04.12.22 — Diario
Clases de pintura y mercadillos
Además de la excursión larga pero divertida a Santander la semana pasada, también he estado haciendo cositas aquí en Madrid a pesar del frío que ha empezado a hacer. Todos mis amigos y yo estamos de acuerdo en que el tiempo actual nos deja sin ganas de hacer nada que no sea descansar en casa.
La primera tarea que tenia quiera fuera la más importante: descansar. Este año y después de la pereza provocada por la pandemia, he estado muy animado y con ganas de hacer de todo. Pero me he dado cuenta que necesito guardarme tiempo para descansar. Esto podría suponer cocinar, pasear por mi barrio o bien apalancarme en el sofá con una copa de vino para ver alguna serie. La semana pasada supuso una vuelta por la ciudad en bici.
Esa misma tarde, volví a esa misma Puerta de Toledo para asistir a otra clase de pintura. Había ido con Sara hace un mes, pero esta vez me acompañó Luis. Me había escuchado hablar del concepto de pintar mientras bebiendo y picando ¡y le apetecía probarlo!
Al final acabó siendo una clase privada ya que los otros que se habían apuntado no se presentaron. ¡Lo aprovechamos al máximo y una vez más me quedé muy contento con el resultado!
El día siguiente había otro plan para pasar la tarde con unos amigos. Tras hacer la compra semanal en mi lugar favorito de toda España, el Mercadona del Mercado de Santa María de la Cabeza, me acerqué al Museo del Ferrocarril para reunirme con Bogar, Javier, Hugo y Sergejs.
Habíamos quedado en vernos allí para ir al Mercado de Motores, un mercadillo que se monta entre los antiguos trenes una vez al mes. Ya que el sitio queda a tan solo cinco minutos de mi casa, llevo años queriendo ir pero nunca llegué a visitarlo. ¡Típico!
El mercado fue muy guay, así que sí que me autoregañé por no haber ido antes. Nada más entrar ya me puse a hablar con los del primer puesto y acabé comprando una colección de chocolatinas hechas a mano. Esta historia luego se volvió a repetir en cada puesto por el que pasé. Me pillé una serie de fiambres, quesos, mojo tinerfeño, unos carteles y algún que otro regalo de navidad.
El mero hecho de estar dentro del museo también fue una pasada. Había muchos trenes viejos dentro de la antigua estación de tren. Me sorprendió mucho toparme con un tren de color verde y amarillo brillante que ponía la palabra “Yorkshire”. Este es el nombre de uno de los condados donde me crié. ¿Quien lo diría?
Con las compras hechas, los cinco salimos a la zona exterior de restauración y pillamos una mesa para tomarnos algo. Tras un vermú, Bogar y yo teníamos algo de hambre, así que pedimos un par de raciones ricas. Pillé unos huevos huevos rotos con torreznos y Bogar unas patatas con mojo.
Compartimos los dos platos y estuvieron absolutamente deliciosos. Me sorprendió lo buenas que estaban las patatas. ¡Hasta diría que competieron con las auténticas que me comí la primera vez que estuve en Tenerife!
Tras otro vermú, nos fuimos del sitio y yo me fui a un centro comercial para seguir comprando regalos de navidad. Al final fue un viaje poco productivo, porque aunque sí es verdad que compré bastantes cosas, ¡todas ellas eran regalos para mí mismo!
El día siguiente me volví a quedar en casa descansando, pero empezó a hacer bueno por la tarde así que lié a mi compañera María a que me acompañara para dar una vuelta en bici. Empezamos en Retiro y luego pasamos por la Gran Vía para ver las luces navideñas. Fue una tarde muy agradable y acabó como acaban todas las buenas: con una cerveza fría en un bar.
De vuelta a casa, me puse una copa de vino ya que era hora de hacer llamada con las chicas de Cake Club: Megan, Loredana y Heidi. Pasamos unas horas cotilleando y echándonos unas risas por videollamada desde nuestros países de residencia: España, los Estados Unidos, Austria y Noruega.
Luego se arrancó la semana laboral, pero iba a ser diferente gracias a la fiesta de navidad del trabajo y también gracias a unos atardeceres espectaculares. Un día salí de la oficina y me choqué con esta vista maravillosa, en que el sol creaba un degradado perfecto sobre el horizonte.
Luego llegó el evento de la semana en la forma de la cena de navidad del trabajo. Llevamos un par de años sin montarla gracias a la pandemia, pero ya estuvimos de vuelta y preparados para una tarde de comida rica y copas.
Me puse guapo para la ocasión y nos reunimos todos en un restaurante vasco en el centro de la ciudad. Disfrutamos una serie de entrantes como chorizos y croquetas. Yo pedí bacalao a la brasa y después una copita de pacharán a modo de digestivo. ¡Que peligro el patxaran!
No obstante, no me quedé hasta muy tarde ya que andaba cansado y el día siguiente tenía bastante lío. Pero esa historia ya la dejo para la siguiente entrada de blog…