01.09.23 — Diario

Arima

Retomo mi cuento de Japón en el segundo tren bala, esta vez saliendo de Kioto. Después de un viaje relativamente corto, me bajé en Kobo, la ciudad conocida por su ternera famosa. No obstante, hace tiempo que no como carne roja, así que no fui a buscarla. En cualquier caso, yo tenía otros planes que suponían coger un par de trenes locales por las montañas y hasta el pueblo de Arima.

El metro de Kobe me dejó con un último tren a coger, o eso pensaba. Mientras el vagón antiguo y bonito subía por las montañas, Google Maps me informó que debería cambiar de tren a otro que parecía que era el mismo en el que ya me encontraba. Me quedé sorprendido porque Google Maps había sido muy preciso en Japón hasta ese momento: me decía por cual boca debía entrar, cuanto me costaría todo y hasta el número de coche al que subirme para que la salida me fuera fácil y rápida al bajarme.

Resulta que tenía que haberle hecho caso. Mi tren se desvió en una bifurcación ubicada apenas unos metros de la estación. Me recordó del misma drama que pasé al volver al aeropuerto de Nueva York el año pasado.

Me había preguntado por qué se había bajado todo el mundo.

Aunque le había ignorado, Google Maps estaba allí para salvarme. Busqué otra ruta y logré llegar a Arima Onsen, una estación cuyo nombre da una buena pista de lo que eran mis planes para los siguientes 24 horas. Onsen es el nombre japonés para su concepto de baños termales: iba a pasar una tarde y una mañana de relajación en las montañas niponas.

A partir de entonces, no andaría solo en mis exploraciones. Inés, mi ex compañera de trabajo que se encuentra viviendo en Japón, se uniría al viaje. Ella es la razón por la cual organicé el viaje en primer lugar: durante tiempo yo andaba con ganas de visitar Japón, así que supe que tenía que aprovechar de oportunidad de visitar cuando ella reveló que se iba a mudar allí.

Habíamos quedado en reunirnos en el hotel, así que volví a abrir Google Maps y me informó que mi destino se ubicaba a tan solo siete minutos andando. Lo que no mencionó fue que dicho camino fue por una cuesta que engañaba en lo empinada que era. La subida se complicó aún más por el bochorno que hacía y mi maleta pesada.

Google Maps se estaba vengando de mí tras mi falta de fe en él.

Al llegar a la entrada del hotel descubrí que aún me quedaba subir un acceso inclinado para llegar a la puerta. En un momento de desesperación, intenté parara a alguien coche para que me llevara a la cima, pero no pasaba ningún vehículo así que tuve que decidir entre achicharrarme al sol, echarme a llorar un rato en la sombra o coger fuerzas y arrastrar esa maleta pesada por la pendiente.

Tiré por la última opción, aunque al final no tuve que subir la cuesta entera. Uno de los porteros me vio sufriendo y se me acercó corriendo con un carro de equipaje. Cuando me insistió que subiría él mi maleta lo que quedaba del camino, le dio las gracias repetidamente y entré al aire condicionado glorioso del vestíbulo.

En uno de sus baños hice lo que pude para refrescarme con unas toallitas y luego me senté en un banco en este salón ostentoso mientras le esperaba a Inés. Cuando llegó, echamos unas risas sobre lo sudados que estábamos después de la subida horrorosa. También comentamos lo extraño que era que los dos nos estábamos viendo por primera vez tras medio año no solo en Japón, sino en una de sus montañas en la mitad de la nada.

Mientras esperábamos a que nos preparasen la habitación, comimos unos sándwiches en la cafetería del vestíbulo, un sitio que disponía de las vistas maravillosas sobre los jardines y la zona de la piscina que se ven en la foto de arriba. Eventualmente pudimos hacer el checkin, después del cual una señora nos guió hasta la habitación y utilizó el traductor de Google para explicarnos la gama amplia de servicios que tenía el hotel. A pesar del sinfín de posibilidades, nuestra prioridad era refrescarnos, así que cogimos nuestros bañadores y bajamos corriendo a la piscina.

Los dos echamos unas horas por la piscina, poniéndonos al tanto mientras nos bañábamos en el vaso principal y luego el jacuzzi mientras el sol se ponía y el aire se refrescaba un poco. Justo antes de irnos, preguntamos a la socorrista si éramos demasiado grandes para bajarnos por el tobogán, pero nos dijo que podíamos. ¡Nuestra tarde de piscina acabó con un salpicón!

Volvimos a subir a la habitación para cambiarnos antes de cenar. Habíamos buscado un restaurante elegante dentro del hotel así que nos pusimos guapos y fuimos a explorar los pasillos del edificio. Descubrimos un salón, vistas asombrosas sobre el valle y una multitud de otros detalles que salpicaban el interior de madera. ¡Nos sentíamos como emperador y emperatriz!

Como se puede apreciar, el hotel y su ubicación eran espectaculares.

Inés comentó que el interiorismo era representativo de los gustos japoneses de lujo.

Al llegar al restaurante descubrimos que era muy pequeño y que no había mesa, así que reservamos una para una hora más adelante y fuimos a buscar una manera de hacer tiempo. Inés sugirió que buscáramos la sala de juego, una sitio que lo encontramos lleno de máquinas, música y luces neón. Como si mis yenes fueran dinero de Monopolio, me puse a prueba con todos los juegos y nos echamos unas cuantas risas. Descubrí que mi destino no está en tocar la batería, sin embargo…

De vuelta al restaurante, nos sentamos y disfrutamos una cena maravillosa. Los ingredientes se servían en platos pequeños y me enseñaron a mezclar carne, verduras, caldo y huevo para crear un plato riquísimo de fideos. Inés cenó algo parecido así que compartimos un poco de todo antes de pagar y volver a subir a la habitación.

La noche aún era joven, sin embargo. Ya que los baños termales del tejado del hotel se quedaban abiertos hasta la medianoche, Inés hizo la sugerencia inteligente de subir allí y aprovechar de nuestra única noche en este hotel pijo. Nos vestimos en una especie de bata tradicional y nos acercamos al onsen.

No teníamos ni idea de cómo se ataba la faja pero creo que nos apañamos bien.

Por el camino, Inés me explicó cómo navegar los baños, que se encuentran separados por género ya que hay que bañarse completamente desnudo. No sabía como me iba a sentir con respeto a la desnudez, pero entré, me desvestí y pasé a la zona de limpieza. Ahí tuve que sentarme en un taburete bajo de madera y limpiarme a fondo. Había todo tipo de jabones, una ducha y mi invento favorito de todos en la forma de un balde de madera. Este se llenaba rápido a través de un grifo enorme y se usaba para quitarse la espuma de golpe.

Sintiéndome muy limpio, relajado y sorprendentemente sin vergüenza ninguna, me eché al primero de los vasos y me quedé apreciando las vistas nocturnas sobre las montañas. Pasé las siguientes dos horas cambiando entre baños, el sauna y una piscina pequeña de agua fría. Durante el tiempo fuera del agua, me asomé por un balcón a ver el valle y a que me refrescara el aire fresco de la noche.

Ahora muy tranquilo pero aún más cansado, me volví a vestir en la bata y volví a bajar a la habitación. Inés llegó pasados unos minutos y por fin nos acostamos sobre la 1 de la madrugada. Había sido un día maravilloso, con el momento destacado siendo la experiencia corporal del onsen.


Nuestros despertadores sonaron temprano ya que queríamos volver a aprovechar de cada minuto de la mañana antes de tener que irnos. En primer lugar teníamos el desayuno, que era al estilo bufé y que nos tenía esperando fuera debido al tamaño enorme del hotel. Al final no tuvo nada que ver con el típico desayuno de hotel europeo: ofrecía de todo, desde pequeñas tortillas hasta fideos y sopas. Era un batiburrillo de delicias.

Inés y yo logramos completar dos rondas del bufé antes de rendirnos ante la gula y subir a la habitación para desalojarla a tiempo. En un momento de desvergüenza total, dejamos las maletas con el portero y nos colamos en el otro onsen, disfrutando de unas horas más de baños termales después de hacer el checkout. ¡Menudo morro el nuestro!

Este segundo onsen era igual de guay que el de la noche anterior, aunque tenía otro aire ya que era de día y las piscinas de este se encontraban en el exterior, entre rocas naturales y árboles altos. Vi un pájaro bañarse en una fuente dentro del bosque vecino a mi piscina y me quedé envuelto por paz.

Creo que los onsen son uno de mis aspectos favoritos de Japón.

Al llegar la hora en la que habíamos quedado en reunirnos, salí del agua, me vestí y le busqué a Inés. Los dos nos sentamos en un salón bonito un buen rato, hablando sobre nuestros pensamientos acerca de todo tipo de temas. Al acabar, volvimos a la recepción a ver si había manera de volver a la estación de tren sin tener que bajar la cuesta horrorosa que nos había intentado matar a los dos unas 24 horas antes.

Resulta que había un autobús desde el hotel a Arima y de vuelta que salía cada veinte minutos, un hecho que ojalá hubiéramos sabido el día antes. Nos subimos a la lanzadera y luego al tren que nos llevaría al siguiente destino. Este era un lugar que Inés conocía de sobra y que me ayudaría a descubrir al empezar la segunda semana de mi aventura nipona…