Monthly Archives: October 2023

28.10.23 — Diario

Asturias con mis padres

Después de gozar de unas visitas y luego pasar tiempo con amigos de Madrid, era hora de que llegara un par de invitados muy especiales: ¡mis padres! Aterrizaron desde el Reino Unido y consiguieron subirse al tren correcto para llegar a mi barrio sanos y salvos. Los recogí de ahí y fuimos a mi casa para descansar. Ya era tarde y teníamos unos planes importantes para los próximos días…

El día siguiente nos levantamos y salimos antes del mediodía porque habíamos quedado en recoger un coche de alquiler desde Atocha. Con ese iríamos juntos a Asturias, algo que llevo hablando de hacer con mi padre desde hace mucho. Al final mi madre también se apuntó al plan, así que hacia allí íbamos.

Asturias, patria querida. Asturias de mis amores.

El principado me es muy especial: visité a Kevin allí por primera vez en 2017 y desde entonces he vuelto a subir una y otra vez para pasar tiempo con amigos y descubrir más del paisaje, la gente, la sidra y la comida que ofrece. Por eso andaba emocionado para enseñar a mis padres la región mientras conducíamos por las carreteras de Castilla y León hacía las montañas que marcan la frontera asturiana.

Usaríamos Gijón, una ciudad que conozco bien, como base. Al llegar ahí recogí las llaves al apartamento y enseguida empezó el caos cuando intentamos navegar el parking. Mi padre enhebró hábilmente el coche en el garaje subterráneo pero solo fue entonces que descubrió que el Nissan tenía un radio de giro terrible. Hubo unos minutos estresantes mientras buscábamos alguna manera de sacar al coche del laberinto de pilares de hormigón, pero un poco de dirección de mi madre y de mí nos tenía fuera en un plis.

Era hora de que mis padres descubriesen Gijón.

El coche aparcado en la calle, vaciamos las maletas en el piso y salimos a que mis padres vieran por primera vez la ciudad de Gijón. El sol ya se estaba poniendo mientras nos acercamos al centro, pero nos dio tiempo a echarle un ojo a un mercado artesanal, ver el puerto y eventualmente encontrar un restaurante para cenar.

La cena la tuvimos con vistas sobre el agua. Mi madre probó la sidra asturiana por primera vez (no le gustó) y les introduje a mis dos padres al pastel de cabracho y el cachopo. La comida sí que gustó mucho (cómo no) y nos dejó bastante cansados y con ganas de dormir bien antes de nuestro primer día de exploración.


El día siguiente tenía ganas de enseñarles un poco más de Gijón antes de empezar a explorar el resto de Asturias. Bajamos al centro para dar una vuelta debajo un cielo bastante gris, parando para comer justo antes de que se pusiera a llover.

Luego acabamos subiendo el cabo de Cimadevilla, un lugar perfecto para apreciar vistas sobre el mar y las playas de Gijón. Mientras subíamos las nubes se asomaban y claro que empezó a caer justo en el momento que llegamos a la cima.

Esto no nos iba a fastidiar la tarde, sin embargo. Nos echamos unas risas con el resto de la gente que se había refugiado bajo la escultura de hormigón y disfrutamos las vistas de un arco iris de 180° que se había formado sobre el mar.

A pesar del diluvio, realmente no estaban así de gruñones.

Para acabar el día en Gijón, bajamos al casco viejo en Cimadevilla y nos plantamos bajo un toldo para tomar algo antes de volver al piso. Esta ubicación estratégica nos sirvió bien ya que en breve ya volvió a llover y nos ahorramos una buena calada.

Esa noche salí yo solo a quedar con Cami, Bogar y Javier, mis amigos que viven en Gijón y a los que llevaba un buen rato sin verlos. Salimos a cenar pizza y tomar unas copas y nos lo pasamos pipa mientras nos reíamos sobre historias y chistes muchos. Fue muy guay poder verlos mientras andaba por allí.


El segundo día desayunamos en lo que se convertiría en nuestro bar de confianza justo debajo del piso. Desde ahí partimos al oeste y al pueblo costero precioso de Cudillero. Kevin me había llevado a este sitio hace unos años y me había quedado encentando: andaba con ganas de que mis padres lo vieran también.

Evitando el caos de buscar parking y el camino largo que habíamos sufrido Kevin y yo al ir sin preparar nada (como siempre), esta vez investigué antes y dirigí a mi padre al parking gratuito de la zona portuaria. Mientras caminábamos hacia el pueblo desde el puerto se puso a llover – menuda sorpresa.

La mañana entera que pasamos en Cudillero fue así – momentos de lluvia con algo de cielo azul entre medias. El entorno pintoresco y dramático compensó por el clima dudoso, no obstante. Por lo menos pudimos dar una vuelta, explorar las tiendas y tomarnos un café a nuestro ritmo.

A esta gaviota le importaba un bledo que lloviera o hiciera sol.

Una vez habíamos visto todo lo que queríamos ver, volvimos al coche y fuimos a otro lugar cercano que quería volver a visitar: Luanco. Este pueblo era otro sitio costero que me había enseñado Kevin hace unos años y que me acordaba que era muy bonito. Este recuerdo se afirmó al aparcar el coche y admirar las vistas del paseo marítimo bajo el sol que justo estaba logrando perforar las nubes.

Caminamos por la playa y hacia el centro del pueblo, donde buscamos un restaurante al lado del agua para comer. Esta vez conseguimos una mesa en la terraza de un pequeño restaurante en el muro del pequeño puerto. Disfrutamos una serie de mariscos y pescados bajo el sol que por fin había salido a calentarnos los huesos un poco.

Me encantan las líneas irregulares de esta antigua iglesia.

Pasadas unas horas volvimos al coche para hacer una última parada antes de volver a Gijón: Candás. Como ya te puedes imaginar, Candás es otro pueblo que me enseñó Kevin en 2018 y un sitio que pensé que valdría la pena visitar ya que se encuentra en el camino de vuelta hacia Gijón.

Cuando fuimos Kevin y yo nos topamos con un mercado medieval, pero la combinación de las fechas raras y el clima dudoso hizo que Candás estuviera vacío al llegar mis padres y yo. Me habían recomendado una heladería así que fuimos a coger un cono para cada uno. Al final a mi madre no le gustó el helado así que mi padre bajó tan contentamente a la playa, ¡un helado en cada mano!

De camino Gijón mi madre dijo que le apetecía cenar una hamburguesa, así que acabamos parando en el Burger King a la vuelta de la esquina de nuestro piso. Echamos unas risas sobre cómo ella se estaba integrando bien con la comida local, pero la verdad es que a mí siempre me apetece una buena hamburguesa así que al final me gustó el plan.


El día siguiente hice un cambio de última hora a los planes y decidí que quería llevar a mis padres a Oviedo, la ciudad que me sirvió como puerta de entrada para descubrir Asturias ya que Kevin estaba basado ahí durante muchos años. Habíamos pasado un día ajetreado por los pueblos pequeños así que pensé que un día vagando por las calles bonitas, tranquilas y limpias de la capital asturiana supondría un descanso necesario.

En primer lugar fuimos a comer a la ruta de los vinos. En vez de tomarnos una copa, nos sirvieron unas porciones enormes de platos locales. Fue una comida asturiana de verdad y creo que mis dos padres se quedaron impresionados por lo lejos que te pueden llegar 11€ en el principado…

Echamos la tarde explorando la ciudad bajo el sol glorioso que por fin se había presentado tras unos días grises. Entre las actividades quedaron ir de compras, un tour turístico por los sitios más emblemáticos y un par de horas que pasamos tomando una copa en una terraza del parque.

Creo que a mis padres les gustó mucho Oviedo, pero aún quedaba una cosa por experimentar. Esta fue la razón principal por la cual les había llevado hasta la ciudad: Tierra Astur. Este restaurante tiene como especialidad la cocina asturiana y es un favorito tanto con los locales como con los de fuera. Esto es buena señal, pero también complica bastante que se pueda conseguir una reserva. Había pillado una, no obstante, así que ahí fuimos a probar aún más platos asturianos.

Disfrutamos otra cena maravillosa dentro del ambiente acogedor de Tierra Astur. El plato estrella tiene que haber sido la carne con una salsa cremosa de queso: ¡supo divino! Esta cena combinada con la comida enorme nos dejó con sueño, así que después lo único que nos quedaba era bajar lentamente a donde habíamos dejado el coche.

La iglesia vieja bajo la luz de la luna creaba una escena siniestra.

Por el camino nos topamos con una iglesia de piedra que supone el edificio más antiguo de la ciudad entera – un dato que me había contado Kevin la primera vez que fui a visitarle ahí. En la luz de la noche y con la luna medio escondida detrás de las nubes, se creó una escena interesante a modo de despedida de Oviedo.


El día siguiente fue el último que pasaríamos en Asturias así que me había asegurado de guardar lo mejor para el final. Bien descansados después de un día por Oviedo, era hora de que subiéramos a las montañas y a uno de las ubicaciones más bonitas que he visitado jamás: Cangas de Onís.

Este santuario entre las montañas es un lugar de mucha importancia a nivel regional, religioso y hasta nacional, ya que fue un sitio clave de la reconquista de la península. Otra vez más, es un sitio que Kevin me enseño ya hace seis años y al que llevo unos años queriendo volver para de nuevo apreciar sus paisajes impresionantes.

Para llegar hasta allí, aparcamos en un prado donde un autobús nos llevaría por el último tramo de la carretera y hasta el pueblo montañoso en sí. Al llegar en Cangas de Onís empezamos a caminar por sus calles y quedarnos impresionados todos por las vistas de la catedral entre las montañas, las acantilados escarpados y la parroquia pequeña ubicada en una cueva sobre una piscina creada por una fuente de agua mineral.

La parroquia integrada en el acantilado es un espectáculo impresionante.

Mientras mi padre y yo bajamos a ver la fuente natural, mi madre dijo que iba a subir a la parroquia. Al llegar al a escalara hacia la cueva, mi padre y yo no éramos capaces de ubicarla. En breve descubrimos que se había unido a la congregación y que se había sentado en un banco dentro de la parroquia.

Desde la parroquia seguimos el sistema de cuevas hacia el nivel de la catedral, un edifico que impondría en cualquier entorno pero que luce asombrosa aquí en un valle entre dos montañas. En breve nos echaron ya que estaban al punto de iniciar una misa. Esto lo tomamos como una señal de ir bajando a la parada de bus para coger el coche hacia la siguiente parada en nuestro tour.

Ahí está mi madre entre las cruces de la cueva.

Antes de volver a Gijón a pasar la última noche allí, también quería llevar a mis padres a Ribadesella. ¿Y quien fue que me enseñó este pueblo en su momento? Dilo conmigo: ¡Kevin!

Aparcamos bajo un cielo que aún lucía azul y dimos una buena vuelta por la zona portuaria que se sitúa por las orillas de la ría junto antes de su confluencia con el mar. Me encanta este sitio por su combinación de mar, playa, montaña y casco viejo, pero lo primero que nos urgía hacer fue buscar un poco más de comida. Habíamos picado algo en las montañas de Cangas de Onís, pero yo por lo menos aún andaba con antojo de croquetas.

Encontramos un restaurante donde eran tan amables de ponernos unas croquetas a pesar de la hora. Nos sentamos en su terraza y las comimos mientras veíamos las nubes llegar y empezar a amenazarnos.

Por suerte, el cielo gris nunca resultó en lluvias, así que pudimos echar un rato viendo los barcos ir y venir, caminar por el casco viejo y hasta probar un carbayón, un dulce local elaborado con hojaldre, almendras y azúcar en abundancia.

Una vez cansados, volvimos a Gijón para prepararnos para la última noche. Esta la pasamos en el centro de Cimadevilla, donde conseguimos una mesa en El Llavaderu, un restaurante famoso por su enorme cachopo. Disfrutamos una cena deliciosa acompañada por unas risas gracias al camarero, que nos escanciaba mucha sidra y nos entretenía con sus consejos e historias.


El día siguiente nos levantamos, hicimos las maletas y así estábamos listos para salir, pero no antes de desayunar en nuestro bar favorito. Desde ahí nos acercamos al coche y realizamos el viaje largo de vuelta a Madrid, en donde nuestra única tarea era conseguir algo de cenar antes de acostarnos.

Por eso pasamos la tarde por Lavapiés, disfrutando unas pizzas ricas en NAP y luego bajando de vuelta a mi barrio para tomar algo en dos de mis terrazas preferidas. Tomamos unas cañas en la terraza del cine local y luego nos acercamos al bar de toda la vida que llevo unos cuántos años visitando. Fue la manera perfecta de poner fin a la visita de mis padres.


Me lo pasé fenomenal durante esta semana que pasé con mis padres. Fue un verdadero placer poder enseñarles por fin una zona de España a la que tengo tanto cariño. Aunque no pudimos hacer todo lo que quería que hiciéramos, bastante encajamos durante los pocos días que echamos por Asturias. Espero que vuelvan en breve para experimentar un poco más del norte, ¡quizá hasta con un poco de sol!

20.10.23 — Diario

Redescubriendo Madrid

Hace unos cuantos años que visité Madrid por primera vez en 2015 y luego me mudé aquí de manera permanente a principios del 2019, pero aún me sorprende lo mucho que ofrece la ciudad. Me suele sorprender aún más la cantidad de cosas que no he llegado a hacer aún, así que este verano decidí arreglar este mal y tachar alguna cosa más de mi listado.

Después de una serie de visitas y fiestas, volví a hacer planes con mis amigos de aquí o simplemente conmigo mismo. La programa de eventos veraniegos de Veranos de la Villa estaba en pleno auge, así que me acerqué a unas exhibiciones gratuitas. La primera exponía el trabajo de la fotógrafa riojana Marivi Ibarrola, cuyas fotografías documentan la locura que fueron los años 80 en Madrid. Otra exploraba el arte chicano, reflejando sobre la identidad de los estadounidenses con descendencia mexicana.

Inspirado en una visita al Museo Reina Sofía con Luisa y Sol, también decidí aprovechar de las tardes de entrada gratuita al Museo del Prado. Tras esperar un buen rato en la cola bajo el calor vespertino, me dio tiempo pasar a ver mis obras favoritas antes de volver a salir al exterior y dar una vuelta por la ciudad.

También describí algo que tenía que haber investigado bien hace muchos años: las piscinas municipales. Estos espacios son la leche para pasar una tarde calurosa en Madrid, así que me empecé a pasar las tardes y los findes por ahí, haciendo sudokus entre baños rápidos para refrescarme. ¡Estaba en la gloria!

Sara, Julia y otos amigos se habían quedado en la capital durante el verano (cosa rara con el calor que hace), así que también tuve la oportunidad de visitar unos lugares estupendos con ellos. Entre estas quedadas hubo una noche de picnic mientras veíamos los colores vívidos del atardecer y también una tarde echados por el lago (y la piscina cercana, por supuesto).

Claro que también pasé bastante tiempo por mi barrio bonito.

Un momento destacado de esta época fue una celebración enorme por el río para darles la bienvenida a las jugadores de la Selección Nacional Femenina tras su victoria sobre Inglaterra en la Copa Mundial. Había visto la partida en casa con Álvaro y había celebrado el triunfo del país que me ha acogido sobre el donde nací, más que nada porque sabía que así habría un buen ambiente por aquí. ¡Y lo había!

Vi la llegada de los jugadoras en la tele y luego las vi pasar por las calles en autobús. Al ver que se acercaban al barrio, bajé en bici a lo que me imaginaba que sería un evento medio pequeño por las orillas del río. ¡Que equivocado estaba!

Parecía que se había acercado media España a la explanada, por lo cual no había dónde dejar mi bici municipal. Al final me dejé llevar por el ambiente festivo y la dejé apoyada contra un árbol, una decisión que me acabó costando 6€ de multa por no devolver la bici a tiempo. Todo valió la pena, ya que la emoción de la masa de gente llegó a su cima con la llegada del autobús al escenario.

Eventualmente me corría prisa devolver la bici, una tarea que me llevó de vuelta hasta el centro de la ciudad en la búsqueda complicada de una estación que tuviera un anclaje libre. Mi ida había sido volver a la fiesta en la explanada, pero tras moverme tanto decidí coger otra bici y volverme a casa. Este fue un viaje ameno; las calles estaban vacías y lucían muy bonitas.

Los callejones de La Latina son de los más antiguos de la ciudad.

El día siguiente me quedé con más razones por las que celebrar: por fin me llegó el nuevo pasaporte después del fiasco que se montó al romper mi pasaporte anterior en Tokio. Esto significó que estaba preparado para otras dos semanas de viaje, pero os contaré más sobre eso al llegar al tema.

Por ahora, estaba haciendo mi maleta no para viajar al extranjero sino para viajar al norte. Esta vez iba con unos invitados espaciales, pero más sobre eso en mi siguiente entrada de blog…

15.10.23 — Diario

Visitas y fiestas

De vuelta a Madrid después de un viaje de quince días por Japón, me encontré sufriendo una buena dosis de desfase horario tras el vuelo de 14 horas entre China y España. Por eso me desperté a las 6am el día siguiente al de mi vuelta, así que decidí aprovechar de esta energía mañanera y salí a ver el amanecer sobre el río cerca de mi piso.

Hace tiempo que no publico un selfie, así que aquí estoy en el sol de la mañana.

El ayuntamiento lucía más bonito que lo usual en la luz cálida.

Después de esta vuelta rápida que me llevó por mi parque local, volví a casa e inmediatamente me puse malo. Creo que toda la adrenalina que me había sostenido durante el desfase horario, el calor y los días intensos en Japón se me agotó de golpe, así que pasé unos días descansando y recuperándome en casa.

Antes de recuperarme del todo tuve que levantarme y ponerme en marcha, sin embargo. Recibí una llamada inesperada de Abi, que andaba por Bilbao con su amiga Niamh. Las dos estaban de ruta por España pero habían caído en la trampa del clima impredecible del norte. Querían un poco de sol así que me preguntaron si podían bajar a Madrid unos días, y claramente dije que sí.

Su visita coincidió con San Cayetano, una serie de fiestas que llenan las calles estrechas de Lavapiés y Embajadores con gente, puestas de comida y música. Quería que Abi y Niamh vieran lo mejor de la ciudad, así que pillamos unas copas y salimos a celebrar el verano al estilo madrileño.

Pasamos el resto del finde explorando la oferta turística de Madrid, desde la tranquilidad de Retiro a las tardes movidas por La Latina. Acabamos su viaje con una visita al Templo de Debod para ver el atardecer sobre la sierra.

Las calles de La Latina se encontraban preparadas para sus fiestas.

Cuando Abi y Niamh se subieron al coche y volvieron al norte de España, solo me quedó un día de descanso antes de la siguiente visita. Esta vez les tocó a Luisa y Sol visitarme, cosa que eligieron hacer después de yo insistirles que vinieran durante la nochevieja que pasé con ellos en Norwich.

Su visita coincidía con dos eventos importantes: las fiestas de San Lorenzo y también con el cumpleaños de Luisa. Pero antes de ponernos a celebrar estas dos cosas, les hice un tour turístico de la ciudad lo mejor que pude entre tanto calor implacable.

Al calentarse el aire demasiado volvimos corriendo a casa y freí unas croquetas de jamón que había preparado para su visita. Otro día nos acercamos al Reina Sofía, un museo mítico que me queda a tan solo 20 minutos andando desde casa, pero al que nunca había visitado. Encima, al llegar con ellos descubrí que la entrada me salía gratis gracias a mi carné joven. ¡Haber visitado antes!

Estos dos eran la mejor obra.

Al volver a las calles, las fiestas se habían trasladado de la cima de Lavapiés a su borde inferior, cosa que nos vino fenomenal ya que el metro nos dejó en el núcleo de las festividades. Con ganas de integrarnos, pillamos una bocata de chorizo y unas copas de tinto de verano como tres gatos cualquieras.

Pintas de guiri pero con alma de madrileño.

La celebración del cumpleaños de Luisa acabó siendo algo más caótico. Habíamos encontrado unas velas con llamas coloridas pero se nos olvidó por completo comprar una tarta en la que meterlas. Improvisamos una «tarta» con un mango que habíamos comprado anteriormente y montamos una pequeña fiesta en mi piso antes de pasar el resto del día por la ciudad.

Para ponerle lazo al día, llevé a Luisa y Sol al Parque del Oeste para ver el ocaso desde allí. Sé que siempre acabo volviendo al mismo lugar, pero en mi humilde opinión tiene que ser uno de los sitios más top de Madrid. Es perfecto para leer un poco, montar un picnic o dar un paseo romántico por la tarde… ¡no falla nunca!

Los rayos de sol lucen desde detrás de la sierra.

Con la salida de Luisa y Sol mi racha de visitas llegó a su fin – ¡pero la fiesta no! La conclusión de las fiestas de San Lorenzo marcó el pregón de las de La Paloma. Acudí a estas con Luis, Carmen y unos cuántos amigos más y nos tomamos unas birras y nos echamos unas risas por las calles cuquis de La Latina.

Me lo pasé fenomenal con Abi y Niamh, Luisa y Sol y luego con Luis y compañía. Este periodo entre mi viaje a Japón y otro viaje veraniego que me pegué después fue – como se puede apreciar – muy intenso. A pesar de encontrarme resfriado y constipado durante estas semanas, me disfruté mucho y llegué a apreciar aún más la ciudad en la que vivo.

Estáte al loro en mi blog ya que intentaré publicar más entradas durante los próximos días. Ando con mucho retraso y tengo mucho que contar y muchas fotos guapas que compartir. Ahora mismo me encuentro con un desfase horario importante nuevamente, pero os contaré más sobre eso cuando por fin me ponga al día…

10.10.23 — Diario

Japón

Como habrás visto durante las últimas semanas, he publicado unas cuántas entradas de blog que documentan mi viaje por Japón. Aunque mi estancia en el país se limitó a tan solo quince días, he acabado con un total de siete entradas que cuentan los momentos destacados, así que las he vinculado todas a continuación.


1Tokio

Un drama importante me da la bienvenida a Japón gracias a mi pasaporte. Exploro la capital nipona con un viaje a la torre más alta del mundo, una exhibición artística interactiva y paseos por los barrios fascinantes de la ciudad más grande del mundo.

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2Kioto

El tren bala me lleva a la antigua capital japonesa. Exploro la plétora de templos y pruebo unos de los mejores platos que comido en mi vida.

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3Arima

Una serie de trenes me lleva a las montañas de Kobe. Me reúno con Inés y experimento las piscinas naturales de los onsen por primera vez.

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4Osaka

Inés y yo nos acercamos a la ciudad en la cual lleva un tiempo viviendo. Exploramos el centro y pasamos un día de desfile tanto en las calles como en el río.

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5Hiroshima

Salgo de excursión a esta ciudad famosa, explorando lo histórico y descansando en un parque tranquilo. El día acaba en una cabina de karaoke en Osaka.

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6Nara

Inés, Joob y yo pasamos un día en una ciudad famosa por estar llena de ciervos. Interactuamos con ellos, comemos y exploramos las zonas antiguas de la ciudad.

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7De vuelta a Osaka

Mi viaje llega a su fin con unos días más en Osaka. Disfrutamos de unas cenas impresionantes y visitamos a Yuki en su casa.

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Como siempre, puedes navegar al inicio del viaje y darle a “Próxima entrada” en el pie de cada página para leer todo del principio al final. ¡Espero que os guste!

06.10.23 — Diario

De vuelta a Osaka

Después de salir de Osaka dos días seguidos, tocaba que me quedara en la ciudad para disfrutar mis últimos días en Japón. Las dos excursiones a Hiroshima y luego a Nara me habían dejado algo cansado, así que no me corría prisa levantarme el día siguiente.

Eventualmente bajé a la calle y me reuní con Inés para comer. Fuimos a un restaurante de sushi en el cual se preparaba todo en el momento y se nos enviaban los platos a través de unas cintas transportadoras. Luego fuimos de compras un rato y me compré unas prendas nuevas en Uniqlo y después me hubiera comprado la mitad de la tienda en Muji si me hubieran dejado…

Las calles de Osaka son la definición del ruido visual.

Sin que nos diéramos cuenta eran las 6pm, por lo cual me encontré corriendo por la ciudad buscando una oficina de correos que estuviera abierta. Al final encontramos una, pero nos quedamos confundidos al ver la multitud de señales y la manera rara en la que operaba la oficina. El que nos atendió era un amor, así que en nada ya tenía mis postales enviadas y fuimos a hacer el siguiente recado en mi listado: pillar un test de antígenos.

Inés buscó una farmacia y llegamos a la ubicación para descubrir que el edificio había sido derrumbado y se había convertido en un parking: ¡menuda suerte la nuestra! Luego buscamos otra y nos acercamos para descubrir que – y no te tomo el pelo – ese edificio también había sido demolido y ahora era un parking. ¡Que casualidad!

Eventualmente conseguimos un test, pero correr por la ciudad nos había dejado con hambre así que buscamos un sitio en donde cenar para ponerle lazo al día. Ya que no había tenido la oportunidad de probar una delicia local durante mis primeros días en Osaka, Inés me llevó a su sitio favorito y nos incorporamos en una cola larga y lenta que se dirigía hacia un sótano.

Lo que cenamos se llama okonomiyaki. Es un plato local hecho con tortitas, huevo, repollo y todo tipo de ingredientes misteriosos y maravillosos. Estas especies de tortilla se nos sirvieron directamente a una plancha incorporada en la mesa. Entre los dos compartimos las dos variedades que habíamos pedido: ¡las dos buenísimas!

Tras despedirme de Inés pasé lo que quedaba de la tarde en un onsen. Este local contaba con una zona exterior en la cual pude tumbarme en unas tumbonas sumergidas y mirar el cielo. Aunque no era tan bonito como los de Arima, sigo insistiendo que estas piscinas nudistas son lo mejor de Japón y algo que habrá que introducir a España y al Reino Unido…


El día siguiente salimos a comer más platos locales, esta vez en la forma de otro plato de ramen. Con ganas de repetir la cena deliciosa que tuve en Kioto, me reuní con Inés y Joab para visitar un sitio que Inés decía que era el mejor.

Nos tocó volver a esperar, esta vez bajo el calor del sol. Esto no supuso un problema, sin embargo, ya que había comprado unas toallitas húmedas de mentol. Este invento maravilloso me mantenía fresco a pesar del calor y la humedad. Por eso me compré muchas antes de volver a España…

La comida fue una pasada. Consistió de un ramen riquísimo de cerdo acompañado por un cuenco de carne con arroz y huevo. Otra ves estaba en la gloria: la comida de Japón es de otro nivel.

Desde el restaurante los tres nos acercamos a la casa de Yuki, la madre de la pareja de Inés. Paramos por el camino en una floristería local para recoger una rama de flores a modo de regalo. Desde allí subimos a la decimocuarta planta de un edificio azul bonito.

Resulta que Yuki había vivido en Madrid durante unos cuantos años así que me quedé sorprendido al encontrarme conversando en español. Traducía lo que podía para Joob y nos echamos unas risas, contando historias y anécdotas toda la tarde. Fue un placer conocerle a Yuki y pasar tiempo dentro de una casa japonesa.

Aquí estamos Yuki, Inés, Joob y yo.

Yuki había comprado una serie de pasteles que fueron muy bien recibidos por nosotros mientras pasamos la tarde hablando. Yo había traído uno de sus quesos preferidos de España a modo de regalo, pero a Inés se le había olvidado comentar que íbamos a la casa de Yuki directo desde el restaurante, así que la pobre tuvo que llevárselo más tarde.

Luego tuve que volver a mi hotel y hacer la maleta para volar el día siguiente. Con casi todo metido en la maleta, cogí mis yenes restantes y bajé a un par de supermercados para cargar el espacio libre de la maleta con picoteo japonés. Todo eso luego lo repartiría en España a modo de souvenirs. Bueno, casi todo, había unas cuantas habas de chocolate para mí…

Con mi dinero gastado y la maleta cerrada, bajé al metro una última vez para reunirme con Joob e Inés a pasar la tarde. Habíamos quedado en la casa compartida en la que vivió Inés durante la mayoría de su estancia en Japón. La idea era volvernos a ver con sus amigos que habían estado en la cabina durante nuestra noche de karaoke.

Era bastante tarde así que el metro estaba casi vacío.

Al final llegamos algo tarde al barrio y a Inés le quedaba aún envolver una serie de regalos de cerámica que había fabricada ella misma. Nos sentamos en un muro debajo de un paso elevado y le echamos una mano mientras conversábamos. Fue una manera rara pero bonita de acabar mi estancia en Japón: en un barrio tranquilo en las afueras de Osaka, pateando una pelota por una calle vacía debajo de una autopista.


El sábado tuve que madrugar para coger el tren al aeropuerto. Menos mal que Inés me preguntó el día anterior desde cúal aeropuerto iba a volar yo. ¡Hubiera ido en el sentido equivocado y al aeropuerto equivocado si no!

Resulta que el bueno era Kansai International, un aeropuerto construido sobre una isla artificial en medio de la bahía de Osaka. Fue un espectáculo a contemplar, aunque es verdad que las vistas desde el tren se fastidiaban por las vallas altas que bordaban las vías.

Al llegar tuve que esperar a facturar la maleta un buen rato en llegadas porque había llegado demasiado pronto. Esta fue una decisión consiente ya que volaba con mi documento de viaje de emergencia (para saber más sobre esa saga échale un ojo a lo que pasó cuando aterricé en Tokio) y no sabía si habría más jaleo. Al final todo fue muy fácil y en nada me encontré sentado en el avión, haciendo un transbordo rápido en Shanghái y luego sufriendo un poco durante el vuelo más largo que he hecho en mi vida: ¡14 horas de Shanghái a Madrid!