28.09.22 — Diario

Solo por Nueva York

Retomo la historia tras dejarle a Megan en el metro para que volviera al aeropuerto al separarnos tras tres semanas juntos explorando Canadá y el noroeste de los Estados Unidos. De repente me encontraba solo en la ciudad de Nueva York y con 24 horas para explorar todo lo que ofrecía. ¿Cómo iba a empezar? Con una siesta en el hotel, por supuesto.

Después de tumbarme un rato pasé un tiempo escribiendo mi diario, repasando mis fotos y empezando a hacer la maleta para que no anduviera con tantas prisas el día siguiente. Una vez hecho todo, volví al metro en mis cortos medio rotos y me acerqué al primer destino donde tenía pensado hacer dos coas a la vez.

Me bajé del metro cerca de Hudson Yards, donde busqué la tienda de Uniqlo en el elegante centro comercial nuevo. Allí me compré unos nuevos cortos y me los puse en el probador antes de echar los antiguos en un contenedor para que se reciclaran. Luego salí afuera a ver la siguiente atracción: el Vessel (buque).

Había escuchado mucho hablar sobre esta estructura en los canales de YouTube que veo de vez en cuando. Hablaron de los retos técnicos del proyecto de renovación de Hudson Yards y también de la controversia causada por las muertes por suicidio facilitadas por el Vessel. Mientras siguen trabajando para resolver este problema, la estructura se encuentra cerrada a los que buscan subirse, pero sí que nos dejaron entrar en la planta baja a sacar fotos.

Al salir de este barrio nuevo, me cogí un perrito caliente de uno de los puestos omnipresentes de comida. Pasé por el depósito ferroviario y me acerqué a un sitio que había visitado la última vez que estuve por la ciudad: el High Line. Esta pasarela ajardinada pasa por el lado oeste de Manhattan y cuenta con la curiosidad de ser edificada sobre una antigua línea ferroviaria elevada. Por eso ofrece un toque de verde entre los rascacielos y vistas interesantes sobre las calles de la ciudad.

Llamé a mi hermana un rato breve porque pensé que le gustaría ver como es el parque de la High Line. Hablamos un tiempo corto pero ya estaba metida en la cama, así que llamé a Kevin y nos echamos unas risas mientras caminé hasta el final de la pasarela.

Mi plan original fue volverme al hotel para refrescarme y cambiarme antes de salir por la tarde, pero al llegar al final del High Line ya era algo tarde. No quería perderme el atardecer, así que me quedé por la cuidad y decidí ir a la Zona Cero para ver el memorial del 11S ya que se encontraba por el camino.

Tras un incidente frustrante al intentar darme de alta en el sistema público de bicis y luego una espera calurosa por un tren en el metro decadente de la ciudad, por fin llegué al memorial. Eché un rato dando vueltas, asimilando el ambiente sombrío del lugar y sacando alguna foto mientras el sol se ponía detrás de los edificios.

El parque es un homenaje bonito y apto a los que fallecieron durante el atentado, pero parte de mí cuestionaba la comercialización excesiva de la zona y los eventos con los está asociada. Tener una atracción turística que parece un poco un parque de atracciones no me parecía del todo bien – y esto lo digo sabiendo bien que había venido a verlo yo también. Me dejó un poco en conflicto.

Colocan estas banderas en los nombres de los fallecidos en el día de su cumpleaños.

No quería que el transporte público poco fiable de Nueva York estropeara mis planes, por lo cual me acerqué con tiempo a mi siguiente destino. El metro me dejó en el Parque del Puente de Brooklyn, que se sitúa en el otro lado del agua que Manhattan. Desde allí, empecé mi descenso tranquilo a las orillas del agua, donde mi plan era ver el atardecer sobre la silueta famosa.

Esta vista fue guay con el Puente de Brooklyn escondido en el fondo.

Al girar una esquina y enfrentarme con vistas de los rascacielos sobre el agua del Río Este, he de admitir que casi se me soltó una lágrima. Me bajé al muelle, donde me pasé un buen rato apreciando las vistas. Este sitio disponía de vistas sobre todo: los restos del antiguo muelle, la Estatua de la Libertad a lo lejos, los colores del cielo, la silueta impresionante de Manhattan y una panorámica del Puente de Brooklyn que habíamos cruzado unos días antes.

Esta vista me pareció muy singular, combina la naturaleza con los rascacielos.

Estos postes son lo único que queda del muelle antiguo.

Después de sacar fotos innumerables desde este mirador tan especial, por fin le di la vuelta a la cámara y me saqué una foto para probar que sí que había estado en Nueva York. También me tocaba dejar de mirar las vistas y prestar atención a mi propio cuerpo, que estaba ya pidiendo comida y bebida a gritos. Pasé por el largo del parque en el muelle en busca de algo y sabía que me estaba acercando a algún sitio a ver que la gente llevaba helados casi enteros…

Acabé haciendo cola en una pizzería debajo del Puente de Brooklyn, donde me di cuenta de que la cola no se avanzaba y que había una escena caótica dentro del sitio. Impaciente gracias al hambre y la sed, abandoné la cola y fui a buscar un sitio alternativo. Al final tuve que conformarme con un kebab de otro puesto ambulante más. La comida de estos puestos no es la mejor pero en un apaño son como ángeles de la guardia.

Llevé mi kebab de pollo al muelle, donde encontré un banco libre y me senté a ver el avance del atardecer. Al llegar la noche, las luces famosas de La Gran Manzana se encendían y me quedé un rato sacando fotos a todo otra vez.

Al intensificar la oscuridad y el frío, le dije adiós a este sitio encantador y volví al metro. Una vez de vuelta al hotel, coloqué algunas cosas más en la maleta y repasé el mogollón de fotos que había tomado durante el viaje antes de irme a dormir. ¡Había sido una noche final preciosa y emocional en Nueva York!

El día siguiente, según lo que apunté en mi diario, fue “un día bastante mecánico”. Me desperté, acabé de hacer la maleta, me duché, salí del hotel y me llevé la maleta azul fiable al metro para ir al aeropuerto.

No obstante, el viaje de vuelta al aeropuerto no fue como un reloj. Desde el metro vi una curva pasar y algún tío de brújula interior o intuición direccional innata me hizo pensar que el tren tenía que haber girado en esa curva. Revisé el asunto en Google Maps y – como sospechaba – estuve en el tren equivocado y que teníamos que haber girado en esa curva.

No sé de donde saco este sentido de la orientación, pero estaba dando muchas gracias por tenerlo al bajarme del tren en la siguiente parada, coger el siguiente en el sentido opuesto y luego esperar al siguiente que me llevaría al aeropuerto.

Tres trenes después, por fin llegué al aeropuerto, donde pillé un último bagel con queso fresco y me acerqué a la puerta para embarcar. Había sido un viaje completo hasta allí tras llegar tan solo cuatro días antes, pero valió la pena ya que de allí partía para la siguiente parada en mi aventura americana.

Nueva York había sido una experiencia surrealista que cambió mi opinión de la ciudad. Antes la veía como un sitio para ir una vez y ya está, pero ahora la veo como un sitio para volver una vez tras otra – ya estoy pensando en cuando podré volver. El caos de La Gran Manzana es completamente agobiante, por lo cual nunca podría quedarme allí más de una serie de días seguidos, pero la diversidad que crea este caos la hace única entre ciudades.

Volveré a Nueva York sin duda, pero por ahora, me iba a otra ciudad estadounidense…