22.12.23 — Diario

Halifax

Llevaba tan solo quince días en Madrid después de mi viaje a Londres cuando me tocó volver a subirme a un avión con destino a Inglaterra. Esta vez me dirigía al norte, donde me reuniría con mi familia para conmemorar una ocasión triste: el funeral de mi abuela.

Debido a la naturaleza extraña del precio de los vuelos, me salió más barato ir de sábado a sábado que volar entre semana, así que tendría tiempo para hacer más cosas mientras andaba por la casa de mis padres. El día siguiente a mi aterrizaje y para aprovechar de este tiempo libre, mi padre y yo echamos el día viajando por su condado nativo de Yorkshire.

El cielo estaba despejado mientras bajamos hacia Mánchester.

El primer destino en nuestra ruta fue Halifax, una ciudad de la cual tengo bonitos recuerdos ya que de pequeño mi padre nos llevaba a mi hermana y a mí a una especie de museo científico para niños. Como el explorador que es, mi padre nos llevó por una calle aislada hasta llegar una fábrica abandonada para sacarle algunas fotos.

El otoño llegaba a su fin pero aún había colores bonitos.

Al volver al coche bajamos más por esa misma calle hasta llegar a otra fábrica, pero esta no se encontraba abandonada. Resulta que el recinto de Dean Clough aún se utiliza, aunque ahora se trata de un espacio de arte y ocio en vez de la fábrica de moqueta de antaño. Dentro, encontramos una exhibición de pinturas, unas oficinas y una tienda de regalos bonita en la cual nos pusimos a hablar con la empleada.

La fábrica es un pedazo de historia victoriana viva.

Al explorar más el lugar nos perdimos en uno de los edificios. Anduvimos por oficinas vacías y escaleras de seguridad dudosa en las que seguramente no teníamos que haber estado. Al final encontramos la salida y volvimos al coche para ir a buscar algo de comer.

Ya que estaba en Inglaterra solo hubo una opción válida de comida: unos fish and chips. Mi padre me llevó a su sitio de confianza para que los comprara y pedí una selección de fritanga para hacer lo que le dije que eran «tapas británicas». Encontramos un banco de picnic en las orillas del canal y nos sentamos a disfrutar de nuestra comida a la británica: pasando frío.

Mi padre se quedó contento con mi selección de guarradas fritas.

Desde allí nos acercamos a Hebden Bridge, un pueblo tan bonito como es pequeño. Allí compré unos regalos de navidad y paseé por el mercadillo navideño que se había montado en el centro. Al llegar la oscuridad y el frío, volvimos al coche y para casa: ¡las noches de invierno por el norte te congelan vivo!

Aquí la entrada llega a un final algo repentino, ya que dos días después me desperté para encontrarme bastante enfermo. Desafortunadamente esto pasó el mismo día del funeral, pero me tomé un paracetamol, me abrigué bien y me uní a la familia para poder asistir a la despedida bonita que tanto merecía.

No obstante, pasado ese día, tuve que pasar unos tres días más en casa. Perdí el vuelo de vuelta a España, pero por suerte hubo otro vuelo barato que salía unos días después. Esa fecha fue el Día da la Constitución Española, así que pude volar tranquilamente sin preocuparme por el trabajo. No hay mal que por bien no venga.

Cierro la entrada de blog dándoles las gracias a mis padres por aguantarme mientras andaba por casa sintiendo pena por mí mismo. Mil gracias específicamente a mi madre, cuyo consejo que no volara con un estómago tan revuelto realmente fue muy bueno…