Monthly Archives: December 2022

26.12.22 — Diario

Festividades en Madrid

Antes de empezar, una anécdota. Ya que escribí mi última entrada de blog en la terminal del aeropuerto de Mánchester, no tuve la oportunidad de contar el caos que luego se montó al abarcar. Quedó dicho que el vuelo se había retrasado unas tres horas debido a una nevada irritante, pero luego hubo más drama.

Pues acabé pasando casi todo el retraso en el edificio de la terminal acabando mi entrada de blog. El viaje breve en bus hasta el avión que luego tuve que realizar me dejó la oportunidad de ver en qué estado se encontraba el aeropuerto. Había bastante nieve por todos lados, pero al parecer tenían todo bajo control.

Debería dejar de ver documentales sobre accidentes aéreos antes de volar.

Todo seguía sin problema hasta que estuviéramos todos sentados en el avión, que fue cuando empezaron la segunda ronda de retrasos. Nuestro vuelo se encontraba en una cola de aviones que necesitaban que se le quitara el hielo, cosa que provocó que se retrasara el despegue unos 90 minutos más.

El avión estaba quieto, ¡pero nosotros los pasajeros no lo estábamos! Algo agitados tras una tarde larga, muchas personas empezaron a caminar por el pasillo y refrescarse en el aire fresco donde la puerta delantera. Yo andaba bastante a gusto porque tenía una fila vacía para mí solo, así que saqué mi portátil y empecé con la traducción al español de mi última entrada de blog.

Luego nos hicimos amigos todos en el avión encallado cuando una señora de la primera fila encontró una transmisión en vivo del semifinal entre Inglaterra y Francia. No me interesa ni el fútbol ni contribuir al la vergüenza que ha sido el mundial de este año, así que a priori no quería mojarme, pero dado que ya estaba puesto y no había nada más que hacer, al final acabé viendo el fracaso del equipo inglés.

El avión eventualmente despegó unas cuatro horas tarde. Ryanair logró recuperar media hora del retraso al hacer lo que sea el equivalente aéreo de pisarlo fuerte, pero aún así llegué bien tarde y con bastante mal humor debido al cansancio. Viendo el lado positivo, el vuelo sobre Madrid nos llevó por encima del centro de tal manera que podíamos ver unas vistas espectaculares de la ciudad.

De vuelta a casa, lo primero fue la vuelta al trabajo. Volví a la oficina en medio de una serie de lluvias que estaban inundando la ciudad y que duraron una semana entera. Yo soy del norte lluvioso de Inglaterra, sin embargo, así que no me puede llegar a molestar un poco de agüita. Seguía adelante con mis planes, el primero de los cuales fue una noche más en el teatro tras una semana de lo mismo en el Reino Unido.

Mis botas de payaso y las hojas combinaron para crear una escena otoñal.

Tras ver mi primera función allí este verano, volví a la Sala Verde de los Teatros del Canal. Pasé allí dos horas y media viendo Women’s Football Club, un espectáculo que se ejecutó en español a pesar de su nombre anglosajón.

Este espectáculo contó la historia del primer club de fútbol femenino en Sheffield, la ciudad donde vive mi hermana y cuyo nombre yo había descubierto en una placa en un tren en un mercado cerca de mi casa en Madrid. ¡Qué curiosas son estas casualidades!

Fue una función increíble gracias al reparto de once mujeres que lo dieron todo durante dos horas y medio de baile, canto y hasta un partido simulado de fútbol sin descanso. La historia me conmovió y la comedia me partió de la risa.

De vuelta a casa, por fin había acabado la decoración del piso para la navidad. Esto creó un ambiente agradable al que volver después de unos días largos en el trabajo. Tanto nuestros clientes como nosotros mismos andamos con ganas de cerrar todo lo que se puede antes de irnos de vacaciones.

Acabé la semana con una tarde de prisas en montar una tarta de zanahoria para una ocasión muy especial. Tras años de vivir al lado mío aquí en Madrid, Bogar y su pareja Javier se van de la capital para nuevas aventuras. Para marcar la ocasión, horneé mi tarta más mítica y me acerqué a su casa para vernos una última vez antes de la mudanza.

No era la tarta más bonita pero tenía buen sabor.

Fue un momento agridulce. Claro que estoy triste por no tenerlos tan cerca, pero a su vez me contenta saber adonde van: ¡Gijón! Esta ciudad asturiana es como un segundo hogar para mí. Perdí la cuenta de las veces que la he visitado con Cami, Kevin o Sara, y a día de hoy se me suele encontrar por Asturias. ¡Ahora tengo una razón más para visitar y otra cama más en la que dormir!

Una vez acabada la despedida y dados los brazos, tuve otro finde tranquilo con amigos. El sábado arrancó con un viaje con Napo al centro de la ciudad. Fuimos a un restaurante venezolano, donde disfrutamos una comida navideña típica de Venezuela. Estuvo muy rica pero fue algo pesada, así que volvimos rodando a casa.

Todo se tomó con una cerveza venezolana ¡por supuesto!

Al volver a casa, echamos la siesta para bajar menudo festín. Esta siesta se nos fue de las manos y nos despertamos algo mareados a las 9pm. Ya que no teníamos ningún otro plan, pusimos una película y abrimos unas patatas y chocolates para pasar la noche. También hice mulled wine, una bebida caliente de vino especiado. Esto nos ayudó a volvernos a dormir sobre las dos de la madrugada.

El día siguiente, hice crepes al estilo británico a modo de desayuno. Nos los comimos con el aliño tradicional de azúcar y zumo de limón, pero luego nos pusimos finos con unos de Nuetella y nata. ¡Más buenos imposible!

Más tarde, Sara y Rocío pasaron por casa para tomar otra ronda de mulled wine. Los tres cotilleamos un buen rato, picamos un poco y tomamos la bebida navideña en mi casa antes de se fueran a cenar. Quería aprovechar bien las decoraciones de navidad y las velas perfumadas que había puesto, ¡así que me quedé firme en el sofá!

La semana siguiente nos trajo un momento agridulce en el trabajo. Fue el último día de Inés en la empresa antes de que se nos vaya a Japón a vivir una nueva aventura en el 2023. Yo y el resto del equipo nos juntamos en la oficina para salir a hacer una comida de despedida – en un restaurante japonés, por supuesta – y para que les entregara yo el regalo de chocolate que siempre les compro en diciembre. Este año los envolví con unos confetis de “Oliver” que me había envido mi madre una vez. ¡Todo el mundo se decoró con ellos!

Un selfie vano porque no salgo en la foto de arriba y en esta estoy guapo.

Luego tuve mi último plan antes de irme a pasar la navidad. Luis, sus amigos y yo nos juntamos el el Matadero al lado de mi casa. Hicimos lo mismo que hicimos hace un año: fuimos a patinar sobre hielo y cenamos en un sitio chino donde nos pusieron un hotpot (como un caldo en el que cocinas los ingredientes). ¡Se está volviendo ya en una costumbre anual!

De noche, el Matadero se ilumina de manera dramática.

Para empezar, los quince nos montamos en la pista de hielo y dimos unas vueltas allí. Me alegró descubrir que tras perder peso y apuntarme a clases de patinaje este año, se me daba mucho mejor y iba con más confianza y velocidad. No se me podía comparar con Luis, sin embargo, que estaba corriendo por allí y haciendo piruletas como si no hubiera mañana…

Esta imagen capta perfectamente la belleza y la fluidez con las cuales patinamos.

Tras cansarnos en el hielo, nos cambiamos los patines por unas copas en un bar acogedor en el Matadero. Tenía la tripa un poco regular así que arranqué directamente con un gintonic, argumentando que la tónica calma al estómago. Aún así supuso un comienzo fuerte, así que luego me quedé picando patatas fritas y bebiendo agua antes de ir al restaurante.

Luego tuvimos una cena fabulosa aunque completamente caótica. El año pasado cuando éramos solo tres ya había sido una pesadilla logística para organizar lo que estábamos copiando en el caldo, así que con siete comensales en la mesa ¡te puedes imaginar el panorama!

A mí es verdad que me encanta el caos – por eso me mudé a España – así que me lo pasé bien al ver a la gente sufrir al intentar coger unas albóndigas o sacar los fideos del caldo. Esta combinación del formato divertido, la comida rica y la compañía graciosa formó una despedida perfecta antes de que me fuera al Reino Unido a pasar la época navideña.

¡Nos lo pasamos pipa cocinando nuestra propia cena!

El día siguiente tuve que compaginar trabajar con hacer la maleta. Después, comí con Nacho, que estaba de visita desde Praga. Llevó una botella de vino y pedimos comida italiana de uno de mis sitios favoritos. Esto nos permitió ponernos al tanto sobre una pizza buena. Esto lo hacíamos hasta el momento que tuve que salir para el aeropuerto a coger un vuelo a la patria.

Tras escuchar unas historias terroríficas sobre el estado del aeropuerto de Madrid en estas fechas y luego la huelga de los seguratas en el control de pasaportes en el aeropuerto de Mánchester, al final el viaje de Madrid a Mánchester fue el más fluido que he hecho jamás. El único inconveniente fue cuando perdí mis AirPods en salidas del aeropuerto de Madrid. Fui corriendo por allí buscándolos hasta rendirme al hecho de haberlos perdido y subirme al vuelo cuando nos llamaron.

Había supuesto que la app de “Buscar” en mi iPhone estaba funcionando mal ya que decía que llevaba los AirPods conmigo durante el viaje entero, pero había vaciado mi mochila y los bolsillos de mi abrigo repetidamente sin haberlos podido ubicar. Esto fue hasta llegar a casa y quitarme los vaqueros. En ese momento se cayeron los cascos al suelo. Aún no tengo ni idea dónde se habían escondido ni cómo habían llegado a estar dentro de mis vaqueros, ¡pero fue un milagro navideño descubrir que no había perdido estos auriculares de 220€!

Aún no sé cuando publicaré esta entrada de blog, ya que estos días estaré descansando y pasando mucho tiempo desconectado y con mi familia. Os deseo a todos una muy feliz navidad y espero que podáis relajaros al máximo durante estas fechas, sea lo que sea que estás celebrando.

10.12.22 — Diario

Una semana de teatro

Aludí al tema hace un par de entradas, pero esta semana he estado de viaje. Después del trabajo el viernes pasado quedé un rato con Pedro, hice la mochila y me acerqué al aeropuerto de Madrid para coger mi vuelo habitual a Mánchester.

En breve hablaré del propósito principal de este viaje, pero cabe destacar que el calendario laboral durante esa semana en España fue bastante raro. Gracias al puente de diciembre tenía el martes y el jueves libres. ¡Bastante extraño fue!

Tras confundirme bien y decir a mi madre que llegaría a las 10:30pm y a mi padre que llegaría a las 00:30am, al final aterricé justo entre esas dos horas a las 11:30pm. Fuimos a casa y dormí bien para arrancar con ganas el finde.

Daba gusto estar de vuelta a la habitación verde que diseñé hace años.

El sábado fuimos a Bradford a visitar a mis abuelos. Después volvimos a casa para cenar un plato tradicional británico con ternera asada y una especie de pan que se llama Yorkshire pudding. ¡Los había hecho mi madre a mano y fueron la estrella del plato!

El día siguiente fui al centro de Burnley para comer y ponerme al tanto con Abi y Danni. Fuimos a Ellis’, una hamburguesería estadounidense ubicada en un local que antes era un pub que íbamos mucho a beber cuando éramos estudiantes. Fue una sensación rara estar comiendo de manera civilizada en un sitio que asociaba más bien con noches locas de cocteles antes de ir al club.

No quisiera romper con la costumbre, sin embargo, así que me pedí un cóctel colorido y afrutado mientras esperaba a que llegasen Abi y Danni. Pues sí, esta vez fue al revés, ¡yo llegué puntual y ellas llegaron tarde! Una vez reunidos todos, pedimos unos platos y disfrutamos de unas buenas hamburguesas y patatas fritas.

El próximo día volví al trabajo en remoto desde el calorcito del salón de la casa de mis padres. Una vez finalizado el trabajo sobre las 5pm, me puse ropa algo más elegante que la bata que antes llevaba y vino Amber a recogerme. Fuimos a un pub gastronómico local y nos pusimos al tanto sobre una cena bien agradable.

Amber lucía radiante y festiva antes de que empezara el caos…

Está claro que no puede haber una reunión entre Amber y yo sin que haya un poquillo de drama. Esto empezó cuando pedí un vermú, algo que no sabían los camareros que era. Acabé teniendo que explicarles cómo hacer un martini, que al final no me gustó porque me estaba quejando de las aceitunas. ¡No eran como las del Mercadona!

Enseguida causé mas confusión al pedir que me pusieran aceita de oliva (algo que no se hace en Inglaterra al parecer) y luego pedí que los dos sabores de helado no se tocaran en el plato. Al final me llevaron dos boles para así separar los helados y pareció que había pedido dos postres. ¡Vaya imagen!

Nos echamos un buen rato y dejé una buena propina por todo el caos que había montado. Ya no me acuerdo qué amigo me lo dijo en su momento, pero alguien una vez observó correctamente que nunca pido de la carta, siempre me invento algo. Soy un pesado, qué te voy a decir…

El día siguiente volví a trabajar desde casa, tras lo cual teníamos otro plan. Mis padres y yo preparamos el coche y fuimos a Todmorden, donde visitamos el vivero de Gordon Rigg para comprar un árbol de navidad. También quería ojear las exposiciones navideñas que siempre desarrollan, en específico una sala de luces decorativas que siempre la montan muy guapa. Es algo que me ha encantado hacer desde niño: ¡no es navidad sin una vuelta por Gordon Rigg!

El asunto de elegir un árbol de navidad – cosa que suele convertirse en una tarea eterna ya que a mi madre y a mí nos gusta encontrar el árbol perfecto – duró unos pocos segundos este año. Salimos a la zone donde exponen los árboles y mi padre cogió uno que le había llamado la atención Este movimiento hizo que el árbol de al lado se me cayera encima y hice la broma que en vez de elegir yo el árbol, me había elegido él a mí. Echamos un ojo a este árbol caído, decidimos que realmente era muy bonito y lo reservamos para llevárnoslo a casa luego.

¡Más fácil imposible!

El próximo día madrugué y le acompañé a mi madre de vuelta a Todmorden. Esta vez fuimos a la estación de tren, donde recogimos a mi hermana para pasar el día juntos en familia. Fuera de la época navideña, rara vez podemos vernos los cuatro.

La razón por nuestra reunión fue una algo especial y el por qué había ido a Inglaterra en primer lugar: ¡íbamos a ver el musical del Rey León! Ellie y yo les habíamos regalado las entradas a mis padres la navidad pasada, así que habíamos esperado casi un año entero. Pero el día esperado ya había llegado.

Salimos para Mánchester sobre mediodía. Una vez allí, echamos un ojo al mercadillo de navidad y luego pasamos un rato buscando regalos. Echamos un tiempo explorando Afflecks, una antigua fábrica que ahora se encuentra llena de tiendas independientes.

A veces pienso que Mánchester es feo, pero tiene su punto.

Entre las multiples plantas de antigüedades y cosas raras y maravillosas, acabé perdiendo a mis tres familiares. Cuando ya había visto y comprado todo lo que quería, ya sabía yo en donde los encontraría. Me acerqué a la tercera planta y la cafetería que pone bocadillos míticos llenos de patatas fritas.

Las vistas desde Afflecks lucían bonitas en la luz dorada del sol.

Desde Afflecks, caminamos hasta el Northern Quarter, el barrio independiente y molón de Mánchester que es mi zona favorita de esta gran ciudad. Pagamos una visita a Fred Aldous, una tienda de papelería y cosas de artesanía que lleva años y años en el mismo local y en donde mi padre quería recrear una foto de mi hermana y yo que sacó hace muchos años.

Hubo unos postes cuquis y coloridos en el Northern Quarter.

Eventualmente tuvimos que volver al centro de Mánchester y a un restaurante que se llama San Carlos. Es un sitio italiano que a mi madre le gusta mucho y donde había reservado una mesa a que comiéramos juntos. Para ella fue una cena temprana, pero yo lo veía más como una comida tardía. Da igual, porque comí un entrante rico con gambas y aguacate y luego un plato enorme de pasta fresca casera.

Mi padre y hermana pidieron postre también, pero yo me conformaba con una bolsa de unos discos de chocolate con naranja de una marca británica famosa de chocolate. Me los zampé de camino al teatro, en donde por fin nos sentamos en las butacas y esperamos a que empezara el espectáculo.

Mi madre y mi hermana ya habían visto el musical hace unos años y nos habían avisado de que el la primera canción, “El ciclo de la vida”, iba a suponer una montaña rusa emocional. Aún así no estaba preparado por lo impactante que fue. Realmente marcó el tono para el resto de la obra, que supuso una pasada de baile, canto y títeres.

Al acabar el espectáculo volvimos a casa en el frío cortante de la tarde. Había sido un día maravilloso en Mánchester en familia y valió mucho la faena logística que había sido para que estuviéramos todos juntos. Yo había volado desde España y mi hermana había tenido que hacer una ruta larga y compleja en tren desde la mitad de la nada en el sur de Inglaterra donde se encuentra trabajando en prácticas para su doctorado.

El día siguiente fue festivo también, así que mi madre y yo bajamos a su gimnasio. Había conseguido un pase para que entrara gratis, así que me metí en la piscina y nadé unos largos durante media hora. Es verdad que falté a mis clases en Madrid esta semana, ¡pero aún así por lo menos pude hacer algo!

Desde allí fui a comer con Karen, la directa creativa de Burnley Youth Theatre, el teatro donde empecé a trabajar y di mi primer paso en el mundo del diseño. Fue muy bonito poder ponernos al tanto después de tantos años. Luego la acompañé al teatro para pasar el resto de la tarde.

Por mera suerte, había decidido ir el día de la vista previa del espectáculo de navidad, cosa que significó que muchos ex compañeros habían vuelto para asistir al evento más importante del agenda anual del teatro. Me lo pasé muy bien poniéndome al tanto con todo el mundo y el espectáculo, el Mago de Oz, ¡fue súper gracioso!

Luego llegó el viernes y me tocó volver al trabajo, pero esta vez acabé a las 2pm hora inglesa. En ese momento empezó mi tarde loca. Me hice la maleta, salí de casa y empecé el viaje largo a Leeds. Este viaje empezó con un paseo por el campo que rodea la casa de mis padres hasta una parada de autobús que se encuentra en la mitad de la nada. Fue un viaje ameno a pesar del frío e incluso me topé con unas ovejas amables por el camino.

Eventualmente llegué a la parada de bus y lo cogí hasta Todmorden, donde me pillé un tren hasta Leeds. Una vez en la gran ciudad, me reuní con Danni para cenar e ir al Leeds Playhouse, otro teatro en el que íbamos a ver otro musical. ¡Esta vez fue Charlie y la fábrica de chocolate!

Hacía –3°C cuando llegué a Todmorden y no me gustaba para nada.

Este clásico de Roald Dahl es uno de mis cuentos favoritos, así que me emocionó mucho la oportunidad de verlo en vivo. Sobra decir que no decepcionó para nada, con un reparto fabuloso y unos efectos visuales guays que contaron las historia graciosa aunque algo oscura de Willy Wonka y los cinco niños.

Una vez finalizado el espectáculo, le acompañé a Danni hasta la estación de tren, donde me pillé un taxi hasta la casa de Em y Lincoln. Llegué allí bastante tarde, así que nos tomamos una sola copa de vino antes de rendirnos e irnos a la cama. Fue muy bonito poder ponerme al tanto con ellas tras su boda, aunque solo fueran unas horas cortas.

El próximo día nos despertamos, sacamos a pasear a su perro y luego bajamos al centro de su pueblo para desayunar. El desayuno fue muy bueno. Yo me tomé un chocolate caliente y unos huevos escalfados, pero todo acabó demasiado temprano cuando tuve que despedirme de ellos al ver las noticias que el aeropuerto de Mánchester había cerrado sus dos pistas de despegue debido a una nevada fuerte y repentina.

Estos huevos escalfados con beicon y morcilla estuvieron gloriosos.

Con todo eso dicho ya llegamos al aquí y ahora. Actualmente me encuentro sentado en un avión en Mánchester, esperando con paciencia a que nos quiten el hielo del avión para poder despegar. Me estoy intentando quedar tranquilo, por lo menos no me lo han cancelado entre todo el caos provocado por el clima británico que tanto me gusta…

Seguro que ya estaré de vuelta a Madrid cuando lees esto, pero por ahora te dejo con el sonido bonito de la gente quejándose y el aire acondicionado ruidoso de este avión. Tenía que hablar llevado conmigo los cascos que disponen de cancelación de audio, de verdad…

08.12.22 — Diario

Fotos analógicas de Murcia

La entrada de hoy supone algo de una ruptura de lo que suelo publicar. Mi idea es ponerme al tanto antes de que las cosas se vuelvan locas en Navidad, pero también quise compartir algunas fotos que me relevaron que me han resultado bastante bonitas.

Igual que las fotos de mi barrio que compartí, estas imágenes vienen de un carrete que lo llevé a que se relevara después de mi viaje por las Américas. No me acuerdo de haber llevado mi cámara analógica a Murcia durante uno de mis numerosos viajes a ver a mis tíos, pero sí que fueron una sorpresa bonita entre las otras que se me devolvieron.

Las primeras dos fotos proceden de uno de los sitios preferidos por mi tía para tomarse un café y picar algo en el paseo marítimo del Mar Menor. La Encarnación cuenta con un patio espléndido lleno de plantas, así que parece que un día aproveché para sacar unas fotos en el sol de la tarde.

Este sitio es igual de bonito y tranquilo que parece.

La tercera y última foto viene de Cartagena, una ciudad que no queda muy lejos de dónde tienen mis tíos su piso. No sé por qué se sacó esta imagen ni que andábamos haciendo, pero reconozco el puerto y las colinas en el fondo.

El otro misterio está en qué son las dos líneas negras que pisan la foto. Al principio me puse a inventar cualquier tipo de teoría loca, pero al subir estas fotos me he dado cuenta (tristemente) que lo más probable es que sean el lazo de la cámara que se metieron en frente de la lente en un momento inoportuno.

No sé qué serán pero le dan una sensación de acción a la foto.

No hay mucho más que comentar sobre estas fotos, ¡así que me despido! Tengo una página en inglés de mis viajes, echadle un ojo si quieres ver cuantas veces he bajado a tierras murcianas.

04.12.22 — Diario

Clases de pintura y mercadillos

Además de la excursión larga pero divertida a Santander la semana pasada, también he estado haciendo cositas aquí en Madrid a pesar del frío que ha empezado a hacer. Todos mis amigos y yo estamos de acuerdo en que el tiempo actual nos deja sin ganas de hacer nada que no sea descansar en casa.

La primera tarea que tenia quiera fuera la más importante: descansar. Este año y después de la pereza provocada por la pandemia, he estado muy animado y con ganas de hacer de todo. Pero me he dado cuenta que necesito guardarme tiempo para descansar. Esto podría suponer cocinar, pasear por mi barrio o bien apalancarme en el sofá con una copa de vino para ver alguna serie. La semana pasada supuso una vuelta por la ciudad en bici.

Paso por este arco bonito de camino a casa desde la oficina.

Esa misma tarde, volví a esa misma Puerta de Toledo para asistir a otra clase de pintura. Había ido con Sara hace un mes, pero esta vez me acompañó Luis. Me había escuchado hablar del concepto de pintar mientras bebiendo y picando ¡y le apetecía probarlo!

Al final acabó siendo una clase privada ya que los otros que se habían apuntado no se presentaron. ¡Lo aprovechamos al máximo y una vez más me quedé muy contento con el resultado!

De nuevo, ni tan mal, pero quizá tuviera que haber optado por manchas naranjas.

El día siguiente había otro plan para pasar la tarde con unos amigos. Tras hacer la compra semanal en mi lugar favorito de toda España, el Mercadona del Mercado de Santa María de la Cabeza, me acerqué al Museo del Ferrocarril para reunirme con Bogar, Javier, Hugo y Sergejs.

Habíamos quedado en vernos allí para ir al Mercado de Motores, un mercadillo que se monta entre los antiguos trenes una vez al mes. Ya que el sitio queda a tan solo cinco minutos de mi casa, llevo años queriendo ir pero nunca llegué a visitarlo. ¡Típico!

El mercado fue muy guay, así que sí que me autoregañé por no haber ido antes. Nada más entrar ya me puse a hablar con los del primer puesto y acabé comprando una colección de chocolatinas hechas a mano. Esta historia luego se volvió a repetir en cada puesto por el que pasé. Me pillé una serie de fiambres, quesos, mojo tinerfeño, unos carteles y algún que otro regalo de navidad.

El mero hecho de estar dentro del museo también fue una pasada. Había muchos trenes viejos dentro de la antigua estación de tren. Me sorprendió mucho toparme con un tren de color verde y amarillo brillante que ponía la palabra “Yorkshire”. Este es el nombre de uno de los condados donde me crié. ¿Quien lo diría?

Ver uno de mis condados en Madrid fue una sorpresa bonita.

Con las compras hechas, los cinco salimos a la zona exterior de restauración y pillamos una mesa para tomarnos algo. Tras un vermú, Bogar y yo teníamos algo de hambre, así que pedimos un par de raciones ricas. Pillé unos huevos huevos rotos con torreznos y Bogar unas patatas con mojo.

Compartimos los dos platos y estuvieron absolutamente deliciosos. Me sorprendió lo buenas que estaban las patatas. ¡Hasta diría que competieron con las auténticas que me comí la primera vez que estuve en Tenerife!

Tras otro vermú, nos fuimos del sitio y yo me fui a un centro comercial para seguir comprando regalos de navidad. Al final fue un viaje poco productivo, porque aunque sí es verdad que compré bastantes cosas, ¡todas ellas eran regalos para mí mismo!

El día siguiente me volví a quedar en casa descansando, pero empezó a hacer bueno por la tarde así que lié a mi compañera María a que me acompañara para dar una vuelta en bici. Empezamos en Retiro y luego pasamos por la Gran Vía para ver las luces navideñas. Fue una tarde muy agradable y acabó como acaban todas las buenas: con una cerveza fría en un bar.

El Palacio de Cibeles luce siempre resplandeciente durante esta época del año.

De vuelta a casa, me puse una copa de vino ya que era hora de hacer llamada con las chicas de Cake Club: Megan, Loredana y Heidi. Pasamos unas horas cotilleando y echándonos unas risas por videollamada desde nuestros países de residencia: España, los Estados Unidos, Austria y Noruega.

Luego se arrancó la semana laboral, pero iba a ser diferente gracias a la fiesta de navidad del trabajo y también gracias a unos atardeceres espectaculares. Un día salí de la oficina y me choqué con esta vista maravillosa, en que el sol creaba un degradado perfecto sobre el horizonte.

Hace tiempo que un atardecer no me deja sin palabras de esta manera.

Luego llegó el evento de la semana en la forma de la cena de navidad del trabajo. Llevamos un par de años sin montarla gracias a la pandemia, pero ya estuvimos de vuelta y preparados para una tarde de comida rica y copas.

Me puse guapo para la ocasión y nos reunimos todos en un restaurante vasco en el centro de la ciudad. Disfrutamos una serie de entrantes como chorizos y croquetas. Yo pedí bacalao a la brasa y después una copita de pacharán a modo de digestivo. ¡Que peligro el patxaran!

No obstante, no me quedé hasta muy tarde ya que andaba cansado y el día siguiente tenía bastante lío. Pero esa historia ya la dejo para la siguiente entrada de blog…