12.09.23 — Diario

Osaka

El tren de Arima nos llevó a Inés y a mí a Osaka, la ciudad en la que ella lleva viviendo un buen rato y dónde yo iba a pasar los últimos de mis días en Japón. Después de hacer transbordo al metro de la cuidad, me despedí de Inés al bajarme en la parada de mi hotel.

La habitación que me pusieron estaba situada en la primera planta de habitaciones justo encima de la recepción, lo cual hizo que la llegada fuera fácil, pero al entrar en ella vi que el cristal de la ventana estaba difuminado por privacidad. Esto me hizo sentirme algo claustrofóbico, así que pregunté si había otra habitación en una planta más alta que tuviera una ventana transparente. Por suerte sí que hubo, así que me enviaron a la planta 13, ¡la última de todas!

Tras deshacer la maleta, echarme la siesta y ducharme, salí para volverme a reunir con Inés y para buscar algo de cena durante un paseo nocturno por la ciudad. Inés quería llevarme a un restaurante en particular, pero por más que buscásemos no éramos capaces de encontrarlo. Las vueltas que dimos buscándolo nos llevaron a describir unos callejones preciosos y hasta un santuario en medio de una plaza, pero como había bastante hambre, encontrar un sitio para cenar era prioridad número uno.

Eventualmente descubrimos que no podíamos ubicarlo porque estaba cerrado por vacaciones y por lo tanto faltaban las luces brillantes y los paneles con la carta que de normal se encontrarían tapando toda la fachada. Preparada como siempre, Inés me llevó a un sitio que tenía fichado como opción de respaldo, pero para entrar en este segundo lugar había una cola importante y ya era bastante tarde.

Al final nos conformamos con un ramen. El plato estuvo rico pero no tenía nada que ver con el ramen de otro mundo que yo había probado en Kioto. Hizo lo que tenía que hacer, sin embargo, quitándonos el hambre para que pudiéramos volver a pisar las calles y explorar Osaka de noche.

La ocupada vía principal de Namba me recordó un poco a Tokio.

La mayoría de nuestra tarde la pasamos por el río, una zona bonita llena de linternas, bares, puestos, tiendas y el amientillo de los que habían salido a pasar unas horas. Sorprendidos por la cantidad de gente que había (siendo aquel día un martes), eventualmente encontramos una mesa y nos sentamos a bebernos un refresco de uva y bailar un poco a la música que el dueño del puesto tenía puesta en su altavoz.

La siguiente mañana desayuné en el hotel y luego bajé al metro, donde pude meterme en precisamente el mismo tren y coche en el que ya andaba Inés. Esto fue gracias a la señalética extensa y la organización minuciosa de los ferrocarriles japoneses y los datos correspondientemente detallados que te facilita Google Maps allí.

Reunidos, nos acercamos a otro barrio de la ciudad para ver el Tenjin Matsuri, un festival que toma lugar cada julio. Durante estas celebraciones, las calles se llenan de procesiones que acaban convirtiéndose en un desfile de barcos que pasan por el río por la tarde.

Esta foro parece que la saqué hace 30 años.

Al encontrar la zona por la cual pasaría el desfile, buscamos un bar para tomar algo puesto que ya andábamos cansados y sedientos por el calor opresivo del día. No nos convencía un bar que encontramos apestando a humo, pero tampoco nos apetecía seguir dando vueltas así que nos plantamos en unos taburetes giratorios de madera en la barra y pedimos algo.

Pronto descubrimos que la dueña del bar era la más. Nos puso unos zumos recién exprimidos y nos ofreció unos sándwiches, cosa que no podíamos rechazar ya que también teníamos hambre. Nos preguntó de dónde éramos y le dijo a Inés que era muy guapa, un cumplido que lo siguió con un regalo para Inés en la forma de una vestido tradicional. Fue un gesto muy bonito y había sonrisas por todo el bar hasta que se oyeron los golpes de unos tambores.

Resulta que sin darnos cuenta nos habíamos metido en un bar que se encontraba justo en la misma calle de la ruta del desfile. Todo el bar (la dueña incluida) salió a la calle para unirse a la multitud en la acera y ver el festival pasar. Hubo una mezcla impresionante de distintas carrozas y grupos de gente de todas las edades.

Me empecé a preguntar como estaban aguantando el calor…

Un grupo que hubo en el desfile era de unos jovenes que pasaban agitando unas cabezas de león, una escena que era bastante graciosa hasta que uno de ellos se la quitó y se tiró al suelo. Quedaba claro que estaba sufriendo por el calor, así que de la nada aparecieron muchas personas con abanicos, ventiladores, agua y más. Unos médicos llegaron y lo llevaron al interior del bar, donde Inés y yo nos turnamos para echar una mano con abanicarle mientras le quitaron las infinitas vueltas de faja que le envolvían. ¡Normal que lo estuviera pasando mal!

Al final se estabilizó justo al llegar unos médicos de la ambulancia para llevarlo con ellos. Poco tiempo después también nos fuimos, siguiendo a la aglomeración mientras se movía por las calles. Tuvimos que navegar entre toda esta gente y los puestos de comida callejera para llegar a las orillas del río.

Vimos unos barcos pasar con su música y bailarines, pero el calor empezó a pegarnos a nosotros también así que nos fuimos a buscar un sitio algo más tranquilo. Cruzamos un puente que estaba petado de gente, donde intentamos sacar unas fotos sobre el agua hasta que nos riñeron por detenernos. Al volver a tierra firma encontramos una estación de metro y por ende unos baños que habíamos estado buscando durante un buen rato.

Después de usar el baño y comernos un poco de comida del Family Mart, volvimos al río para buscar un sitio desde donde ver los fuegos artificiales que marcan el final del festival.

Allí disfrutamos de un espectáculo visual, con unos cuantos barcos pasando acompañados por música y danza. Toda esta escena estuvo marcada por una secuencia de fuegos artificiales que iluminó el cielo y creó un ambiente eléctrico que parecía que toda la ciudad había salido a experimentar.

Cuando nuestros pies ya no podían más, volvimos al centro en el metro y nos metimos en un bar para tomarnos algo y ponerle fin a un loco primer día pasado en Osaka. Claramente no iba a ser el único día que iba a pasar allí, pero al acostarme esa noche ya tenía un plan para el siguiente día que me vería irme de excursión para poder explorar más de las ciudades fantásticas que tiene Japón.

¿A dónde iba? Pues eso tendrá que esperar a la siguiente entrada de blog…