19.06.19 — Diario
Tenerife
Como mencioné en la entrada anterior, el siguiente capítulo en mi serie de findes súper ajetreados fue un viaje a Tenerife para pasar unos días con mi amiga Camila y su familia. Técnicamente he estado en Tenerife una vez, pero tenía dos años en esos momentos, por lo cual no tengo ninguna recolección.
El viaje empezó el sábado por la mañana cuando cogí un tren al Terminal 4 del aeropuerto de Madrid. Este terminal se conoce por su diseño colorido, pero no tuve la oportunidad de sacarle ninguna foto buena por haberme perdido mientras buscaba mi puerta. Os dejo la única que logre sacar…
El vuelo duró más que esperaba – siendo un europeo, me parecía extraño poder volar dos horas y media y aterrizar en el mismo país – pero me cerré los ojos y pronto me encontré en la sala de llegadas en Tenerife. Estuvo ahí Cami que me dio la bienvenida a la isla, y luego me condujo al sur de Tenerife y a la casa de sus padres.
Tras conocer a su familia y una bienvenida ruidosa de su perro Luke, salimos a comer en un sitio local. Allí disfrutamos una comida riquísima en la cual probamos un rango de platos locales, uno de mis favoritos siendo un plato llamado “patatas arrugadas” con un cereal en polvo que se llama “gofio”. Tenía un sabor único que no puedo describir, ¡pero estuvo rico!
También tengo que alabar el vino que nos sirvieron, el cual fue uno de los más frescos y afrutado que he probado jamás. Me preguntaba si fue un vino único a la isla, pero Cami me informó que es un vino casero del restaurante. Tendrá que enviarme una botella en algún momento…
Bueno, después de la comida rica volvimos a reunirnos con Sam, el novio de Cami, que llevo mucho sin verle. Una vez reunidos, fuimos a la playa, pasando por un hotel elegante…
Tras un descenso peligroso por unas escaleras irregulares, un viaje que no fue ayudado por las sandalias que me había puesto, llegamos a la arena y pasamos unas horas de relax. Una vez cansados de bañarnos en el mar y tomar el sol, Sam cortésmente subió a coger el coche para recogernos a Cami y yo directamente de la playa.
Desde allí, bajamos más por la costa y a una heladería que les gusta a Cami y Sam. La compañía y las vistas fueron espectaculares, pero lo que me emocionó más que nada fue encontrar en la carta una cosa que llevo años sin comer: spaghetti eis (helado con forma de espaguetis).
Once we were peckish, we headed to yet another coastal spot and tucked into a lovely meal of Lebanese food, with some of the most stellar hummus I have ever tried. The plan afterwards involved going for some drinks along with the rest of the British tourists, but now that we’re all boring old women, we decided to head home instead!
Una vez teníamos hambre, fuimos a otro sitio en la costa para cenar comida libanesa, y un plato del mejor humus que he comido jamás. El plan era salir a tomar con los demás turistas británicos, pero ya que somos unas viejas, ¡decidimos volver a casa!
La mañana siguiente sacamos a Luke, el perro de Cami. Durante este camino saqué unas fotos de la bonita zona alrededor de su casa.
Tras dejar a Luke en casa y cuando empezamos a pasar hambre, Cami, su madre y yo salimos a desayunar justos. Fuimos a un pueblo costero y pedimos un desayuno compartido entre los tres. El desayuno se sirvió en una escultura de platos – como el té que tomé en Inglaterra justo antes de irme – ¡y sabía divino!
Desafortunadamente había dejado mi móvil en casa durante el desayuno así que no tengo fotos del desayuno – o igual sí. Saqué mi cámara de película, así que esperemos a ver si puedo desarrollar las fotos y como salen – ¡y eso solo si salen! Hasta aquel momento, os dejo con esta foto de Cami y yo que sacó su madre.
Luego Cami y yo volvimos a salir, yendo a otra playa para tomar el sol, charlar y mojarnos los pies en las orillas del mar. Sobre las dos, sin embargo, tuvimos que volver a casa, pero por una razón buena: ¡sus padres preparaban una barbacoa!
No tomé muchas fotos durante dicha barbacoa ya que nos importaba más disfrutar la comida, compañía y el vino delicioso. El padre de Cami había abierto una botella de tinto que su familia había enviado desde Chile, y era casi tan delicioso como las carnes que servía de la parrilla. No suele gustarme mucho el pollo, pero no puedo describir la suculencia de la pechuga de pollo que nos servía – ¡todo acompañado con una ensalada chilena y disfrutado entre mil bromas!
Después de comer, hablaban de “subir al Teide”, el nombre del volcán que domina la isla. Con los estómagos llenísimos después de tanta comida, me preguntaba cómo íbamos a llegar al portón de la urbanización, ¡mucho menos cómo íbamos a subir por un volcán! Agradecidamente, dicho viaje íbamos a realizar en el coche de Sam, así que subimos al coche y empezamos la subida con el sol ya bajo en el cielo.
Dentro de poco, habíamos subido por las nubes y parado varias veces para admirar las vistas sobre la capa de ellas que se veía abajo.
Subiendo aún más por el volcán, llegamos a una meseta que tenía las pintas de un paisaje lunar. Parando para sacar unas fotos del entorno, encontramos una placa que reveló que la area se usó para probar un vehículo lunar por su semejanza a la faz de la luna.
Luego seguimos hacía la cima del volcán, llegando a la estación base de un teleférico donde decidimos dar la vuelta. Resulta que ese teleférico solo funciona a pedido, ya que hay que obtener un permiso para visitar el cráter.
Dejando el teleférico, empezamos a bajar hacía el nivel del mar, y fue durante esta vuelta a casa que vimos una de las cosas más asombrosas que habíamos visto jamás. Mirando hacía lo que pensaba que era el mar, pregunté cual isla se veía en la distancia, y me respondieron con que lo que veía fue las cimas de las montañas de otra isla. En aquel momento, me di cuenta que no estaba mirando al mar, pero a una capa de nubes flotando bajo una puesta de solo colorida increíble.
Os dejo las fotos de abajo en formato grande y aisladas – ruego que paséis un momento echando un vistazo y apreciando cada detalle.
Después de admirar las vistas durante lo que quedaba del viaje, dentro de poco nos encontramos en un restante pequeño para cenar, y luego nos fuimos a dormir.
Durante el día final, no hicimos mucho, la verdad. Nos sentamos en casa durante un apagón y comimos una pizza en otro sitio local. Tras comer, volvimos al aeropuerto, y cogí un vuelo de vuelta a Madrid que no parecía durar mucho.
Lo pasé fenomenal en Tenerife, y tengo que dar las gracias a Cami y Sam por mostrarme la isla, y también a los padres de Cami por acogerme en su casa y por ser tan hospitalarios. ¡Ya tengo muchísimas ganas de volver pronto!
Para acabar, tengo que admitir que otra vez más vuelvo a publicar esta entrada muy tarde – ya llevo un mes en Madrid. Durante este mes he disfrutado de tres visitas más de amigos de todo el mundo, y claro que volveré en breve para poneros al día con todas las noticias en cuando tengo un momento libre. ¡Hasta luego!