Monthly Archives: August 2021

30.08.21 — Diario

Båstad

Ahora que mi web está de vuelta tras un error causado por mis capacidades de desarrollo de WordPress dudosas, la entrada de blog de hoy rompe con las actualizaciones típicas de Madrid gracias a un viaje laboral espontáneo a Suecia.

La semana antes de este viaje, un cliente nuestro nos contacto para pedirme que fuera a un evento que tomará lugar en Suecia y que presentase una vista previa de su nueva marca a sus colaboradores allí. El evento tendría lugar en la ciudad costera de Båstad, que queda más cerca a la capital danesa de Copenhague que a la sueca, Estocolmo.

Esto hizo que el viaje fuera algo complicado que consistió en un vuelo de Madrid a Copenhague y luego un tren de dos horas desde Copenhague, por Malmö y por la cosa sueca hasta Båstad, dónde me recogería un taxi para llevarme al hotel. Ya que la COVID aún está arrasando por Europa, la gran complicación de este viaje fue el papeleo variado necesitado por los tres países involucrados: Dinamarca, Suecia y España.

Una vez pasado por el control de salud en Copenhague, cogí algo de comer antes de subirme al tren con destino a Suecia. Los primeros minutos del viaje nos llevó por debajo y luego por encima del mar, pasamos por un túnel de Copenhague a Peberholm (una pequeña isla artificial) y luego por el puente de Øresund. Me quedé demasiado flipado como para sacar ninguna foto, ¡pero vale la pena echar un ojo en Google!

A bordo el tren me quedé impresionado por la falta de uso de mascarillas. Una búsqueda rápida online (gracias al WiFi gratuito – los escandinavos saben como montar la infraestructura pública) relevó que no hay ninguna obligación de llevar mascarilla en Suecia. Dejé la mía puesta y me puse a trabajar en unos cambios de última hora a la presentación que iba a dar justo esa misma noche. ¡Llegué a Båstad una mera hora antes de la hora que me iba a tocar bajar a la cena de gala y presentar!

Me habían dicho que me estaría esperando un taxi en la estación de Båstad, así que me bajé del tren en esta estación en la mitad de la nada y me empecé a preguntar como se suponía que iba a identificar al taxista. Me acerqué al único tío que estaba esperando al lado de un coche. Éste me dio la bienvenida en sueco – un idioma que no manejo nada – pero pensé que reconocí el nombre del hotel entre el resto, así que me subí al taxi sin pensarlo más – ¡no había tiempo que perder!

Siguiendo el viaje en Google Maps – aún no estaba seguro que había cogido el taxi correcto – vi que andábamos por el bueno camino y me relajé un poco, disfrutando las vistas del pueblo pequeño y de la costa antes de llegar a mi destino, el Hotel Skansen. Allí tuve que hacer checkin y encontrar mi habitación lo antes posible, ya que me quedaba tan solo media hora para deshacer la maltea, repasar la presentación una última vez, cambiarme y estar de vuelta en la recepción para ir la cena.

En este momento debería destacar que tanto el pueblo como el hotel eran absolutamente preciosos – Båstad acoge una vez al año el Swedish Open, el principal torneo de tenis en Suecia, y mi habitación de encontraba en un edificio conectado a la pista principal. Esto significó que podía ver la pista de tenis y el mar por detrás al salir de la puerta de mi habitación. ¡Una pasada!

No había tiempo como para procesar todo esto ni disfrutar las vistas, sin embargo, ya que solo me quedaban unos 25 minutos. El proceso de deshacer la maleta consistió en darle la vuelta a la misma y distribuir los contenidos por encima de la cama. Tuve que ensayar la presentación en voz alta a la habitación vacía mientras intenté ponerme unas botas bien apretadas y la única camisa formal que tengo. ¡Cuanta prisa!

Llegué a la recepción a las seis en punto y me encontré rodeado por mucha gente que hablaba entre sí en sueco. Había pensado que la cena tendría lugar dentro del hotel, pero la presencia de una serie de autobuses me hizo pensar que así no sería. Por fin encontré a una persona que reconocía y nos dijeron (en inglés, menos mal) que nos subiéramos al autobús.

El viaje al lugar misterioso de la cena nos llevó por la costa bonita.

En breve llegamos a un aparcamiento grande que estaba bordado por el mar en un lado y una colección de edificios y bonitos que formaron le puerta de entrada a un jardín inmenso en el otro lado. Empecé a darme cuanta que esto iba a ser una cena en funciones, una sensación que se consolidó al pasar por los jardines y hacia una villa enorme que se situaba detrás de un estanque y una serie de setos perfectamente formados.

Resultó que íbamos a cenar en el Restaurante Orangeriet en Norrviken Båstad, una villa y jardines que antes eran propiedad privada pero que ahora están abiertos al público. Habían reservado el restaurante entero para la cena de gala, así que entramos a tomar una copa de vina y buscar nuestros asientos asignados antes del comienzo de las presentaciones.

Una vez sentados, la noche empezó con el entrante y su copa de vino. Sobre un cuenco de crema de marisco, me puse a hablar con mis compañeros de mesa, entre los cuales figuró uno de los mejores tenistas de Suecia, una de las organizadoras del evento y los dueños de varios clubes de tenis y pádel en Suecia y Noruega. He jugado al pádel una vez en mi vida ¡así que me encontraba fuera de mi zona de confort!

Luego empezaron las presentaciones, pero yo aún seguía sin saber exactamente cuando me iba a tocar subirme al escenario. Cuando pasó el técnico para decirme que configurase mi Mac, pensé que ya era hora, pero resultó que primero íbamos a comer el plato principal, así que volví a hablar con mis nuevos amigos durante un rato.

Luego llegó el plato principal, cordero asado, acompañado por una copa más de vino y una guarnición de patatas suecas, un detalle que causó una discusión entre los suecos y los noruegos de la mesa sobre cual país tenía la mejor gastronomía. Estaban ricas las patatas, tengo que admitir, y el vino (un vino español) era mejor aún – pero me estaba controlando el consumo del alcohol hasta después de mi presentación.

Acabado el plato principal, ya me tocó presentar, así que me subí al podio y comencé con un par de bromas antes de pasar a presentar una vista previa de la nueva marca del cliente a un público de unos 200+ de sus colaboradores. Siempre me ha gustado presentar y esta vez me lo pasé bien también – ¡tuve buen publico gracias a la cata de vinos que todo el mundo se había tomado!

Una vez finalizada la presentación, volví a la mesa y no esperé en acabar las copas de vino que había estado guardando. Luego llegó el poste, y aunque a mí me gusta mucho el dulce, tengo que decir que ese postre fue el pico de la cena. Consistió en una pequeña tarta de chocolate con un meringue y un bloque de helado casero con sabor a hjortron, una fruta nativa a la región.

Al finalizar el poste y la copa de vino de porto que lo acompañó, tocó volver al hotel. Nos volvimos a subir al autobús y comentaron que iban a seguir con las celebraciones en el bar del hotel. No me interesaba a mí, sin embargo, ya que había pillado una hora temprana para desayunar porque quería probar el “spa frío”, una experiencia que suponía bañarse en las aguas congeladas del mar del Norte.

Me desperté el día siguiente con algo de resaca leve – la variedad de vinos al parecer no me sentó muy bien después de tanto tiempo en cuarentena – y me bajé a desayunar. Me hinché de beicon, salchichas, huevos y incluso un poco de salmón. Acabé el desayuno con unas tortitas con nata montada y sirope de arce y volví a mi habitación para hacer la maleta.

No hay nada que mejor cure una resaca que un buen desayuno y un rato al aire libre.

Al final no tuve el tiempo ni la ropa correcta para ir al spa, ya que había olvidado llevar un bañador y las opciones que tenían a la venta en su tienda eran demasiadas caras para un baño rápido en el mar. También tuve que navegar otro crisis que se desarrolló cuando la tía de la recepción me informó que las dos compañías de taxi del pueblo no tenían taxis para la hora que quería, así que tuve que decidir si coger un bus a la estación de tren o ir andando.

Eventualmente decidí que iría andando a la estación, ya que el autobús me iba a dejar una hora antes de mi hora de salida y pensé que podría ver un poco del pueblo de Båstad si fuera caminando. Con la mochila bien pesada, bajé primero a la playa al lado del hotel para ver el spa frío que no me había dado tiempo de visitar.

Tras una llamada rápida a mis padres para informarles como iba el viaje, me di cuenta que solo me quedaba una hora y pico para caminar el resto del viaje que Google me informó que tardaría unos 50 minutos. No quería acabar teniendo que correr el último tramo hasta la estación, así que empecé a subir por el centro de Båstad, sacando alguna que otra foto por el camino.

Los colores pastel y el cielo gris crearon unos ambientes interesantes.

Eventualmente pasé por un supermercado, diciendo que podía entrar a pillar unos regalos para mis compañeros ya que iba con buen ritmo. No tomé en cuenta, sin embargo, el hecho de que siempre me distraigo muchísimo en los supermercados en el extranjero, así que tuve que darme algo de prisa al salir y seguir hacia la estación de tren.

Con mi barrita de KEX en la mano (gracias a Danni por recomendármela), me acerqué a toda leche a la estación, pasando por unas casas bonitas y algo de arquitectura interesante por el camino. Llegué a la estación con apenas diez minutos de sobra, y eventualmente me subí al tren de vuelta por el campo sueco y al aeropuerto de Copenhague.

Estaría todo guapo quedarse un rato en una de estas casas con vistas del mar.

En el aeropuerto tuve que hacerme otro test de COVID, pero el proceso fue rápido y eficaz así que en nada me encontré embarcando el vuelo de vuelta a Madrid tan solo 24 horas después de aterrizar en Copenhague el día anterior. En el aeropuerto, la barrita KEX supuso un buen postre después de haber yo medio disfrutado uno de los sándwiches más caros que he comprado en mi vida.

Una vez de vuelta a Madrid, cogí un taxi de vuelta a casa y me fui a dormir bastante temprano – me tocó volver al trabajo el día siguiente. Me habían ofrecido quedarme un rato más en Båstad, pero lo había rechazado ya que tenía que entregar unas cosas en septiembre. En Inglaterra decimos siempre que ¡no hay descanso para los malvados!

El viaje entero a Båstad se me pasó volando, lo cual queda algo obvio con tanta entrada de blog que documenta tan solo unas 24 horas. Me lo pasé muy bien, conocí a mucha gente muy interesante y viví una serie de experiencias chulas, pero todo pasó tan rápido que no tenía ni un momento para procesarlo – ¡era todo como un sueño!

De todas formas me siento muy afortunado de haber sido invitado al evento, que fue como unas vacaciones de dos días a pesar de estar conectado y trabajando durante la mayoría del rato. Båstad es un lugar precioso y lo tendré en mente sin duda si en algún momento se me ocurre escarparme del calor veraniego de Madrid en el futuro.

Antes de cerrar esta entrada de blog, os daré una pista bien sutil sobre el asunto de la próxima. Para hacer esto, os dejo con este comentario críptico: hay una frase dentro de esta entrada de blog que presagia ominosamente lo que está por venir…

27.08.21 — Diario

Cami y Kevin en Madrid

Retomo las cosas donde las dejé en mi ultima entrada de blog, cuando Kevin, Cami y yo empezamos el viaje a Madrid tras nuestra gran reunión en Oviedo. Después de nuestra gran aventura bajando el Sella y comiendo todo lo que ofrece Asturias, me preocupaba la idea que Cami y Kevin no se la pasaran tan bien en Madrid, pero al final hicimos bastantes cosas…

Tras otro vuelo absurdamente corto de Oviedo a la capital, los tres nos subimos a lo que supuestamente era un tren directo a mi barrio para luego bajar a tomar algo en mi bar local preferido. Como ya he revelado en ese momento de presagio obvio, directo el tren no acabé siendo, tuvimos que hacer dos transbordos para llegar a mi piso.

Una vez en casa, los tres dejamos nuestro equipaje, nos duchamos y bajamos al Bar El Ferrocarril para tomar algo y cenar los mejores huevos rotos de Madrid. Una vez bien satisfechos, sugerí que cogiéramos unos churros recién fritos a modo de postre, así que nos fuimos yendo hacia la churrería.

Se manifestó un catástrofe, sin embargo, porque la churrería en cuestión se encontraba cerrada. Como alternativa, me acordé que había una heladería italiana a quince minutos que llevaba yo un buen rato queriendo visitarla, así que bajamos a probar el gelato que había visto yo que generaba colas.

Pasamos un buen rato por el río disfrutando nuestros helados antes de subir de vuelta a mi casa para descansar para el primer día de aventuras. Por supuesto, había creado un plan de lo que íbamos a hacer, y lo primero fue madrugar algo para estar en Ojalá y pillar una mesa para desayunar.

En este lugar mítico de desayunos de Malasaña, los tres disfrutamos mucho de un desayuno delicioso, completo con todo tipo de alimentos, infusiones, cafés y zumos para sostenernos en el calor veraniego madrileño. Es un sitio al cual he estado llevando gente desde la primera vez que viví en Madrid hace muchos años, ¡nunca decepciona!

Montamos un pequeño shooting en el sótano (la playa) de Ojalá.

Para bajar la comida, luego salimos a dar una vuelta por las calles bonitas de Malasaña, pero dentro de poco nos encontramos dentro de otro bar. Simplemente tenía que llevar a Kevin a comer un pincho de tortilla y tomar un vermú de grifo en la mítica Bodega de la Ardosa.

La tortilla y el vermú se apreciaron mucho en el interior castizo.

De allí fuimos tirando hacia Chueca, el barrio gay de Madrid, donde pillamos una mesa en la plaza central para disfrutar de un cóctel – aunque el mío tenía que ser sin alcohol gracias al maldito antibiótico. No pudimos quedarnos allí mucho, sin embargo, ¡ya que tenía otras cosas planificadas para antes de comer!

Tras pagar la cuenta, los tres luego caminamos por el centro de la ciudad, pasado por los sitios turísticos típicos como La Puerta del Sol, Plaza Mayor, La Almudena y el Palacio Real. Esta caminata bajo el sol del mediodía nos dejaba con ganas de una bebida y algo de comer, y había reservado en el sitio perfecto…

La terraza playera del Café del Rey, donde he pasado muchos jueves por la tarde cuando teníamos oficina en la calle Cadarso, fue el sitio que había elegido para comer. Aprovechamos del menú del día y tomamos algunas copas más antes de pasar al siguiente destino, el lago, donde había pensado que podíamos echar la siesta a la sombra.

Conseguí descansar media hora allí, pero me desperté con dolor de cabeza y la garganta seca gracias al calor opresivo del verano madrileño. Decidimos que solo había una manera de solucionar esto, y nos acercamos a una terraza al lado del lago para tomar una cerveza más antes de volver a casa a echar la siesta en condiciones.

Una vez recuperada algo de energía, nos volvimos a subir al metro y fuimos a uno de los mejores sitios – a mi juicio – a ver el atardecer: el templo de Debod. Llegamos justo a tiempo para ver los últimos momentos de la puesta del sol – el cielo montó un espectáculo magnifico de rayos de luz.

Cuando ya se hizo de noche y nos apetecía otra copa, nos sentamos en el césped para tomar una cerveza y el aperitivo que habíamos llevado. Avisé a Sara de que estábamos por allí, y se acercó para reunirse con Kevin por primera vez en tres años.

El plan original había sido bajar a Lavapiés a tomar algo más antes de volver a casa andando, pero perdimos por completo la noción del tiempo y el espacio, así que decimos tomar algo en un bar cerca del templo. Nos acogió en su bar un tipo super majo, que nos dejó tomar unas copas en su terraza mientras pedíamos comida de otro restaurante al otro lado de la calle.

Una vez llegada la hora de volvernos a casa, los cuatro cogimos el metro de vuelta al barrio, donde tuve la idea de montar una noche de spa y mimos para descansar tras un día bastante frenético de explorar la ciudad. Saqué las mascarillas faciales, exfoliantes corporales y todo tipo de crema y poción, y Kevin, Cami y yo nos sentamos a ponérnoslos mientras escuchábamos música relajante.

El día siguiente volvimos al rumbo, subiendo a Uniqlo (donde compro yo toda mi ropa, tengo un gusto sencillo) porque Cami y Kevin quería echar un ojo. Luego bajamos a Retiro en pie, parando a sacarnos unas fotos en la Puerta de Alcalá.

Las flores resplandecían casi tanto como Cami en el sol de verano.

En el parque nos cogimos una bici para la siguiente aventura del día, una que nos llevó por los sitios más emblemáticos de Retiro. Con sus rincones tan bonitos y sus paseos y bulevares numerosos, queda evidente el por qué lo acaban de nombrar como patrimonio de la humanidad.

Esta aún tiene que ser una de mis vistas favoritas en todo Madrid.

Visto todo lo que había que ver, luego bajamos por la calle montados en bici, corriendo hacia el río debajo para tomar algo en el Matadero a modo de un aperitivo antes de comer.

Después de eso comimos en un sitio italiano local, donde disfrutamos un menú de ensaladas, pastas y un poste delicioso de profiteroles. La comida nos dejó hinchados y cansados, así que Cami y yo volvimos al piso a echarnos la siesta mientras Kevin pasó a hacerse una PCR para su viaje de vuelta a los EEUU unos días después.

Tras descansar un rato en casa, en breve nos encontramos de nuevo montados en una bici y de camino al segundo lugar recién nombrado como patrimonio de la humanidad: el paseo de Prado. Esta zona es más difícil de definir, ya que supone el nombre de una calle, pero el reconocimiento de la UNESCO toma en cuenta los sitios fabulosos que se encuentran por el camino, desde la arquitectura asombrosa hasta la serie de fuentes míticos y el Museo del Prado.

Pasamos por el paseo entero, dando la vuelta en Cibeles, otra de las vistas más bonitas de Madrid. Luego dejamos las bicis para andar por el Barrio de las Letras, donde encontramos una terraza y nos sentamos para celebrar la última noche de Kevin y Cami en Madrid.

Las calles del Barrio de las Letras se encontraban bañadas en la luz del atardecer.

Acabadas las bebidas, los tres luego volvimos a casa, donde pedimos comida china y vimos un par de capítulos de Derry Girls antes de acostarnos relativamente temprano – Kevin y Cami tuvieron que madrugar el día siguiente para pillar sus vuelos: Kevin a Asturias para disfrutar sus últimos días en España y Cami de vuelta a casa en Tenerife.

La despedida emocional el día siguiente se hizo más fácil gracias al estado en el que nos encontrábamos los tres – ¡andábamos demasiado cansados como para entender lo que pasaba! Me despedí de Kevin y Cami con un abrazo grande, prometiendo que estaría pronto en Tenerife y los EEUU para visitarles en cuanto pueda.

Como mencioné en la última entrada de blog, fue una pasada estar reunido con Kevin y Cami de nuevo. Espero y deseo que el mundo se empiece a volver a la normalidad cuanto antes para que no haya que esperar tres años más para la siguiente reunión y serie de travesuras…

01.08.21 — Diario

La vuelta a Asturias: el descenso del Sella

Como me emocionaba anunciar al final de mi última entrada de blog, en breve iba a viajar a Asturias para reunirme con Kevin y Cami, dos amigos que antes vivían por la zona. He visto a Cami cuando pasó por Madrid un día y luego durante un par de visitas que he realizado a su nuevo hogar en Tenerife, pero llevo casi tres años sin ver a Kevin en persona – gracias a su mudanza a los EEUU y luego la pandemia mundial que nos ha caído…

Bueno, esa introducción concluida, pasemos a la historia principal. Tras recuperarme de una infección gastrointestinal horrible, por suerte tuve la energía como para acercarme al aeropuerto y realizar el vuelo más corto (40 minutos) que he experimentado jamás. ¡Fue un caso de despegar, mirar por la ventana durante unos minutos y luego empezar el descenso!

Había embarcado el vuelo sin ningún plan de cómo iba luego a moverme del aeropuerto de Asturias en el norte del principado hasta la ciudad de Oviedo donde andaban Kevin y Cami. Confiando plenamente en Google Maps, fui corriendo desde el avión al aparcamiento y luego a la estación de autobuses del aeropuerto, ya que el bus salía a las 21:15 y aún andaba en la pasarela de desembarque a las 21:10.

Me dio la bienvenida el clima asturiano: gris, frío y con nubes llenas de lluvia.

Se me había olvidado, entonces, que andaba en Asturias, y que las cosas irán a su ritmo si me viniera bien o no. En este caso me venía bastante bien la verdad, ya que me dejó con la oportunidad de descansar de mi sprint durante unos minutos antes de subirme al bus y continuar con mi viaje mientras empezó a llover.

Al acercarme a la estación de autobuses en Oviedo, donde había acabado mi viaje durante mi primera visita a la ciudad en 2017, pasamos por unas calles familiares durante el camino. La vista de los edificios conocidos y hasta el estilo híper-gótico de las farolas de Oviedo me emocionó mucho, pero en nada había vuelto a la realidad al bajarme del bus y sentir el aire frío de la noche.

Luego me quedó por delante un camino de diez minutos hasta la Calle Gascona, una de las calles míticas que está bordada por sidrerías por todos lados. Kevin y unos amigos suyos, Cami incluida, me estaban esperando en una de las sidrerías, donde me dieron la bienvenida con muchos abrazos y una ración de pastel de cabracho, uno de mis platos favoritos de la región.

Tras cenar volvimos a salir por Gascona, cuyo olor a sidra siempre me hace sentirme como en casa – ¡hay muchos pubs británicos que huelen igual! Por allí encontramos una terraza para tomarnos unas cervezas más y aproveché para ponerme al tanto con unos viejos amigos que no había visto desde la salida de Kevin a los EEUU.

Al empezar a cerrase los bares según el toque de queda, el grupo volvimos al coche de un amigo de Kevin que nos acercó al piso de Kevin en las afueras de Oviedo. Habíamos quedado en no trasnochar, ya que teníamos un plan único y algo exigente para el día siguiente….

Ese sábado, era el momento para bajar el Sella, una actividad veraniega mítica.

Como revelé –quizá antes de tiempo– en el título de esta entrada, habíamos organizado todo para bajar el Río Sella, un viaje de 15km por las aguas que supone una costumbre icónica de Asturias.

No es tan exigente como puede parecer, ya que cualquier día en verano hay cientos –si no miles– de otras personas bajando el río también. Todo el mundo está por la emoción que provoca el piragüismo, claro, pero también porque la ruta está salpicada por chiringuitos para pillar sidra, cerveza y todo tipo de fritanga y guarrerías. Por cierto, Kevin me había vendido el plan como “piragüismo, pero borracho”. Me apunté sin ni pensarlo.

El día empezó con algo de drama, ya que yo había pasado de matar un mosquito que daba vueltas por la habitación donde dormía en el piso de Kevin. Suponía que, ya que había tapado la mayoría de mi cuerpo con una sábana, me dejaría en paz y que no atacaría tanto mi cara. Me equivoqué bien, no obstante – me desperté con picaduras en los dos párpados que los habían dejado muy inflamados.

Nada iba a meterse entre mí y el piragüismo borracho, así que me tomé un antihistamínico y andando. Bajamos a un bar local para desayunar y luego pasamos al Alimerka a pillar cervezas y algo de picoteo para el viaje. Allí nos recogió Raquel, una amiga de Kevin, y nos llevó al pueblo de Arriondas dónde empieza el descenso.

El primer susto fue gracias a la manera en la que teníamos que entrar en el agua: ¡nos lanzaban, ya montados en la canoa, por un tobogán viejo de madera! Al principio pensé que era broma, pero en nada dejaron volando a Kevin por la rampa y al agua fría del Sella. Luego nos tocó a Cami y a mí en nuestra canoa doble – ¡chocamos con el agua con una salpicadura enorme que casi nos volcó!

Tras vaciar el agua de la canoa y tener que bajarnos de la misma para arrastrarla por unas rocas en una zona poco profunda del río, nos encontramos siendo llevados por la corriente. Al perder de vista a los demás del grupo, paramos en un punto donde habían mogollón de canoas, abrimos una bolsa de chuches y esperamos a que llegasen los demás.

No era una parada oficial en la ruta, pero había sidra, así que todo bien.

Al llegar los demás, fueron a comprar unas botellas de sidra y Kevin abrió una lata de cerveza. Andaba yo aún tomando antibióticos gracias a la infección gastrointestinal de la semana anterior, así que a mí me tocó una botella de agua, pero nos lo pasamos muy bien hablando y riéndonos y viendo el mundo pasar. Un momento bonito fue cuando un tren pasó y nos pitó, que dejo a toda la gente del río gritando y aclamando. ¡Había un ambiente maravilloso!

Después de un buen rato en las orillas, volvimos a subirnos a las canoas. No había mucha prisa, pero tenía todo el mundo que estar fuera del río a las 6pm, así que teníamos que estar en la penúltima parada a los 10km antes de las 5pm para que nos dejasen continuar hasta el final.

Mientras andábamos remando hasta la primera parada oficial de la ruta, salió el sol y me atreví a sacar mi móvil del barril hermético que nos habían dejado para guardar nuestros móviles, comida y cervezas durante el viaje. Así pudimos sacar unas fotos y grabar algún vídeo mientras bajábamos – ¡aquí dejo un vídeo de mí remando a tope!

Un rato después, y gracias a su viaje solo mientras los demás íbamos en pares, perdimos a Kevin. Cami y yo nos encallamos en las orillas una vez más para esperar a los demás y contactar con Kevin por WhatsApp para decirle dónde le estábamos esperando.

Los paisajes por el camino eran tan bonitos como era divertido el viaje.

Al llegar Kevin – lata en la mano – decidimos descansar un rato. Acabamos hablando con el novio de una despedida de soltero que andaba vestido de Ariel de La Sirenita. Kevin cambió un par de cigarillos por una lata grande de cerveza y luego volvimos a seguir por el camino y hacia la primera parada oficial – ¡aún no habíamos llegado a ese primer hito!

Eventualmente llegamos a la primera parada, donde nos bajamos de las canoas sobre las 3pm para pillar algo de comida. Cami y yo fuimos al chiringuito, donde pillamos un par de refrescos y un bocadillo cada uno (me zampé uno de beicon y queso – ¡me hacía falta la energía!) antes de volver a las canoas.

Hasta las vistas desde el chiringuito me tenían cautivado.

Cuando habíamos comido todos, volvimos manos a la obra ya que nos quedaban unos 2km para remar en una hora. El tiempo también había empezado de volverse algo feo, así que Cami y yo decidimos intentar remar a toda leche para llegar a la penúltima parada antes de las 5pm para poder acabar los 15km enteros.

Tras navegar unos rápidos algo peligrosos, esperábamos a que Kevin nos alcanzase ya que le habíamos vuelto a perder de vista. Eventualmente pasó flotando por nuestro lado con su cerveza recién adquirida en la mano – ¡así se vive!

Otro tramo de rápidos luego nos tenía encallados, pero luego el río se volvió planto y calmo. Ya que la mayoría o había abandonado el descenso en la primera parada o había seguido más rápido, el viaje se volvió más tranquilo, nos encontramos rodeado por cada vez menos canoas.

Llegamos a la segunda y penúltima parada justo antes de tiempo, así que tomamos la decisión de no seguir. El clima se había vuelto algo impredecible, nos dolían bien los brazos tras tanto remar en el último tramo y habíamos visto en el grupo de WhatsApp que las otras chicas se habían bajado igual en esta parada.

Encallándonos por última vez en las orillas del Sella, subimos las canoas algo por las rocas y nos quitamos los chalecos salvavidas mientras esperábamos la llegada del último que nos faltaba. Adivinad quién fue…

Nuestro descenso del Río Sella llegó a su fin aquí, entre las montañas verdes de Asturias.

Kevin apareció justo antes de las 5pm, la hora a la que ya cortaban el paso por el río. Vimos que el pobre andaba empapado – ¡resulta que se le había volcado la canoa en unos rápidos! Tras reírnos profundamente a sus expensa, nos subimos los cuerpos cansados a una furgoneta y nos devolvieron a dónde habíamos aparcado al principio.

Después de cambiarnos y comprar unas fotos de recuerdo –las cuales voy a escanear y subir aquí en cuanto pueda– volvimos al coche de Raquel y salimos de vuelta a Oviedo. Decidimos echar la siesta antes de reunirnos de nuevo para cenar en un restaurante nuevo al lado de la casa de Kevin.

El descenso del Sella –y quizá sobra decirlo tras contar las historias divertidas contadas arriba– fue una experiencia fenomenal. ¡Urjo a quien pueda que lo haga si se presenta la oportunidad! Hay un montón de operadores y compañías que te lo ponen todo –la canoa, el chaleco salvavidas, el barril hermético, el transporte e incluso una clase rápida de como remar– por tan solo 30€ por una canoa doble o 20€ por una sencilla.

Bajar el Sella es una costumbre asturiana que representa una experiencia inolvidable, ¡da igual lo bueno o lo malo que se te da remar!

Bueno, volvamos a Oviedo, en donde nos habíamos despertado de la siesta aún bastante dormidos pero con unas ganas locas de una cena bien pesada que nos volviera a hacer dormir. Bajamos al restaurante en donde habíamos quedado y disfrutamos de una serie de platos divinos, entre ellos un buen cachopo, unos tortos con picadillo y huevo frito, unos chipirones a la plancha y una ración de croquetas.

¡Sobra comentar que esa noche nos sobamos nada más llegar a casa y que dormimos mejor que nunca!

Al día siguiente, Cami y yo nos levantamos antes de Kevin, cuyo despertador había estado sonando durante diez minutos sin que él mostrase señales de vida. Decidimos salir a desayunar por allí mientras descansaba – ¡un descanso bien merecido tras 10km recorridos él solo! Cami sabía justo adonde ir y me llevó a una panadería local que tenía una selección amplia de pasteles y zumos. Allí desayunamos como reyes en su terraza.

Cami comentó que una amiga suya vivía cerca, así que fuimos a vernos con ella y su perro tras pagar la cuenta. Newton, el perro, ¡se emocionó mucho al volverle a ver a Cami tras tanto tiempo! Los tres luego nos pusimos a hablar, sentándonos en una terraza después para tomar algo rápido.

Una vez recibido un mensaje de Kevin, volvimos a subir a su piso en donde hicimos las mochilas y nos preparamos para irnos de Asturias mientras él salió a pillar algo de comida para acompañar el vino chileno que Cami nos había llevado. Se lo había dejado su padre tras un viaje a Chile. Como aprendí en Tenerife, ¡no hay nada mejor que un vino tinto chileno auténtico!

Los tres comimos tranquilamente en casa antes de coger las mochilas, cerrar bien el piso y acercarnos al centro de Oviedo para tomar una última caña antes de subirnos al bus al aeropuerto. “¿Y por qué fuisteis los tres al aeropuerto?” os escucho preguntándoos – y ahora puedo desvelar que mi viaje a Asturias supuso solo la primera parte de este viaje de reunión. Kevin y Cami luego vinieron a pasar un par de días más en Madrid antes de su vuelta, Kevin a los EEUU y Cami a Tenerife.

Una vez acabadas las últimas cañas por el norte, los tres nos subimos al autobús al aeropuerto. Nada más llegar allí, nos encontramos en la puerta y siendo llamados a embarcar – ¡el aeropuerto de Asturias es mazo pequeño!

Con esto, corto aquí la historia, ya que voy a tener que dejar la segunda parte del viaje –que documenta los dos días que pasamos explorando Madrid– para la siguiente entrada de blog. Seguro que sobra volver a decir que me lo pasé fenomenal en Asturias tras tantos años sin verle a Kevin y sin volver a las tierras verdes donde me siento como en casa. No podía haber mejor compañía ni me lo pudiera haber pasado mejor – eran unos días de alegría muy necesitados después de un año y medio de depresión por la pandemia.

¡Estáte al tanto para leer la próxima entrada!


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