tomarnos un café a nuestro ritmo.

A esta gaviota le importaba un bledo que lloviera o hiciera sol.

Una vez habíamos visto todo lo que queríamos ver, volvimos al coche y fuimos a otro lugar cercano que quería volver a visitar: Luanco. Este pueblo era otro sitio costero que me había enseñado Kevin hace unos años y que me acordaba que era muy bonito. Este recuerdo se afirmó al aparcar el coche y admirar las vistas del paseo marítimo bajo el sol que justo estaba logrando perforar las nubes.

Caminamos por la playa y hacia el centro del pueblo, donde buscamos un restaurante al lado del agua para comer. Esta vez conseguimos una mesa en la terraza de un pequeño restaurante en el muro del pequeño puerto. Disfrutamos una serie de mariscos y pescados bajo el sol que por fin había salido a calentarnos los huesos un poco.

Me encantan las líneas irregulares de esta antigua iglesia.

Pasadas unas horas volvimos al coche para hacer una última parada antes de volver a Gijón: Candás. Como ya te puedes imaginar, Candás es otro pueblo que me enseñó Kevin en 2018 y un sitio que pensé que valdría la pena visitar ya que se encuentra en el camino de vuelta hacia Gijón.

Cuando fuimos Kevin y yo nos topamos con un mercado medieval, pero la combinación de las fechas raras y el clima dudoso hizo que Candás estuviera vacío al llegar mis padres y yo. Me habían recomendado una heladería así que fuimos a coger un cono para cada uno. Al final a mi madre no le gustó el helado así que mi padre bajó tan contentamente a la playa, ¡un helado en cada mano!

De camino Gijón mi madre dijo que le apetecía cenar una hamburguesa, así que acabamos parando en el Burger King a la vuelta de la esquina de nuestro piso. Echamos unas risas sobre cómo ella se estaba integrando bien con la comida local, pero la verdad es que a mí siempre me apetece una buena hamburguesa así que al final me gustó el plan.


El día siguiente hice un cambio de última hora a los planes y decidí que quería llevar a mis padres a Oviedo, la ciudad que me sirvió como puerta de entrada para descubrir Asturias ya que Kevin estaba basado ahí durante muchos años. Habíamos pasado un día ajetreado por los pueblos pequeños así que pensé que un día vagando por las calles bonitas, tranquilas y limpias de la capital asturiana supondría un descanso necesario.

En primer lugar fuimos a comer a la ruta de los vinos. En vez de tomarnos una copa, nos sirvieron unas porciones enormes de platos locales. Fue una comida asturiana de verdad y creo que mis dos padres se quedaron impresionados por lo lejos que te pueden llegar 11€ en el principado…

Echamos la tarde explorando la ciudad bajo el sol glorioso que por fin se había presentado tras unos días grises. Entre las actividades quedaron ir de compras, un tour turístico por los sitios más emblemáticos y un par de horas que pasamos tomando una copa en una terraza del parque.

Creo que a mis padres les gustó mucho Oviedo, pero aún quedaba una cosa por experimentar. Esta fue la razón principal por la cual les había llevado hasta la ciudad: Tierra Astur. Este restaurante tiene como especialidad la cocina asturiana y es un favorito tanto con los locales como con los de fuera. Esto es buena señal, pero también complica bastante que se pueda conseguir una reserva. Había pillado una, no obstante, así que ahí fuimos a probar aún más platos asturianos.

Disfrutamos otra cena maravillosa dentro del ambiente acogedor de Tierra Astur. El plato estrella tiene que haber sido la carne con una salsa cremosa de queso: ¡supo divino! Esta cena combinada con la comida enorme nos dejó con sueño, así que después lo único que nos quedaba era bajar lentamente a donde habíamos dejado el coche.

La iglesia vieja bajo la luz de la luna creaba una escena siniestra.

Por el camino nos topamos con una iglesia de piedra que supone el edificio más antiguo de la ciudad entera – un dato que me había contado Kevin la primera vez que fui a visitarle ahí. En la luz de la noche y con la luna medio escondida detrás de las nubes, se creó una escena interesante a modo de despedida de Oviedo.


El día siguiente fue el último que pasaríamos en Asturias así que me había asegurado de guardar lo mejor para el final. Bien descansados después de un día por Oviedo, era hora de que subiéramos a las montañas y a uno de las ubicaciones más bonitas que he visitado jamás: Cangas de Onís.

Este santuario entre las montañas es un lugar de mucha importancia a nivel regional, religioso y hasta nacional, ya que fue un sitio clave de la reconquista de la península. Otra vez más, es un sitio que Kevin me enseño ya hace seis años y al que llevo unos años queriendo volver para de nuevo apreciar sus paisajes impresionantes.

Para llegar hasta allí, aparcamos en un prado donde un autobús nos llevaría por el último tramo de la carretera y hasta el pueblo montañoso en sí. Al llegar en Cangas de Onís empezamos a caminar por sus calles y quedarnos impresionados todos por las vistas de la catedral entre las montañas, las acantilados escarpados y la parroquia pequeña ubicada en una cueva sobre una piscina creada por una fuente de agua mineral.

La parroquia integrada en el acantilado es un espectáculo impresionante.

Mientras mi padre y yo bajamos a ver la fuente natural, mi madre dijo que iba a subir a la parroquia. Al llegar al a escalara hacia la cueva, mi padre y yo no éramos capaces de ubicarla. En breve descubrimos que se había unido a la congregación y que se había sentado en un banco dentro de la parroquia.

Desde la parroquia seguimos el sistema de cuevas hacia el nivel de la catedral, un edifico que impondría en cualquier entorno pero que luce asombrosa aquí en un valle entre dos montañas. En breve nos echaron ya que estaban al punto de iniciar una misa. Esto lo tomamos como una señal de ir bajando a la parada de bus para coger el coche hacia la siguiente parada en nuestro tour.

Ahí está mi madre entre las cruces de la cueva.

Antes de volver a Gijón a pasar la última noche allí, también quería llevar a mis padres a Ribadesella. ¿Y quien fue que me enseñó este pueblo en su momento? Dilo conmigo: ¡Kevin!

Aparcamos bajo un cielo que aún lucía azul y dimos una buena vuelta por la zona portuaria que se sitúa por las orillas de la ría junto antes de su confluencia con el mar. Me encanta este sitio por su combinación de mar, playa, montaña y casco viejo, pero lo primero que nos urgía hacer fue buscar un poco más de comida. Habíamos picado algo en las montañas de Cangas de Onís, pero yo por lo menos aún andaba con antojo de croquetas.

Encontramos un restaurante donde eran tan amables de ponernos unas croquetas a pesar de la hora. Nos sentamos en su terraza y las comimos mientras veíamos las nubes llegar y empezar a amenazarnos.

Por suerte, el cielo gris nunca resultó en lluvias, así que pudimos echar un rato viendo los barcos ir y venir, caminar por el casco viejo y hasta probar un carbayón, un dulce local elaborado con hojaldre, almendras y azúcar en abundancia.

Una vez cansados, volvimos a Gijón para prepararnos para la última noche. Esta la pasamos en el centro de Cimadevilla, donde conseguimos una mesa en El Llavaderu, un restaurante famoso por su enorme cachopo. Disfrutamos una cena deliciosa acompañada por unas risas gracias al camarero, que nos escanciaba mucha sidra y nos entretenía con sus consejos e historias.


El día siguiente nos levantamos, hicimos las maletas y así estábamos listos para salir, pero no antes de desayunar en nuestro bar favorito. Desde ahí nos acercamos al coche y realizamos el viaje largo de vuelta a Madrid, en donde nuestra única tarea era conseguir algo de cenar antes de acostarnos.

Por eso pasamos la tarde por Lavapiés, disfrutando unas pizzas ricas en NAP y luego bajando de vuelta a mi barrio para tomar algo en dos de mis terrazas preferidas. Tomamos unas cañas en la terraza del cine local y luego nos acercamos al bar de toda la vida que llevo unos cuántos años visitando. Fue la manera perfecta de poner fin a la visita de mis padres.


Me lo pasé fenomenal durante esta semana que pasé con mis padres. Fue un verdadero placer poder enseñarles por fin una zona de España a la que tengo tanto cariño. Aunque no pudimos hacer todo lo que quería que hiciéramos, bastante encajamos durante los pocos días que echamos por Asturias. Espero que vuelvan en breve para experimentar un poco más del norte, ¡quizá hasta con un poco de sol!

20.10.23 — Diario

Redescubriendo Madrid

Hace unos cuantos años que visité Madrid por primera vez en 2015 y luego me mudé aquí de manera permanente a principios del 2019, pero aún me sorprende lo mucho que ofrece la ciudad. Me suele sorprender aún más la cantidad de cosas que no he llegado a hacer aún, así que este verano decidí arreglar este mal y tachar alguna cosa más de mi listado.

Después de una serie de visitas y fiestas, volví a hacer planes con mis amigos de aquí o simplemente conmigo mismo. La programa de eventos veraniegos de Veranos de la Villa estaba en pleno auge, así que me acerqué a unas exhibiciones gratuitas. La primera exponía el trabajo de la fotógrafa riojana Marivi Ibarrola, cuyas fotografías documentan la locura que fueron los años 80 en Madrid. Otra exploraba el arte chicano, reflejando sobre la identidad de los estadounidenses con descendencia mexicana.

Inspirado en una visita al Museo Reina Sofía con Luisa y Sol, también decidí aprovechar de las tardes de entrada gratuita al Museo del Prado. Tras esperar un buen rato en la cola bajo el calor vespertino, me dio tiempo pasar a ver mis obras favoritas antes de volver a salir al exterior y dar una vuelta por la ciudad.

También describí algo que tenía que haber investigado bien hace muchos años: las piscinas municipales. Estos espacios son la leche para pasar una tarde calurosa en Madrid, así que me empecé a pasar las tardes y los findes por ahí, haciendo sudokus entre baños rápidos para refrescarme. ¡Estaba en la gloria!

Sara, Julia y otos amigos se habían quedado en la capital durante el verano (cosa rara con el calor que hace), así que también tuve la oportunidad de visitar unos lugares estupendos con ellos. Entre estas quedadas hubo una noche de picnic mientras veíamos los colores vívidos del atardecer y también una tarde echados por el lago (y la piscina cercana, por supuesto).

Claro que también pasé bastante tiempo por mi barrio bonito.

Un momento destacado de esta época fue una celebración enorme por el río para darles la bienvenida a las jugadores de la Selección Nacional Femenina tras su victoria sobre Inglaterra en la Copa Mundial. Había visto la partida en casa con Álvaro y había celebrado el triunfo del país que me ha acogido sobre el donde nací, más que nada porque sabía que así habría un buen ambiente por aquí. ¡Y lo había!

Vi la llegada de los jugadoras en la tele y luego las vi pasar por las calles en autobús. Al ver que se acercaban al barrio, bajé en bici a lo que me imaginaba que sería un evento medio pequeño por las orillas del río. ¡Que equivocado estaba!

Parecía que se había acercado media España a la explanada, por lo cual no había dónde dejar mi bici municipal. Al final me dejé llevar por el ambiente festivo y la dejé apoyada contra un árbol, una decisión que me acabó costando 6€ de multa por no devolver la bici a tiempo. Todo valió la pena, ya que la emoción de la masa de gente llegó a su cima con la llegada del autobús al escenario.

Eventualmente me corría prisa devolver la bici, una tarea que me llevó de vuelta hasta el centro de la ciudad en la búsqueda complicada de una estación que tuviera un anclaje libre. Mi ida había sido volver a la fiesta en la explanada, pero tras moverme tanto decidí coger otra bici y volverme a casa. Este fue un viaje ameno; las calles estaban vacías y lucían muy bonitas.

Los callejones de La Latina son de los más antiguos de la ciudad.

El día siguiente me quedé con más razones por las que celebrar: por fin me llegó el nuevo pasaporte después del fiasco que se montó al romper mi pasaporte anterior en Tokio. Esto significó que estaba preparado para otras dos semanas de viaje, pero os contaré más sobre eso al llegar al tema.

Por ahora, estaba haciendo mi maleta no para viajar al extranjero sino para viajar al norte. Esta vez iba con unos invitados espaciales, pero más sobre eso en mi siguiente entrada de blog…

15.10.23 — Diario

Visitas y fiestas

De vuelta a Madrid después de un viaje de quince días por Japón, me encontré sufriendo una buena dosis de desfase horario tras el vuelo de 14 horas entre China y España. Por eso me desperté a las 6am el día siguiente al de mi vuelta, así que decidí aprovechar de esta energía mañanera y salí a ver el amanecer sobre el río cerca de mi piso.

Hace tiempo que no publico un selfie, así que aquí estoy en el sol de la mañana.

El ayuntamiento lucía más bonito que lo usual en la luz cálida.

Después de esta vuelta rápida que me llevó por mi parque local, volví a casa e inmediatamente me puse malo. Creo que toda la adrenalina que me había sostenido durante el desfase horario, el calor y los días intensos en Japón se me agotó de golpe, así que pasé unos días descansando y recuperándome en casa.

Antes de recuperarme del todo tuve que levantarme y ponerme en marcha, sin embargo. Recibí una llamada inesperada de Abi, que andaba por Bilbao con su amiga Niamh. Las dos estaban de ruta por España pero habían caído en la trampa del clima impredecible del norte. Querían un poco de sol así que me preguntaron si podían bajar a Madrid unos días, y claramente dije que sí.

Su visita coincidió con San Cayetano, una serie de fiestas que llenan las calles estrechas de Lavapiés y Embajadores con gente, puestas de comida y música. Quería que Abi y Niamh vieran lo mejor de la ciudad, así que pillamos unas copas y salimos a celebrar el verano al estilo madrileño.

Pasamos el resto del finde explorando la oferta turística de Madrid, desde la tranquilidad de Retiro a las tardes movidas por La Latina. Acabamos su viaje con una visita al Templo de Debod para ver el atardecer sobre la sierra.

Las calles de La Latina se encontraban preparadas para sus fiestas.

Cuando Abi y Niamh se subieron al coche y volvieron al norte de España, solo me quedó un día de descanso antes de la siguiente visita. Esta vez les tocó a Luisa y Sol visitarme, cosa que eligieron hacer después de yo insistirles que vinieran durante la nochevieja que pasé con ellos en Norwich.

Su visita coincidía con dos eventos importantes: las fiestas de San Lorenzo y también con el cumpleaños de Luisa. Pero antes de ponernos a celebrar estas dos cosas, les hice un tour turístico de la ciudad lo mejor que pude entre tanto calor implacable.

Al calentarse el aire demasiado volvimos corriendo a casa y freí unas croquetas de jamón que había preparado para su visita. Otro día nos acercamos al Reina Sofía, un museo mítico que me queda a tan solo 20 minutos andando desde casa, pero al que nunca había visitado. Encima, al llegar con ellos descubrí que la entrada me salía gratis gracias a mi carné joven. ¡Haber visitado antes!

Estos dos eran la mejor obra.

Al volver a las calles, las fiestas se habían trasladado de la cima de Lavapiés a su borde inferior, cosa que nos vino fenomenal ya que el metro nos dejó en el núcleo de las festividades. Con ganas de integrarnos, pillamos una bocata de chorizo y unas copas de tinto de verano como tres gatos cualquieras.

Pintas de guiri pero con alma de madrileño.

La celebración del cumpleaños de Luisa acabó siendo algo más caótico. Habíamos encontrado unas velas con llamas coloridas pero se nos olvidó por completo comprar una tarta en la que meterlas. Improvisamos una «tarta» con un mango que habíamos comprado anteriormente y montamos una pequeña fiesta en mi piso antes de pasar el resto del día por la ciudad.

Para ponerle lazo al día, llevé a Luisa y Sol al Parque del Oeste para ver el ocaso desde allí. Sé que siempre acabo volviendo al mismo lugar, pero en mi humilde opinión tiene que ser uno de los sitios más top de Madrid. Es perfecto para leer un poco, montar un picnic o dar un paseo romántico por la tarde… ¡no falla nunca!

Los rayos de sol lucen desde detrás de la sierra.

Con la salida de Luisa y Sol mi racha de visitas llegó a su fin – ¡pero la fiesta no! La conclusión de las fiestas de San Lorenzo marcó el pregón de las de La Paloma. Acudí a estas con Luis, Carmen y unos cuántos amigos más y nos tomamos unas birras y nos echamos unas risas por las calles cuquis de La Latina.

Me lo pasé fenomenal con Abi y Niamh, Luisa y Sol y luego con Luis y compañía. Este periodo entre mi viaje a Japón y otro viaje veraniego que me pegué después fue – como se puede apreciar – muy intenso. A pesar de encontrarme resfriado y constipado durante estas semanas, me disfruté mucho y llegué a apreciar aún más la ciudad en la que vivo.

Estáte al loro en mi blog ya que intentaré publicar más entradas durante los próximos días. Ando con mucho retraso y tengo mucho que contar y muchas fotos guapas que compartir. Ahora mismo me encuentro con un desfase horario importante nuevamente, pero os contaré más sobre eso cuando por fin me ponga al día…

10.10.23 — Diario

Japón

Como habrás visto durante las últimas semanas, he publicado unas cuántas entradas de blog que documentan mi viaje por Japón. Aunque mi estancia en el país se limitó a tan solo quince días, he acabado con un total de siete entradas que cuentan los momentos destacados, así que las he vinculado todas a continuación.


1Tokio

Un drama importante me da la bienvenida a Japón gracias a mi pasaporte. Exploro la capital nipona con un viaje a la torre más alta del mundo, una exhibición artística interactiva y paseos por los barrios fascinantes de la ciudad más grande del mundo.

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2Kioto

El tren bala me lleva a la antigua capital japonesa. Exploro la plétora de templos y pruebo unos de los mejores platos que comido en mi vida.

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3Arima

Una serie de trenes me lleva a las montañas de Kobe. Me reúno con Inés y experimento las piscinas naturales de los onsen por primera vez.

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4Osaka

Inés y yo nos acercamos a la ciudad en la cual lleva un tiempo viviendo. Exploramos el centro y pasamos un día de desfile tanto en las calles como en el río.

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5Hiroshima

Salgo de excursión a esta ciudad famosa, explorando lo histórico y descansando en un parque tranquilo. El día acaba en una cabina de karaoke en Osaka.

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6Nara

Inés, Joob y yo pasamos un día en una ciudad famosa por estar llena de ciervos. Interactuamos con ellos, comemos y exploramos las zonas antiguas de la ciudad.

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7De vuelta a Osaka

Mi viaje llega a su fin con unos días más en Osaka. Disfrutamos de unas cenas impresionantes y visitamos a Yuki en su casa.

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Como siempre, puedes navegar al inicio del viaje y darle a “Próxima entrada” en el pie de cada página para leer todo del principio al final. ¡Espero que os guste!

06.10.23 — Diario

De vuelta a Osaka

Después de salir de Osaka dos días seguidos, tocaba que me quedara en la ciudad para disfrutar mis últimos días en Japón. Las dos excursiones a Hiroshima y luego a Nara me habían dejado algo cansado, así que no me corría prisa levantarme el día siguiente.

Eventualmente bajé a la calle y me reuní con Inés para comer. Fuimos a un restaurante de sushi en el cual se preparaba todo en el momento y se nos enviaban los platos a través de unas cintas transportadoras. Luego fuimos de compras un rato y me compré unas prendas nuevas en Uniqlo y después me hubiera comprado la mitad de la tienda en Muji si me hubieran dejado…

Las calles de Osaka son la definición del ruido visual.

Sin que nos diéramos cuenta eran las 6pm, por lo cual me encontré corriendo por la ciudad buscando una oficina de correos que estuviera abierta. Al final encontramos una, pero nos quedamos confundidos al ver la multitud de señales y la manera rara en la que operaba la oficina. El que nos atendió era un amor, así que en nada ya tenía mis postales enviadas y fuimos a hacer el siguiente recado en mi listado: pillar un test de antígenos.

Inés buscó una farmacia y llegamos a la ubicación para descubrir que el edificio había sido derrumbado y se había convertido en un parking: ¡menuda suerte la nuestra! Luego buscamos otra y nos acercamos para descubrir que – y no te tomo el pelo – ese edificio también había sido demolido y ahora era un parking. ¡Que casualidad!

Eventualmente conseguimos un test, pero correr por la ciudad nos había dejado con hambre así que buscamos un sitio en donde cenar para ponerle lazo al día. Ya que no había tenido la oportunidad de probar una delicia local durante mis primeros días en Osaka, Inés me llevó a su sitio favorito y nos incorporamos en una cola larga y lenta que se dirigía hacia un sótano.

Lo que cenamos se llama okonomiyaki. Es un plato local hecho con tortitas, huevo, repollo y todo tipo de ingredientes misteriosos y maravillosos. Estas especies de tortilla se nos sirvieron directamente a una plancha incorporada en la mesa. Entre los dos compartimos las dos variedades que habíamos pedido: ¡las dos buenísimas!

Tras despedirme de Inés pasé lo que quedaba de la tarde en un onsen. Este local contaba con una zona exterior en la cual pude tumbarme en unas tumbonas sumergidas y mirar el cielo. Aunque no era tan bonito como los de Arima, sigo insistiendo que estas piscinas nudistas son lo mejor de Japón y algo que habrá que introducir a España y al Reino Unido…


El día siguiente salimos a comer más platos locales, esta vez en la forma de otro plato de ramen. Con ganas de repetir la cena deliciosa que tuve en Kioto, me reuní con Inés y Joab para visitar un sitio que Inés decía que era el mejor.

Nos tocó volver a esperar, esta vez bajo el calor del sol. Esto no supuso un problema, sin embargo, ya que había comprado unas toallitas húmedas de mentol. Este invento maravilloso me mantenía fresco a pesar del calor y la humedad. Por eso me compré muchas antes de volver a España…

La comida fue una pasada. Consistió de un ramen riquísimo de cerdo acompañado por un cuenco de carne con arroz y huevo. Otra ves estaba en la gloria: la comida de Japón es de otro nivel.

Desde el restaurante los tres nos acercamos a la casa de Yuki, la madre de la pareja de Inés. Paramos por el camino en una floristería local para recoger una rama de flores a modo de regalo. Desde allí subimos a la decimocuarta planta de un edificio azul bonito.

Resulta que Yuki había vivido en Madrid durante unos cuantos años así que me quedé sorprendido al encontrarme conversando en español. Traducía lo que podía para Joob y nos echamos unas risas, contando historias y anécdotas toda la tarde. Fue un placer conocerle a Yuki y pasar tiempo dentro de una casa japonesa.

Aquí estamos Yuki, Inés, Joob y yo.

Yuki había comprado una serie de pasteles que fueron muy bien recibidos por nosotros mientras pasamos la tarde hablando. Yo había traído uno de sus quesos preferidos de España a modo de regalo, pero a Inés se le había olvidado comentar que íbamos a la casa de Yuki directo desde el restaurante, así que la pobre tuvo que llevárselo más tarde.

Luego tuve que volver a mi hotel y hacer la maleta para volar el día siguiente. Con casi todo metido en la maleta, cogí mis yenes restantes y bajé a un par de supermercados para cargar el espacio libre de la maleta con picoteo japonés. Todo eso luego lo repartiría en España a modo de souvenirs. Bueno, casi todo, había unas cuantas habas de chocolate para mí…

Con mi dinero gastado y la maleta cerrada, bajé al metro una última vez para reunirme con Joob e Inés a pasar la tarde. Habíamos quedado en la casa compartida en la que vivió Inés durante la mayoría de su estancia en Japón. La idea era volvernos a ver con sus amigos que habían estado en la cabina durante nuestra noche de karaoke.

Era bastante tarde así que el metro estaba casi vacío.

Al final llegamos algo tarde al barrio y a Inés le quedaba aún envolver una serie de regalos de cerámica que había fabricada ella misma. Nos sentamos en un muro debajo de un paso elevado y le echamos una mano mientras conversábamos. Fue una manera rara pero bonita de acabar mi estancia en Japón: en un barrio tranquilo en las afueras de Osaka, pateando una pelota por una calle vacía debajo de una autopista.


El sábado tuve que madrugar para coger el tren al aeropuerto. Menos mal que Inés me preguntó el día anterior desde cúal aeropuerto iba a volar yo. ¡Hubiera ido en el sentido equivocado y al aeropuerto equivocado si no!

Resulta que el bueno era Kansai International, un aeropuerto construido sobre una isla artificial en medio de la bahía de Osaka. Fue un espectáculo a contemplar, aunque es verdad que las vistas desde el tren se fastidiaban por las vallas altas que bordaban las vías.

Al llegar tuve que esperar a facturar la maleta un buen rato en llegadas porque había llegado demasiado pronto. Esta fue una decisión consiente ya que volaba con mi documento de viaje de emergencia (para saber más sobre esa saga échale un ojo a lo que pasó cuando aterricé en Tokio) y no sabía si habría más jaleo. Al final todo fue muy fácil y en nada me encontré sentado en el avión, haciendo un transbordo rápido en Shanghái y luego sufriendo un poco durante el vuelo más largo que he hecho en mi vida: ¡14 horas de Shanghái a Madrid!

19.09.23 — Diario

Nara

Después de un día ajetreado en Hiroshima, una vez más madrugo para salir de Osaka y aprovechar de mi último día de validez en mi abono de tren. Esta vez no iba solo, ya que se apuntaron a la excursión Inés y su amiga Joob.

Pues me perdí nada más llegar a la estación de tren de Namba, pero una vez conseguí algo de cobertura en el móvil pude encontrar el andén correcto y buscarlas a las dos. Desde allí nos subimos al tren con destino a Nara, una ciudad conocida por los ciervos (mayormente) amables que andan libremente por su centro.

Había pensado que hacía calor durante mi excursión a Hiroshima, pero madre mía que bochorno había al bajarnos del tren en Nara. Cogimos un bus fresco hasta el Parque de Nara, un espacio abierto que se encuentra lleno de ciervos. No teníamos tiempo para parar y observar, sin embargo, porque andábamos con mucho hambre. Inés había buscado un restaurante que tenía buena pinta así que la seguimos hasta la chincheta que tenía en su mapa.

Resultó estar cerrado el restaurante por una boda, así que cruzamos un puente y nos topamos con otro restaurante que también estaba chapado. Eventualmente nos topamos con una pequeña cafetería que ofrecía unos platos de curry para comer. Ahora tan sudados como andábamos hambrientos, nos descalzamos según es costumbre y nos metimos dentro.

El local era tan bonito como la presentación de la comida.

El interior consistía en una serie de salas de madera con mesas bajas y cojines para que nos sentáramos en el suelo, algo que me tenía con dolor de espalda hasta que Inés me enseñó la postura correcta a adoptar. La comida se sirvió con una presentación igual de bonita que la decoración. Al final supo igual de bien que lucía. ¡Menudo descubrimiento de sitio!

Desde este restaurante volvimos a cruzar el puente, parando para apreciar el paisaje espectacular ahora que no nos encontramos pensando solamente en la comida. El puente nos llevó al parque, donde compramos unos helados para refrescarnos y echamos un rato viendo los ciervos pasear por el césped.

Esta señora se quedó así de tranquila en medio de la calle.

Desde allí nos acercamos a Tōdai-ji, un templo que Inés había identificado como un sitio a visitar mientras andábamos por Nara. Dentro de las puertas imponentes nos encontramos rodeados por muchos turistas y aún más ciervos. Evitando chocarnos contra uno de estos animales graciosos, nos dirigimos hasta el edificio impresionante principal del complejo.

Estos bichos iban caminando tranquilamente por todos lados.

Dentro del santuario nos encontramos frente a una estatua enorme en bronce de Buda. Caminando alrededor del monumento, aprendimos sobre la historia de las varias iteraciones del templo y las costumbres asociadas con él. ¡Menuda paciencia tenían para reconstruir el complejo multiples veces tras incendios y terremotos! Pero eso sí, los modelos que recreaban cada versión del diseño supusieron una mirada atrás muy interesante al legado arquitectónico de Japón.

Después de sacarnos unas fotos (salimos un poco regular por el calor así que no las subiré aquí), salimos del templo en busca de un sitio para sentarnos y beber algo. Refugiándonos en una cafetería, miramos los turistas alimentar a los ciervos en la plaza de abajo y decidimos que haríamos la mismo al volver al exterior. Pero antes, queríamos quedarnos un buen rato bajo el aire acondicionado…

Compramos unas tortitas de arroz al salir de la cafetería y nos acercamos al césped y al grupo de ciervos. Tras fijarme bien en lo que hacían los demás, sabía que gestos había que hacer y que debería seguir la siguiente rutina:

  1. Hacer una reverencia al ciervo
  2. El ciervo luego te hace una reverencia de vuelta
  3. Darle una tortita al ciervo
  4. Enseñarle al ciervo las palmas vacías de tu mano para indicar que ya no quedaba comida

Este último paso no me funcionaba tan bien, sin embargo. Será que había migas en mi bolsa o en mi persona, porque en nada me encontraba siendo perseguido por un par de personajes muy insistentes. Era gracioso al final y eventualmente se juntaron con el resto de los ciervos a sentarse en el parque después de un día largo de comer de las manos de los turistas. Realmente la ciudad es de ellos, son ellos los que nos dejan visitar.

Eventualmente salimos del parque y volvimos al centro urbano de Nara para cenar un plato típico de la zona: anguila a la parrilla, que resultó estar muy rica. De camino al restaurante, nos tenían entretenidos los ciervos. Hacían actividades humanas como esperar en cruces de cebra, seguirse en fila y hacer reverencias a gente que pasaba cerca para ver si alguien les dejaría unas tortitas de arroz. Están obsesionados, cosa que yo no entiendo porque probé una tortita y sabía a cartón…

Mientras nuestro tren iba pitando por el campo de camino al centro de Osaka, me quedé reflexionado sobre la maravilla de sitio en el que había estado. A pesar del calor – un constante durante mi viaje por Japón – visitar Nara había sido como pasar a otra realidad en la que los humanos y los animales están en una misma jerarquía. Fue una verdadera pasada: la única contra fue que teníamos que quitarnos la caca de las zapatillas al irnos. ¡Ningún guía menciona este dato!

Aquí estamos Inés y yo quitándonos la caca de las suelas.

17.09.23 — Diario

Hiroshima

Después de tan solo un día y medio en Osaka, me tocó levantarme pronto y salir del hotel para aprovechar de los dos días que me quedaban del Japan Rail Pass. Este era el abono que usé para viajar por todo el país en sus famosos trenes bala. Aunque llegué a la estación de tren a las 10:30am, de alguna manera conseguí perderme el tren y por eso acabé llegando en Hiroshima sobre las 2pm, la hora más calurosa del día.

Seguro que al escuchar «Hiroshima» se os producen imágenes de una ciudad antigua y devastada por la bomba, pero saliendo de la estación de tren vi que se parecía mucho a las otras ciudades japonesas que había visitado durante mi viaje. Supongo que se debe a la bomba misma: todo se tuvo que reconstruir después del bombardeo y por eso ahora es una metrópolis moderna.

Para mí, Hiroshima había sido hasta ese momento tan solo el nombre de una tragedia. Era hora de ponerle cara a la ciudad.

Aunque me hubiera gustado ver las otras partes de la ciudad, las altas temperaturas y el tiempo limitado que tenía durante mi excursión de un día hicieron que me enfocase en lo que la hace única: el Parque Memorial de la Paz. Para llegar hasta allí, descarté rápidamente la idea de caminar por el calor húmedo y me subí a un autobús que me llevó sobre el río y hasta ese lugar histórico.

Bajando del autobús, empecé a caminar por el parque, que está ubicado cerca del epicentro de la explosión y en una zona en donde antes se encontraba el centro de la antigua ciudad. Me topé con una estructura pequeña por el camino así que entré, que fue cuando descubrí que contenía una excavación arqueológica que había hallado el suelo quemado de una casa destrozada. Estos restos me impactaron mucho más que los varios monumentos y placas informativas que salpican el parque, una sensación que se amplificó aún más ya que me encontraba completamente solo dentro del edificio. Fue la primera vez que me encontré enfrentado por la realidad de lo que pasó en Hiroshima en 1945 y me hizo reflejar sobre los horrores de la guerra.

El próximo momento impactante vino al llegar al famoso Monumento de la Paz. Este consiste en los restos de un antiguo centro de exhibiciones que que bombardeó pero milagrosamente se encuentro aún de pie. Siendo el único edificio que no se derrumbó al explotar la bomba nuclear en el cielo sobre la ciudad, supuso un espectáculo inquietante, pero supongo que así es la mejor manera de visualizar el poder destructivo de este tipo de armas. Imaginarme un paisaje en el cual se encontraba este edificio completamente solo se me hizo muy extraño, aún más dado que ahora los rascacielos y carreteras de la ciudad moderna rodean el Parque Memorial por todos lados.

El Monumento de la Paz es envocador e impactante, como debe ser.

Luego visité algún momento más en el Parque Memorial, entre ellos la Campana de la Paz, que la tañí según las instrucciones en una placa a su lado. Entonces crucé un puente en busca del siguiente sitio que quería visitar, parando un momento en un Family Mart para recuperarme bajo su aire acondicionado y pillar un helado y una bebida para refrescarme un poco.

Esta ruta me llevó sobre otro cuerpo de agua y hasta el ninomaru del Castillo Hiroshima. Esta fortificación parece ser muy antigua, pero realmente es una recreación exacta ya que la original se derrumbó durante el bombardeo. Pasando por la puerta de la estructura y a una isa artificial, empecé a explorar sus jardines bonitos. Al dirigirme hacia el norte, eventualmente llegué al castillo en sí, otra reconstrucción del original.

Al salir, vi lo que parecía ser los restos de un búnker en las afueras del santuario Hiroshima Gokoku. Al acercarme a las paredes de hormigón, un señor mayor se me acercó y empezó a hablarme en japonés. Viendo la confusión en mi cara, me repitió la palabra “búnker” e hizo un gesto para que le siguiese. Me sorprendí al verle apretujarse por una entrada estrecha y hasta el interior de la estructura. Repitió su gesto para indicarme que hiciera lo mismo, cosa que me sentía obligado a hacer, así que ahí me metí.

Por dentro, el espacio se había reclamado por la naturaleza, pero aún se veía aperturas en el hormigón a los que hacía gestos el señor mientras me explicaba no sé qué cosa en japonés. Aunque no entendía nada, apreciaba mucho sus ganas de enseñarme el búnker: no me hubiera metido si no fuera por él. Tras unos minutos, volvimos a la luz del día y recité mis frases más respetuosas en japonés para darle las gracias mientras le hice una reverencia.

Desde allí, salí del complejo del Castillo Hiroshima e hice una parada rápida en el Gran Torii, una puerta japonesa conocida por aguantar el estallido de la bomba atómica. Me dirigí haste el este y a los Jardines de Shukkeien, un lugar tranquilo para ponerle fin a un día ajetreado por la ciudad.

Los jardines estaban salpicados por una selección de sitios bonitos, entre ellos un puente de piedras, estanques llenos de carpas koi, todo tipo de árbol y plantas y hasta una estructura pequeña de madera en las orillas del agua. Me descalcé según indicado y me senté bajo la sombra de este pequeño edificio, descansando mi cuerpo y mente mientras la tarde pasó a ser la noche.

No había mejor sitio para descansar tras un día de pie.

Ya cansado después de mi excursión, me levanté, salí del jardín y me subí a un autobús de vuelta a la estación de tren. Ahí pillé algo para cenar y esperé al siguiente tren bala a Osaka, donde Inés tenía una última sorpresa antes de que acabara el día: ¡tocaba ir de karaoke!

Tras una ducha rápida en el hotel para refrescarme y revivirme un poco, me acerqué al sur de Osaka y a un karaoke donde había reservado una sala con sus amigos. Andaba cansado, pero me flipa el karaoke, así que no podía irme de la cuna del mismo, Japón, sin echarme un rato cantando mal.

Pagué la entrada, me puse una bebida rara que parecía leche y entré en la sala 19, donde Inés me presentó a sus amigos y antiguos compañeros de casa. Luego cantamos unos temazos clásicos de Europea y observamos mientras los demás cantaban una variedad de canciones de todo el mundo y en muchos distintos diisomas. Hubo canciones en japonés, chino, coreano, alemán, inglés y hasta en español. ¡Hubiera sido una falta de respeto no haber cantado Aserejé y la Macarena para todo el mundo!

Ya completamente agotado y con la hora del cierre del metro cada vez más cerca, Inés y yo nos despedimos y volvimos a nuestros hoteles respectivos. Había sido un día loco de momentos sobrios y luego hilaridad absoluta, así que sin duda tocaba descansar antes del día siguiente. Había un plan para ese día que nos vería volver a salir de Osaka en otra excursión, pero eso ya lo tendré que contar en mi siguiente entrada de blog…

12.09.23 — Diario

Osaka

El tren de Arima nos llevó a Inés y a mí a Osaka, la ciudad en la que ella lleva viviendo un buen rato y dónde yo iba a pasar los últimos de mis días en Japón. Después de hacer transbordo al metro de la cuidad, me despedí de Inés al bajarme en la parada de mi hotel.

La habitación que me pusieron estaba situada en la primera planta de habitaciones justo encima de la recepción, lo cual hizo que la llegada fuera fácil, pero al entrar en ella vi que el cristal de la ventana estaba difuminado por privacidad. Esto me hizo sentirme algo claustrofóbico, así que pregunté si había otra habitación en una planta más alta que tuviera una ventana transparente. Por suerte sí que hubo, así que me enviaron a la planta 13, ¡la última de todas!

Tras deshacer la maleta, echarme la siesta y ducharme, salí para volverme a reunir con Inés y para buscar algo de cena durante un paseo nocturno por la ciudad. Inés quería llevarme a un restaurante en particular, pero por más que buscásemos no éramos capaces de encontrarlo. Las vueltas que dimos buscándolo nos llevaron a describir unos callejones preciosos y hasta un santuario en medio de una plaza, pero como había bastante hambre, encontrar un sitio para cenar era prioridad número uno.

Eventualmente descubrimos que no podíamos ubicarlo porque estaba cerrado por vacaciones y por lo tanto faltaban las luces brillantes y los paneles con la carta que de normal se encontrarían tapando toda la fachada. Preparada como siempre, Inés me llevó a un sitio que tenía fichado como opción de respaldo, pero para entrar en este segundo lugar había una cola importante y ya era bastante tarde.

Al final nos conformamos con un ramen. El plato estuvo rico pero no tenía nada que ver con el ramen de otro mundo que yo había probado en Kioto. Hizo lo que tenía que hacer, sin embargo, quitándonos el hambre para que pudiéramos volver a pisar las calles y explorar Osaka de noche.

La ocupada vía principal de Namba me recordó un poco a Tokio.

La mayoría de nuestra tarde la pasamos por el río, una zona bonita llena de linternas, bares, puestos, tiendas y el amientillo de los que habían salido a pasar unas horas. Sorprendidos por la cantidad de gente que había (siendo aquel día un martes), eventualmente encontramos una mesa y nos sentamos a bebernos un refresco de uva y bailar un poco a la música que el dueño del puesto tenía puesta en su altavoz.

La siguiente mañana desayuné en el hotel y luego bajé al metro, donde pude meterme en precisamente el mismo tren y coche en el que ya andaba Inés. Esto fue gracias a la señalética extensa y la organización minuciosa de los ferrocarriles japoneses y los datos correspondientemente detallados que te facilita Google Maps allí.

Reunidos, nos acercamos a otro barrio de la ciudad para ver el Tenjin Matsuri, un festival que toma lugar cada julio. Durante estas celebraciones, las calles se llenan de procesiones que acaban convirtiéndose en un desfile de barcos que pasan por el río por la tarde.

Esta foro parece que la saqué hace 30 años.

Al encontrar la zona por la cual pasaría el desfile, buscamos un bar para tomar algo puesto que ya andábamos cansados y sedientos por el calor opresivo del día. No nos convencía un bar que encontramos apestando a humo, pero tampoco nos apetecía seguir dando vueltas así que nos plantamos en unos taburetes giratorios de madera en la barra y pedimos algo.

Pronto descubrimos que la dueña del bar era la más. Nos puso unos zumos recién exprimidos y nos ofreció unos sándwiches, cosa que no podíamos rechazar ya que también teníamos hambre. Nos preguntó de dónde éramos y le dijo a Inés que era muy guapa, un cumplido que lo siguió con un regalo para Inés en la forma de una vestido tradicional. Fue un gesto muy bonito y había sonrisas por todo el bar hasta que se oyeron los golpes de unos tambores.

Resulta que sin darnos cuenta nos habíamos metido en un bar que se encontraba justo en la misma calle de la ruta del desfile. Todo el bar (la dueña incluida) salió a la calle para unirse a la multitud en la acera y ver el festival pasar. Hubo una mezcla impresionante de distintas carrozas y grupos de gente de todas las edades.

Me empecé a preguntar como estaban aguantando el calor…

Un grupo que hubo en el desfile era de unos jovenes que pasaban agitando unas cabezas de león, una escena que era bastante graciosa hasta que uno de ellos se la quitó y se tiró al suelo. Quedaba claro que estaba sufriendo por el calor, así que de la nada aparecieron muchas personas con abanicos, ventiladores, agua y más. Unos médicos llegaron y lo llevaron al interior del bar, donde Inés y yo nos turnamos para echar una mano con abanicarle mientras le quitaron las infinitas vueltas de faja que le envolvían. ¡Normal que lo estuviera pasando mal!

Al final se estabilizó justo al llegar unos médicos de la ambulancia para llevarlo con ellos. Poco tiempo después también nos fuimos, siguiendo a la aglomeración mientras se movía por las calles. Tuvimos que navegar entre toda esta gente y los puestos de comida callejera para llegar a las orillas del río.

Vimos unos barcos pasar con su música y bailarines, pero el calor empezó a pegarnos a nosotros también así que nos fuimos a buscar un sitio algo más tranquilo. Cruzamos un puente que estaba petado de gente, donde intentamos sacar unas fotos sobre el agua hasta que nos riñeron por detenernos. Al volver a tierra firma encontramos una estación de metro y por ende unos baños que habíamos estado buscando durante un buen rato.

Después de usar el baño y comernos un poco de comida del Family Mart, volvimos al río para buscar un sitio desde donde ver los fuegos artificiales que marcan el final del festival.

Allí disfrutamos de un espectáculo visual, con unos cuantos barcos pasando acompañados por música y danza. Toda esta escena estuvo marcada por una secuencia de fuegos artificiales que iluminó el cielo y creó un ambiente eléctrico que parecía que toda la ciudad había salido a experimentar.

Cuando nuestros pies ya no podían más, volvimos al centro en el metro y nos metimos en un bar para tomarnos algo y ponerle fin a un loco primer día pasado en Osaka. Claramente no iba a ser el único día que iba a pasar allí, pero al acostarme esa noche ya tenía un plan para el siguiente día que me vería irme de excursión para poder explorar más de las ciudades fantásticas que tiene Japón.

¿A dónde iba? Pues eso tendrá que esperar a la siguiente entrada de blog…