28.10.23 — Diario

Asturias con mis padres

Después de gozar de unas visitas y luego pasar tiempo con amigos de Madrid, era hora de que llegara un par de invitados muy especiales: ¡mis padres! Aterrizaron desde el Reino Unido y consiguieron subirse al tren correcto para llegar a mi barrio sanos y salvos. Los recogí de ahí y fuimos a mi casa para descansar. Ya era tarde y teníamos unos planes importantes para los próximos días…

El día siguiente nos levantamos y salimos antes del mediodía porque habíamos quedado en recoger un coche de alquiler desde Atocha. Con ese iríamos juntos a Asturias, algo que llevo hablando de hacer con mi padre desde hace mucho. Al final mi madre también se apuntó al plan, así que hacia allí íbamos.

Asturias, patria querida. Asturias de mis amores.

El principado me es muy especial: visité a Kevin allí por primera vez en 2017 y desde entonces he vuelto a subir una y otra vez para pasar tiempo con amigos y descubrir más del paisaje, la gente, la sidra y la comida que ofrece. Por eso andaba emocionado para enseñar a mis padres la región mientras conducíamos por las carreteras de Castilla y León hacía las montañas que marcan la frontera asturiana.

Usaríamos Gijón, una ciudad que conozco bien, como base. Al llegar ahí recogí las llaves al apartamento y enseguida empezó el caos cuando intentamos navegar el parking. Mi padre enhebró hábilmente el coche en el garaje subterráneo pero solo fue entonces que descubrió que el Nissan tenía un radio de giro terrible. Hubo unos minutos estresantes mientras buscábamos alguna manera de sacar al coche del laberinto de pilares de hormigón, pero un poco de dirección de mi madre y de mí nos tenía fuera en un plis.

Era hora de que mis padres descubriesen Gijón.

El coche aparcado en la calle, vaciamos las maletas en el piso y salimos a que mis padres vieran por primera vez la ciudad de Gijón. El sol ya se estaba poniendo mientras nos acercamos al centro, pero nos dio tiempo a echarle un ojo a un mercado artesanal, ver el puerto y eventualmente encontrar un restaurante para cenar.

La cena la tuvimos con vistas sobre el agua. Mi madre probó la sidra asturiana por primera vez (no le gustó) y les introduje a mis dos padres al pastel de cabracho y el cachopo. La comida sí que gustó mucho (cómo no) y nos dejó bastante cansados y con ganas de dormir bien antes de nuestro primer día de exploración.


El día siguiente tenía ganas de enseñarles un poco más de Gijón antes de empezar a explorar el resto de Asturias. Bajamos al centro para dar una vuelta debajo un cielo bastante gris, parando para comer justo antes de que se pusiera a llover.

Luego acabamos subiendo el cabo de Cimadevilla, un lugar perfecto para apreciar vistas sobre el mar y las playas de Gijón. Mientras subíamos las nubes se asomaban y claro que empezó a caer justo en el momento que llegamos a la cima.

Esto no nos iba a fastidiar la tarde, sin embargo. Nos echamos unas risas con el resto de la gente que se había refugiado bajo la escultura de hormigón y disfrutamos las vistas de un arco iris de 180° que se había formado sobre el mar.

A pesar del diluvio, realmente no estaban así de gruñones.

Para acabar el día en Gijón, bajamos al casco viejo en Cimadevilla y nos plantamos bajo un toldo para tomar algo antes de volver al piso. Esta ubicación estratégica nos sirvió bien ya que en breve ya volvió a llover y nos ahorramos una buena calada.

Esa noche salí yo solo a quedar con Cami, Bogar y Javier, mis amigos que viven en Gijón y a los que llevaba un buen rato sin verlos. Salimos a cenar pizza y tomar unas copas y nos lo pasamos pipa mientras nos reíamos sobre historias y chistes muchos. Fue muy guay poder verlos mientras andaba por allí.


El segundo día desayunamos en lo que se convertiría en nuestro bar de confianza justo debajo del piso. Desde ahí partimos al oeste y al pueblo costero precioso de Cudillero. Kevin me había llevado a este sitio hace unos años y me había quedado encentando: andaba con ganas de que mis padres lo vieran también.

Evitando el caos de buscar parking y el camino largo que habíamos sufrido Kevin y yo al ir sin preparar nada (como siempre), esta vez investigué antes y dirigí a mi padre al parking gratuito de la zona portuaria. Mientras caminábamos hacia el pueblo desde el puerto se puso a llover – menuda sorpresa.

La mañana entera que pasamos en Cudillero fue así – momentos de lluvia con algo de cielo azul entre medias. El entorno pintoresco y dramático compensó por el clima dudoso, no obstante. Por lo menos pudimos dar una vuelta, explorar las tiendas y tomarnos un café a nuestro ritmo.

A esta gaviota le importaba un bledo que lloviera o hiciera sol.

Una vez habíamos visto todo lo que queríamos ver, volvimos al coche y fuimos a otro lugar cercano que quería volver a visitar: Luanco. Este pueblo era otro sitio costero que me había enseñado Kevin hace unos años y que me acordaba que era muy bonito. Este recuerdo se afirmó al aparcar el coche y admirar las vistas del paseo marítimo bajo el sol que justo estaba logrando perforar las nubes.

Caminamos por la playa y hacia el centro del pueblo, donde buscamos un restaurante al lado del agua para comer. Esta vez conseguimos una mesa en la terraza de un pequeño restaurante en el muro del pequeño puerto. Disfrutamos una serie de mariscos y pescados bajo el sol que por fin había salido a calentarnos los huesos un poco.

Me encantan las líneas irregulares de esta antigua iglesia.

Pasadas unas horas volvimos al coche para hacer una última parada antes de volver a Gijón: Candás. Como ya te puedes imaginar, Candás es otro pueblo que me enseñó Kevin en 2018 y un sitio que pensé que valdría la pena visitar ya que se encuentra en el camino de vuelta hacia Gijón.

Cuando fuimos Kevin y yo nos topamos con un mercado medieval, pero la combinación de las fechas raras y el clima dudoso hizo que Candás estuviera vacío al llegar mis padres y yo. Me habían recomendado una heladería así que fuimos a coger un cono para cada uno. Al final a mi madre no le gustó el helado así que mi padre bajó tan contentamente a la playa, ¡un helado en cada mano!

De camino Gijón mi madre dijo que le apetecía cenar una hamburguesa, así que acabamos parando en el Burger King a la vuelta de la esquina de nuestro piso. Echamos unas risas sobre cómo ella se estaba integrando bien con la comida local, pero la verdad es que a mí siempre me apetece una buena hamburguesa así que al final me gustó el plan.


El día siguiente hice un cambio de última hora a los planes y decidí que quería llevar a mis padres a Oviedo, la ciudad que me sirvió como puerta de entrada para descubrir Asturias ya que Kevin estaba basado ahí durante muchos años. Habíamos pasado un día ajetreado por los pueblos pequeños así que pensé que un día vagando por las calles bonitas, tranquilas y limpias de la capital asturiana supondría un descanso necesario.

En primer lugar fuimos a comer a la ruta de los vinos. En vez de tomarnos una copa, nos sirvieron unas porciones enormes de platos locales. Fue una comida asturiana de verdad y creo que mis dos padres se quedaron impresionados por lo lejos que te pueden llegar 11€ en el principado…

Echamos la tarde explorando la ciudad bajo el sol glorioso que por fin se había presentado tras unos días grises. Entre las actividades quedaron ir de compras, un tour turístico por los sitios más emblemáticos y un par de horas que pasamos tomando una copa en una terraza del parque.

Creo que a mis padres les gustó mucho Oviedo, pero aún quedaba una cosa por experimentar. Esta fue la razón principal por la cual les había llevado hasta la ciudad: Tierra Astur. Este restaurante tiene como especialidad la cocina asturiana y es un favorito tanto con los locales como con los de fuera. Esto es buena señal, pero también complica bastante que se pueda conseguir una reserva. Había pillado una, no obstante, así que ahí fuimos a probar aún más platos asturianos.

Disfrutamos otra cena maravillosa dentro del ambiente acogedor de Tierra Astur. El plato estrella tiene que haber sido la carne con una salsa cremosa de queso: ¡supo divino! Esta cena combinada con la comida enorme nos dejó con sueño, así que después lo único que nos quedaba era bajar lentamente a donde habíamos dejado el coche.

La iglesia vieja bajo la luz de la luna creaba una escena siniestra.

Por el camino nos topamos con una iglesia de piedra que supone el edificio más antiguo de la ciudad entera – un dato que me había contado Kevin la primera vez que fui a visitarle ahí. En la luz de la noche y con la luna medio escondida detrás de las nubes, se creó una escena interesante a modo de despedida de Oviedo.


El día siguiente fue el último que pasaríamos en Asturias así que me había asegurado de guardar lo mejor para el final. Bien descansados después de un día por Oviedo, era hora de que subiéramos a las montañas y a uno de las ubicaciones más bonitas que he visitado jamás: Cangas de Onís.

Este santuario entre las montañas es un lugar de mucha importancia a nivel regional, religioso y hasta nacional, ya que fue un sitio clave de la reconquista de la península. Otra vez más, es un sitio que Kevin me enseño ya hace seis años y al que llevo unos años queriendo volver para de nuevo apreciar sus paisajes impresionantes.

Para llegar hasta allí, aparcamos en un prado donde un autobús nos llevaría por el último tramo de la carretera y hasta el pueblo montañoso en sí. Al llegar en Cangas de Onís empezamos a caminar por sus calles y quedarnos impresionados todos por las vistas de la catedral entre las montañas, las acantilados escarpados y la parroquia pequeña ubicada en una cueva sobre una piscina creada por una fuente de agua mineral.

La parroquia integrada en el acantilado es un espectáculo impresionante.

Mientras mi padre y yo bajamos a ver la fuente natural, mi madre dijo que iba a subir a la parroquia. Al llegar al a escalara hacia la cueva, mi padre y yo no éramos capaces de ubicarla. En breve descubrimos que se había unido a la congregación y que se había sentado en un banco dentro de la parroquia.

Desde la parroquia seguimos el sistema de cuevas hacia el nivel de la catedral, un edifico que impondría en cualquier entorno pero que luce asombrosa aquí en un valle entre dos montañas. En breve nos echaron ya que estaban al punto de iniciar una misa. Esto lo tomamos como una señal de ir bajando a la parada de bus para coger el coche hacia la siguiente parada en nuestro tour.

Ahí está mi madre entre las cruces de la cueva.

Antes de volver a Gijón a pasar la última noche allí, también quería llevar a mis padres a Ribadesella. ¿Y quien fue que me enseñó este pueblo en su momento? Dilo conmigo: ¡Kevin!

Aparcamos bajo un cielo que aún lucía azul y dimos una buena vuelta por la zona portuaria que se sitúa por las orillas de la ría junto antes de su confluencia con el mar. Me encanta este sitio por su combinación de mar, playa, montaña y casco viejo, pero lo primero que nos urgía hacer fue buscar un poco más de comida. Habíamos picado algo en las montañas de Cangas de Onís, pero yo por lo menos aún andaba con antojo de croquetas.

Encontramos un restaurante donde eran tan amables de ponernos unas croquetas a pesar de la hora. Nos sentamos en su terraza y las comimos mientras veíamos las nubes llegar y empezar a amenazarnos.

Por suerte, el cielo gris nunca resultó en lluvias, así que pudimos echar un rato viendo los barcos ir y venir, caminar por el casco viejo y hasta probar un carbayón, un dulce local elaborado con hojaldre, almendras y azúcar en abundancia.

Una vez cansados, volvimos a Gijón para prepararnos para la última noche. Esta la pasamos en el centro de Cimadevilla, donde conseguimos una mesa en El Llavaderu, un restaurante famoso por su enorme cachopo. Disfrutamos una cena deliciosa acompañada por unas risas gracias al camarero, que nos escanciaba mucha sidra y nos entretenía con sus consejos e historias.


El día siguiente nos levantamos, hicimos las maletas y así estábamos listos para salir, pero no antes de desayunar en nuestro bar favorito. Desde ahí nos acercamos al coche y realizamos el viaje largo de vuelta a Madrid, en donde nuestra única tarea era conseguir algo de cenar antes de acostarnos.

Por eso pasamos la tarde por Lavapiés, disfrutando unas pizzas ricas en NAP y luego bajando de vuelta a mi barrio para tomar algo en dos de mis terrazas preferidas. Tomamos unas cañas en la terraza del cine local y luego nos acercamos al bar de toda la vida que llevo unos cuántos años visitando. Fue la manera perfecta de poner fin a la visita de mis padres.


Me lo pasé fenomenal durante esta semana que pasé con mis padres. Fue un verdadero placer poder enseñarles por fin una zona de España a la que tengo tanto cariño. Aunque no pudimos hacer todo lo que quería que hiciéramos, bastante encajamos durante los pocos días que echamos por Asturias. Espero que vuelvan en breve para experimentar un poco más del norte, ¡quizá hasta con un poco de sol!