06.04.22 — Diario

Una primevera lluviosa

Después de mi última entrada de blog, que habló de una vuelta por la sierra con un solazo, esta vez vuelvo a estar por la gran cuidad y esta vez ando empapado. Este año, al parecer, la primavera templada que Madrid suele experimentar se ha cambiado por una racha de lluvia y viento. ¡Pero esto no me ha impedido nada!

Un sábado quedé con una compañera y su hija para echar un vistazo a la Imprenta Municipal, un edificio antiguo bonito que ahora alberga un museo que conserva una colección de imprentas y técnicas de impresión a través de una exhibición gratuita y talleres de impresión. Me recordó de mi tiempo en Leeds como estudiante y un taller de encuadernación que asistí allí.

La arquitectura era igual de interesante que las imprentas que contenía.

Después de una vuelta por el museo, salimos a comer. Compartimos uno de mis platos favoritos, huevos rotos con picadillo. Luego salimos de compras para comprar unas gomas y volvimos a su casa para conocer a su hámster, Melocotón. Allí me hizo la hija de mi compañera un taller de cómo hacer pulseras bonitas con las gomas pequeñas coloridas que habíamos comprado.

Este bichito era tan amable como era suavecito y peludo – tal cual como un melocotón.

Esa misma tarde subí al norte de Madrid y a IFEMA, donde había quedado con Luis y Carmen para ir juntos a ARCO. El viaje a esta exhibición enorme resultó ser más complicado que pensábamos, parcialmente gracias al cierre parcial de la línea 8 del metro, pero parcialmente gracias al momento de confusión cuando Luis y yo nos bajamos del autobús de servicio especial en la parad equivocada. Menos mal que nos encontramos con dos otras almas perdidas que habían hecho lo mismo, así los cuatro pudimos compartir un taxi para completar el viaje.

Sobra decir que llegamos bastante tarde al evento, así que no tuvimos mucho tiempo para empaparnos en el arte de todos los puestos en la feria. Vi unas tantas cosas chulas, entre ellas una bola enorme de espaguetis que me recordó del hambre que había acumulado. Esto nos llevó a echar un buen rato en el bar VIP con un gintonic en la mano y un pintxo en la otra…

Esta bola gigante de espaguetis pedía a gritos que alguien se cayera encima de ella…

En vez de volver a casa después de la feria, me acerqué al norte del centro, donde había quedado con Sari y su amiga Rocío para tomarnos unas cañas y cenar. Una vez llenos de croquetas y otros platos ricos, las dos ya tenían ganas de salir de fiesta, ¡pero mi día había sido un sin parar por lo cual la única opción que me quedaba era irme a dormir!

La siguiente semana dio paso a más tiempo impredecible en Madrid. Algunas de mis vueltas a casa suponían un autentico placer con el alargamiento de los días, mientras otras solo podía realizarlas gracias a mi fiel (y algo machacado) paraguas.

El finde siguiente fui a la nueva casa de Bogar y Javier para celebrar una fiesta que combinó una celebración para estrenar el nuevo piso con las festividades para celebrar el cumpleaños de Bogar. Me acerqué con unos gintonic y una tarta de zanahoria casera y todos pasamos una buena noche hablando y bebiendo. ¡Me cuesta creer que ya han pasado tres años desde que los dos estábamos llevando su colchón por la calle a su piso anterior!

El cumpleañero, la famosa tarta de zanahoria y su servidor.

Pero este no fue el único finde de cumpleaños que atendí, ya que el finde siguiente le tocó a Luis celebrar el suyo. Bajo un cielo gris, un grupo enorme nos reunimos en un restaurante al lado del lago. Allí comimos, bebimos y cotilleamos unas cuantas horas – otro plan estupendo para pasar un sábado por la tarde para celebrar el cumpleaños de Luis y el de su amiga, Marta.

La semana siguiente luego era una de bastante movimiento para mí, ya que tenía a unos visitantes en casa y había muchas cosas interesantes pasando en el trabajo.

A la hora de comer el lunes, me interrumpió un golpe en mi puerta. La abrí para recibir a mis padres, que habían volado desde Inglaterra para pasar una semana conmigo aquí en la ciudad. Pasamos esa primera tarde comiendo juntos y descansando un rato, ya que andábamos cansados y el tiempo no pintaba muy bien.

El día siguiente nos dio los buenos días una escena algo apocalíptica: la calima había llegado hasta Madrid. Ya la he visto unas cuentas veces en Tenerife, pero fue la primera vez que había salido de mi casa para chocarme con una ciudad colorada con el polvo fino.

Este fenómeno coincidió con un shooting que estuvimos realizando ese mismo día para un cliente, así que les dije a mis padres que se unieran un rato al evento para ver lo que pasa detrás de las escenas.

Una vez acabadas las grabaciones de ese día, salí a cenar con mis padres, así marcando la rutina para el resto de la semana. Nos veíamos para comer cerca de mi oficina y luego pasábamos las tardes picando y bebiendo antes de irnos a casa.

Ya que salgo del trabajo unas horas antes los viernes, decidimos hacer algo distinto ese día. Bajamos al Matadero para tomarnos unas copas y para que pudiera descansar tras una semana ocupada en el trabajo. Disfrutamos nuestros gintonics antes de salir a cenar relativamente temprano para guardar algo de energía para las exploraciones del día siguiente.

Nos plantamos en un bar chulo en el Matadero que solo había visitado una vez antes.

El sábado, y bajo cielos grises persistentes, salimos a pasear por el río hacia el lago, un sitio que siempre nos gusta para tomarnos algo al lado del agua. Por el camino, mi madre mencionó que nunca se había sacado una foto entre los rótulos enormes que se ven en muchas ciudades como lugar turístico, ¡así que bien sabía a dónde les tenía que llevar!

Tras una tarde pasada por el lago, volvimos al centro para nuestra ultima cena y unas cañas para celebrar su última noche conmigo en la capital – ¡cómo había volado el tiempo!

La cena tuvo lugar en una taquería que había visitado por primera vez con Hugo y Bogar unas pocas semanas antes. Allí introduje a mis padres a los sabores ricos y variados que ofrece la comida mexicana. Después de comernos el último taco, acabamos en un bar de jazz, donde pillamos una y dos rondas de cócteles mientras disfrutamos la música en viva de un grupo de jazz. ¡Fue una manera muy bonita de acabar su visita y supuso un hallazgo curioso de un sitio al cual volveré seguro!

Con esto, ya acabo esta entrada de blog para intentar no alargarla demasiada – aún quedan bastantes cosas que os tengo que contar, pero que tenga el tiempo como para hacerlo se me está poniendo algo complicado estas últimas semanas. Os estoy escribiendo hoy desde un tren de vuelta a Madrid – pero esa historia la dejo para la siguiente…