04.11.23 — Diario

De vuelta a Montreal

Como puedes apreciar, he tenido un verano movido. Entre viajes a Japón y Asturias y luego muchas visitas de amigos a mi casa en Madrid, apenas he tenido tiempo para respirar entre julio y septiembre. Octubre también prometía ser un mes entretenido, sin embargo, ya que tenía otro pequeño (véase: grande) viaje: ¡volvía a los Estados Unidos!

El año pasado pasé un mes entero viajando por América del Norte, lo cual documenté en su totalidad aquí en mi blog. Este año hice lo mismo, aunque esta vez durante solo quince días. Empecé la aventura de la misma manera al coger el mismo vuelo fácil y (relativamente) barato desde Madrid a Canadá.

Este viaje fue sin incidencias. Los únicos inconvenientes fueron un viaje largo hasta el avión en las pistas del Aeropuerto de Madrid y luego un desembarco lento en Montreal. Este retraso fue debido al uso de un «PTV» (las siglas representando “vehículo de transporte de pasajeros” en inglés). Esta máquina curiosa parece un autobús que sube hasta la puerta del avión, baja hasta el nivel del suelo y luego vuelve a subir para dejar a los pasajeros en la terminal.

El vuelo fue de 8 horas, pero después de aguantar las 14 al volver de Japón, se me hizo hasta corto.

Tras cruzar la frontera canadiense salí afuera y esperé a mis amigas, ya que venían Megan y Malory para recogerme desde el aeropuerto. Los tres habíamos quedado en pasar una noche juntos en Montreal, esta vez en un hotel de más nivel que el del año pasado cuando fuimos solo Megan y yo.

Reunidos por fin, los tres nos pusimos al tanto entre risas en el coche mientras nos acercábamos al centro de la ciudad. En Montreal esa noche había un partido importante de hockey sobre hielo, por lo cual el parking del hotel estaba bastante lleno cuando llegamos. Conseguimos una plaza y subimos directamente a la habitación ya que Megan y Malory habían hecho el checkin al llegar más temprano.

Ya se hacía de noche así que nos dimos prisa para hacer lo que más nos llamaba: aprovechar al máximo del hotel pijo. Este se encontraba en la décima y última planta de un edificio de oficinas. Contaba con unas vistas maravillosas, junto con una piscina, una sauna y un vestíbulo muy bonito. Nos pusimos los bañadores y Megan se pilló una copa de vino, luego los tres nos echamos a la piscina y pasamos un rato descansando. ¡Me vino de lujo después del viaje largo!

Cansados y hambrientos, volvimos a la habitación en nuestros albornoces blancos y nos cambiamos para salir a cenar. Estando en Canadá, solo existía un plato que nos serviría: ¡poutine! Megan buscó un restaurante local y nos acercamos hasta allí.

Llegamos al restaurante con mucha hambre, por lo cual naturalmente pedimos demasiada comida. Disfrutamos de tres variantes de poutine, una de ellas siendo la combinación clásica de patatas fritas, salsa de carne y queso. Para rematar, pedimos unos batidos enormes a modo de postre. Fue un gusto, pero nos dejó teniendo que volver al hotel rodando…

El sol salió por la mañana en el hotel.

El día siguiente no teníamos pensado hacer mucho. La única prioridad era volver a la panadería buena que habíamos descubierto Megan y yo el año anterior. Ahí desayunamos unos cruasanes y café, sin olvidarnos (bueno, casi nos olvidamos la verdad) de coger unos panes de aceitunas para llevar con nosotros a Vermont.

Por el camino nos topamos con una sorpresa bonita en la forma de una boca de metro parisina que se había traslado a Montreal. Me acordaba de haber estudiado estos iconos del modernismo en mis clases de diseño. Nos sacamos esta foto haciendo referencia a otro obra de arte famosa. ¿La pillas?

El modernismo colisiona con La creación de Adán.

Ya de vuelta al hotel, hicimos las maletas y las subimos al coche para luego conducir hacia el sur y la frontera entre EEUU y Canadá. Al igual que la última vez, Megan nos llevó por un cruce de frontera más pequeño por las calles estrechas del campo. Otra vez más me pidieron bajar del coche mientras Megan y Malory pudieron cruzar directamente.

La experiencia fue agradable, a pesar de tener que esperar un rato mientras mandaron a unos italianos de vuelta a Canadá mientras esperaban a que se aprobara su aplicación. Yo no sufrí problema ninguno: el tío hasta me dejó pasar sin pagar la cuota ya que no le daba la gana activar el datáfono. ¡Que majo!

Ya dentro de los Estados Unidos, voy a dejar el resto del cuento hasta la próxima entrada de blog. Al final fueron solo dos semanas, pero al final conseguimos hacer muchas cosas, así que prepárate para una lluvia de entradas que contarán todas las travesuras…