Monthly Archives: January 2024

25.01.24 — Diario

Cielos cambiantes

Ya de vuelta a Madrid después de un periodo navideño extendido entre Inglaterra y Gijón, pasé unos días de descanso en casa cuidándome por causa de la gripe que se me había pegado. Cuando ya se me dejó de dar ataques de tos, retomé las calles para aprovechar de la ciudad a pesar del frío polar.

Un día me acerqué al centro para empaparme en la oferta turística. Pasé por el palacio y la catedral hasta llegar al mirador occidental que ofrece vistas sobre la sierra, ya tapada de nieve. Era una vita muy bonita a pesar de estar el día nublado.

Ese fin de semana Sara y yo echamos una tarde por Antón Martín, nuestro barrio favorito para ir a tomar algo y cuyo nombre está derivado del mercado que acoge. Tomamos y picamos algo en distintos puestos del mercado y acabamos la noche en un bar de jazz que tiene unos cocteles sin alcohol maravillosos. Para volver a casa me monté en bici y pasé por las farolas decorativas y la estructura impresionante de Atocha. Es un gusto estar de vuelta.

Siguieren entonces unos días de trabajo, después de lo cual me vi volviendo al aeropuerto para coger otro vuelo de vuelta a Mánchester. Volvía a casa tan enseguida para pagarle una visita sorpresa a mi amiga Danni, cuyo abuelo había fallecido unos días antes. Mis ganas de apoyarla durante el funeral me tuvieron de pie a primera hora, pero las vistas al sobrevolar una Inglaterra nevada hicieron que todo valiera la pena.

Al aterrizar en Mánchester busqué el tren al centro y me acerqué a las oficinas de WeWork para trabajar desde allí hasta la hora de desconectare. Llegué a las oficinas y enseguida descubrí que la planta ocupada por el WeWork era la de abajo de la sede local de la empresa en la que trabaja Danni. ¡Menuda casualidad!

Afortunadamente ese día Danni había ido a otra de sus sedes, por lo cual no me iba a describir. Me planté en uno de los escritorios y me eché el día apreciando las vistas sobre la biblioteca municipal mientras hablaba con mis compañeros y preparaba una presentación.

A la hora de comer me pillé una pizza deliciosa y al final del día me cogí el autobús de vuelta a mi pueblo. Durante el viaje entera estaba pegando al móvil rastreando la ubicación de Danni, ya que con mi mala suerte lo más probable era que me encontrara con ella en la estación de autobuses del pueblo.

Tras una noche con mis padres y luego un momento de drama al llegar mi taxi temprano, llegué a la capilla el día siguiente para el funeral. Fue una despedida muy bonita que se siguió con una comida y unas cervezas en buena compañía en el pub de al lado. Danni, Abi y yo acabamos jugando al pool, algo que nos provocó a todos unos cuantos ataques de risa.

Pasadas unas horas me casé y me entró hambre, así que vinieron mis padres a recogerme y comprar comida china del sitio que más nos gusta a modo de cena. El día siguiente mi madre se fue a trabajar, así que mi padre y yo teníamos que entretenernos por la mañana antes de yo volver al aeropuerto. ¡Una visita muy exprés!

Mi padre y yo echamos la mañana montando el tocadiscos y amplificador que me regaló. Pusimos el equipo a prueba con una colección de nuestros discos favoritos: desde ABBA a Kraftwerk. Luego me hice la mochila y salimos para el aeropuerto, haciendo una parada en el hospital para que pudiera despedirme de mi madre antes de irme.

Ya de vuelta a la capital española, pasé lo que quedaba del fin de semana con Sara. Quedamos en el parque y dimos una vuelta por sus lugares más emblemáticos mientras se ponía el sol. Nuestro paseo nos dejó en el otro punto de Retiro, donde buscamos un local para merendar.

Retiro lucía espectacular en la luz del atardecer.

Después de la merienda tuve que irme corriendo para llegar a casa para una cita muy especial. A las 8pm había quedado en llamar a mis amigas de Cake Club, un verdadero lujo. La llamada se alargó tanto que no me dio tiempo a hacer uno de mis platos favoritos, las lentejas, así que las tendré que hacer ya en otro momento…

14.01.24 — Diario

Reyes en Gijón

Como tenté la final de mi última entrad de blog, mi vuelta a casa no me llevó directamente a Madrid sino al norte de España. Mi vuelto aterrizó en Santander, una ciudad pintoresca que visité por primera vez hace un año. Cami se había acercado a pasar allí la tarde con su novio, Hessel, y se había ofrecido a recogerme y llevarme a Gijón para que pudiera celebrar el día de los Reyes Magos con Cami, Hessel, Bogar, Javer y – como regalo navideño – ¡Kevin!

Kevin había viajado desde los Estados Unidos para pasar la Navidad en familia. Le había visto unos meses antes cuando se acercó a Vermont para pasar unos días conmigo y con Megan, pero me hizo mucha ilusión poder pasar tiempo con él en su tierra de Asturias.

Tras mi recogida del aeropuerto, Cami, Hessel y yo fuimos a cenar pizza en Santander antes de coger la carretera y hacer el viaje de dos horas a Gijón. El día siguiente nos levantamos, nos vestimos y salimos a uno de nuestros restaurantes favoritos donde habíamos quedado con Kevin para comer.

Como siempre, nos reímos mucho y comimos como reyes. Pasamos el resto del día enseñándole la ciudad a Hessel, desde las alturas ventosas de Cimadevilla hasta los bares y calles estrechas del casco viejo. Parecía que había visitado con mis padres el día anterior, pero realmente les enseñé Gijón y el resto del principado el verano pasado ya. ¡Como vuela el tiempo!

Quién lo diría… ¡una foto de los tres juntos!

Después de descansar un rato en el piso de Cami, Hessel y ella se fueron a patinar sobre hielo, algo que Kevin y yo optamos no hacer a favor de echar la tarde comiendo roscón mojado en chocolate. Así mucho mejor que pasar frío y caerse cada dos en tres, vamos.

El día siguiente tuve que trabajar desde casa, pero el día se hizo más leve gracias a la presencia de Luke, el perro de Cami, que se echó el día observándome y acompañándome mientras trabajaba desde el sofá. También me encantó la comida, para la cual preparó Cami un plato chileno, pastel de papas. Me recordó un poco a un plato británico parecido, pero este tuvo mucho más sabor.

Al desconectarme del trabajo hice la maleta y me cogí un taxi a mi siguiente casa, el piso de Javier y Bogar. Dejé mis cosas allí y volví a salir para verme con Kevin, que había vuelto a pasar la tarde por Gijón.

Mi camino al centro de la ciudad me llevó por el paseo marítimo. Bueno, mentira: pensé que podría ir por allí ya que quería ver el mar, pero resultó ser un desvío importante que me dejó en Cimadevilla en vez de el centro donde había quedado. ¡Ups!

No obstante, este camino alargado valió la pena: Kevin llegó un poco tarde y la luz vespertina del invierno creaba unos matices bonitos de rosa y morado en las nubes. Por fin nos encontramos en la plaza bonita en la que se encuentra el Teatro Jovellanos y vimos que habían montado un mercadillo de Navidad. Yo andaba con hambre, así que pillé una caja de pastas frescas y luego una ración de churros recién fritos: el maridaje perfecto de carbohidratos con más carbohidratos.

Tras acabarnos los churros, Kevin y yo fuimos a tomar algo en un callejón lleno de bares y restaurantes. Mientras buscábamos un sitio, vimos que había un bar cuyo especialidad era el vermú y que estaba poniendo bollos preñaos de tapa. No hacía falta buscar más, ese fue nuestro sitio.

En ese sitio acabamos probando el vermú casero y pidiendo unos pinchos de tortilla. Echamos un rato maravilloso disfrutando esta bebida gloriosa y unos pinchos sabrosos con picadillo y cabrales.

Saliendo de allí nos acercamos al mar y encontramos un bar acogedor que disponía de un sofá. Nos echamos justo allí y procedimos a seguir hablando y bebiendo como solo Kevin y yo sabemos hacer. Eventualmente se unieron también Cami y Hessel, pero a esa hora ya estaba yo escondido debajo de mi abrigo: a pesar del tiempo que acababa de pasar en Inglaterra, estaba pasando bastante frío.

Parezco una abuelita pero está bien porque me sentía como una abuelita.

Desafortunadamente tenía que trabajar el día siguiente y andaba ya algo cansado después de tantos días de viaje, así que me despedí de todos y volví a casa de Bogar para dormir tempranito.

Trabajé desde su piso bonito el día siguiente, pero al llegar la tarde me empecé a encontrar un poco regular. Una siesta rápida para que se me quitara acabó siendo un siestón tras el cual me levanté con fiebre: se me había pegado la gripe.

Esta fiebre me obligó a pasar del plan de la tarde de ir a la cabalgata. Aún no he ido a ninguna nunca: ¡el año que viene será! Ya por la noche me encontraba un poco mejor, así que Bogar, Javi y yo nos tiramos al sofá y vimos una peli para marcar mi última noche en Gijón.

El día siguiente tuve que ponerme hasta arriba de paracetamol, bebida isotónica y jarabe de tos ya que tenía que coger el tren de vuelta a casa en Madrid. Llevé una mascarilla durante todo el viaje, pero aún así observé que todo el mundo – desde el taxista hasta la revisora de la Renfe – también estaba tosiendo. A cuidarse, ¡que hay mucha gripe por aquí!

Fue un gusto ponerle fin a la época navideña con unos días en Gijón, a pesar de pasar los últimos dos vagueando por casa dándome pena. Me encantó poder ponerme al tanto con todos mis amigos que viven allí y claramente también fue un regalo navideño muy special poder verle a Kevin durante uno de sus pocos viajes a la patria desde los EEUU.

Me gustaría acabar esta entrada dándole las gracias a Cami por venir a recogerme de Santander y también por acogerme en casa. También he de agradecerles a Bogar y Javi, no solo por recibirme en su casa, pero por aguantarme mientras vagueaba por su casa pensando que ¡pobre de mí!

Diario

Navidad en familia

Después de un fin bonito al 2023 en Madrid me tocó realizar mi peregrinación anual de vuelta a Inglaterra. Para eso, cogí un vuelo al aeropuerto de Mánchester… ¡o eso creía!

Los problemas empezaron en el tren hasta Barajas, un viaje que se interrumpió al anunciarse que el tren finalizaría su trayecto unas estaciones antes de llegar al aeropuerto. Como siempre, había dejado un poco de margen en mi plan para abordar imprevistos así, pero al pasar frío en el andén y pensar en lo concurrido que estaría el aeropuerto dadas las fechas, decidí llamar a un taxi y acercarme a la terminal con estilo.

Una vez pasado por las colas considerables del aeropuerto, me subí al avión de camino a Mánchester. Al empezar el descenso, pude ver sol ponerse encima de la capa de nubes. En el cielo también lucían unas nubes de arco iris, un fenómeno raro que desafortunadamente no se percibe bien en las fotos que saqué.

Tras unos minutos admirando el atardecer, el avión empezó a girar y la escena colorida se me fue. Me volví a acomodar en la butaca hasta que volvió el atardecer, con lo cual me puse a sacar más fotos de las nubes que se estaban poniendo rosas. Empezamos a girar de nuevo y volvió a desparecerse el atardecer.

La tercera vez que volvió el atardecer fue el momento que me di cuenta que estábamos dando vueltas. Miré a mi alrededor para ver si alguien más se había fijado, pero no les veía muy interesados. Fue en aquel momento que me acordé de un comentario rápido que me había hecho mi madre esa misma mañana: que hacía mucho viento en Mánchester.

Dada mi obsesión con los documéntales sobre los aviones, até cabos y deduje que teníamos que estar volando un bucle de espera mientras se bajaba el viento en Mánchester. Esta estimación se confirmó enseguida por el capitán, que nos avisó que iba a intentar aterrizar en Mánchester pero que tal vez tendríamos que acercarnos a otro aeropuerto cercano si las condiciones no mejorasen allí.

Eventualmente empezamos a descender desde nuestra altitud de espera justo encima de la capa de nubes. Fue entonces que nos dieron las noticias sorprendentes: íbamos hacia Birmingham, una ciudad en medio del país.

¡¿Qué?! Cuando habían mencionado los «aeropuertos cercanos» yo me había imaginado ciudades como Leeds o Liverpool, pero ¿Birmingham? ¿Como se suponía que iba a llegar a casa desde allí? Algo se dijo sobre unos autobuses pero ya me estaba imaginando que el caos causado por este viento iba a provocar muchos retrasos más antes de llegar a Mánchester.

Acerté en mi predicción. Al aterrizar en Birmingham pasamos casi dos horas encerrados en el avión esperando la llegad de unos buses que nos llevasen a la terminal. Más de 40 vuelos habían sido desviados hasta el pequeño aeropuerto esa noche, así que la infraestructura del mismo estaba sufriendo con el influjo.

Me había jurado que no pisaría nunca Birmingham, pero aquí me encontraba contra mi voluntad.

Afortunadamente mi madre es muy astuta y estaba rastreando mi vuelo, así que sabía lo que estaba sucediendo. Amablemente mis padres bajaron hasta Birmingham a recogerme, salvándome así de la idea horrible de tener que esperar a unos autobuses que probablemente llegasen con el mismo retraso que los de la terminal.

Después de tanto drama, por fin llegué a casa para trabajar desde allí mi último día laborable antes de la Navidad. Tras desconectarme, pasé esa primera noche cenando con Amber en un sitio italiano en el centro de Burnley. La pobre estaba afónica esa noche, así que quedamos en volvernos a ver e ir al teatro juntos en otro momento de mi visita.

El día siguiente me reuní con Danni y Abi para nuestro intercambio anual de regalos. Quedamos en un restaurante de crepes y acabamos echándonos muchas risas al desenvolver los regalos tontos que nos habíamos hecho. Esta histeria seguramente se alimentó en gran parte por el azúcar excesivo presente en nuestros crepes y chocolates calientes.

Encuentro belleza extraña en los rincones más feos de Burnley.

Luego fuimos a hacer unas compras navideñas de última hora y me despedí de las dos en la estación de autobuses antes de acercarme a un sitio que había indicado mi padre que me recogería. En un momento de mala suerte se puso a llover justo el mismo momento que salí a la calle. Esta lluvia se combinó con el viento para crear unas condiciones poco envidiables y que seguramente fueron lo que me dejó con una tos horrible…

El día siguiente era ya nochebuena, lo cual conlleva unas costumbres navideñas tanto viejas como nuevas. Como novedad, mi madre había reservado para que comiéramos en un gastropub local. Disfrutamos de comida británica muy rica (sí, existe) en un entorno caliente y acogedor. Desde allí nos acercamos al siguiente destino, un pub también.

Cada nochebuena intentamos pasar por el pub del pueblo para reunirnos con viejos amigos y vecinos de nuestra infancia. Este año hicimos lo mismo y nos echamos un buen rato hablando con la gente en cuyos jardines antes jugaba y a los que intentaba liar para que se apuntasen a mis proyectos raros como las montañas rusas caseras o espectáculos montados en el jardín…

Llegamos a casa justo antes de la medianoche, pudiendo así desearnos una feliz Navidad justo antes de acostarnos.

Unas diez horas después estábamos reunidos en el salón para desenvolver los regalos. Enseguida llegaron mis tíos con una olla enorme de crema de coliflor, algo que comemos todos los años pero que este año sería algo distinto. Esta vez la prepararon mis tíos, que se apuntaron a las celebraciones tras unos cuantos años de pasar el invierno en Murica.

Luego llegó el gran suceso. Tras cocinar un poco durante mi visita a Inglaterra en noviembre, mi madre me había encargado con hacer la cena de Navidad por primera vez en mi vida. Después de la comida y mientras los demás se sentaban en el salón, saqué mi plan híper detallado y empecé la odisea de prepara todos los componentes de una cena navideña británica tradicional: el pavo, los coles de Bruselas, los nabos, las zanahorias, las patatas asadas, la salsa gravy (un caldo espeso de carne), la salsa de pan, las salchichas envueltas en beicon…

Solo hubo un retraso pequeño mientras me luché con la salsa gravy, siendo esta la primera vez que la había hecho desde cero. En nada llamé a todo el mundo a que se sentasen y la cena fue todo un éxito. Creo que hice un buen trabajo en general, pero lo que más orgullo me generó fue mi gravy, una salsa que hice con el jugo del pavo y las verduras, un poco de harina y un chorro de vino de Jerez. ¡Supo a gloria!

Aquí estamos la familia inglesa, con los gorros de papel típicos y todo.

Pasé una muy buena Navidad en familia y el día siguiente también tiene nombre en inglés: Boxing Day. En este día hubo una de las pocas veces que tuve la valentía de enfrentarme al frío y salir de la casa. Mi hermana quería salir a correr por el canal, así que la llevamos mi padre y yo hasta allí, donde los dos optamos por una vuelta más tranquila por la zona.

Esa tarde volvimos a salir de excursión, esta vez con mi madre. Fuimos a pasear por los terrenos de Towneley Hall, una casa señorial antigua que se encuentra en medio de 440 acres de zona verde. Al toparnos con un camión de helados, Ellie y yo decidimos que queríamos uno, cosa que nos arrepentimos al tener que pagar casi 5€ por helado. Este tipo de helado en inglés se llama un «99», ya que hace unos años valían 99 peniques cada uno. Como cambian los tiempos…

Durante los próximos días me puse a hacer todo tipo de cosas. En casa monté mi colección antigua de focos y luces de discoteca y teatro por lo que tuvo que ser la primera vez en años. Me sorprendió descubrir que casi todo seguía funcionando, solo tuve que cambiar un fusible y un par de bombillas tras tantos años de tenerlos abandonados en un ático polvoriento.

Siempre me ha enamorado la combinación de luz colorida y el humo para visualizarla.

Otra noche volví a quedar con Amber para que nos acercásemos a Mánchester. Ella había recuperado su voz pero esta vez yo estaba luchando contra una tos persistente: ¡cambio de roles! A pesar del dolor de garganta pasé una tarde muy bonita. Cenamos en un restaurante griego y fuimos a ver una función en un teatro guapísimo que se llama The Royal Exchange.

Para poner fin a su visita a casa, Ellie dijo que quería ir a jugar a los bolos. Hace años que no había ido a la bolera del pueblo, pero cuando propuso el plan yo me apunté entusiasmado, ya que recientemente vi un vídeo que explicó el funcionamiento de las máquinas que reponen los bolos y este me había dejado con ganas de probar el deporte una vez más.

Como era de esperar, fue de risas. Una vez encontré una bola que no pesara demasiado y cuando por fin me convencieron que mi técnica de fuerza máxima siempre quizá no fuera la mejor, empecé a derribar bolos sin parar.

Una toma de acción mientras me preparo a fallar completamente los dos bolos.

El día siguiente tocó celebrar la Nochevieja. Quedamos Abi, Danni y yo en casa de Abi, donde cenamos pizza y nos tomamos unas copas mientras participamos en un concurso sobre las montañas rusas que habíamos encontrado en YouTube. Menudo trío de frikis somos…

Desde allí fuimos a la casa de los vecinos de Abi, donde tenían montada una serie de juegos. Nos reíamos mientras intentábamos meter pinzas en botellas, emparejábamos palabrotas en cartas y luego corríamos por la casa para un juego que se llamaba «la lista de la compra». Este juego supuso buscar ítems en listas escondidas por toda la casa y apuntarlos. Cuando teníamos apuntados los precios de todos los ítems, teníamos que sumar bien el valor total. ¡Fue agotador, tanto a nivel físico como mental!

Casi empecé el 2024 corriendo por la casa de un desconociendo mientras buscaba el precio de un brócoli ficticio.

Los tres vimos el inicio del año desde la tranquilidad del salón de Abi, donde tuve que sustituir las uvas por unos botones de chocolate: los británicos no hacen lo del champán. Vimos los fuegos artificiales de Londres desde el sofá, nos deseamos un feliz año y fuimos a dormir. Así me gusta.

Pasé mi último día en el Reino Unido en Leeds con Emily y Lincoln. Emily había parido su primer hijo, Charlie, en octubre, así que tenía mogollón de ganas de ir a conocerle antes de volver a España. Fue todo un placer verlos a los tres y pasar tiempo con el pequeño Charlie, aunque sí que es verdad que me preocupa que me entren ganas de tener un hijo tras pasar tiempo con un bebé tan precioso y tranquilo.

No tuve mucho tiempo para reflexionar sobre esto, sin embargo, ya que el día siguiente estaba saliendo de casa antes del mediodía. Me acerqué al aeropuerto de Mánchester a través de la red ferroviaria dudosa que tenemos en el norte de Inglaterra, pero al final todo fluyó bien y llegué a la terminal buscando mi vuelo no a Madrid, sino a Santander…

Muchas gracias a mi hermana, Eleanor, por dejarme utilizar algunas de las fotos excelentes que sacó en su cámara analógica.

07.01.24 — Diario

Muchas luces de Navidad

Después de aterrizar en Madrid tras una visita alargada al Reino Unido, me quedó trabajar un solo día antes de arrancar un puente lleno de planes. Empecé el festivo con una comida con Félix, la cual tuvo lugar en un bar bonito del barrio que nunca había visitado antes.

Nuestro brunch fue tan delicioso como era bonito.

Una vez acabado mi plato de salmón y un batido fresco, cogimos un bus al Parque del Retiro. Nuestra vuelta por allí nos llevó a describir un intercambio de libros que nunca había visto antes. Ahora queda claro que lo que me había imaginado que sería un concepto moderno realmente se lleva haciendo durante un tiempo.

En esta «Biblioteca Popular» encontré unos libros de texto de matemáticas que me recordó al instante a mi infancia, siendo ellos los mismos que usamos con tenía 10 años al estudiar para unos exámenes estandarizados. Literal, fueron el modelo británico en inglés. ¡Menuda casualidad!

Nuestro paseo también nos llevó por el Palacio de Velázquez, una sede satélite del Reina Sofía, uno de los museos de arte principales de Madrid. En todos los años que llevo viviendo en la ciudad, nunca había pisado este lugar, así que nos metimos a ver que había.

La exhibición parecía explorar el espacio, el color y los materiales a través de una colección interesante de telas de color colgadas desde el techo alto. La explicación del concepto que había detrás me parecía un poco exagerada, pero aún así era bonito y siempre gusta explorar un nuevo sitio.

Una pelota blanca sobre un fondo amarillo.

Al salir del parque nos acercamos al Palacio de Cibeles, una punto de referencia en la ciudad que descubrí al visitar Madrid por primera vez en 2015, pero otro sitio que nunca había podido explorar por dentro. Me había enterado de una exhibición gratuita que me interesaba mucho, ya que reunía dos de mis pasiones: la iluminación y la tipografía.

«No va a quedar nada de todo esto» presentó una serie de rótulos y parafernalia de tiendas, bares y restaurantes ya cerrados. Había un enfoque especial en los rótulos iluminados y neones de antaño, cosa que me encantó. Fue una experiencia maravillosa montada por Paco Graco, un colectivo que se dedica a la conservación del patrimonio gráfico de Madrid.

Resulta que el Cibeles en igual de bonito por dentro como por fuera.

Me encantó la exhibición, aunque realmente ya no tenía que irme muy lejos para disfrutar un espectáculo de luces, aunque fuera algo más pequeño. Ya se acercaba la Navidad y Reyes, por lo cual dediqué un fin de semana a llenar mi piso con espumillón, bolas y muchas luces de Navidad. Así podía disfrutar de estar sentado en mi salón a pesar del frío intenso que cunde en Madrid durante estas fechas.

Era un poco demasiado, pero es la época de los excesos.

Con la casa ya montada, pasé quince días poniéndome al tanto con mis amigos. Disfruté de unos desayunos y paseos con Pedro, una comida de hamburguesas sabrosas con Hugo y Sergejs y luego una tarde de hotpot chino con Sara, Rocío e Irene. Fue una manera preciosa de ponerle fin al año aquí en la capital.

La Navidad ya estaba a la vuelta de la esquina, así que os contaré más sobre eso en mi siguiente entrada de blog. ¡Felices fiestas!