12.07.23 — Diario

Reunión vienesa

Han pasado casi cuatro años al día desde la última reunión de Cake Club, un nombre tonto que usamos Heidi, Loredana, Megan y yo para referirnos al grupo de los cuatro que formamos en Madrid en 2018. La última vez nos vimos fue aquí en mi pequeño piso en la capital española, pero no hemos podido volvernos a juntar en persona más que dos a la vez desde esa fecha.

He ido a visitar a las tres en sus ciudades respectivas al menos una vez durante estos últimos años. Fui a visitar a Heidi en Oslo un par de veces, pasé un finde en la casa de Loredana en Viena hace un par de años y luego Megan y yo pasamos un par de semanas juntos el año pasado durante el mes que pasé por Canadá y los Estados Unidos. Ahora podrás apreciar el porqué supone un reto juntarnos a los cuatro: ¡estamos cada uno por un lado del mundo!

Pero resultó que Megan venía a visitar Europa en junio de este año, así que pusimos en marcha un plan pare reunirnos todos en Viena y así pasar el primer finde juntos desde el 2019. Como es de esperar con nosotros, dejamos todo hasta la última hora, por lo cual desafortunadamente Heidi no pudo cuadrar un viaje.

Yo tuve la suerte de conseguir unos vuelos decentes y acto seguido Megan y yo reservamos un hotel para las dos noches que estaríamos juntos para aliviar un poco a Loredana y a su pareja David: ¡todo estaba en su sitio para montar una buena reunión vienesa!


Había cogido el viernes de vacaciones así que salí de mi casa temprano – aunque no lo suficientemente temprano – para acercarme al aeropuerto. Entre la media hora más que eché en la cama y el servicio lento del Cercanías, llegué a la terminal algo tarde y tuve que pasar corriendo por el control de seguridad. Una vez llegado a la puerta de embarque, me di cuenta que me había metido demasiada prisa y que ahora me sobraba tiempo, así que me senté un rato y me puse a revisar cómo llegar al hotel desde el aeropuerto de Viena.

Fue en ese momento que vi que había reservado el hotel para julio en vez de junio. Si no recuerdo mal, hasta reí audiblemente al caer en lo tonto que había sido. Supongo que podía haber entrado en pánico, pero simplemente le dije «adiós» al pago que había hecho para conseguir la reserva y busqué y reservé otro en una cuestión de minutos. Es verdad que me suelo quejar de lo híper conectados que estamos siempre, pero un móvil con conexión a internet decente al final me salvó la vida en ese momento…

Luego volé los tres horas y me subí a un bus de una hora hasta el centro de Viena. Ahí caminé un rato corto hasta el hotel y hice el check in. Desde allí anduve un poco más hasta el piso de Loredana, donde ella y Megan me estaban esperando.

Con los tres reunidos en el apartamento bonito de Loredana, salimos al jardín y echamos unas horas sentados hablando de la vida y poniéndonos al día. Aunque intentamos hacer videollamadas frecuentes entre los cuatro, daba mucho gusto sentarse en una mesa y echarnos unas risas un rato con un té en la mano.

Según avanzaba la tarde nos entró hambre y las ganas de salir. Salimos al centro de la ciudad para tomar algo en una terraza y picar algo antes de que se apuntara David a cenar. No hacía mucho calor así que yo estaba alabando el clima vienés – hasta que de repente vino una tormenta y nos vimos teniendo que apretujarnos debajo de una sombrilla al empezar a caer la del pulpo.

Las nubes grandes debían habernos advertido de lo que se venía…

Lo peor del diluvio lo sufrió David ya que le cayó encima mientras caminaba hasta la pizzería donde nos habíamos metido para cenar: el pobre llegó calado. Echamos un rato riéndonos de su mala suerte, comimos unas pizzas ricas y nos acercamos a un bar de toda la vida para jugar a unos juegos de mesa y probar la cerveza local.

El día siguiente nos tocó a Megan y a mí madrugar en el hotel y acercamos a una panadería para desayunar con Loredana. Tras comernos unos bollos, Megan se despidió de Loredana ya que Lore se iba a pasar la noche de despedida de soltera de su amiga en Múnich. Esto significaba que Megan y yo andábamos solos en Viena: al igual que cuando fuimos juntos a Nueva York.

Entonces, con todas las posibilidades que nos ofrecía la ciudad, ¿qué hicimos? Pues volver al hotel y echarnos una siestona de tres horas, ¡por supuesto!

En nuestra defensa, creo que esta siesta era muy necesaria y fue lo que nos permitió seguir de rumbo por Viena durante el resto del día sin ningún descanso más. Nos levantamos hambrientos, sin embargo, así que lo primero que buscamos fue dónde comer. Megan había hecho sus deberes y sabía exactamente dónde ir para comer como un par de auténticos vieneses.

Como puedes apreciar de la foto, nos pasmamos un poco a la hora de pedir. Pillamos schnitzel, salchichas, ensaladilla de patatas y sauerkraut. Siendo realistas, no sabíamos que los platos iban a ser así de grandes y al final sí que conseguimos comer la mayoría de lo que ves en la imagen. A pesar de la cantidad agobiante de comida, estuvo todo súper rico y fue justo lo que nos hacía falta para pasar el resto de la tarde de pie.

Conseguí captar esta escena vienesa al pasar el carruaje por esta calle bonita.

Ya que Megan ya había estado en Viena un par de días y visto que yo ya visité en 2021, a ninguno de los dos nos llamaba la atención volver a pasar por los sitios turísticos. En cambio fuimos de compras un rato y luego nos acercamos a dos puntos de interés que quería ver Megan. De eso lo único que me acuerdo es que teníamos que ver un portal enorme y luego ir a tocarle el culo a una figura que decoraba una fuente por el centro.

Acabamos en la Judenplatz, una zona central a la vida judía en la ciudad y la ubicación actual de una monumento al Holocausto. Echamos un ojo y luego nos sentamos a beber una cerveza bien fría tras tanta vuelta por las calles. Nos quedamos en esta plaza hasta que el sol se empezó a poner, que fue cuando sugerí que bajáramos al río a ver el ocaso desde allí.

No me esperaba que tuvieran cerveza sin alcohol pero estaba buena.

Megan no había visitado la zona del río – bueno, técnicamente el canal del Danubio – así que supuso una sorpresa grata ver que el área estaba viva con actividad al llegar. Desde ciclistas a músicos y hasta una clase de salsa al aire libre, había mucho más jaleo que la última vez que vine con Loredana.

Bajamos a las orillas del canal y dimos una pequeña vuelta antes de meternos en una terraza para tomar algo y comernos unas patatas fritas. Megan, que tiene muy buen ojo para identificar a los hispanohablantes, observó que los camareros eran argentinos, así que nos pusimos a hablar un rato antes de sentarnos al lado del agua y ver el atardecer sobre la ciudad.

Nuestra tarde idílica llegó a su fin cuando Megan quería unirse a los que estaban bailando salsa mientras yo me luchaba contra la app del consorcio local de transportes para comprarme un billete de tranvía al centro. Tras mi experiencia en Berlín donde tuve que pagar una multa de más de 100€, ando con mucho cuidado al subirme al transporte público en el extranjero. ¡No me atrevo a meterme sin tener mi billete ya comprado!

Eventualmente conseguí mi billete y persuadí a Megan a que dejara en paz a los bailarines de salsa. Los dos nos subimos al tranvía que nos dejó en un sitio dónde yo quería comer Kaiserschmarrn, el postre típico de Viena que consiste en unas tortitas revueltas con azúcar y mermelada. Había pensado en ir al sitio donde me llevó Loredana la última vez, pero al llegar estaba cerrado. Eso sí, por el camino nos topamos con una rave enorme al aire libre en frente del Museo Kunsthistorisches

Aún con hambre y sin nuestro capricho dulce, Megan dijo que deberíamos ir a pillar comida callejera asquerosa da un puesto de salchichas donde nos había dejado el tranvía. Tras verla comer perrito caliente tras perrito caliente de los carritos callejeros dudosos en Nueva York, ¡su sugerencia no me sorprendió para nada!

He de admitir que la Käsewurst (salchicha rellena de queso) que me pusieron dentro de un pan me supo a gloria. Megan también gozó de su cena, una salchicha enorme con cebolla, curry y salsa de no sé qué cosa. Nos sentamos en un banco para así ponerle fin a un día largo por la capital austriaca: había sido fabuloso.

Justo antes de volvernos a subir al tranvía y para bajar un poco la cena cuestionable, cruzamos la calle para ver el edificio emblemático del Hofburg iluminado de noche. Luego volvimos a la parada de tranvía, nos subimos al siguiente en pasar y nos echamos a la cama con una indigestión importante…

El día siguiente era el último de Megan en Viena. Por eso nos levantamos un poco antes y salimos a comer temprano para que aprovechara de sus últimas horas en la ciudad. Tras quedarnos sin Kaiserschmarrn la noche anterior, sugerí que fuéramos a un sitio que se conoce por este mismo postre. Empezamos con algo salado y luego compartimos dos cazuelas enormes de las tortitas revueltas. ¡Habíamos caído en la misma trampa que el día anterior de pedir demasiada comida!

Megan, como la vermontesa que es, insistía que un toque de sirope de arce mejoraría el plato.

Afortunadamente el camarero nos echó las sobras a una caja encantado, así que nos llevamos casi una cacerola entera de Kaiserschmarrn mientras íbamos paseando por las calles y uno de los parques. Luego volvimos al hotel para que Megan pudiera hacer la maleta y para que yo moviera mis cosas al piso de Loredana para quedarme allí la última noche.

Luego me despedí de Megan al irse para París, su última parada en su vuelta europea. Ya en la casa de Loredana y David, me eché a la hamaca que tienen instalada en su bonito jardín. Me quedé allí descansando hasta que volvió Loredana de la despedida de soltera. Me fue una sorpresa ver que estaba muy fresca y con bastante energía.

Decidimos que entonces deberíamos salir de casa y hacer algo para que aprovechase de mi última tarde por la cuidad. Nos echamos a las calles de su barrio para que me enseñara algunos de sus sitios favoritos, entre ellos una cervecería enorme que dejó a las calles oliendo a levadura. Tenían montado un pequeño festival de cerveza, pero se encontraba cerrado ya que era domingo, así que pensamos en ir al centro a ver que tal por allí.

Tras perdernos dos tranvías y sin ganas de esperar al siguiente servicio dominguero infrecuente, echamos nuestros planes de ir al centro a la basura y optamos a pasar la tarde y noche por casa. Pedimos comida asiática rica, nos tomamos unos refrescamos y nos echamos al sofá a ver “Her”, una película que nunca la había visto.

El día siguiente me despedí de Loredana y David por la mañana al sentarme a trabajar desde su salón. Me desconecté justo antes de las tres para ir saliendo a la estación de Westbahnhof, donde cogí el autobús al aeropuerto donde tenía el vuelo de vuelta a Madrid.

El vuelo de vuelta salió con algo de retraso y luego al llegar a Barajas descubrí que el Cercanías estaba averiado, con lo cual llegué a casa muy tarde al final. Todo había valido la pena, sin embargo. Pasé unos días fantásticos por Viena y fue una maravilla volver a pasar un tiempo con Loredana y Megan.

Ya estamos pensando en planes para otra reunión lo antes posible y ya volveré yo a Viena en cuanto pueda para pasar unos días…