01.08.21 — Diario

La vuelta a Asturias: el descenso del Sella

Como me emocionaba anunciar al final de mi última entrada de blog, en breve iba a viajar a Asturias para reunirme con Kevin y Cami, dos amigos que antes vivían por la zona. He visto a Cami cuando pasó por Madrid un día y luego durante un par de visitas que he realizado a su nuevo hogar en Tenerife, pero llevo casi tres años sin ver a Kevin en persona – gracias a su mudanza a los EEUU y luego la pandemia mundial que nos ha caído…

Bueno, esa introducción concluida, pasemos a la historia principal. Tras recuperarme de una infección gastrointestinal horrible, por suerte tuve la energía como para acercarme al aeropuerto y realizar el vuelo más corto (40 minutos) que he experimentado jamás. ¡Fue un caso de despegar, mirar por la ventana durante unos minutos y luego empezar el descenso!

Había embarcado el vuelo sin ningún plan de cómo iba luego a moverme del aeropuerto de Asturias en el norte del principado hasta la ciudad de Oviedo donde andaban Kevin y Cami. Confiando plenamente en Google Maps, fui corriendo desde el avión al aparcamiento y luego a la estación de autobuses del aeropuerto, ya que el bus salía a las 21:15 y aún andaba en la pasarela de desembarque a las 21:10.

Me dio la bienvenida el clima asturiano: gris, frío y con nubes llenas de lluvia.

Se me había olvidado, entonces, que andaba en Asturias, y que las cosas irán a su ritmo si me viniera bien o no. En este caso me venía bastante bien la verdad, ya que me dejó con la oportunidad de descansar de mi sprint durante unos minutos antes de subirme al bus y continuar con mi viaje mientras empezó a llover.

Al acercarme a la estación de autobuses en Oviedo, donde había acabado mi viaje durante mi primera visita a la ciudad en 2017, pasamos por unas calles familiares durante el camino. La vista de los edificios conocidos y hasta el estilo híper-gótico de las farolas de Oviedo me emocionó mucho, pero en nada había vuelto a la realidad al bajarme del bus y sentir el aire frío de la noche.

Luego me quedó por delante un camino de diez minutos hasta la Calle Gascona, una de las calles míticas que está bordada por sidrerías por todos lados. Kevin y unos amigos suyos, Cami incluida, me estaban esperando en una de las sidrerías, donde me dieron la bienvenida con muchos abrazos y una ración de pastel de cabracho, uno de mis platos favoritos de la región.

Tras cenar volvimos a salir por Gascona, cuyo olor a sidra siempre me hace sentirme como en casa – ¡hay muchos pubs británicos que huelen igual! Por allí encontramos una terraza para tomarnos unas cervezas más y aproveché para ponerme al tanto con unos viejos amigos que no había visto desde la salida de Kevin a los EEUU.

Al empezar a cerrase los bares según el toque de queda, el grupo volvimos al coche de un amigo de Kevin que nos acercó al piso de Kevin en las afueras de Oviedo. Habíamos quedado en no trasnochar, ya que teníamos un plan único y algo exigente para el día siguiente….

Ese sábado, era el momento para bajar el Sella, una actividad veraniega mítica.

Como revelé –quizá antes de tiempo– en el título de esta entrada, habíamos organizado todo para bajar el Río Sella, un viaje de 15km por las aguas que supone una costumbre icónica de Asturias.

No es tan exigente como puede parecer, ya que cualquier día en verano hay cientos –si no miles– de otras personas bajando el río también. Todo el mundo está por la emoción que provoca el piragüismo, claro, pero también porque la ruta está salpicada por chiringuitos para pillar sidra, cerveza y todo tipo de fritanga y guarrerías. Por cierto, Kevin me había vendido el plan como “piragüismo, pero borracho”. Me apunté sin ni pensarlo.

El día empezó con algo de drama, ya que yo había pasado de matar un mosquito que daba vueltas por la habitación donde dormía en el piso de Kevin. Suponía que, ya que había tapado la mayoría de mi cuerpo con una sábana, me dejaría en paz y que no atacaría tanto mi cara. Me equivoqué bien, no obstante – me desperté con picaduras en los dos párpados que los habían dejado muy inflamados.

Nada iba a meterse entre mí y el piragüismo borracho, así que me tomé un antihistamínico y andando. Bajamos a un bar local para desayunar y luego pasamos al Alimerka a pillar cervezas y algo de picoteo para el viaje. Allí nos recogió Raquel, una amiga de Kevin, y nos llevó al pueblo de Arriondas dónde empieza el descenso.

El primer susto fue gracias a la manera en la que teníamos que entrar en el agua: ¡nos lanzaban, ya montados en la canoa, por un tobogán viejo de madera! Al principio pensé que era broma, pero en nada dejaron volando a Kevin por la rampa y al agua fría del Sella. Luego nos tocó a Cami y a mí en nuestra canoa doble – ¡chocamos con el agua con una salpicadura enorme que casi nos volcó!

Tras vaciar el agua de la canoa y tener que bajarnos de la misma para arrastrarla por unas rocas en una zona poco profunda del río, nos encontramos siendo llevados por la corriente. Al perder de vista a los demás del grupo, paramos en un punto donde habían mogollón de canoas, abrimos una bolsa de chuches y esperamos a que llegasen los demás.

No era una parada oficial en la ruta, pero había sidra, así que todo bien.

Al llegar los demás, fueron a comprar unas botellas de sidra y Kevin abrió una lata de cerveza. Andaba yo aún tomando antibióticos gracias a la infección gastrointestinal de la semana anterior, así que a mí me tocó una botella de agua, pero nos lo pasamos muy bien hablando y riéndonos y viendo el mundo pasar. Un momento bonito fue cuando un tren pasó y nos pitó, que dejo a toda la gente del río gritando y aclamando. ¡Había un ambiente maravilloso!

Después de un buen rato en las orillas, volvimos a subirnos a las canoas. No había mucha prisa, pero tenía todo el mundo que estar fuera del río a las 6pm, así que teníamos que estar en la penúltima parada a los 10km antes de las 5pm para que nos dejasen continuar hasta el final.

Mientras andábamos remando hasta la primera parada oficial de la ruta, salió el sol y me atreví a sacar mi móvil del barril hermético que nos habían dejado para guardar nuestros móviles, comida y cervezas durante el viaje. Así pudimos sacar unas fotos y grabar algún vídeo mientras bajábamos – ¡aquí dejo un vídeo de mí remando a tope!

Un rato después, y gracias a su viaje solo mientras los demás íbamos en pares, perdimos a Kevin. Cami y yo nos encallamos en las orillas una vez más para esperar a los demás y contactar con Kevin por WhatsApp para decirle dónde le estábamos esperando.

Los paisajes por el camino eran tan bonitos como era divertido el viaje.

Al llegar Kevin – lata en la mano – decidimos descansar un rato. Acabamos hablando con el novio de una despedida de soltero que andaba vestido de Ariel de La Sirenita. Kevin cambió un par de cigarillos por una lata grande de cerveza y luego volvimos a seguir por el camino y hacia la primera parada oficial – ¡aún no habíamos llegado a ese primer hito!

Eventualmente llegamos a la primera parada, donde nos bajamos de las canoas sobre las 3pm para pillar algo de comida. Cami y yo fuimos al chiringuito, donde pillamos un par de refrescos y un bocadillo cada uno (me zampé uno de beicon y queso – ¡me hacía falta la energía!) antes de volver a las canoas.

Hasta las vistas desde el chiringuito me tenían cautivado.

Cuando habíamos comido todos, volvimos manos a la obra ya que nos quedaban unos 2km para remar en una hora. El tiempo también había empezado de volverse algo feo, así que Cami y yo decidimos intentar remar a toda leche para llegar a la penúltima parada antes de las 5pm para poder acabar los 15km enteros.

Tras navegar unos rápidos algo peligrosos, esperábamos a que Kevin nos alcanzase ya que le habíamos vuelto a perder de vista. Eventualmente pasó flotando por nuestro lado con su cerveza recién adquirida en la mano – ¡así se vive!

Otro tramo de rápidos luego nos tenía encallados, pero luego el río se volvió planto y calmo. Ya que la mayoría o había abandonado el descenso en la primera parada o había seguido más rápido, el viaje se volvió más tranquilo, nos encontramos rodeado por cada vez menos canoas.

Llegamos a la segunda y penúltima parada justo antes de tiempo, así que tomamos la decisión de no seguir. El clima se había vuelto algo impredecible, nos dolían bien los brazos tras tanto remar en el último tramo y habíamos visto en el grupo de WhatsApp que las otras chicas se habían bajado igual en esta parada.

Encallándonos por última vez en las orillas del Sella, subimos las canoas algo por las rocas y nos quitamos los chalecos salvavidas mientras esperábamos la llegada del último que nos faltaba. Adivinad quién fue…

Nuestro descenso del Río Sella llegó a su fin aquí, entre las montañas verdes de Asturias.

Kevin apareció justo antes de las 5pm, la hora a la que ya cortaban el paso por el río. Vimos que el pobre andaba empapado – ¡resulta que se le había volcado la canoa en unos rápidos! Tras reírnos profundamente a sus expensa, nos subimos los cuerpos cansados a una furgoneta y nos devolvieron a dónde habíamos aparcado al principio.

Después de cambiarnos y comprar unas fotos de recuerdo –las cuales voy a escanear y subir aquí en cuanto pueda– volvimos al coche de Raquel y salimos de vuelta a Oviedo. Decidimos echar la siesta antes de reunirnos de nuevo para cenar en un restaurante nuevo al lado de la casa de Kevin.

El descenso del Sella –y quizá sobra decirlo tras contar las historias divertidas contadas arriba– fue una experiencia fenomenal. ¡Urjo a quien pueda que lo haga si se presenta la oportunidad! Hay un montón de operadores y compañías que te lo ponen todo –la canoa, el chaleco salvavidas, el barril hermético, el transporte e incluso una clase rápida de como remar– por tan solo 30€ por una canoa doble o 20€ por una sencilla.

Bajar el Sella es una costumbre asturiana que representa una experiencia inolvidable, ¡da igual lo bueno o lo malo que se te da remar!

Bueno, volvamos a Oviedo, en donde nos habíamos despertado de la siesta aún bastante dormidos pero con unas ganas locas de una cena bien pesada que nos volviera a hacer dormir. Bajamos al restaurante en donde habíamos quedado y disfrutamos de una serie de platos divinos, entre ellos un buen cachopo, unos tortos con picadillo y huevo frito, unos chipirones a la plancha y una ración de croquetas.

¡Sobra comentar que esa noche nos sobamos nada más llegar a casa y que dormimos mejor que nunca!

Al día siguiente, Cami y yo nos levantamos antes de Kevin, cuyo despertador había estado sonando durante diez minutos sin que él mostrase señales de vida. Decidimos salir a desayunar por allí mientras descansaba – ¡un descanso bien merecido tras 10km recorridos él solo! Cami sabía justo adonde ir y me llevó a una panadería local que tenía una selección amplia de pasteles y zumos. Allí desayunamos como reyes en su terraza.

Cami comentó que una amiga suya vivía cerca, así que fuimos a vernos con ella y su perro tras pagar la cuenta. Newton, el perro, ¡se emocionó mucho al volverle a ver a Cami tras tanto tiempo! Los tres luego nos pusimos a hablar, sentándonos en una terraza después para tomar algo rápido.

Una vez recibido un mensaje de Kevin, volvimos a subir a su piso en donde hicimos las mochilas y nos preparamos para irnos de Asturias mientras él salió a pillar algo de comida para acompañar el vino chileno que Cami nos había llevado. Se lo había dejado su padre tras un viaje a Chile. Como aprendí en Tenerife, ¡no hay nada mejor que un vino tinto chileno auténtico!

Los tres comimos tranquilamente en casa antes de coger las mochilas, cerrar bien el piso y acercarnos al centro de Oviedo para tomar una última caña antes de subirnos al bus al aeropuerto. “¿Y por qué fuisteis los tres al aeropuerto?” os escucho preguntándoos – y ahora puedo desvelar que mi viaje a Asturias supuso solo la primera parte de este viaje de reunión. Kevin y Cami luego vinieron a pasar un par de días más en Madrid antes de su vuelta, Kevin a los EEUU y Cami a Tenerife.

Una vez acabadas las últimas cañas por el norte, los tres nos subimos al autobús al aeropuerto. Nada más llegar allí, nos encontramos en la puerta y siendo llamados a embarcar – ¡el aeropuerto de Asturias es mazo pequeño!

Con esto, corto aquí la historia, ya que voy a tener que dejar la segunda parte del viaje –que documenta los dos días que pasamos explorando Madrid– para la siguiente entrada de blog. Seguro que sobra volver a decir que me lo pasé fenomenal en Asturias tras tantos años sin verle a Kevin y sin volver a las tierras verdes donde me siento como en casa. No podía haber mejor compañía ni me lo pudiera haber pasado mejor – eran unos días de alegría muy necesitados después de un año y medio de depresión por la pandemia.

¡Estáte al tanto para leer la próxima entrada!


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