09.12.23 — Diario

Vuelven Ellie y Johann

Apenas una semana después de ir a Cuenca por trabajo y tan solo quince días después de aterrizar en España tras mi visita a los Estados Unidos, me tocaba limpiar la casa y alistarla para la llegada de un par de visitantes: Ellie y Johann. Mi hermana suele venir una vez al año pero hace ya cinco años que no viene con Johann, su pareja.

Tras recogerlos del aeropuerto, nuestra prioridad era encontrar algo que cenar. Visitamos un restaurante griego maravilloso al lado de mi casa y cenamos unos platos riquísimos, entre ellos unas zanahorias asadas que me dejaron loco. Desde allí nos acercamos al Matadero, donde se habían montado una serie de instalaciones de Luz Madrid.

Como te puedes imaginar, soy muy fan de esta celebración anual de la luz y la iluminación. La última vez que pude disfrutarla fue ya hace dos años, asó que andaba con ganas de ver lo que traería la edición de este año. Llegamos y la cosa no decepcionó; había todo tipo de instalaciones, entre ellas mi favorita que fue una gran estrella montada entre la estructura de la torre de agua del Matadero.

Luego seguimos nuestro camino por el río, pasando por otras instalaciones como una matriz de focos parpadeantes bajo un puente y luego una serie de flexos que cambiaban de color. Ellie y Johann también se montaron en unos toboganes por el camino, lo cual casi fue un peligro…

Aquí ves el contorno de Ellie en la oscuridad bajo el flexo.

Al cruzar el puente empezó a llover de una manera muy madrileña: de repente y con ganas. Lo tomamos como una señal de que era hora de volver a casa y dormir, así que nos refugiamos bajo un toldo y pillamos un taxi.

El día siguiente hacía bueno de nuevo, por lo cual cogimos el metro hasta el centro para ir de compras y hacer un poco de turisteo. Por supuesto que entre estas actividades figuraron desayunar churros y comer pizza en el restaurante italiano que más le gusta a mi hermana.

Al ponerse el sol volvimos a salir para explorar un poco más de Luz Madrid, pero no antes de tomarnos unas cañas en un bar. Esa noche nos encontrábamos por la Plaza de España, donde parecía haber aterrizado una nave espacial enorme y colorida.

Luego yo quería ver una instalación montada dentro de una iglesia, pero había mucha cola, teníamos hambre y se había puesto a llover de nuevo. Por eso bajamos un par de calles hasta un restaurante cerca de mi antigua oficina, un sitio que antes frecuentaba con mis compañeros y en que sabía que nos pondrían una buena ración de patatas bravas.

Al acabar la cena improvisada volvimos a la iglesia y nos metimos en la cola. Valió la espera al final: la instalación fue una delicia visual que contaba con focos, espejos y otros efectos sincronizados con la música y en este entorno tan especial.

Siempre me ha encantado el uso del humo para visualizar los rayos de luz.

El día siguiente fuimos a comer tacos y luego nos reunimos por la tarde para ir a ver el atardecer desde el Cerro del Tío Pío. Picamos unas patatas, disfrutamos las vistas panorámicas sobre la ciudad y empezamos a temblarnos cuando el sol poniente trajo el frío tajante del invierno madrileño.

Este parque es uno de los mejores sitios para apreciar la silueta de Madrid.

Ya que yo llevaba tiempo queriendo visitar Navacerrada, otro día subimos juntos a la sierra. Como les gusta el senderismo tanto a Ellie como a Johann, cogimos el bus hasta el embalse después de un drama en la estación de Moncloa al darme cuenta de que no llevaba el suelto suficiente como para pagar el viaje de los tres.

Una vez llegamos a Navacerrada nos dio la bienvenida un paisaje muy bonito. Partimos con la intención de caminar por el perímetro entero del embalse pero al final nos desviamos para acercarnos a un pueblo cercano ya que acabamos con bastante hambre y sueño. Al final fue un acierto: encontramos una terraza con estufas para comer y luego cogimos el bus de vuelta a Madrid desde la parada de autobús que quedaba justo al lado del restaurante.

Había sido una excursión larga pero aún quedaban ganas de ver la puesta del sol. Para eso, pillamos una bici los tres y bajamos a un sitio que yo llevaba tiempo queriendo visitar: la Dama del Manzanares. Esta escultura reside encima de una colina artificial en un parque que borda el río cerca de mi casa. Llegamos justo a tiempo para ver los últimos rayos de sol.

Tras volver a casa y devolver las bicis, nos quedaba tiempo suficiente para reunirnos con Luis. Eso hicimos en NAP, la pizzaría que nos gusta a todos, y echamos unas risas mientras cenábamos. Desde allí cruzamos Lavapiés para tomar una copa en Bodegas Lo Máximo, un bar mítico del barrio. ¡Nos lo pasamos pipa!

Esa noche marcó la última de la visita de Ellie y Johann. El día siguiente nos levantamos relativamente temprano para que los pudiera llevar a la estación de tren para que volvieran al aeropuerto. Como siempre, fue un placer recibirlos a los dos aquí y tengo ganas de que vuelvan.

Mi próxima aventura supuso un cambio de roles: me tocó a mí volar al extranjero para pasar unos días en la casa de una amiga. Esa experiencia la dejaré para la siguiente entrada de blog…