09.07.18 — Diario
Ribadesella y las Fiestas de San Juan
Hace un par de semanas volví a subir a Oviedo, y al llegar en Asturias, Kevin me recibió como lo hemos hecho muchas veces ya. He me acostumbrado tanto a la bienvenida de Kevin tanto que ya siento que el principado es mi segundo hogar. Es más, al llegar a su casa ahora ni pregunto antes de hacer nada, ¡ya es natural! No pasamos mucho tiempo encerrados en su piso sin embargo, ¡ya que tocaba salir de fiesta! Nos reunimos con una amiga y bajamos a La Corredoria para ver qué tal.
Bueno yo flipé al llegar a lo que usualmente consiste en una plaza somnolienta ¡que se había transformado en una fiesta de prau! Había una selección de atracciones y quioscos que vendían todo tipo de comida y bebidas, y luego el punto de enfoque para todo el mundo fue la orquesta que no paraban de cantar un serie de temazos.
Como podéis ver, no tardamos nada en pillarnos un par de botellas de sidrina – y como también se puede ver, aún no he pillado el truco para escanciarla bien. Dentro de nada ya andábamos feliz, bailando “Baila Morena” y cantando “Asturias” de Victor Manuel.
La estábamos pasando de maravilla en la plaza, pero de repente hubo un apagón que afectó el escenario principal, así que la pobre orquesta tuve que rendirse y se despidieron. No hubo problema, sin embargo, porque una carpa enorme que antes solo funcionaba como un bar se convirtió en una pista de baile enorme, ¡y nos pusimos a cantar reguetón y bailar!
Después de llegar en Oviedo a las 9pm y quejarme de que andaba demasiado cansado como para salir, al final me la pasé fenomenal con Kevin y Nerea. El momento destacado para mí fue cuneado pusieron “Fiesta Pagana”, un temazo que siempre me vuelve loco. Era una noche inolvidable, y espero repetir el año que viene, pero al volver a casa por la mañana creo que lo que nos preocupaba más fue ¡cómo tendríamos la cabeza el día siguiente!
Estaba sorprendido entonces al despertarme bastante fresco, aunque algo tarde, pero eso se esperaba ya que habíamos llegado a casa a las 5am. A las dos de la tarde Kevin y yo nos despedimos de Nerea y nos subimos a un bus con un destino que aún desconocía yo – Kevin siempre tiene un plan secreto, y después de haberme llevado al pueblo precioso de Cudiellero, ¡me sentía ya muy cómodo en dejarle que me llevase a donde sea!
Resultó que esta vez Kevin me había llevado a otro pueblo costero precioso, Ribadesella. Una vez bajados del bus, fuimos directamente a donde los restaurantes, porque solo habíamos comido unas magdalenas pequeñas en todo el día. Encontramos un sitio con menú por 14€ y echamos una hora o dos comiendo como reyes.
Estaba demasiado absorto en el vino, las croquetas, la sopa de marisco, el cabrito y un cuenco enorme de natillas como para pensar en sacarle fotos a la comida, pero fiaos de mí cuando digo que estuvo no delicioso, ¡sino lo siguiente! Ya llevo unas semanas intentando comer mejor y reducir los tamaños de las raciones, pero se nota que en Asturias no suscriben a esta idea – ¡hasta la sopa vino en un bol enorme y me echaban todo lo que quisiera!
Ya hinchados, pagamos la cuenta y volvimos a las calles de Ribadesella, pasando por el hermoso centro. Como suele pasar cuando Kevin y yo nos reunimos, pasamos un buen rato explorando, sacando fotos y hablando de temas profundos y como arreglaríamos el mundo.
Seguro que no necesito usar mucha lírica para describir lo precioso que es el pequeño pueblo, ya que se nota claramente en las fotos de arriba, pero sí que fui tomado por sorpresa al llegar a la ría en la que está situado el pueblo.
El sitio es como la imagen de un postal, y me aseguraba de asimilarlo todo mientras pasábamos por las orillas del agua. El día resultaba much tranquilo y relajante, que menos mal después de tanta fiesta y comida, pero luego Kevin reveló que quería que escalásemos un cabo alto que protege la ría de la fuerza del mar.
Como siempre, Kevin logró convencerme que valía la pena, así que empezamos a subir una escalera que se había montado en el lado del cabo. No me quejaba, sin embargo, porque el sitio era tan bonito y las vistas tan espectaculares que hicieron que valiese la pena todo.
Después de una lucha inicial, la cosa se volvió algo más fácil cuando llegamos a tierra más plana, y las vistas realmente se convirtieron en una pasada. Naturalmente tocó una pausa para sacar unas fotos y hablar de los detalles complicados del español e inglés – una conversación típica para nosotros dos frikis.
Al subir cada vez más alto por el cabo, realmente empezamos a apreciar el paisaje dramático que enmarca el pueblo idílico, lo cual consiste de unas montañas dramáticas y la ría de en frente, todo bordeado por unas orillas de arena. ¡Fue como mirar sobre un cuento de hadas!
Una vez llegamos a la cima del cabo, se nos presentaron unas vistas panorámicas sobre el pueblo, las montañas, la ría y el mar al cual drena. Aquí pasamos un rato admirando todo y hablando de nuestros recuerdos de la primaria mientras mirando sobre el mar y los estanques naturales que se habían formado en las rocas debajo.
Después bajamos de vuelta al nivel del suelo, caminando hacía la playa mientras Kevin me recontaba el folclore céltico que domina las costumbres asturianas. A mí me habían entrado ganas de hacer de turista, y molestaba a Kevin hasta que me dejase ir a la playa para sentir la arena en mis pies y mojarme un rato en el agua. Me quería llevar a ver una última cosa, sin embargo, así que circunnavegamos la ría para cruzar el puente.
Una vez cruzado el puente muy expansivo, Kevin me llevó por un camino hacia la entrada de una cueva. Esta cueva contiene, si no recuerdo mal, unas de las pinturas rupestres más antiguas de Europa, pero al final se había cerrado unas horas antes de nuestra llegada. No me quedé tan triste, no obstante, porque me fascinaban unos naufragios que, manchados de verde por las algas, se habían expuesto por la marea baja.
Al descubrir que no podíamos entrar en las cuevas, volvimos hacia la playa, que a estas horas ya se encontraba vacía. Dejando mis cosas en la arena, pronto había entrado en el agua, obligando al pobre Kevin que me sacase una foto…
Ya que nos esperaba un camino largo de vuelta a la estación de autobuses, en el cual tendríamos cruzar el puente sobre la ría ancha, empezamos a volver a la tierra firme unos 45 minutos antes de la salida del bus. Quitándome la arena de los pies con calma, busqué mi billete de bus, y me espanté al descubrir que el bus salía 20 minutos antes que pensábamos, por lo cual nos quedaban 10 minutos para llegar a la estación.
Entramos en un momento de pánico puro, en el que decidimos que íbamos a intentar correr a toda velocidad a la estación – ¡era el último bus en salir ese día! Ahora que lo pienso debe haber sido una escena bastante poética – los dos corriendo lo más rápido posible sobre el puente mientras el sol se ponía detrás de las montañas en el fondo. No lo veía nada poético en su momento mientras corríamos, ya que ninguno de los dos estamos muy acostumbrados a hacer ejercicio tan intenso.
Al llegar donde la estación, cruzando unas vías ferroviarias como atajo, conseguimos llegar al bus justo a tiempo. Usamos los últimos gramos de energía para subirnos a nuestros asientos, y luego descansamos durante el viaje de 45 de vuelta a Oviedo.
Habíamos considerado volver a las fiestas, pero una vez llegamos a la casa de Kevin, nos tumbamos en el sofá y bien sabíamos que no íbamos a volver a levantarnos. Acostarnos pronto resultó ser una buena idea al final, porque el día siguiente nos encontramos con mucha energía para pasar el día en Gijón.
Después de madrugar, y un fiasco que se produjo al llegar en Gijón cuando la maquina de billetes me cobró sin dispensar el billete, nos encontramos en el centro de la ciudad costera. Nos sentamos en la terraza de un bar de pinchos, tomando unas birras mientras hablábamos del futuro y esperábamos la llegada de nuestra amiga Sari.
Una vez llegó Sari, nos pusimos al día y hablamos del cambio de personalidad que suele ocurrir entre cambiar entre un idioma y otro – ¡que yo creo que es verdad! Nos habíamos llevado nuestros bañadores, así que bajamos a la playa que los gijoneses tienen a su disposición siempre. Que suerte.
Tras unas horas de tomar el sol, bañarnos en el mar y disfrutar un helado, tocó poner fin al finde y coger el tren de vuelta a Madrid desde la estación de Gijón. Me despedí de Kevin y Sari por unas semanas, pero no era una despedida dura ya que sabía que volvía pasadas unas semanas.