25.09.21 — Diario

Viena

Concluí mi última entrada de blog revelando que eventualmente – tras dos infecciones de COVID – conseguí escapar de España un rato para pasar unas vacaciones fuera. Ahora puedo revelar que este viaje de cuatro días me llevó a la capital austriaca, ¡en dónde me reuní con mi amiga Loredana! No la había visto desde que me visitó, junto con Megan y Heidi, en Madrid hace ya dos años en 2019, así que tenía muchas ganas de pasar unos días en su casa y explorar Viena.

El viaje se arrancó con el despertador sonando a las 05:30am. Luego me subí a un taxi y acabé pasando por el control de seguridad del aeropuerto de Madrid justo a tiempo como para pillar el amanecer espectacular desde la Terminal 4. No tuve mucho tiempo para estar allí observándolo, sin embargo, ya que entre el desayuno que me tomé y el embarque temprano me encontré volando hacia el este de Europa antes de lo previsto.

Aterricé en Viena sobre mediodía y el hombre más gruñón que he visto jamás me inspeccionó la documentación sanitaria antes de dejar que pasase. Mientras esperaba los 45 minutos para la llegada del bus al centro, me puse a comer el sándwich algo pasado que había pillado en Madrid antes de despegar. Me entretuve con esta comida triste hasta un momento de drama cuando llegaron unos bomberos a extinguir un pequeño incendio en una papelera causado por una colilla mal tirada.

Cuando por fin llegué a centro de Viena, me dio la bienvenida Loredana en la estación de autobuses. Ya reunidos, bajamos a la estación de metro y nos acercamos a su casa para que dejase la mochila y que me refrescase un segundo antes de una tarde de exploración por la ciudad.

Me esperaba una sorpresa en su piso: Loredana y su novio, David, habían sacado una bici antigua para que los tres pudiéramos explorar el centro montados en bici. No dejo de comentar cuanto me gusta dar vueltas por Madrid en bici – ¡me conocen muy bien!

Nuestra vuelta en bici luego comenzó y estuvimos corriendo a toda leche por las calles vienesas tras unos momentos de pánico mientras me acostumbraba a la falta de asistencia eléctrica y el método raro de frenar que me tenía pedaleando para atrás. Pasamos por un par de las zonas numeradas de la ciudad hasta llegar al centro y al barrio de los museos, una área peatonal llena de museos y terrazas bonitas. Nos sentamos en la terraza de un café donde trabaja el hermano de David e inmediatamente me pedí una ración de kaiserschmarrn, un plato austriaco que consiste en unas tortitas gruesas que se cortan en pedacitos y se sirven con azúcar y una salsa tipo mermelada para mojarlas. ¡Deliciosísimo!

Casi cada edificio en el centro de Viena lucía como si fuera de cuento.

Después de tomar un café y este pecado dulce, seguimos con las bicis, pasando por muchos edificios icónicos que no fotografié ya que no tenía tiempo mientras montado en bici y muchos de los mismos estaban en obras. Loredana sí que me sacó una foto explorando con el casco puesto, pero luzco horrible – no incluiré esa por ahora…

Luego dimos una vuelta por el “ring”, una calle circular que rodea el centro de Viena. Este camino nos llevó hasta el río, así que aprovechamos para bajar a la ribera y parar por allí a tomar algo con vistas sobre las aguas. Para acompañar mi gin tonic de limón, también me pillé una bandeja de bolitas de masa hervida llenas de carne para quitarme los primeros ecos de hambre.

Esta ronda de copas nos dejó algo cansados, así que nos acercamos a casa para descansar antes de salir a cenar. Ya que acababa de aterrizar en Austria, me apetecía mucho probar la comida local, así que Loredana y David me llevaron a un restaurante asturiano para probar algunos platos típicos de la región. Entre aquellos figuraban fittatensuppe (una sopa con tiras de tortita), carne con spätzle (una especie de fideo), y schitnzel (un filete empanado). Acabamos la cena con un poste de apfelstrudel (un pastel dulce con manzana y salsa de vainilla) y un chupito de schnapps.

El sabor y la fuerza del schnapps me pilló por sorpresa y me dejó con la boca ardiendo.

Antes de volver a casa fuimos a tomar algo en una calle salpicada por bares pequeños montados en los arcos de un puente del metro. En una terraza allí me tragué unos cocteles de tequila y zumo de naranja mientras nos reíamos hablando de todo tipo de tonterías, después del cual nos volvimos a casa.

El día siguiente era el único en el cual estaríamos juntos los tres, así que aprovechamos del buen tiempo y organizamos un plan sobre un desayuno maravilloso que montaron Loredana y David en la mesa en su bonito jardín. Dejando las bicis en casa, decidimos movernos en pie o a través del transporte público, así que volvimos al centro vienés vía un tranvía y luego el metro.

Incluso hice un par de nuevos amigos peludos por el camino.

El metro nos dejó en el centro absoluto de la ciudad y al lado de Stephansdom, la catedral más icónica de la ciudad. Por suerte se había montado un mercadillo en la plaza que rodea la estructura impresionante, así que pasamos por las distintas casetas mientras yo admiraba la altura y el detalle del arquitectura de la catedral.

Los patrones presentes en el diseño del techo de la catedral la han vuelto en un icono de Viena.

En este mercadillo probé por primera ve el sturm, una especie de vino joven que sigue siendo my dulce y con un contenido my bajo de alcohol. Era muy rico y algo que se podría convertir paciente en un vicio si existiera aquí en España. Bueno, quizá haya algo parecido, igual lo podría buscar – pero tal vez sea mejor ni mirar…

Luego penetramos más el casco histórico vienés, viendo muchos edificios, plazas y estructuras icónicas más por el camino antes de plantarnos en una terraza para descansar con una cerveza en la mano. Mientras bebíamos hablábamos de qué comer, ya que tanta exploración nos había dejado con hambre. Loredana sugirió un restaurante libanés que me parecía interesante, así que nos acercamos allí y disfrutamos de una comida delicioso que nos dejó al punto de reventar.

Realmente tuve bastante suerte con el tiempo durante el viaje, el sol no paraba de brillar.

Bien hinchados tras una comida tan grande, continuamos explorando las calles vienesas, acercándonos a uno de los numerosos parques cuando David se tuvo que ir a estar con otros amigos. Loredana y yo ahora nos encontramos en un barrio bastante elegante y acabamos haciendo algo que no nos imaginábamos haciendo, pillando cosas recién tiradas de un contenedor que había en la calle. ¡Encontré una corbata limpia y bonita y me la puse durante el resto de la tarde!

Ya cansados de tanto andar, volvimos a casa y a otra sorpresa que Loredana tenía para mí. Aunque acceder a este espacio técnicamente queda prohibido, la última planta de su edificio tiene un acceso que da al techo, así que sacamos la escalera de manera silenciosa y subimos para arriba hasta la azotea prohibida.

Loredana subió esa escalera sin indicar ningún respeto por las normas de la comunidad.

Las vistas desde la azotea eran inesperadamente espectaculares – había una vista de casi 360° sobre Viena y sus afueras. Además, habíamos subido justo a la hora perfecta para disfrutar el atardecer sobre los techos vieneses. No tengo mucho más que comentar aquí, las fotos hablan solas…

Aún llenos gracias a la comida y bien exhaustos tras tanto caminar, optamos pasar lo que quedaba de la tarde en casa, así que Loredana sacó el Sing Star para Playstation 2. Nunca había jugado al juego de karaoke y puede que sea yo el que peor canta en este mundo, pero nos la pasamos pipa cantando con todas nuestras fuerza hasta cansarnos.

El día siguiente me desperté en un piso vacío ya que tanto Loredana como David se tuvieron que ir a trabajar. Me habían dejado con una llave y unas instrucciones de adonde ir para entretenerme hasta que volviera Loredana sobre la hora de comer. Con mi mapa en la mano y las diez palabras de alemán que conozco, me fui a buscar el Palacio Schönbrunn.

Ese día el sol brillaba bastante y hubo un momento que no me entendía con la que trabajaba en una panadería donde había ido a buscar un desayuno, pero por milagro conseguí pillarme una caracola de canela y bajarme en la parada de metro correcta para entrar en el palacio y sus jardines.

Como bien se puede ver en las fotos, la belleza de este lugar no decepcionó nada. La estructura amarilla enorme era impresionante en sí, pero casi se quedaba pequeña entra los jardines extensos que la rodeaban. Di unas vueltas despachas por esta zona al principio, mirando cada detalle con asombro y sacando fotos a cad acosa, pero luego pensé que siguiendo así no llegaría a ningún lado. Para tener algo de energía, me pillé un helado de kaiserschmarrn y fresa y me acerqué al primer lugar que había marcado Loredana en mi mapa, la Casa de Palmas.

Al ver que tenían kaiserschmarrn (las tortitas dulces) como sabor, sabía que tenía que ser mío.

Tras esta vuelta por los jardines bonitos y planos, tocó empezar a subir la cuesta enorme que se encontraba detrás del palacio para llegar al siguiente punto que tenía marcado en el mapa, La Glorieta. Este mirador tiene vistas sobre el palacio y la ciudad detrás, pero decidí que necesitaba más calorías antes de intentar escalar hasta allí, así que me pillé una comida en la forma de una salchicha con ketchup y mostaza.

Luego empecé a subirme para arriba, parando de vez en cuando para recuperar fuerzas y acabar mi botella de apfelschorle (zumo de manzana con gas) que había comprado en un quiosco. Una vez subido al mirador noté que valió el esfuerzo la subida por las vistas. Pasé un buen rato mirando y fotografiando todo antes de empezar a bajarme para abajo.

Llegué a la altura del palacio principal sobre la hora de comer, así que saqué unas ultimas fotos del edifico y los jardines antes de acercarme otra vez al metro para volverme a reunir con Loredana en su casa. Ella estaba cansada tras un día largo en el trabajo y yo estaba bien exhausto después de unas cuantas horas explorando Schönbrunn, así que nos echamos la siesta antes de comenzar las actividades de mi última tarde en Viena.

Antes de salir a cenar por última vez en Viena me quedaba una tarea por hacer – una visita a un supermercado local para pillar algo de picoteo austriaco para el equipo en Erretres. Loredana me ayudó a elegir unos caprichos salados y dulces para traer a Madrid y también nos pillamos un aperitivo que me contó que era un clásico entre los vieneses – una especie de bocata con carne formada y especiada. Que la carne tuviera una textura y forma así se me hizo raro, pero sabía bien rico y hambre había ¡así que perfecto!

Al llegar la hora de cenar, los tres salimos a un restaurante de comida fusión asiática. Después y para bajar la comida, dije que deberíamos subir la escalera bien alta de un edifico local. Quizá no fuera la decisión más sensata tras una infección reciente de COVID, ¡pero a la cima llegué!

Vimos las vistas desde la azotea durante un rato antes de bajar a la calle y volver a casa, donde nos tomamos unos chupitos de Berliner Luft, un licor con sabor a menta que comenté que sabía igual que el enjuague bucal. Luego tuve que hacer la mochila a regañadientes para el viaje de vuelta el día siguiente – ¡sentía que solo había estado en Viena durante cinco minutos!

La siguiente mañana tuve que levantarme treparon para ducharme, guardar las últimas cositas en la mochila y despedirme de y dar las gracias a Loredana y David por recibirme en su casa y por ser anfitriones y guías turísticos fantásticos para mi primer viaje por esta ciudad preciosa. Aunque seguramente volveré a visitar Viena, también insistía que los dos vinieran a visitarme en Madrid en cuanto podían – ¡me gusta recibir tanto como ser recibido!

Pues no queda mucho más por añadir más que volver a dar las gracias a Loredana y David ¡y prometer que estaré de vuelta a Austria en cuanto se pueda!