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24.04.21 — Diario

El engaño de la primavera

Con el avance del abril, parecía que ya disfrutábamos de los primeros momentos de la transición desde las mañanas frías del invierno a las tardes soleadas de la primavera. Al ser tan optimistas habíamos errado, sin embargo, ya que la llegada de la primavera conllevó una racha de tiempo locamente impredecible. Días de supuestos cielos despejados se convirtieron en lluvias alucinantes, y luego las predicciones aterradoras de la previsión del tiempo y su promesa de tormentas acabaron siendo días de buen tiempo.

Fue durante uno de estos días confusos que había quedado con Luis para tomar algo por el río. Salí de la casa con el paraguas en la mano gracias a la previsión pesimista que me había contado mi altavoz inteligente de Google, y me subí con cuidado a una bici bajo cielos grises. Tras coger un pan gratis de una furgoneta promocional y una cerveza de un supermercado local, sin embargo, ya habían vuelto los cielos despejados y nos sentamos en la orilla del río para disfrutar los rayos.

Pasamos un buen rato charlando por allí – demasiado tiempo, de hecho, y tuve que irme pedaleando como un loco para recoger una pizza que había pedido para luego ir a la casa de Bogar y escuchar música nostálgica y hablar de todo tipo de tontería. Llegada la hora de irme antes del toque de queda a las 11pm, sin embargo, había empeorado mi suerte y tuve que volver a casa agarrando fuertemente el paraguas ya que me encontraba atacado por la lluvia y viento de una tormenta que había elegido justo el momento exacto que salí de la casa de Bogar para manifestarse y empapar Madrid con las lluvias de un mes entero en media hora.

El día siguiente el tiempo seguía con sus tonterías, con un cielo azul salpicado por nubes oscuras, pero el plan para comer con Luis y sus amigos seguía en pie. Los dos nos reunimos por el río para coger una bici y acercarnos a un bar en las orillas para tomar algo antes de comer. Desde este nuevo sitio se veía una pared de nubes casi negras que abordaban la sierra que envuelve la ciudad, pero llegamos al restaurante justo antes de que empezó a caer.

Tras una comida deliciosa en el Café del Rey, un sitio que solíamos visitar cuando Luis y yo trabajábamos en una anterior oficina de Erretres cerca de la Plaza de España, subimos a otro lugar que nos trae siempre buenos recuerdos. Sigo sin conocer el nombre de tal sitio, ya que llevamos años ya llamándolo “la esquina” o “el sherif” para honorar uno de los camareros que siempre lleva puesta una placa de sherif.

Una vez sentados en aquella terraza, seguíamos con ronda tras ronda de vino y tapas, y la comida se convirtió en una quedada que duró toda la tarde y noche. Tanto vino me dejó con la cabeza bastante regular el lunes por la mañana, así que tras volver a casa del trabajo, salí a dar una vuelta a ver si podía encontrar algún rincón del barrio que me fuese previamente desconocido.

Sí que encontré al final, al encontrarme al lado de las vías de tren y siguiéndolas hasta volver a mi barrio. Por la ruta había unas vistas interesantes sobre mi parque local, el Parque de las Delicias, y una zona interesante de almacenamiento que se veía abandonada.

Las alturas de la chimenea y la pared de escalar lucían inquietantes en la oscuridad.

Después de otra semana laboral, tocó aprovechar el finde, y lo arranqué con una noche de relax en casa. Una vez preparado un gin tonic, alistado el sofá con un montón de sábanas cómodas y las luces puestas en modo cine, volví a ver la maravilla de película que es James y el melocotón gigante por primera vez en unos quince años.

El día siguiente y como ya se me está haciendo costumbre los sábados por la tarde, quedé con Sara y Jhosef en el centro para tomar algo y cenar. Empezamos con unas copas en el barrio de las letras, antes de cenar en un restaurante coreano del que había hablado tanto Jhosef. Allí cenamos una serie de platos bien ricos, todos ellos acompañados por soju, ¡y al final tuvimos que pillar el autobús de vuelta a casa para no saltarnos el toque de queda!

El domingo se pasó tratando una resaca bien dolorosa así que ni salí de la casa – pero por lo menos ya se me había pasado el lunes cuando tocó volver al trabajo. Durante la semana pasada y conforme con un esfuerzo que llevo un rato haciendo para empezar a vivir de una manera más saludable, he estado comiendo mejor y esforzándome a salir a caminar más. Uno de estos caminos me llevó al Palacio Real y las obras que se están realizando por la zona de la Plaza de España. ¡Al parecer han hallado el sótano de un edificio antiguo!

Eso nos lleva a este mismo finde, que al parecer marca el momento cuando la previsión del tiempo por fin empieza a reflejar la realidad presente en los cielos sobre Madrid. Google me informa que hoy será un día nuboso y frío, algo que puedo confirmar ya que me encuentro aquí sentado con la bata puesta encima de mi ropa normal y teniendo que mantener un ojo en las toallas que he colgado en la cuerda exterior.

Por el tiempo malo que vamos a sufrir durante lo que queda del finde, dudo que al final salga a hacer mucho, más bien me quedaré en casa jugando con la iluminación y viendo otra película que me traiga nostalgias. Quizá me vuelva un poco loco y vuelva a poner todas las luces azules para fingir que estoy en una fiesta de luz UV en un club.

Ay, los clubes – ¿os acordáis de ellos?

10.04.21 — Diario

Una Semana Santa golosa

Es miércoles por la tarde y desafortunadamente hoy es el último día de una semana de vacaciones que acabo de disfrutar, ya que me cogí tres días más de vacaciones para alargar el puente de Semana Santa. Como mencioné en mi última entrada de blog, había pensado en salir por todos lados, pero al final todo fue más tranquilo que lo esperado – ¡pero de eso hablaré en breve!

Antes de la Semana Santa, tuve un finde que aprovechar antes de la semana laboral de tan solo tres días, y pasé el mismo comiendo y tomando con amigos por distintos sitios por Amadeus. Arrancamos el sábado, cuando Sara y yo salimos de cañas y terraceo por el barrio de las letras. Tras cambiar de bar en bar un rato, los dos cambiamos las cañas por unas copas de vino y cenamos en una mesa por la calle.

El día siguiente, tras esperar que se me pasase algo de resaca, subí a Retiro para tomar unos tequeños y un tinto de verano por allí. 

Al irse Hugo para volver al trabajo, Bogar y yo decidimos aprovechar al máximo el atardecer, así que nos cogimos unas bicis para dar una vuelta por el parque y ver el sol ponerse. Nos detuvimos un momento por el lago antes de volvernos para casa, donde yo me puse a tejer – ¡algo que llevo un buen rato sin hacer! 

El jueves, y después de tan solo tres días de trabajo, me tocó salir para el primer plan de las vacaciones. Bogar y yo habíamos decidido probar uno de los sitios que tengo marcado en mi mapa como “quiero ir”, así que después de tomar unas cervezas con Hugo y Sergei, subimos a un italiano llamado Menomale en el norte de la ciudad.

Disfrutamos una cena bien rica en el restaurante, donde compartimos una ensalada como entrante y luego un par de pastas sabrosas. Al volver a casa en bici (como ya se ha vuelto costumbre), se unió Jhosef, y los tres pasamos la noche tomando y hablado de la vida. Acabamos tan enrollados que se nos olvidó completamente el toque de queda, así que tuve que convertirme en anfitrión, y los dos se quedaron en mi casa.

El día siguiente, Jhosef y yo nos volvimos a ver ya que habíamos quedado en comer con Sara y su novio Eric en un restaurante asturiano que llevan un rato recomendándonoslo. Dado que los dos son de Asturias, tuve muchas ganas de comer en el sitio del que hablan tanto – Sidrería La Cuenca – ¡y no decepcionó nada! Disfrutamos unos platos riquísimos y raciones bien generosas, todo acompañado por sidra, crema de orujo y una ronda de gin tonics.

Sobra decirlo, pero salimos del local bastante hinchados y contentos, así que volvimos asl piso de Sara y Eric para echarnos la siesta antes de tomarnos unas cervezas tranquilamente. Esta combinación de alcohol y comida – de calamares al mítico cachopo – me dejó con nostalgias de mi primera vez en Asturias, y nos dejó a todos bastante cansados como se puede ver en la foto de abajo…

La sidra y las raciones enormes nos dejaron con bastante sueño en el metro…

Durante el finde, Jhosef vino a casa para hacer una tarde de coworking, durante la cual aproveché para seguir currando en el diseño de mi nueva web y para inventar unas nuevos aparatos electrónicos. Los dos luego nos volvimos a ver con Bogar el domingo para echarnos al sol en el parque, y luego para ir de compras para pillar unas cosas que me apetecían. Una vez pillada una mascarilla facial y una botella de una bebida británica que me gusta tanto, decidimos cenar por allí, y para eso fuimos a Goiko – ¡bien rico como siempre!

La combinación de tequeños y hamburguesas era una gran cena dominguera.

Volví a casa bastante emocionado aquel domingo por la tarde ya que tenía un planazo para el lunes: ¡ya había comprado y descargado mi entrada al Parque de Atracciones! Pues te puedes imaginar la decepción al recibir yo un SMS de la Comunidad de Madrid a las 9am para informarme que mi barrio se encuentra encerrado hasta nuevo aviso.

Además de contactar el parque para cancelar mi visita, tuve que también cancelar mentalmente todos los otros planes que había imaginado para mis tres días de vacaciones. No quería quedarme triste por esta mala noticia, así que pasé un día trabajando en mi web y limpiando el piso, y por la tarde salí a ver la nueva frontera entre la nueva zona restringida en la que me encuentro y el resto de la ciudad.

Hubo algo de alivio, sin embargo, al descubrir que los bares y otros sitios dentro del barrio pueden permanecer abiertos, así que he pasado los dos últimos días pasando por las terrazas que aún puedo visitar, llamado a amigos para realizar “copas virtuales” ya que la mayoría de ellos viven fuera del borde. A pesar de ser una cuarentena algo extraña, este nuevo encierre híper-local es mucho más fácil de asumir que el primero que sufrimos hace un año y pico.

Con eso llegamos a esta misma tarde, en la cual estoy viendo una película, disfrutando un gin tonic y preparando para la vuelta al trabajo y a la realidad mañana. No me quejo, sin embargo, ya que solo me quedan dos días de curro antes de otro finde. He hecho un pacto conmigo mismo que, a pesar de encontrarme encerrado dentro de mi barrio, ¡voy a disfrutarlo a tope!