Monthly Archives: December 2023

30.12.23 — Diario

Una llamada para un mejor deletreo de «t‑shirt»

Al entrar en la cocina esta mañana descubrí que mi madre había pegado etiquetas a las dos toallas que estaban colgadas en el tirador del horno. Una ponía «hand towel» (toalla de mano) y la otra «t‑towel» (trapo de cocina), como si el mundo fuera a acabar si me sacara las manos limpias con la misma toalla que había usado para secar una olla.

Sin embargo, hoy no estoy para quejarme de la obsesión de mi madre con las toallas, ni el hecho de que técnicamente debería escribirse «tea towel». Más bien la palabra «t‑towel» me recordó a otra palabra en inglés cuyo deletreo siempre me ha molestado: nuestra palabra para la humilde camiseta, «t‑shirt».

Como suelo hacer, me puse a meditar sobre los orígenes de la palabra «t‑shirt», o bien su etimología si nos ponemos finos. Mientras me preparaba una tostada, me pregunté si la palabra había nacido del mundo del golf, ya que a veces se ve escrita «tee shirt» (camisa de tee) o simplemente «tee». Mi teoría era que quizá los polos utilizados por golfistas fueran el precedente de las modernas «camisas de tee».

Bastante equivocado estaba. Resulta que el origen de la palabra es mucho más sencillo. Son «camisetas de T» porque la prenda tiene la forma de una «T» en mayúscula.

Siendo realista, tenía que haberme esperado semejante sencillez de nuestro idioma germánico. A los británicos nos gusta mucho reírnos de los estadounidenses por referirse al otoño como «fall» (por la caída, «fall», de las hojas) o por su híper especificidad en palabras como «eyeglasses» (gafas de ojo), pero en realidad el inglés puede ser muy simplista a la hora de describir las cosas.

¿Para qué usar palabras rebuscadas del latín como «feline» («felino») pudiendo decir «como un gato» con «catlike»? ¿Para qué decir «assist» («ayudar») pudiendo decir el mucho más descriptivo «give a hand» («echar una mano»)? ¿Para qué hablar del latín «noon» pudiendo expresar el concepto del medio del día con «midday» («mediodía»)?

Volvámonos a las camisetas. Mi molestia con esta palabra viene de la combinación de dos de sus características: el uso del guion medio con el uso de una sola letra, la «t».

El uso de los guiones en inglés es bastante común. Escribo palabras como «know‑how» («saber hacer») o «mind‑blowing» («extraordinario») con mucha frecuencia y con mucho gusto. A estos ejemplos no les pongo pega a porque en mi cerebro tienen sentido por estar equilibrados, tanto a la hora de escribir como a la hora de hablar. La palabra «t‑shirt» se me hace asimétrica, como si todo el peso estuviera en «shirt». La pobre «t» parece una adición tardía.

El uso de una sola letra tampoco es un concepto ajeno al inglés: tenemos «a» («un/una») y «I» («yo»). Este segundo me podría llevar a despotricar sobre nuestro uso continuo de una mayúscula a la hora de escribir «I», aunque es verdad que la historia del por qué la seguimos usando es bastante interesante. También estoy acostumbrado al castellano, un idioma que pone las cinco vocales a trabajar como palabras enteras: «a», «e», «y», «o» y «u».

Pero esta combinación de un guion con una letra suelta supone mi queja principal sobre esta palabra: ¿cómo se supone que se escribe en mayúsculas? ¿Sería «T‑Shirt» o «T‑shirt»? ¿Y si nos dejáramos llevar por la anarquía y la escribiéramos «t‑Shirt»? Si es así que utilizamos la mayúscula al escribir «iPhone»…

Técnicamente, la palabra siempre se debería escribir «T‑shirt», con la «T» mayúscula, haciendo así referencia al origen de la misma. Pero no me gusta como luce así, me parece que coloca la palabra al nivel de otros nombres propios como los de las personas, los lugares o los dioses. Venga ya, si es una mera prenda.

Por eso no me sorprende ver que la manera más común de escribirla a día de hoy es «t‑shirt», sin mayúscula ninguna. Esto está bien, pero solo hasta que tenga que escribir un titular.

El «title case» en inglés me encanta tanto como me confunde. Este término se refiere de la manera en la que usamos las mayúsculas a la hora de escribir títulos o titulares en inglés. Por ejemplo, «Smells like teen spirit» luce bastante raro como nombre de una canción, «Smells Like Teen Spirit» se ve mucho mejor.

¿Entonces cómo hacemos al tener que componer una palabra compuesta con guion dentro de un titular? ¿Usamos «Mind‑blowing» o «Mind‑Blowing»? Como suele pasar en inglés, no hay consenso claro. Distintas organizaciones y manuales de estilo prefieren una manera u otra. Tampoco me he decidido yo: lo más seguro es que los titulares de las más de 600 entradas de mi blog contengan un batiburillo de mayúsculas y minúsculas.

Con la maldita «t‑shirt», el lío va a peor. Como digo, técnicamente debería escribirse «T‑shirt», pero este uso provoca un desequilibrio totalmente diferente al que percibo al verlo escrito en minúsculas. Entonces, y después de mucho agonizar, opté por «T‑Shirt» en el titular de la versión en inglés de esta entrada de blog. Es mi web. así que haré lo que me dé la gana.

Dejando de lado esta colección de divagaciones lingüísticas, volvamos justo a eso, al titular de esta entrada de blog. «Una llamada para un mejor deletreo de t‑shirt» es justo eso, una llamada. No tengo propuesta ninguna de cómo podríamos arreglar este caos, ni tengo claro tampoco que la solución sea cambiar su deletreo. Solo sugiero cambiar nuestra manera de escribir la palabra ya que me parece que cambiar la palabra en sí sería más fácil que conseguir que las docenas de comunidades y autoridades anglosajonas se pusieran de acuerdo en un uso estandarizado de las mayúsculas al escribirla.

Además, la palabra es fea de cojones.


Obviamente no guardo la esperanza de que se cambie la palabra «t-shirt», a pesar de la velocidad con la cual avanza el inglés. Seguiré haciendo lo que siempre he hecho: evitaré la palabra cuando pueda y seguiré las normas cuando tenga que usarla.

Si te ha gustado leerme despotricar, déjamelo saber.

22.12.23 — Diario

Halifax

Llevaba tan solo quince días en Madrid después de mi viaje a Londres cuando me tocó volver a subirme a un avión con destino a Inglaterra. Esta vez me dirigía al norte, donde me reuniría con mi familia para conmemorar una ocasión triste: el funeral de mi abuela.

Debido a la naturaleza extraña del precio de los vuelos, me salió más barato ir de sábado a sábado que volar entre semana, así que tendría tiempo para hacer más cosas mientras andaba por la casa de mis padres. El día siguiente a mi aterrizaje y para aprovechar de este tiempo libre, mi padre y yo echamos el día viajando por su condado nativo de Yorkshire.

El cielo estaba despejado mientras bajamos hacia Mánchester.

El primer destino en nuestra ruta fue Halifax, una ciudad de la cual tengo bonitos recuerdos ya que de pequeño mi padre nos llevaba a mi hermana y a mí a una especie de museo científico para niños. Como el explorador que es, mi padre nos llevó por una calle aislada hasta llegar una fábrica abandonada para sacarle algunas fotos.

El otoño llegaba a su fin pero aún había colores bonitos.

Al volver al coche bajamos más por esa misma calle hasta llegar a otra fábrica, pero esta no se encontraba abandonada. Resulta que el recinto de Dean Clough aún se utiliza, aunque ahora se trata de un espacio de arte y ocio en vez de la fábrica de moqueta de antaño. Dentro, encontramos una exhibición de pinturas, unas oficinas y una tienda de regalos bonita en la cual nos pusimos a hablar con la empleada.

La fábrica es un pedazo de historia victoriana viva.

Al explorar más el lugar nos perdimos en uno de los edificios. Anduvimos por oficinas vacías y escaleras de seguridad dudosa en las que seguramente no teníamos que haber estado. Al final encontramos la salida y volvimos al coche para ir a buscar algo de comer.

Ya que estaba en Inglaterra solo hubo una opción válida de comida: unos fish and chips. Mi padre me llevó a su sitio de confianza para que los comprara y pedí una selección de fritanga para hacer lo que le dije que eran «tapas británicas». Encontramos un banco de picnic en las orillas del canal y nos sentamos a disfrutar de nuestra comida a la británica: pasando frío.

Mi padre se quedó contento con mi selección de guarradas fritas.

Desde allí nos acercamos a Hebden Bridge, un pueblo tan bonito como es pequeño. Allí compré unos regalos de navidad y paseé por el mercadillo navideño que se había montado en el centro. Al llegar la oscuridad y el frío, volvimos al coche y para casa: ¡las noches de invierno por el norte te congelan vivo!

Aquí la entrada llega a un final algo repentino, ya que dos días después me desperté para encontrarme bastante enfermo. Desafortunadamente esto pasó el mismo día del funeral, pero me tomé un paracetamol, me abrigué bien y me uní a la familia para poder asistir a la despedida bonita que tanto merecía.

No obstante, pasado ese día, tuve que pasar unos tres días más en casa. Perdí el vuelo de vuelta a España, pero por suerte hubo otro vuelo barato que salía unos días después. Esa fecha fue el Día da la Constitución Española, así que pude volar tranquilamente sin preocuparme por el trabajo. No hay mal que por bien no venga.

Cierro la entrada de blog dándoles las gracias a mis padres por aguantarme mientras andaba por casa sintiendo pena por mí mismo. Mil gracias específicamente a mi madre, cuyo consejo que no volara con un estómago tan revuelto realmente fue muy bueno…

15.12.23 — Diario

Cultura otoñal

Ya de vuelta a España después de mi viaje a Londres, me quedaban solo dos semanas antes de coger otro vuelo de vuelta al Reino Unido. Quedaba mucho por hacer, sin embargo, desde una sesión fotográfica improvisada del libro que creamos para la IE University hasta unas comidas con amigos, tanto preparadas por su servidor en casa como en los restaurantes del centro de Madrid.

Una tarde fui al teatro para ver «La Madre de Frankenstein», una obra que iba a ver con Nacho cuando visitó pero que tuvimos que cancelar por falta de tiempo. La obra tuvo lugar en un lugar precioso que nunca había visitado, el Teatro María Guerrero. Era un edificio muy bonito tanto por fuera como por dentro.

Siempre me ha gustado un teatro antiguo y bonito.

La función fue deslumbrante. Pensé que me iba a costar estar quitado durante las cuatro horas de la obra, pero el talento puro de los actores y la trama me mantuvieron al borde de la butaca. Relató la historia de un manicomio en las afueras de Madrid durante el franquismo, una paciente del manicomio y el médico que supervisaba su caso. La obra hizo paralelismos entre la paranoia de la paciente y la paranoia masiva que sufrió España bajo la dictadura. Fue exquisito.

Luego pasé el finde entre cocinar en casa y visitar restaurantes con amigos. En un paseo que di con Pedro nos topamos con una colina pastos que me recordó al fondo de pantalla mítico del Windows XP. Esa tarde me puse guapo y salí a comer con unos compañeros y excompañeros para celebrar el cumpleaños de Teresa. ¡Fue un día muy bonito!

El finde siguiente acabé otra vez por las calles de la capital. Sara, Rocío y yo quedamos en cenar el sábado y luego fuimos a tomar unos cócteles en un bar de Malasaña. Entonces pasé el domingo comiendo cachapas en un sitio venezolano y de paseo por un Madrid soleado. Había que aprovechar del finde antes de que llegaran todos los turistas durante el puente de la constitución…

Por la tarde fui a ver «Vidas Pasadas» en el cine. Esta película me encantó igual que la obra de teatro y algunos de los temas que trató me resonaron bastante. También fue una película preciosa en general, teniendo lugar entre Seul y Nueva York. La recomendaría a todo el mundo.

El finde siguiente me fui otra vez al Reino Unido, pero las fotos de esa visita las dejaré para la próxima…

14.12.23 — Diario

Visitando a Rhea en Londres

Tras recibir a Ellie y Johann aquí en Madrid, ahora me tocaba a mí ser recibido. Este viaje trató de visitarle a Rhea en Londres, un viaje que tuve que retrasar debido al fiasco que sufrí al romperse mi pasaporte en Tokio. Originalmente iba a viajar a la capital de la patria justo después de este viaje a Japón, pero al final tuve que esperar un par de meses más.

Mi vuelo a Stansted aterrizó sobre las 4:30pm, lo cual significó que ya era de noche al llegar en el Reino Unido. Mientras mi tren avanzaba hasta el centro de Londres, revisé las instrucciones que me había mandado Rhea para llegar a su casa ya que tendría que entrar yo con la llave que me había dejado.

Ella andaba por Leeds, la ciudad en el norte de Inglaterra donde estudiamos juntos. Ahí estaba celebrando el compromiso de nuestra amiga Sophie, así que tuve que acercarme a su piso en Londres acompañado tan solo por una bolsa de patatas fritas de aro de cebolla que compré en Tesco, un supermercado británico. Echo de menos el Tesco.

Hacía frío, era de noche y había mucha gente por la calle, pero por lo menos pude ir al Tesco.

Una vez instalado en la casa de Rhea, me acerqué a otro supermercado para pillar unas cosas para que Rhea luego pudiera hacer la cena al llegar. Como es su estilo, preparó un plato delicioso y lo disfrutamos juntos antes de irnos a dormir.

El día siguiente salimos a desayunar en la panadería preferida de Rhea. No me decepcionó nada su selección de pasteles y panes y café rico. Desde allí bajamos la calle de Portabello Road, un mercado callejero mítico que ofrece todo tipo de antigüedades y productos de segunda mano.

El olor de pan recién salido del horno era irresistible.

A mediodía le dejé a Rhea en una librería para acercarme a la estación de metro. Había quedado mi hermana Ellie, que también andaba por Londres. ¡Como si no la tuviera ya muy vista tras su visita a Madrid apenas unos días antes!

Me bajé del metro en Richmond, donde me recibió mi hermana mientras hablaba por teléfono con mis padres. Me enseñó el centro de este pueblo bonito de Londres, incluido el río donde se me hizo caca encima una gaviota. ¡Encima me manchó el abrigo nuevo!

Tras cotillear unas tiendas y las calles curiosas del casco viejo de Richmond, andábamos con hambre así que nos metimos en un restaurante italiano local en busca de zampar algo rico. El sitio cumplió su función: compartimos unos platos deliciosos mientras nos pusimos al tanto. Fue una manera muy agradable de pasar un domingo por la tarde.

Después de la comida Ellie se tuvo que ir, por lo cual yo volví al barrio de Ladbroke Grove para reunirme de nuevo con Rhea. Luego salimos a pasar la tarde noche juntos en Camden, donde pillamos comida china callejera muy rica y subimos hasta la cima de una colina para intentar ver los fuegos artificiales de la Noche de Guy Fawkes.

Este festivo británico se celebra cada 5 de noviembre con hogueras y fuegos artificiales para conmemorar el atentado al parlamento británico del 1605. Un tal Guy Fawkes intentó tumbar el edificio con pólvora, por lo caul celebramos su fracaso quemando imágenes de él encima de hogueras públicas: cosas de Inglaterra…

Esta foto la saco la tía del puesto de comida que no paraba de llamarle a Rhea «una señora muy guapa».

Nuestra aventura al final fue un fracaso. No encontré bonfire toffee (un dulce típico del festivo), tampoco había bengalas a la venta y tampoco vimos muchos fuegos artificiales. Uno sabe que ha sido un fiasco cuando la multitud acaba gritando y celebrando el fuego artificial más pequeño del fondo. El espíritu británico en toda regla.

El día siguiente fui a trabajar en una oficina compartida y luego volví a la casa de Rhea para pasar una noche con Izzy. Llevo sin verle a Izzy desde que vino a visitarme en Madrid hace un par de años. Los tres quedamos un buen rato hablando con una cena deliciosa preparada por Rhea. Comentamos que la quedada nos recordaba a los años que vivimos juntos durante la universidad.

Rhea me acompañó a la oficina el día siguiente y juntos conseguimos unas entradas para ver un musical esa misma noche. Nos costaron tan solo £25 cada uno, así que salimos con ganas para pasar una tarde viendo The Book of Mormon en el West End.

La función fue graciosísima: se nos caían las lágrimas de la risa durante la duración entera. Fue curioso que acabáramos viendo The Book of Mormon, ya que unos días antes de mi viaje a Londres había visto que había llegado el musical aquí en Madrid también. Me alegro de haberlo visto en mi idioma nativo, sin embargo. Pero eso sí, me da curiosidad ver como se han traducido las bromas al castellano.

El día siguiente lo tenía libre ya que volvía ese día a Madrid. Ya que yo no volaba hasta la tarde, Rhea y yo salimos otra vez a desayunar unos cruasanes y café en la panadería local. Luego Rhea se tuvo que ir así que me despedí de ella y le di las gracias por acogerme tan bien. Desde su barrio me acerqué al mercado de Spitalfields para ver que había por ese barrio de Londres.

El mercado me gustó, pero se me hizo muy concurrido y comercializado.

Mientras andaba en el tren de vuelta al Aeropuerto de Stansted fui hablando con Loredana y David que estaban pasando el día en Madrid antes de volar a América del Sur para pasar un mes de vacaciones. Desafortunadamente ellos iban a despegar justo a la misma hora que yo llegaba, así que no iba a poder verlos por una cuestión de horas. ¡Vaya!

Al llegar en Madrid, no obstante, me sorprendió ver que Loredana aún estaba en línea y enviándome mensajes. Resultó que su vuelo se había retrasado un poco, así que si yo podría desplazarme de la T1 hasta la T4 a tiempo tal vez pudiera saludarles durante cinco minutos antes de que se fueran. Fui corriendo a coger el autobús del aeropuerto, pasé el viaje esperando que el autobusero lo pisara un poco más fuerte y luego me bajé y entré en la T4 volando. Allí casi me choqué con los dos que justo habían acabado de facturar las maletas en el momento que llegué.

Ilusionadísimos de vernos y sin creernos la coincidencia perfecta que se acababa de montar, los tres pasamos diez minutos hablando y abrazándonos en una T4 que ya se encontraba prácticamente vacía. Me despedí de ellos y se fueron de camino a Chile mientras yo me fui de camino al Cercanías para acercarme al barrio. Una vez allí, pasé por mi bar de confianza y me pedí una bocata de lomo y queso para llevar.

Si tuviera que elegir entre el Tesco y el bar de mi barrio, no sé cuál acabaría ganando…

09.12.23 — Diario

Vuelven Ellie y Johann

Apenas una semana después de ir a Cuenca por trabajo y tan solo quince días después de aterrizar en España tras mi visita a los Estados Unidos, me tocaba limpiar la casa y alistarla para la llegada de un par de visitantes: Ellie y Johann. Mi hermana suele venir una vez al año pero hace ya cinco años que no viene con Johann, su pareja.

Tras recogerlos del aeropuerto, nuestra prioridad era encontrar algo que cenar. Visitamos un restaurante griego maravilloso al lado de mi casa y cenamos unos platos riquísimos, entre ellos unas zanahorias asadas que me dejaron loco. Desde allí nos acercamos al Matadero, donde se habían montado una serie de instalaciones de Luz Madrid.

Como te puedes imaginar, soy muy fan de esta celebración anual de la luz y la iluminación. La última vez que pude disfrutarla fue ya hace dos años, asó que andaba con ganas de ver lo que traería la edición de este año. Llegamos y la cosa no decepcionó; había todo tipo de instalaciones, entre ellas mi favorita que fue una gran estrella montada entre la estructura de la torre de agua del Matadero.

Luego seguimos nuestro camino por el río, pasando por otras instalaciones como una matriz de focos parpadeantes bajo un puente y luego una serie de flexos que cambiaban de color. Ellie y Johann también se montaron en unos toboganes por el camino, lo cual casi fue un peligro…

Aquí ves el contorno de Ellie en la oscuridad bajo el flexo.

Al cruzar el puente empezó a llover de una manera muy madrileña: de repente y con ganas. Lo tomamos como una señal de que era hora de volver a casa y dormir, así que nos refugiamos bajo un toldo y pillamos un taxi.

El día siguiente hacía bueno de nuevo, por lo cual cogimos el metro hasta el centro para ir de compras y hacer un poco de turisteo. Por supuesto que entre estas actividades figuraron desayunar churros y comer pizza en el restaurante italiano que más le gusta a mi hermana.

Al ponerse el sol volvimos a salir para explorar un poco más de Luz Madrid, pero no antes de tomarnos unas cañas en un bar. Esa noche nos encontrábamos por la Plaza de España, donde parecía haber aterrizado una nave espacial enorme y colorida.

Luego yo quería ver una instalación montada dentro de una iglesia, pero había mucha cola, teníamos hambre y se había puesto a llover de nuevo. Por eso bajamos un par de calles hasta un restaurante cerca de mi antigua oficina, un sitio que antes frecuentaba con mis compañeros y en que sabía que nos pondrían una buena ración de patatas bravas.

Al acabar la cena improvisada volvimos a la iglesia y nos metimos en la cola. Valió la espera al final: la instalación fue una delicia visual que contaba con focos, espejos y otros efectos sincronizados con la música y en este entorno tan especial.

Siempre me ha encantado el uso del humo para visualizar los rayos de luz.

El día siguiente fuimos a comer tacos y luego nos reunimos por la tarde para ir a ver el atardecer desde el Cerro del Tío Pío. Picamos unas patatas, disfrutamos las vistas panorámicas sobre la ciudad y empezamos a temblarnos cuando el sol poniente trajo el frío tajante del invierno madrileño.

Este parque es uno de los mejores sitios para apreciar la silueta de Madrid.

Ya que yo llevaba tiempo queriendo visitar Navacerrada, otro día subimos juntos a la sierra. Como les gusta el senderismo tanto a Ellie como a Johann, cogimos el bus hasta el embalse después de un drama en la estación de Moncloa al darme cuenta de que no llevaba el suelto suficiente como para pagar el viaje de los tres.

Una vez llegamos a Navacerrada nos dio la bienvenida un paisaje muy bonito. Partimos con la intención de caminar por el perímetro entero del embalse pero al final nos desviamos para acercarnos a un pueblo cercano ya que acabamos con bastante hambre y sueño. Al final fue un acierto: encontramos una terraza con estufas para comer y luego cogimos el bus de vuelta a Madrid desde la parada de autobús que quedaba justo al lado del restaurante.

Había sido una excursión larga pero aún quedaban ganas de ver la puesta del sol. Para eso, pillamos una bici los tres y bajamos a un sitio que yo llevaba tiempo queriendo visitar: la Dama del Manzanares. Esta escultura reside encima de una colina artificial en un parque que borda el río cerca de mi casa. Llegamos justo a tiempo para ver los últimos rayos de sol.

Tras volver a casa y devolver las bicis, nos quedaba tiempo suficiente para reunirnos con Luis. Eso hicimos en NAP, la pizzaría que nos gusta a todos, y echamos unas risas mientras cenábamos. Desde allí cruzamos Lavapiés para tomar una copa en Bodegas Lo Máximo, un bar mítico del barrio. ¡Nos lo pasamos pipa!

Esa noche marcó la última de la visita de Ellie y Johann. El día siguiente nos levantamos relativamente temprano para que los pudiera llevar a la estación de tren para que volvieran al aeropuerto. Como siempre, fue un placer recibirlos a los dos aquí y tengo ganas de que vuelvan.

Mi próxima aventura supuso un cambio de roles: me tocó a mí volar al extranjero para pasar unos días en la casa de una amiga. Esa experiencia la dejaré para la siguiente entrada de blog…

01.12.23 — Diario

Cosas del trabajo

Ya de vuelta a España después de mi viaje por los Estados Unidos, no había descanso para mí ya que tuve que volver al trabajo el lunes, el día después de mi aterrizaje. Eso estaba bien, pero luego el jueves tuve que volver a irme de Madrid porque me habían invitado a un evento.

Este viaje corto me llevaría a Cuenca, una ciudad que visité en un día con mis compañeros hace un par de años. Esta vez, sin embargo, me quedaría una noche.

Justo después de acomodarme en mi propia cama, tuve que ir a dormir en otro sitio.

El evento en cuestión fue organizada por la AUGAC, la Asociación de Profesionales de Gabinetes de Comunicación de Universidades y Centros de Investigación del Estado Español. El evento trataba de la comunicación visual y la promoción institucional, así que me invitaron a contar el proyecto de marca que realizamos en Erretres para UDIT.

El viaje a Cuenca casi empezó da manera catastrófica. Otra vez me vi confundido por el lío que está siendo la redirección de trenes de Atocha a Chamartín-Clara Campoamor. Me pasó lo mismo que me pasó al ir a Murcia a principios del año: llegué a Chamartín por los pelos. El viaje en tren luego fue rápido y sin incidencia. Al llegar en Cuenca me subí a un taxi con otra ponente para que nos dejara en el Parador bonito que habían reservado para nosotros.

El Parador era muy grande y muy bonito.

Después de dejar mis cosas volví a salir del hotel para acercarme a un restaurante por el casco viejo en el que me habían invitado a comer. Hacía un tiempo malísimo, con lluvia y viento de sobra, pero el camino por la ciudad me ofreció unas vistas bonitas y luego la comida fue fantástica.

Desde el restaurante bajamos al espacio del evento y en nada ya me encontré encima del plató y hablando del proceso de cambiar la marca de una escuela asociada para que pudiera transformarse en una universidad independiente. Estuve en compañía de otros ponentes muy inspiradores a los que pude conocerles bien después de las charlas. Para facilitar el networking hubo una cata de vinos y luego una cena maravillosa en otro restaurante de la ciudad. ¡Un día redondo!

El día siguiente me levanté tan tarde que me perdí el desayuno y luego casi me perdí el tren ya que el taxi que había reservado llegó muy tarde. La taxista lo pisó fuerte, sin embargo, así que llegue a la estación de tren y a mi AVE a Madrid justo a tiempo. Menuda semana de prisas…

Luego hubo más cosas del trabajo a disfrutar la semana siguiente. Entre ellos figuró un evento especial interno para celebrar nuestro cambio de marca, para el cual pasé un rato con mi compañera montando un regalo para el equipo. Este paquete incluía entre otras cosas un tarjetón con una goma que usamos para lanzarnos bolas de papel durante el desayuno de empresa.

Un par de días después fui de excursión con unos compañeros para visitar a uno de nuestros clientes. Tenían un puesto en la Global Mobility Call, una feria internacional que reunió a las empresas más importantes del sector de la movilidad. Pasamos una mañana por la feria aprendiendo sobre el futuro de la movilidad y probando las nuevas marquesinas de autobús de la comunidad de Madrid.

Para acabar la semana tuve un viernes ajetreado. Hugo había conseguido unas entradas gratis a «Bailo Bailo», un musical que celebra la vida de Rafaella Carrà, cuya música siempre me ha gustado. La función me encantó, pero tuve que largarme durante el descanso ya que tenía que cruzar el centro para llegar a otro teatro a las 8pm. Allí había quedado con Nacho, que estaba visitando desde Praga, en ver otra función.

Al final nuestra tarde fue algo distinto a lo que pensábamos. Al llegar al teatro nos avisaron que la obra duraba cuatro horas y Nacho tenía que estar en casa sobre la medianoche para poder marcharse a coger un vuelo temprano. Por eso decidimos abandonar la función e irnos a cenar en su lugar. Así por lo menos podríamos aprovechar de las pocas horas que teníamos para hablar y ponernos al tanto en condiciones. Al final se unió una amiga suya y los tres nos lo pasamos pipa.

Dejo esta entrada por aquí, sin embargo, ya que el día siguiente llegaron un para de visitantes a Madrid y lo que acabamos haciendo merece su propia entrada…