17.09.23 — Diario

Hiroshima

Después de tan solo un día y medio en Osaka, me tocó levantarme pronto y salir del hotel para aprovechar de los dos días que me quedaban del Japan Rail Pass. Este era el abono que usé para viajar por todo el país en sus famosos trenes bala. Aunque llegué a la estación de tren a las 10:30am, de alguna manera conseguí perderme el tren y por eso acabé llegando en Hiroshima sobre las 2pm, la hora más calurosa del día.

Seguro que al escuchar «Hiroshima» se os producen imágenes de una ciudad antigua y devastada por la bomba, pero saliendo de la estación de tren vi que se parecía mucho a las otras ciudades japonesas que había visitado durante mi viaje. Supongo que se debe a la bomba misma: todo se tuvo que reconstruir después del bombardeo y por eso ahora es una metrópolis moderna.

Para mí, Hiroshima había sido hasta ese momento tan solo el nombre de una tragedia. Era hora de ponerle cara a la ciudad.

Aunque me hubiera gustado ver las otras partes de la ciudad, las altas temperaturas y el tiempo limitado que tenía durante mi excursión de un día hicieron que me enfocase en lo que la hace única: el Parque Memorial de la Paz. Para llegar hasta allí, descarté rápidamente la idea de caminar por el calor húmedo y me subí a un autobús que me llevó sobre el río y hasta ese lugar histórico.

Bajando del autobús, empecé a caminar por el parque, que está ubicado cerca del epicentro de la explosión y en una zona en donde antes se encontraba el centro de la antigua ciudad. Me topé con una estructura pequeña por el camino así que entré, que fue cuando descubrí que contenía una excavación arqueológica que había hallado el suelo quemado de una casa destrozada. Estos restos me impactaron mucho más que los varios monumentos y placas informativas que salpican el parque, una sensación que se amplificó aún más ya que me encontraba completamente solo dentro del edificio. Fue la primera vez que me encontré enfrentado por la realidad de lo que pasó en Hiroshima en 1945 y me hizo reflejar sobre los horrores de la guerra.

El próximo momento impactante vino al llegar al famoso Monumento de la Paz. Este consiste en los restos de un antiguo centro de exhibiciones que que bombardeó pero milagrosamente se encuentro aún de pie. Siendo el único edificio que no se derrumbó al explotar la bomba nuclear en el cielo sobre la ciudad, supuso un espectáculo inquietante, pero supongo que así es la mejor manera de visualizar el poder destructivo de este tipo de armas. Imaginarme un paisaje en el cual se encontraba este edificio completamente solo se me hizo muy extraño, aún más dado que ahora los rascacielos y carreteras de la ciudad moderna rodean el Parque Memorial por todos lados.

El Monumento de la Paz es envocador e impactante, como debe ser.

Luego visité algún momento más en el Parque Memorial, entre ellos la Campana de la Paz, que la tañí según las instrucciones en una placa a su lado. Entonces crucé un puente en busca del siguiente sitio que quería visitar, parando un momento en un Family Mart para recuperarme bajo su aire acondicionado y pillar un helado y una bebida para refrescarme un poco.

Esta ruta me llevó sobre otro cuerpo de agua y hasta el ninomaru del Castillo Hiroshima. Esta fortificación parece ser muy antigua, pero realmente es una recreación exacta ya que la original se derrumbó durante el bombardeo. Pasando por la puerta de la estructura y a una isa artificial, empecé a explorar sus jardines bonitos. Al dirigirme hacia el norte, eventualmente llegué al castillo en sí, otra reconstrucción del original.

Al salir, vi lo que parecía ser los restos de un búnker en las afueras del santuario Hiroshima Gokoku. Al acercarme a las paredes de hormigón, un señor mayor se me acercó y empezó a hablarme en japonés. Viendo la confusión en mi cara, me repitió la palabra “búnker” e hizo un gesto para que le siguiese. Me sorprendí al verle apretujarse por una entrada estrecha y hasta el interior de la estructura. Repitió su gesto para indicarme que hiciera lo mismo, cosa que me sentía obligado a hacer, así que ahí me metí.

Por dentro, el espacio se había reclamado por la naturaleza, pero aún se veía aperturas en el hormigón a los que hacía gestos el señor mientras me explicaba no sé qué cosa en japonés. Aunque no entendía nada, apreciaba mucho sus ganas de enseñarme el búnker: no me hubiera metido si no fuera por él. Tras unos minutos, volvimos a la luz del día y recité mis frases más respetuosas en japonés para darle las gracias mientras le hice una reverencia.

Desde allí, salí del complejo del Castillo Hiroshima e hice una parada rápida en el Gran Torii, una puerta japonesa conocida por aguantar el estallido de la bomba atómica. Me dirigí haste el este y a los Jardines de Shukkeien, un lugar tranquilo para ponerle fin a un día ajetreado por la ciudad.

Los jardines estaban salpicados por una selección de sitios bonitos, entre ellos un puente de piedras, estanques llenos de carpas koi, todo tipo de árbol y plantas y hasta una estructura pequeña de madera en las orillas del agua. Me descalcé según indicado y me senté bajo la sombra de este pequeño edificio, descansando mi cuerpo y mente mientras la tarde pasó a ser la noche.

No había mejor sitio para descansar tras un día de pie.

Ya cansado después de mi excursión, me levanté, salí del jardín y me subí a un autobús de vuelta a la estación de tren. Ahí pillé algo para cenar y esperé al siguiente tren bala a Osaka, donde Inés tenía una última sorpresa antes de que acabara el día: ¡tocaba ir de karaoke!

Tras una ducha rápida en el hotel para refrescarme y revivirme un poco, me acerqué al sur de Osaka y a un karaoke donde había reservado una sala con sus amigos. Andaba cansado, pero me flipa el karaoke, así que no podía irme de la cuna del mismo, Japón, sin echarme un rato cantando mal.

Pagué la entrada, me puse una bebida rara que parecía leche y entré en la sala 19, donde Inés me presentó a sus amigos y antiguos compañeros de casa. Luego cantamos unos temazos clásicos de Europea y observamos mientras los demás cantaban una variedad de canciones de todo el mundo y en muchos distintos diisomas. Hubo canciones en japonés, chino, coreano, alemán, inglés y hasta en español. ¡Hubiera sido una falta de respeto no haber cantado Aserejé y la Macarena para todo el mundo!

Ya completamente agotado y con la hora del cierre del metro cada vez más cerca, Inés y yo nos despedimos y volvimos a nuestros hoteles respectivos. Había sido un día loco de momentos sobrios y luego hilaridad absoluta, así que sin duda tocaba descansar antes del día siguiente. Había un plan para ese día que nos vería volver a salir de Osaka en otra excursión, pero eso ya lo tendré que contar en mi siguiente entrada de blog…