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12.04.22 — Diario

Unas medias vacaciones

Ya que el tiempo en Madrid ha sido un poco regular últimamente, estaba esperando ver el sol al empezar un viaje a Murcia para pasar el finde con mis tíos. La rutina familiar se puso en marcha al coger el tren de la estación de Atocha, pero esta vez el viaje presentó un par de giros – tuve que cambiar de tren y acabé yendo en marcha atrás al acercarme al Mar Menor.

La primera tarde fue relajada ya que andaba cansado tres un día largo, pero el sábado fue bastante diferente. Tras desayunar algo rápido nos subimos al coche y nos acercamos a la costa. Antes de llegar a la ciudad, nos paramos en un complejo industrial, donde mi tío conocía un camino que nos llevaría a la cima de una colina con vistas sobre el mar.

Aparcamos el coche y caminamos por este bosque de transformadores y cables eléctricos, marchando hacia arriba para llegar a una zona para sentarnos y apreciar las vistas. Mi tío siguió para arriba, pero mi tía y yo optamos por descansar un rato mientras el viento nos atacaba – ¡hacía muchísimo viento!

Dentro de poco ya me inquieté y decidí saltarme una seña de “no entrar” para ver que había más allá. Esta aventura me llevó por una cresta de la pared del acantilado y hasta la esquina donde conectaba con el mar. Este lugar peligroso ofrecía unas vistas bonitas sobre el agua, pero no me quedé allí mucho tiempo debido a los vientos fuertes y una estabilidad estructural bastante dudosa.

Mi tía y yo luego esperamos hasta que bajara mi tío. Una vez de vuelta, los tres bajamos al coche, donde el olor a salchichas nos daba hambre y ganas de un aperitivo antes de comer. A raíz de eso, bajamos a otro lugar en la costa para entrar en una cala pequeña que nunca había visto antes.

Este túnel colorido nos llevó a la cala escondida y bonita.

No hacía suficiente sol como para meternos en el mar o tumbarnos en la arena – ¡pero eso no detenía a los de allí! Decidimos no unirnos a ellos, prefiriendo tomarnos una cerveza y unas marineras murcianas para pasar el rato.

Siempre apetece una clara con limón y algo de picoteo local al lado del mar.

Luego bajamos a la ciudad de Cartagena en sí, paseando por sus calles bonitas y echando la tarde de cañas y tapeo en vez de sentarnos en ningún sitio para comer: cuando haga sol ¡es buen plan! Acabamos la visita con un postre de yogur helado, después del cual nos dirigimos de vuelta a su apartamento.

Esa noche nos acercamos al pueblo local para echar un ojo a un restaurante que nunca habían visitado, pero estaba casi vacío y no tenía buena pinta. Pasando de esa opción, volvimos a su pueblo más cercano, Sucina, donde compartimos unas raciones en otro sitio.

Desde allí, fuimos al bar de su urbanización, donde acabé echando la noche hablando con el personal cuando se cansaron mis tíos y se fueron a casa. Descubrí algunas cosas bastante interesantes, entre ellas los detalles de las fiestas locales y la historia de la duquesa de la casa sobre la cual se construyó el complejo, cuya tumba se movió durante las reformas de la casa para convertirla en el restaurante que a día de hoy ocupa el sitio.

El día siguiente fuimos a la costa, donde había un viento fuerte y un cielo algo nublado: presagiando lo que estaba por venir. Pasamos por la playa, parando al final en un restaurante para compartir algo de comer. Al irnos, me pillé un chocolate a la taza, cosa que se me hizo útil para calentarme las manos durante el viaje de vuelta al coche.

Este coche retro en frente de esta fachada antigua me llevó al pasado.

La cena de esa noche tuvo lugar en un restaurante indio local, donde disfruté mucho de un curry y unas pakoras de pescado que me había recomendado la dueña. Al concluir la cena volvimos a casa a dormirnos temprano, ya que el día siguiente tendí que conectar al trabajo – por eso el nombre de esta entrada de blog.

Al final no me costó trabajar desde allí, ya que el tiempo fuera había copiado el estilo del de Madrid y se había vuelto en unas lluvias bien fuertes. Se me hace muy guay tener la flexibilidad de trabajar desde Murica, y la experiencia fue mejorada aún más al ver el picoteo que había preparada mi tía para comer.

Al desconectarme del trabajo, nos acercamos al apartamento de unos de sus amigos, en donde Viv y Martin nos recibieron con picoteo casero y un gintonic. Desde allí, nos acercamos luego al restaurante del complejo, donde cenamos unas hamburguesas y burritos.

El día siguiente fue un martes, con la llegad del cual tenía que volver a Madrid por la tarde. Esta vez, retomamos nuestra costumbre de salir a comer en una pizzeria para que no pasara hambre durante mi viaje de tren. Se unieron dos amigos más de mis tíos a la comida, que se me hizo corta por la necesidad de yo estar en la estación de tren a la hora dada.

Este viaje no fue como debía. En la estación, me quedé un buen rato en el andén esperando la llegada del tren, preocupándome algo al ver que no figuraba en las pantallas informativas. Al final, una de la Renfe llegó para decirme que había un autobús de sustitución, pero que aquel autobús – a mi horror – ya se había marchado. Al inspeccionar el billete, sí que ponía que se tenía que realizar el primer tramo por autobús – pero en mi defensa se había puesto en una letra muy pequeña en el pie de la página.

Parecía que la única opción para que llegara a Madrid a tiempo fue que mis tíos me subieran hasta Albacete, donde podría coger el tren que formaba el segundo tramo del viaje. Nos fuimos pitando por la autopista, pero mi tía me dijo que revisara el billete otra vez, cosa que mi hizo descubrir que el autobús no realizaba todo el tramo hasta Albacete. Cambiamos de plan y al final pudieron dejarme en un pueblo pequeño por el camino, donde me dejaron subirme al tren hacia Albacete.

El viaje de vuelta a Madrid se estaba poniendo bastante interesante, pero aún quedaban más dramas por manifestarse…

Ya en el AVE de Albacete a Atocha, yo pensaba que las cosas ya iban bien – ¡pero así no iba a ser! Mientras escribía una entrada de blog, percibí que algo se estaba montando el el pasillo. Al final veía mientras un chico descubrió que otro le había robado el portátil y lo había guardado en su mochila. Sobra decir que esto dio paso a muchas conversaciones entre ellos y los inspectores del tren, y que al bajarme del tren me encontré con unos policías que estaban esperando para interrogar a la gente implicada en el robo.

Después de revisar que mi portátil se encontraba seguro en mi mochila, caminé la distancia corta de vuelta a casa, preparado para descansar bien tras un viaje tan caótico.

Aunque tuve que trabajar un día y a pesar de los dramas que se montaron durante mi viaje de vuelta a la capital, me lo pasé muy bien en Murcia. Otra vez más tengo que darles las gracias a mis tíos por acogerme y llevarme a hacer cosas distintas – ¡volveré en otoño!

06.04.22 — Diario

Una primevera lluviosa

Después de mi última entrada de blog, que habló de una vuelta por la sierra con un solazo, esta vez vuelvo a estar por la gran cuidad y esta vez ando empapado. Este año, al parecer, la primavera templada que Madrid suele experimentar se ha cambiado por una racha de lluvia y viento. ¡Pero esto no me ha impedido nada!

Un sábado quedé con una compañera y su hija para echar un vistazo a la Imprenta Municipal, un edificio antiguo bonito que ahora alberga un museo que conserva una colección de imprentas y técnicas de impresión a través de una exhibición gratuita y talleres de impresión. Me recordó de mi tiempo en Leeds como estudiante y un taller de encuadernación que asistí allí.

La arquitectura era igual de interesante que las imprentas que contenía.

Después de una vuelta por el museo, salimos a comer. Compartimos uno de mis platos favoritos, huevos rotos con picadillo. Luego salimos de compras para comprar unas gomas y volvimos a su casa para conocer a su hámster, Melocotón. Allí me hizo la hija de mi compañera un taller de cómo hacer pulseras bonitas con las gomas pequeñas coloridas que habíamos comprado.

Este bichito era tan amable como era suavecito y peludo – tal cual como un melocotón.

Esa misma tarde subí al norte de Madrid y a IFEMA, donde había quedado con Luis y Carmen para ir juntos a ARCO. El viaje a esta exhibición enorme resultó ser más complicado que pensábamos, parcialmente gracias al cierre parcial de la línea 8 del metro, pero parcialmente gracias al momento de confusión cuando Luis y yo nos bajamos del autobús de servicio especial en la parad equivocada. Menos mal que nos encontramos con dos otras almas perdidas que habían hecho lo mismo, así los cuatro pudimos compartir un taxi para completar el viaje.

Sobra decir que llegamos bastante tarde al evento, así que no tuvimos mucho tiempo para empaparnos en el arte de todos los puestos en la feria. Vi unas tantas cosas chulas, entre ellas una bola enorme de espaguetis que me recordó del hambre que había acumulado. Esto nos llevó a echar un buen rato en el bar VIP con un gintonic en la mano y un pintxo en la otra…

Esta bola gigante de espaguetis pedía a gritos que alguien se cayera encima de ella…

En vez de volver a casa después de la feria, me acerqué al norte del centro, donde había quedado con Sari y su amiga Rocío para tomarnos unas cañas y cenar. Una vez llenos de croquetas y otros platos ricos, las dos ya tenían ganas de salir de fiesta, ¡pero mi día había sido un sin parar por lo cual la única opción que me quedaba era irme a dormir!

La siguiente semana dio paso a más tiempo impredecible en Madrid. Algunas de mis vueltas a casa suponían un autentico placer con el alargamiento de los días, mientras otras solo podía realizarlas gracias a mi fiel (y algo machacado) paraguas.

El finde siguiente fui a la nueva casa de Bogar y Javier para celebrar una fiesta que combinó una celebración para estrenar el nuevo piso con las festividades para celebrar el cumpleaños de Bogar. Me acerqué con unos gintonic y una tarta de zanahoria casera y todos pasamos una buena noche hablando y bebiendo. ¡Me cuesta creer que ya han pasado tres años desde que los dos estábamos llevando su colchón por la calle a su piso anterior!

El cumpleañero, la famosa tarta de zanahoria y su servidor.

Pero este no fue el único finde de cumpleaños que atendí, ya que el finde siguiente le tocó a Luis celebrar el suyo. Bajo un cielo gris, un grupo enorme nos reunimos en un restaurante al lado del lago. Allí comimos, bebimos y cotilleamos unas cuantas horas – otro plan estupendo para pasar un sábado por la tarde para celebrar el cumpleaños de Luis y el de su amiga, Marta.

La semana siguiente luego era una de bastante movimiento para mí, ya que tenía a unos visitantes en casa y había muchas cosas interesantes pasando en el trabajo.

A la hora de comer el lunes, me interrumpió un golpe en mi puerta. La abrí para recibir a mis padres, que habían volado desde Inglaterra para pasar una semana conmigo aquí en la ciudad. Pasamos esa primera tarde comiendo juntos y descansando un rato, ya que andábamos cansados y el tiempo no pintaba muy bien.

El día siguiente nos dio los buenos días una escena algo apocalíptica: la calima había llegado hasta Madrid. Ya la he visto unas cuentas veces en Tenerife, pero fue la primera vez que había salido de mi casa para chocarme con una ciudad colorada con el polvo fino.

Este fenómeno coincidió con un shooting que estuvimos realizando ese mismo día para un cliente, así que les dije a mis padres que se unieran un rato al evento para ver lo que pasa detrás de las escenas.

Una vez acabadas las grabaciones de ese día, salí a cenar con mis padres, así marcando la rutina para el resto de la semana. Nos veíamos para comer cerca de mi oficina y luego pasábamos las tardes picando y bebiendo antes de irnos a casa.

Ya que salgo del trabajo unas horas antes los viernes, decidimos hacer algo distinto ese día. Bajamos al Matadero para tomarnos unas copas y para que pudiera descansar tras una semana ocupada en el trabajo. Disfrutamos nuestros gintonics antes de salir a cenar relativamente temprano para guardar algo de energía para las exploraciones del día siguiente.

Nos plantamos en un bar chulo en el Matadero que solo había visitado una vez antes.

El sábado, y bajo cielos grises persistentes, salimos a pasear por el río hacia el lago, un sitio que siempre nos gusta para tomarnos algo al lado del agua. Por el camino, mi madre mencionó que nunca se había sacado una foto entre los rótulos enormes que se ven en muchas ciudades como lugar turístico, ¡así que bien sabía a dónde les tenía que llevar!

Tras una tarde pasada por el lago, volvimos al centro para nuestra ultima cena y unas cañas para celebrar su última noche conmigo en la capital – ¡cómo había volado el tiempo!

La cena tuvo lugar en una taquería que había visitado por primera vez con Hugo y Bogar unas pocas semanas antes. Allí introduje a mis padres a los sabores ricos y variados que ofrece la comida mexicana. Después de comernos el último taco, acabamos en un bar de jazz, donde pillamos una y dos rondas de cócteles mientras disfrutamos la música en viva de un grupo de jazz. ¡Fue una manera muy bonita de acabar su visita y supuso un hallazgo curioso de un sitio al cual volveré seguro!

Con esto, ya acabo esta entrada de blog para intentar no alargarla demasiada – aún quedan bastantes cosas que os tengo que contar, pero que tenga el tiempo como para hacerlo se me está poniendo algo complicado estas últimas semanas. Os estoy escribiendo hoy desde un tren de vuelta a Madrid – pero esa historia la dejo para la siguiente…