04.07.23 — Diario

Del diluvio al bochorno

Tras una vuelta lluviosa a Madrid, el clima nos alteró con su cambio repentino anual de la primavera al verano. De un día a otro me encontré aguantando un calor de más de 35°, así que ya tocaba ir haciendo planes antes de que suba la temperatura a unos 40°…

Un finde quedamos Sara y yo para el Mercado de Motores, un evento mensual que visité por última vez hace unos seis meses. Este mercado artesanal toma lugar en el Museo del Ferrocarril, un sitio que queda cerca de mi casa, y supone una oportunidad única de pillar unos regalos, comprar buena comida y tomar una pausa entre unos trenes antiguos en su terraza.

Lleno de chorizo criollo y papas al mojo, Sara y yo seguíamos explorando mi barrio con una visita al Matadero, un centro cultural que queda a unos pocos minutos andando. Dimos una vuelta por allí, nos acercamos al río y quedamos en volver al Teatro de Cervantes para ver un espectáculo en algún momento.

La ciudad vuelve a lucir bonita con la llegada del verano.

Para poner fin a un finde ajetreado y un domingo de tareas administrativas por casa, salí a recorrer la ciudad en bici. Este viaje me llevó a la estación de Atocha, por el emblemático Paseo del Prado y hasta el icónico Parque del Buen Retiro. Fue la manera perfecta de refrescarme un poco ya que iba echando leches por las calles madrileñas en el frescor de la tarde.

Retiro por la tarde y sin tanto turista se convierte en el refugio tranquilo que siempre pretendía ser.

El viernes siguiente volví a reunirme con Sara para otro plan, esta vez una verbena. La de San Antonio de la Florida se proclama la primera verbena del año en Madrid, así que nos acercamos a tomar algo y bailar las canciones de Vicco y Blas Cantó un buen rato.

Agotados por tanto bailar y tanto calor, nos sentamos en una terraza para tomarnos unos refrescos con mucho hielo. Allí descansamos mientras el calor diurno daba paso al frescor, después del cual Sara se marchó en autobús y yo me fui a casa en bici. Esta vuelta nocturna me vino de lujo tras una semana ocupada.

El día siguiente quería seguir el rollo de descansar a solas fuera de los límites de mi piso. Cuando ya pasó el pico del calor por la tarde, cogí un libro y subí al Templo de Debod, un sitio fantástico para echarse al césped y mirar el mundo pasar mientras se pone el sol detrás de la sierra. Con una lata de cerveza sin alcohol en la mano, pasé el rato mirando la gente y leyendo un poco de poesía.

El parque en el que se encuentra el templo es un sitio maravilloso.

También es un lugar ideal para ver los atardeceres bonitos de Madrid.

Para concluir un finde de disfrute, decidí salir el domingo por la mañana a dar un paseo temprano por mi barrio. Como suele pasar durante estas vueltas, acabé bajando a la zona del río, donde fui de las primeras personas en entrar en el invernadero municipal al abrirse sus puertas a las 10am en punto.

Dentro de la estructura intrincada de hierro y cristal, disfruté el alivio fresco y me desconecté del mundo durante unos minutos entre la flora tropical de sus salas. Me vi especialmente cautivado por una planta cuyos colores brillantes de rosa y verde lima se vieron acentuados aún más por el sol que entraba por la ventana.

Al salir del invernadero, me planté en una terraza con vistas sobre esta zona y me pedí una jarra de cerveza para refrescarme después de tanto caminar. Me imagino las pintas que tenía al estar allí bebiéndome una pinta a las diez y media de la mañana, pero como actualmente no estoy tomando alcohol la cerveza en cuestión no tenía alcohol – ¡y fue muy necesaria!

Con eso más o menos resumo las últimas dos semanas, cuyo cambio repentino de clima desde un diluvio a un bochorno ha causado un cambio igual de radical en mis planes. Iba a bromear que he pasado de quedarme en casa por la lluvia a quedarme en casa por el calor, pero ahora veo que sí que he hecho bastantes cosas. Supongo que allí está la belleza de este blog, sirve a modo de recordatorio para cuando mi mala memoria me falla.