Monthly Archives: May 2022

15.05.22 — Diario

Madrid huele regular

Aquí os traigo otra entrada de blog breve para poneros al tanto con todos los acontecimientos cada vez más frenéticos de mi vida. Hoy volvemos a Madrid tras un viaje a Asturias para celebrar mi cumpleaños. Empezó mi vuelta a la ciudad con algo de bajón, me enfermé con un virus durante unos días (no fue el gran bicho otra vez, menos mal) lo cual me tenía encerrado en casa.

Cuando yo ya me encontraba algo mejor, el clima también, con lo cual pude ver el segundo día de los dos que suponen la primavera madrileña – os juro que cada año pasamos de frío seco a calor inaguantable en un finde. Este calor trae consigo unos olores bien interesantes que han inspirado el título de esta entrada de blog…

No me dejan de sorprender los sitios interesantes que encuentro por mi zona.

No quería hablar mal así de mi querida ciudad, así que he de admitir que estoy siendo un exagerado. En realidad, el mejor tiempo ofrece la oportunidad de pasar las tardes con amigos y dando vueltas por mis barrios favoritos de Madrid.

Con estas tres fotos, hago un breve resumen de una semana que pasé viendo a amigos, comiendo unos scones británicos en una caferería que me enseñaron, comiendo carne a la brasa ilimitada en un restaurante cerca de mi casa y hasta una tarde que pasé en la casa de Luis haciendo un plato casero de curry. ¡Ha sido un sin parar!

Hablando de sin parares, escribo esta entrada de blog desde el extranjero otra vez – mi propósito de año nuevo de viajar más está cogiendo más peso que otro que me puse que era empezar a ahorrar algo de dinero. Bueno, he decidido que no se puede hacerlo todo y que tengo que aprovechar del poder viajar tras dos años de restricciones.

Pero ya os contaré más de esto en la siguiente entrada de blog, ¡en la cual hablaré del sitio donde actualmente me encuentro!

07.05.22 — Diario

Mi cumpleaños en Gijón

No soy muy fan de mi cumpleaños – los que me conocéis sabréis que tengo una costumbre de retrasar las celebraciones de mi cumpleaños para poderlo celebrar en el momento que mejor me apetezca. Suelo estar de mal humor cada 30 de abril, así que este año decidí pasarlo solo y fuera de Madrid, tomando algo de tiempo para desconectar y descansar tras un arranque atareado del año.

Por eso, aseguré a mis amigos que celebraría mi día más adelante este verano y decidí irme solo al norte del país. Tengo la suerte de que es puente el finde de mi cumpleaños, así que me pillé una habitación en un hotel en Gijón.

Con la mochila hecha, salí del trabajo el viernes por la tarde para buscar mi BlaBlaCar hasta Asturias. El viaje fue muy cómodo, los cuatro que íbamos pasamos el trayecto entero hablando de todo, acompañados por un perro tranquilo llamado Theo que pasó el viaje entero durmiendo.

Tras parar un rato para estirar las piernas y picotear algo en una gasolinera (en la cual encontré unos columpios y un tobogán algo turbios que me encantaron, por eso las fotos), llegué al hotel sobre las 11pm. Salí a buscar algo de cena y luego volví para tumbarme en la cama enorme que la recepcionista amable me había asignado – con vistas sobre el mar y todo.

El día siguiente me desperté para pasar mi primer día con 27 años, de mal humor como ya es costumbre. Me eché la mañana en la cama vagando hasta que tuve que levantarme y ducharme, porque al final mi plan de pasar mi cumpleaños solo se había tumbado cuando me liaron unos amigos.

Mi amiga Cami se había mudado a Asturias meros días antes de mi viaje, y estuvo viviendo en la casa Andrea y Andrei, dos amigos que viven en Mieres, cerca de Gijón. Al final me había dejado llevar y me apunté a una comida para celebrar un año más – ¡y al final quedé muy contento de haberlo hecho!

Al salir del hotel me di cuenta que andaba tarde ya que no tenía ni idea de cómo funcionaba el transporte público en Gijón. Me perdí el bus gracias a mi insistencia que no existe nunca un por qué correr, eché diez minutos o así intentando pillar un taxi y eventualmente conseguí coger uno que me llevara el restaurante donde habíamos quedado. Pasé el viaje mirando por la ventana, viendo por primera vez esta zona de Gijón que nunca había visto de día.

Cami, Andrea y Andrei me recibieron al llegar al restaurante. Fue un reencuentro emocionante ya que no había visto a Andrei ni Andrea desde la última vez que subí a Oviedo cuando vino Kevin el año pasado. Disfrutamos mucho de la comida, la sidra y la conversación graciosa de esta comida especial.

Tras unas botellas de sidra y descubrir un “gintonic de sidra” en la carte, las cosas luego se nos fueron un poco de las manos y acabamos conociendo a un grupo que andaban de despedida de soltero. Luego nos comimos los postres enormes – bueno, lo que pudimos – y fuimos a la playa para tomarnos unos cócteles en un bar por allí.

En retrospectiva, los gintonics de sidra igual sobraron…

Seguimos pasándonoslo súper bien en “La Buena Vida”, con un momento especial cuando uno de los cócteles vino con un fuego artificial atado a la botella de ginebra. Me dijeron que intentara soplarlo – ¡un desastre si lo hubiera intentado!

Cuando no hay tarta ¡hay que ir con un cóctel pirotécnico!

Un incendio catastrófico evitado, continuamos charlando y tomando por allí. Eventualmente Andrei y Andrea se fueron a casa, pero Cami y yo decidimos que íbamos a seguir y salir por Gijón esa noche.

Este plan resultó ser bastante optimista, ya que al final acabamos echando una siesta de unas tres horas en el hotel, una siesta de la cual nos despertamos con dolor de cabeza y el estómago algo revuelto. A pesar de eso, decidimos que teníamos que cenar algo, así que pedimos comida japonesa para recoger.

Al bajar a recoger la comida, resultó que el restaurante era un espacio pequeño pero muy bonito. Preguntamos a la camarera si pudiéramos cenar allí en el local, y gentilmente nos dijo que sí, así que pasamos una hora cenando en este local a pocos minutos del hotel.

Tras una llamada rápida con mis padres, Cami y yo queríamos tomarnos un cóctel aunque solo uno fuera. Encontramos un bar tranquilo en el centro y nos tomamos un cóctel que el tío nos creó basado en los gustos de cada uno. Yo le dije que le echara solo ginebra, no quería seguir mezclando licores tras el día que había tenido…

El día siguiente nos despertamos a un clima un poco más nuboso y fuimos a desayunar en una cafetería que habíamos encontrado en el centro. Pasamos por el paseo marítimo y acabamos en Catlove, en donde desayunamos muy rico y nos tomamos un par de cafés para poder seguir de pie.

Después de un desayuno tan completo, decidimos que no hacía falta comer, así que pasamos unas horas explorando le centro y Cimadevilla. Este cabo bonito ofrece vistas panorámicas sobre el mar, las playas y los puertos de la ciudad, y fue de mis lugares favoritos la primera vez que visité Gijón en 2017.

Según seguía la tarde nos cansamos, así que Cami se fue a casa. Yo seguí andando un rato, aprovechando para llamar a mi hermana Ellie y ponerme al tanto con ella mientras me daba el aire del mar. Al colgar, volví al hotel, en donde pasé un par de horas en videollamada con Megan. Esta llamada fue para compartir ideas y planes para mi viaje a los EEUU y Canadá este verano – ¡qué emoción!

Luego pasé lo que quedaba de la noche en el hotel. Aproveché para escribir mi anterior entrada de blog, trabajar en el nuevo diseño de mi web y ponerme una mascarilla facial que me habían regalado en Navidad. Fue una manera muy agradable de acabar un finde fabuloso de cumpleaños en las tierras especiales de Asturias.

La última mañana de mi viaje fue bastante breve, ya que pasé la mayoría de ella metido en la cama. Tuve que moverme sobre las 11am dado que a mediodía me echaban de la habitación y me venían a recoger en coche para volver a Madrid. Salí a coger un café y una napolitana para desayunar, y luego me senté al lado de un culín de sidra abandonado – ¡solo en Asturias!

Me la pasé fenomenal durante mi finde en Gijón, y tengo que agradecerles mucho a Cami, Andrea y Andrei por liarme el día de mi cumpleaños y obligarme a pasar un rato tan bueno. Esto de estar fuera durante mi cumpleaños puede que se convierta en un evento anual…

03.05.22 — Diario

Los cielos cambiantes entre ratos

Esta breve entrada de blog que vas a leer a continuación supone mi tentativa de hacer dos cosas. En primer lugar, intentaré poneros al día antes de publicar la siguiente entrada que hablará del viaje que estoy realizando ahora mismo. En segundo lugar, intentaré publicar una entrada que no se alarga hasta parecer una obra de Shakespeare. Vamos allá al grano…

Lo primero que tengo que recontar es una noche de fiesta que tuvimos para celebrar el cumpleaños de Sara. Esta noche tuvo lugar en un bar pequeño en Lavapiés y luego una discoteca por el centro cuyo nombre se me ha escapado por completo. Nos lo pasamos súper bien y me puse a bailar un poco ¡cómo no he hecho desde antes de que cayera la pandemia!

Recuperándome de esta noche, pasé la tarde siguiente vagueando por el río con otro amigo, donde nos topamos con un atardecer bien bonito. Incluyo a continuación dos de las innumerables fotos que saqué aquella noche…

El día siguiente bajé a la casa de Hugo ya que me había invitado a pasar una tarde de comida mexicana y cañas con unos amigos más. Cenamos tan ricamente una selección de tacos, totopos y enchiladas, con un trocito de tarta de zanahoria elaborada por su servidor.

La mayoría del rato que pasé allí lo pasé hablando con los amigos de Hugo y asomándome por la ventana de su apartamento de la planta 16 – la foto que se encuentra abajó lo explica todo.

Salí otra tarde entre semana con Luis, que me invitó a probar la comida en una hamburguesería que había encontrado cerca de su casa. Nos pasamos una buena tarde de risas, aunque la hamburguesa enorme luego me dejó con el estómago hinchado el día siguiente.

Y con eso, pongo fin a esta entrada cortita. Apunte para mí mismo: eso fue bastante fácil, ¿no? Supongo que no tengo que enrollarme siempre para decir lo que hay que decir. Avísame si te gusto este formato más breve.

01.05.22 — Diario

La visita de Rhea

Después de mis vacaciones breves al sur del país, Rhea me vino a visitar Madrid para que pasáramos juntos la Semana Santa. Su visita supuso la primera vez que me ha podido visitar en España, así que era una ocasión especial – ¡y acabamos haciendo bastantes cosas para aprovechar de ella y hacerle justicia!

Su visita empezó cuando la fui a buscar al aeropuerto, en el cual tuvimos nuestro gran reencuentro en la sala de llegadas. Digo gran reencuentro ya que ¡no la había visto desde antes de que empezara la pandemia! Tras dejar sus cosas en mi casa, nuestra prioridad era buscar un sitio para comer, así que nos acercamos a un bar local para que probase una selección de raciones.

Rhea lucía tan radiante como siempre al sol, el cual había vuelto para su visita.

Luego tuvimos que cambiar de plan ya que habíamos echado tanto tiempo comiendo, bebiendo y hablando que ya se nos había hecho demasiado tarde como para poder caminar por el río. En su lugar, subimos directamente al centro, donde yo insistía que viéramos una de las procesiones por La Latina. Hace dos años que no las veo por la pandemia, así que ya apetecía volver a experimentarlas.

Por el barrio de La Latina las calles estaban llenas de gente, una masa de personas que imposibilitaba que pudiéramos ver la procesión mientras pasaba. Escuchábamos la música de la banda un rato, acabando al final en un bar por la calle de Cava Baja donde nos tomamos un vermú y donde Rhea tuvo su primera experiencia con el concepto de las tapas gratuitas.

Nos tomamos este selfie justo antes de ponernos contentos con vermú y queso.

Nuestra tarde de tapeo por la Cava Baja continuó luego con una parada para tomarnos un vino y compartir unas croquetas, después de la cual nos encontrábamos bastante cansados y con ganas de volver a casa.

Empezamos el día siguiente con un desayuno bien madrileño de churros con chocolate, subiendo a San Ginés para probar la versión auténtica de este plato castizo. Tras eso, exploramos los sitios más emblemáticos de la ciudad. Pasamos por una serie de mercados, calles y otros puntos de interés antes de llegar finalmente al Palacio Real.

El centro estaba petado de gente, algo que atribuyo a la combinación de que fue Semana Santa, la relajación de las regulaciones de viaje por coronavirus y también al buen tiempo que hacía justo ese finde. Para escaparnos de la multitud de gente, subimos al norte del centro y a un restaurante asturiano que Sara había recomendado que fuéramos.

Disfrutamos de una comida deliciosa y exageradamente enorme en Llagar El Quesu. Arrancamos con un pastel de cabracho, seguido de unas alcachofas con jamón y un filete de ternera con patatas fritas. ¡Salimos rodando!

La comida rica, el camarero gracioso y el interiorismo bien guapo.

Rhea y yo luego nos acercamos a la estación de metro abandonada, pero al final decidimos pasar de la visita al ver que había que hacer cola para entrar. Bueno, a ver, hacía mucho sol y andábamos hinchados: ¡no era buen momento como para estar parados en una cola!

La comida asturiana la guardaré siempre en el corazón, pero no es buena idea si tienes pensado hacer más cosas después…

En su lugar, volvimos hacia el centro, pasando por el barrio gay de Chueca. Rhea se emocionó al descubrir las tiendas de calcetines, así que echamos un rato eligiendo algunos pares mientras evitábamos el sol fuerte del mediodía.

A medida que pasaba la tarde, nos acercamos a un sitio mexicano, donde me comí unos tacos y nos tomamos unas margaritas. Cuando se acercaba el atardecer, pagamos y nos fuimos a un punto desde donde se puede ver la puesta del sol sobre el palacio y la catedral.

Al ponerse el sol se empezó a enfriar el aire, así que empezamos a caminar hacia Sala Equis para tomarnos la última copa de la noche. Acabamos topándonos con otra procesión por el camino, con su musica, multitud de gente y el olor a incienso en el aire.

Como la noche anterior, no pudimos ver mucho de lo que acontecía gracias a la mera cantidad de personas que había en cada rincón de la plaza, así que al final nos rendimos y empezamos a irnos por otra calle. Allí tuvimos un golpe de suerte al encontrar una entrada alternativa a la plaza.

Entrando en el núcleo de la procesión, veíamos de cerca las carrozas y las imágenes que se apoyaban encima, y así Rhea pudo vivir la experiencia como la viví yo por primera vez en el 2016. Con los gritos, los olores y la música intensa, es una experiencia surrealista la primera vez que la vives como extranjero.

Al salir la procesión de la plaza, nos acercamos al bar en cuestión y nos tomamos un par de cañas antes de volver a casa. ¡Había sido un segundo día bastante ocupado!

Para descansar un poco, el día siguiente lo arrancamos en casa preparando una serie de platos españoles. Rhea, una excelente chef y fotógrafa de comida, tenía ganas de llevarse unas recetas españolas al Reino Unido, así que habíamos decidido empezar el finde con un picnic en el parque.

Nos subimos al parque con unas bolsas llenas de comida, entre ella una ensaladilla rusa que habíamos hecho según la receta de la madre de una compañera. Al acabar nuestra comida al fresco, pasamos un rato leyendo nuestros libros con una sangría en la mano. Lo malo fue que tuvimos que irnos moviendo periódicamente para huir de los rayos – ¡no soy muy fan del sol!

Luego dimos une vuelta por el resto de El Retiro, pillando un helado por el camino ya que iban subiendo la temperatura. Al volver a estar reventado, cogimos el bus de vuelta a casa, donde descamamos un rato.

Al final decidimos quedarnos por el barrio esa tarde. Salimos a dar una vuelta por el río, charlando todo el rato hasta que el frío empezó a cundir. Ya de vuelta en casa, pasamos el resto de la tarde viendo Señora Doubtfire, ¡una película graciosísima que no me lo puedo creer aún que no la había visto antes!

El día siguiente ya fue La Pascua, así que celebré en la única manera que conozco como británico – ¡desayunando un huevo de chocolate entero!

Rhea y yo luego empezamos La Pascua aprovechando de la peatonalización de ciertas calles que se hace en Madrid los domingos. El plan original fue caminar por el Paseo del Prado, pero el bus nos dejó en el otro lado de la estación de Atocha.

Al final esto nos vino bastante bien a los dos, ya que yo tenía ganas de volver a echar un ojo a los jardines tropicales dentro de la estación, un sitio algo escondido que no había visto en unos años. Nuestra vuelta por esta selva interior nos llevó a donde queríamos estar así que seguimos con el paseo hast donde habíamos decidido comer.

Después de una comida rica en Vinitus, pasamos el resto de la tarde de compras, pasando por un mercado artesanal y luego el centro para que buscara yo unas nuevas gafas de sol. Acabamos tomando algo por Malasaña y luego fuimos a casa, donde nos pintamos las uñas y nos echamos un rato para luego pasar la tarde por la ciudad.

Mientras el sol se ponía, Rhea y yo dimos une vuelta por el centro, empapándonos en el ambientillo y paseando por las calles bonitas del Barrio de las Letras. En un golpe de mala suerte, el bar de Jazz que había visitado con mis padres y al cual quería llevarle a Rhea estaba cerrado, pero en breve nos encontramos en otro sitio para tomarnos unas raciones y ponernos contentios con unos cócteles sabrosos.

Las calles pequeñas de Lavapiés son muy bonitas de noche.

El día siguiente ya fue el último que Rhea iba a pasar conmigo en la ciudad. Aún estábamos cansados tras tantos días de actividades, así que pasamos la mañana por el Matadero, el centro cultural que tengo cerca de casa. Bajamos a echar un ojo a las exposiciones después de desayunar en mi bar local.

Allí quería echar un ojo a la exhibición gratis que había montado el ayuntamiento de Arganzuela, mi barrio. Esto tuvo lugar en una sala de la Casa del Reloj, un edificio muy bonito que forma parte del complejo del matadero.

La exhibición contaba una breve historia del trabajo de Luis Bellido, el arquitecto municipal de Madrid desde 1905 a 1939. Fue él que diseñó el Matadero y la misma Casa del Reloj, así que me parecía muy bonita poder descubrir más sobre su trabajo desde dentro de uno de sus edificios.

A Rhea le gustó mucho la arquitectura y al ambiente del recinto.

Después de la exhibición, salimos del Matadero y nos acercamos al parque de Madrid Río. Encontramos un sitio en el césped para volver a sacar la manta de picnic y echar un rato tumbados leyendo nuestros libres – aunque sí que tuvimos que volver a huir del sol y sus rayos crueles…

Al subir otra ves más el calor, volvimos a casa para preparar algo de comer. En la segunda instalación de las clases de cocina española para Rhea, hicimos una tortilla de patatas acompañada por unas verduras. Entre los dos, ¡he de decir que la tortilla nos salió bastante espectacular!

Esa tarde volvimos a salir a cenar en un sitio de pintxos que nunca falla. Desde allí pasamos por mi oficina para que Rhea pudiera ver dónde trabajo y luego bajamos al Templo de Debod para ver el atardecer sobre la sierra en el oeste.

Puede que mi opinión no valga ya que vivo aquí, pero las calles madrileñas son muy bonitas.

Al llegar la noche y con ella su frío, nos tomamos una caña en una terraza cerca del templo. Después de eso, dimos nuestro último paseo por la ciudad para llegar a casa, logrando llegar hasta la mitad del camino antes de decidimos rendirnos y esperara que pasara el bus para que nos llevará a la puerta de mi casa.

Así se concluyó la visita de Rhea a Madrid, ya que tuvo que madrugar e irse muy temprano al aeropuerto el día siguiente. Fue un placer tenerla por aquí y una oportunidad para que yo volviera a conectar con unas partes de la ciudad que no he visitado en mucho tiempo. Solo digo que espero que esta visita fuera la primera de muchas, y también tengo ganas de visitarla y visitar a todos en Londres ¡lo antes posible!