19.09.23 — Diario
Nara
Después de un día ajetreado en Hiroshima, una vez más madrugo para salir de Osaka y aprovechar de mi último día de validez en mi abono de tren. Esta vez no iba solo, ya que se apuntaron a la excursión Inés y su amiga Joob.
Pues me perdí nada más llegar a la estación de tren de Namba, pero una vez conseguí algo de cobertura en el móvil pude encontrar el andén correcto y buscarlas a las dos. Desde allí nos subimos al tren con destino a Nara, una ciudad conocida por los ciervos (mayormente) amables que andan libremente por su centro.
Había pensado que hacía calor durante mi excursión a Hiroshima, pero madre mía que bochorno había al bajarnos del tren en Nara. Cogimos un bus fresco hasta el Parque de Nara, un espacio abierto que se encuentra lleno de ciervos. No teníamos tiempo para parar y observar, sin embargo, porque andábamos con mucho hambre. Inés había buscado un restaurante que tenía buena pinta así que la seguimos hasta la chincheta que tenía en su mapa.
Resultó estar cerrado el restaurante por una boda, así que cruzamos un puente y nos topamos con otro restaurante que también estaba chapado. Eventualmente nos topamos con una pequeña cafetería que ofrecía unos platos de curry para comer. Ahora tan sudados como andábamos hambrientos, nos descalzamos según es costumbre y nos metimos dentro.
El interior consistía en una serie de salas de madera con mesas bajas y cojines para que nos sentáramos en el suelo, algo que me tenía con dolor de espalda hasta que Inés me enseñó la postura correcta a adoptar. La comida se sirvió con una presentación igual de bonita que la decoración. Al final supo igual de bien que lucía. ¡Menudo descubrimiento de sitio!
Desde este restaurante volvimos a cruzar el puente, parando para apreciar el paisaje espectacular ahora que no nos encontramos pensando solamente en la comida. El puente nos llevó al parque, donde compramos unos helados para refrescarnos y echamos un rato viendo los ciervos pasear por el césped.
Desde allí nos acercamos a Tōdai-ji, un templo que Inés había identificado como un sitio a visitar mientras andábamos por Nara. Dentro de las puertas imponentes nos encontramos rodeados por muchos turistas y aún más ciervos. Evitando chocarnos contra uno de estos animales graciosos, nos dirigimos hasta el edificio impresionante principal del complejo.
Dentro del santuario nos encontramos frente a una estatua enorme en bronce de Buda. Caminando alrededor del monumento, aprendimos sobre la historia de las varias iteraciones del templo y las costumbres asociadas con él. ¡Menuda paciencia tenían para reconstruir el complejo multiples veces tras incendios y terremotos! Pero eso sí, los modelos que recreaban cada versión del diseño supusieron una mirada atrás muy interesante al legado arquitectónico de Japón.
Después de sacarnos unas fotos (salimos un poco regular por el calor así que no las subiré aquí), salimos del templo en busca de un sitio para sentarnos y beber algo. Refugiándonos en una cafetería, miramos los turistas alimentar a los ciervos en la plaza de abajo y decidimos que haríamos la mismo al volver al exterior. Pero antes, queríamos quedarnos un buen rato bajo el aire acondicionado…
Compramos unas tortitas de arroz al salir de la cafetería y nos acercamos al césped y al grupo de ciervos. Tras fijarme bien en lo que hacían los demás, sabía que gestos había que hacer y que debería seguir la siguiente rutina:
- Hacer una reverencia al ciervo
- El ciervo luego te hace una reverencia de vuelta
- Darle una tortita al ciervo
- Enseñarle al ciervo las palmas vacías de tu mano para indicar que ya no quedaba comida
Este último paso no me funcionaba tan bien, sin embargo. Será que había migas en mi bolsa o en mi persona, porque en nada me encontraba siendo perseguido por un par de personajes muy insistentes. Era gracioso al final y eventualmente se juntaron con el resto de los ciervos a sentarse en el parque después de un día largo de comer de las manos de los turistas. Realmente la ciudad es de ellos, son ellos los que nos dejan visitar.
Eventualmente salimos del parque y volvimos al centro urbano de Nara para cenar un plato típico de la zona: anguila a la parrilla, que resultó estar muy rica. De camino al restaurante, nos tenían entretenidos los ciervos. Hacían actividades humanas como esperar en cruces de cebra, seguirse en fila y hacer reverencias a gente que pasaba cerca para ver si alguien les dejaría unas tortitas de arroz. Están obsesionados, cosa que yo no entiendo porque probé una tortita y sabía a cartón…
Mientras nuestro tren iba pitando por el campo de camino al centro de Osaka, me quedé reflexionado sobre la maravilla de sitio en el que había estado. A pesar del calor – un constante durante mi viaje por Japón – visitar Nara había sido como pasar a otra realidad en la que los humanos y los animales están en una misma jerarquía. Fue una verdadera pasada: la única contra fue que teníamos que quitarnos la caca de las zapatillas al irnos. ¡Ningún guía menciona este dato!