13.05.23 — Diario

Mi cumpleaños en Inglaterra

Hace un par de semanas fue el sábado 29 de abril, el día antes de mi cumpleaños. Hacía una tarde calurosa aquí en Madrid, así que Sara y yo habíamos quedado para comer en una terraza cerca de mi casa antes de que me fuera a celebrar mi cumple en un lugar bastante más lejano. Me lo pasé muy bien y vino bien una última hora echado al sol antes de irme al Reino Unido una semana.

Al concluir la comida, el camarero se presentó con un par de trozos de tarta decorada con velas y una placa de “Feliz Cumpleaños”, un detalle que había organizado Sara antes de quedar. También me dio un regalo, y así me fui con dos sorpresas bonitas a la estación de Cercanías para coger el tren al aeropuerto.

Acabé llegando bastante temprano, pero eso solo hizo que tuviera tiempo para disfrutar un helado entre los colores vívidos y la arquitectura bonita del edificio. El vuelo luego fue tan fácil como siempre y llegué a la casa de mis padres antes de la medianoche para que pudiéramos hablar un rato antes de acostarnos.

El día siguiente fue mi cumpleaños de verdad. Esto implicó un viaje a Mánchester, en dónde nos encontramos con mi hermana Ellie y su pareja Johann. Echamos un rato de compras, Johann tocó una pieza bonita en piano ambulatorio y nos aceramos a un restaurante italiano para comer juntos en familia.

Puede que esta sea la primera foto en la que mi hermana y yo nos parecemos.

La comida llegó a su fin con otro postre de sorpresa. Esta vez fue un tiramisu que el personal del restaurante me regaló al ver la chapa fea que me había regalado mi hermana y que me había obligado que llevara puesta. ¡Al final supongo que me vino bien!

Desde el restaurante subimos al Northern Quarter (el barrio norte) y nos instalamos en una cafetería mona para tomarnos un café y un postre (para los que no habían sido presentados con un tiramisu inesperado). Fue la manera perfecta de ponerle fin a un día ocupado por las calles de Mánchester. No es una ciudad muy bonita, pero me encanta lo caótica que es.

Mánchester es bastante feo, pero para mí eso es el encanto que tiene.

Esta es una foto robada que saqué mientras se estaba compartiendo un cotilleo.

Al irnos de Mánchester, no me subí al coche de mis padres sino al de Johann y Ellie. Esto fue porque habíamos quedado en que yo pasara la noche en Sheffield con ellos, cosa que supuso la primera visita desde que visité a Ellie mientras estaba estudiando su grado hace cinco años ya.

Pasamos por su piso para que pudiera dejar mis cosas, fuimos a Tesco (un supermercado típico de allí) a pillar comida para la cena y luego acabamos en un pub local para tomarnos algo en su jardín y así aprovechar del tiempo. Hacía un tiempo muy poco británico: sin lluvia y sin hacer demasiado frío (decir que hacía calor sería exagerarme).

Tras una cerveza en el pub, donde me había envuelto en una manta enorme, llegó el frío de verdad por lo cual nos volvimos al piso de Ellie. Allí preparamos un aperitivo a modo de cena y nos echamos al sofá para pasar la noche hablando, picando y bebiendo Appletiser en flautas champaneras.

El día siguiente tocó que Ellie y yo pasaremos un tiempo de calidad entre hermanos. Ella había reservado una mesa en Tamper Coffee, cosa que fue graciosa ya que fue el sitio que fuimos la última vez que le vi hace cinco años pero que solo nos dimos cuenta del hecho al ver yo la anterior entrada de blog (disponible únicamente en inglés). No habíamos caído ya que han cambiado de identidad visual y de local desde la última vez que fuimos.

Puedo confirmar que la comida fue igual de buena que la última vez, a pesar de que pedí algo distinto en vez de su famoso pan de plátano. Disfruté un plato de huevos escalfados con ternera mechada salada y Ellie optó por un desayuno dulce en la forma de una especie de torrija enorme con un mogollón de movidas.

Otra selfie de hermanos ya que no solemos tener la oportunidad de sacarlas.

De allí volvimos al piso, donde descansamos un rato breve antes de coger el coche al Distrito de los Picos. Esta zona de belleza natural excepcional se encuentra a tan solo veinte minutos en coche de la casa de mi hermana, un verdadero lujo para alguien que vive en pleno centro de una ciudad. Sheffield es la leche.

Después de pasar un buen rato buscando dónde aparcar – parecía que la ciudad entera había tenido la misma idea que nosotros – por fin aparcamos y salimos a dar una vuelta. Esto nos llevó por el puente de una presa y así nos ofreció unas vistas chulas sobre el agua.

Estos desagües siempre me han inquietado a pesar de lo que molan.

Desde allí volvimos a Sheffield para una comida algo tare en mi pizzería favorita del país entero y otro sitio que Ellie y yo visitamos la primera vez que fui a su ciudad: Proove. La pizza estuvo tan rica como siempre pero sí que me durmió mientras me llevaron a Leeds después de comer.

En Leeds me despedí de Ellie y Johann antes de cogerme el tren de vuelta a Burnley para volver a estar con mis padres. El día siguiente también fue festivo aquí en Madrid, así que mi madre y yo habíamos quedado en pasar la tarde de compras y de picoteo por el Trafford Centre, un centro comercial enorme que solíamos visitar cuando yo era joven.

Esto lo hicimos en condiciones, parando para comernos unos sándwiches, tomarnos unos cócteles y luego cenar una pizza entre los ratos que pasamos en las distintas tiendas. Fue un día estupendo y una oportunidad bonita para ponerme al tanto con mi madre.

El día siguiente me tocó volver al trabajo, pero pude desconectarme a mi hora y así dar una vuelta con mi padre para también ponerme al tanto con él. Paseamos por el campo del pueblo y nos topamos con todo tipo de curiosidades: corderos jóvenes, los restos de una casa abandonada y un pequeño edificio dentro de un muro de piedras en forma de círculo.

Para cenar después del paseo me acerqué a un restaurante indio con Abi y Danni. Allí nos echamos unas cuántas risas mientras hablábamos, abría mis regalos y ideábamos unos fututos planes y un proyecto personal en el que ya estamos trabajando juntos. Cuando nos juntamos los tres siempre somos unos pesados: echamos toda la tarde llorando de la risa y luego montando un caos en el parking…

Como acto último para poner fin a mi viaje a Inglaterra, el viernes después del trabajo Amber me recogió de casa y me llevó a la suya en Rawtenstall. No había tiempo que perder, sin embargo, ya que enseguida se acercó Jess para que los tres nos acercáramos a Mánchester a pasar la noche en el teatro.

Cenamos rico y nos reíamos mucho antes de enterar en la sala de actos, con mucho cotilleo y cocteles sin alcohol para mantener nuestro nivel de energía. La obra que luego vimos fue tan maravillosa como fue devastadora, tocando temas como la demencia y la atención sanitaria al final de la vida. Creo que no había un ojo seco en todo el público.

Después y para animarnos pusimos música de nuestra infancia a todo volumen en el coche. Al llegar en Rawtenstall, pasamos por el McDonalds a por unos helados y luego Jess nos dejó para volver a casa. Esa noche dormí en la casa maravillosamente acogedora de Amber.

La mañana siguiente los dos hablamos un buen rato en nuestro pijama, hice la mochila y luego bajamos a la cafetería turca debajo de su casa para desayunar. Al volver a su casa me duché, recogí mis cositas y Amber se despidió de mí cuando me subí al autobús a Mánchester.

Allí eché una tarde tranquila en un Mánchester gris y lluvioso (ninguna novedad allí). Curioseé por algunas tiendas (a pesar de tener la mochila al punto de petar), comí en una pequeña cafetería italiana y al final acabé en la estación de Picadillo para coger un tren al aeropuerto.

Espero que a través de tantas historias y fotos graciosas haya quedado claro que me lo pasé fenomenal por mis tierras. Me encantó pasar mi cumpleaños en familia y con amigos de manera que aprovechó al máximo el puente de cuatro días.

El año pasado pasé mi cumple en Gijón, este año en Mánchester y ahora solo queda descubrir dónde lo pasaré el año que viene…

06.05.23 — Diario

La primavera en Madrid

Tras un finde nublado en el norte de España para celebrar el cumpleaños de Cami, volví al sol de Madrid que había estado presente desde que me vino a visitar Amber durante la Semana Santa. Yo había comprado nueva ropa veraniega y ya habían llegado las tardes largas y soleadas, así que por fin ha vuelto la época en la que vuelvo a casa en pie todos los días.

Estos paseos no solo suponen una manera maravillosa de descansar después de un día ajetreado en la oficina, también son la oportunidad perfecta de explorar calles nuevas y toparme con novedades que o se han abierto recientemente o que simplemente nunca las había visto. Me llevan por el centro turístico, el barrio curioso de Lavapiés y luego a la tranquilidad de Arganzuela.

Entre tanto caminar, también pasé un finde tranquilo por la ciudad con unos amigos. Lo arranqué con una visita al precioso Círculo de Bellas Artes, donde me habían invitado a asistir a un evento de danza organizado por la Compañía Nacional de Danza Contemporánea de Corea. La danza no es algo que solería ir a ver, pero siempre me apunto a experimentar cosas nuevas, así que me uní a Luis y sus amigos para pasar la tarde allí.

La arquitectura en el Círculo de Bellas Artes me era una joya desconocida.

La noche se había organizado por el Centro Cultural Coreano y fue una verdadera pasada. Empezó con el lugar ostentoso en el que nos encontramos. Antes solo había visitado el Círculo para subirme a su azotea y disfrutar de las vistas panorámicas sobre Madrid, pero esta vez estábamos en el interior y debajo del domo ornamentado de su teatro.

Luego hubo las dos obras en sí, las dos cuales eran espectaculares por distintas razones. La primera, Mechanism de Lee Jaeyoung, fue una locura de sincronización perfecta y un final frenético y energético. La segunda, Everything Falls Dramatic de Her Sungim, fue guapísima gracias a lo pensativos y melancólicos que eran los movimientos. Salimos todos emocionados por el talento y la emoción que se veía durante todo.

El final de ‘Everything Falls Dramatic’ fue delicado y conmovedor.

Después de una función así de guay, andábamos con ganas de seguir de rumbo, así que acabamos tomándonos unas cervezas en una terraza antes de aterrizar en un restaurante. Compartimos una tonelada métrica de comida, nos tomamos unas cañas más y me eché unas cuántas risas mientras conocía a los demás.

Al acabar la noche, Luis y yo volvimos a nuestro barrio andando. Esto fue en parte porque no nos daba la gana descifrar el horario de los búhos y en parte porque queríamos alcanzar nuestro objetivo de pasos diarios antes de que llegaran la medianoche. Fue una oportunidad guay de ponernos al tanto y un final maravilloso a una tarde maravillosa.

El día siguiente quedé con Sara y su amiga Andrea que estaba visitando Madrid durante un finde. Nos reunimos en el Templo de Debod, el lugar perfecto para ver el atardecer sobre la sierra. Desde allí, nos acercamos a une terraza a tomar algo y luego nos sentamos en un restaurante italiano que a Sara y a mí nos encanta.

Los tres nos lo pasamos genial cenando pizza y quedamos en volvernos a ver el día siguiente para montar un picnic en Retiro, el parque más emblemático de Madrid. Por eso pasé la mañana elaborando humus, ensalada y acabando una tarta de zanahoria que había horneado el día anterior para que celebráramos bien el cumple de Sara.

La maratón de Madrid luego me fastidió un poco el plan al intentar subirme al autobús hacia el parque. Debido a la ruta de la maratón, el bus simplemente nunca vino. Como acto seguido todos los que estábamos esperando en la marquesina nos pusimos a quejar de la falta de aviso de la cancelación del servicio, pero a mí no me quedaba otra que coger un taxi y gastarme más de 20€ en llegar al parque.

Una vez sentado allí, pasamos una tarde maravillosa. También se apuntó Irene y entre los cuatro habíamos traído demasiado comida (un clásico) así que echamos una hora y pico en comernos todo lo que podíamos. Luego echamos un rato jugando al Uno, nos echamos al sol y escuchamos algo de musica mientras la tarde se convirtió en noche. Fue la manera perfecta de poner fin a un finde de tranquilidad total.

Enseñé a todos a hacer cadenas de margaritas, algo que solía hacer en Inglaterra.

Así concluyo mi fin de semana de aprovechar del tiempo de primavera por Madrid. Este finde sería el último que pasaría por la ciudad durante un par de semanas, pero eso lo explicaré mejor en mi siguiente entrada de blog…

22.04.23 — Diario

El cumpleaños de Cami

Mientras la llegada de este fin de semana se celebra con la llegada de una lluvia que bien nos hacía falta, estoy en casa pensando en el finde pasado. Como he hecho muchas veces – la última fue en febrero – salí del trabajo el viernes y subí a Moncloa para pillar un coche que me llevó a Gijón. He estado allí ya muchas veces, por lo cual ya veo la ciudad como un segundo hogar aquí en la peninsula.

Esta vez no iba a bajar un río en kayak ni asistir a una preciosa boda. Esta vez fue para pasar tiempo de calidad con Cami para celebrar su cumpleaños. La noche que llegué, nos reunimos con Bogar y Javier, mis amigos de Madrid que se mudaron a Asturias a finales del año pasado. Al principio íbamos a tomarnos un par de cañas, ¡pero al final acabamos saliendo en condiciones!

Al día siguiente nos levantamos bastante tarde como fue debido. Luego se acercó a casa una amiga de Cami, Cris, para que fuéramos los tres al supermercado para comprar cosas para la pequeña fiesta que había organizado Cami. Con un coche lleno de comida y bebidas (y después de un incidente preocupante con las llaves del coche), los tres subimos al pico de un parque donde habíamos quedado en montar un pícnic con todos los amigos de Cami.

Nos lo pasamos súper en nuestra mesa con vistas sobre Gijón. Había empanadas, patatas, chuches y hasta calimocho (que resulta que no me gusta nada). También vinieron Andrea y Andrei, a cuya boda asistí el año pasado, así que nos echamos unas cuantas risas al recontar historias de entonces y al ponernos al día.

Aquí tenemos a la cumpleañera y Cris (pero otra Cris que la anterior mencionada).

Cuando el clima asturiano se volvió muy asturiano y empezó a hacer mucho frío gracias a una brisa del mar, recogimos todo y volvimos a casa de Cami. Allí nos tomamos una copa más, cantamos un poco de karaoke y jugamos a Jenga hasta la madrugada. Habíamos pensado en ir a un bar de karaoke, pero era una noche fría y todos teníamos sueño tras una tarde large de subir y bajar la colina.

El día siguiente mi intención era unirme a Cami y sus amigas para ir a la fiesta de cumpleaños de otra amiga de ellas, pero al despertar y revisar mi móvil descubrí que no había coches que me llevaran de vuelta a Madrid el lunes, el día que quería volver. Entonces tuve que hacer una reserva de última hora, hacer la mochila y subirme a otro coche unas pocas horas después de levantarme.

El viaje de vuelta fue muy relajado ya que pasamos por muchas montañas y eché un rato jugando a RollerCoaster Tycoon en el iPad. Hubiera leído mi libro, pero ya me lo había leído entero en unas pocas horas durante el viaje de ida. ¡Estoy intentando con todas mis fuerzas llegar a mi objetivo de leer 24 libros este año!

18.04.23 — Diario

Semana Santa con Amber

Un calor que ha llegado preocupadamente temprano aquí en España me ha permitido disfrutar de unos caminos por la ciudad, cosa que fue el tema de mi anterior entrada de blog. También hizo que fuera el momento perfecto para recibir a Amber en la ciudad. La última vez que vino a Madrid fue ya hace casi seis años: ¡como vuela el tiempo!

Para recibirla en condiciones, cogí un tren temprano hasta el aeropuerto y me encontré con ella justo mientras me iba buscando en la sala de llegadas. Luego los dos pillamos el tren de vuelta, Amber dejó sus cosas en mi casa y echamos el resto del día caminando, comiendo y descansando por la ciudad.

Por la tarde subimos al centro porque quería que Amber experimentara lo que son las procesiones de Semana Santa. Mi primera experiencia en este aspecto fue en el 2016 cuando estuve trabajando en prácticas aquí en Madrid, y quería que Amber viviera las mismas sensaciones de asombro y confusión que vivía yo en su momento.

Tras unas vueltas buscando un bar en el que instalarnos y esperar la llegada de la procesión, nos tomamos un café y nos bajamos a la ruta de la procesión. Allí ya había un ambiente muy tenso. La procesión iba tarde, caía un sol de justicia y la gente estaba agitada. Esta combinación llevó a que viéramos a bastantes personas desmayarse.

¡Vaya introducción para Amber!

Al final la procesión llegó con sus caballeros, nazarenos y las dos imágenes: en primer lugar Jesús (abajo) y luego María. Como siempre, fue una experiencia muy sensorial gracias a los golpes de los tambores, la banda de vientos, el olor a incienso y el espectáculo visual que se estaba montando en plena calle.

El día siguiente optamos por un plan mucho menos intenso, moviendo entre terraza y terraza para beber, picar y bañarnos en el calor del sol. Echamos un ojo al invernadero que queda cerca de mi casa, vimos el atardecer desde el parque que más le gusta a mi hermana y acabamos cenando en la ciudad antes de volvernos a casa para pasar unas horas de espa allí.

El invernadero es un sitio que se me olvida visitarlo hasta que la gente me visite a mí.

El día siguiente fue el último que pasaría Amber en la ciudad, así que se hizo la maleta antes de volviéramos a echarnos a las calles para un último plan. Nos subimos al autobús y nos bajamos en Retiro, dónde echamos un rato paseando y bebiendo en una terraza más. No me quejo, solo que ¡no suelo dedicarle tiempo a echarme así al sol!

Tras una comida en un bar al lado de mi casa y luego una copa mientras esperábamos que llegara el tren, me despedí de Amber al subirse al tren al aeropuerto para su vuelo de vuelta al Reino Unido. Fue un gustazo tenerla por aquí y claramente la despedida fue dura, pero antes de que me dejara habíamos hecho planes para reunirnos cuando voy a Inglaterra yo en el futuro cercano.

¡Hasta entonces, Bam!

10.04.23 — Diario

Paseos antes de la Semana Santa

Tras un tiempo fuera de Madrid, en concreto en Praga y luego en mi pueblo, fue un gusto volver a pasar un tiempo en Madrid antes de que llegara la Semana Santa. Ahora que las temperatures están rodeando los 20°C durante el día, realmente ha llegado la época de aprovechar todo lo que ofrece Madrid.

El mismo día que volví de Inglaterra hacía un día estupendo así que me dejé liar por Sara y Eric y me acerqué a tomarme algo en una terraza con ellos. Subí a su barrio tres deshacer la mochila y echamos una tarde maravillosa hablando y viendo el atardecer sobre la calle donde viven los dos.

El ocaso sobre Atocha se hizo más dramático por esa gran nube.

Tanto moverme y exponerme a las distintas temperatures de cada destino al final tuvo su contra, sin embargo. Una semana me la eché entera en casa con un resfrío que no se me quitaba, pero por lo menos aproveché este tiempo para instalar unas nuevas bombillas de colores en mi piso. ¡Justo cuando estaba empezando a pensar que ya no cabía más!

De noche siento que vivo dentro de un videojuego de los 80.

Pasados unos días de confinamiento en mi piso colorido, ya me volví a encontrar como nuevo. Ahora no había excusas para no volver andando a casa bajo el sol antes de que ese mismo sol empiece a subir las temperaturas a un nivel exagerado. Un paseo de estos me llevó por el barrio cercano de Lavapiés, en donde me alegré al ver que las hojas de los árboles habían salido y que unos vecinos habían colaborado para instalar banderines en una de las calles.

Tenía que haber sido una pesadilla coordinar la instalación de esto…

Entre todo este lío también pasaron muchas otras cosas: la fiesta de cumpleaños de Luisa, unas tardes con Pedro por mi barrio, la procesión de Semana Santa que pasa por mi calle y mucho más Lo que pasa es que no tuve la oportunidad de sacarle una foto a casi nada. Últimamente tengo la sensación de no haber podido sentarme ni cinco minutos a darme cuenta de lo que está pasando ni dónde estoy.

Pude ponerle solución a esto, sin embargo, gracias a una visita muy especial la semana pasada. Más sobre eso en mi próxima entrada de blog…

09.04.23 — Diario

Una semana en Worsthorne

Después de un finde en Praga hace unas semanas, la siguiente salida de Madrid me llevó a la casa de mis padres en el Reino Unido para pasar unos días con ellos. Al final esta vuelta a mi pueblo natal, Worsthorne, se extendió para que pudiera asistir al funeral de mi abuelo. Falleció hace unas semanas, así que este viaje también tenía un propósito algo más triste.

Mirando el lado bueno, esto hizo que tuviera la oportunidad de pasar tiempo valioso con mi familia y amigos. Antes de ni acercarme al aeropuerto en Madrid ya había quedado en cenar con unos amigos y en ir a Leeds a pasar un día con otros durante mi estancia en Inglaterra.

Mi viaje empezó, como suele ser, con un tren de mi barrio hasta el aeropuerto, donde el atardecer estaba inundando la Terminal 4 en un esplendor cálido. Desde allí me subí al autobús hasta la menos atractiva Terminal 1, donde acabé dando vueltas al cambiarse por enésima vez la puerta de embarque.

Eventualmente decidieron cual puerta sería y el vuelo a continuación fue una maravilla en su tranquilidad y falta de incidencias. Mi padre me recogió en Mánchester y me llevó a Worsthorne, el pequeño pueblo de unos mil habitantes donde crecí y donde siguen viviendo mis padres.

Ya que trabajaba mi madre el día siguiente, mi padre y yo salimos a pasar un rato juntos. Aparcamos al lado de un canal y caminamos por su vera hasta divagarnos de la senda establecida y atravesar unos prados antes de volver al coche. Fue un camino bonito que supuso la oportunidad de descubrir un trozo del campo que rodea Burnley y que no había visto antes.

El día siguiente le tocó a mi padre trabajar así que era hora de que yo pasara un rato con mi madre. Los dos echamos la mañana descansando por casa y comiendo juntos antes de ir a Crowwood, el gimnasio de mi madre que también dispone de una piscina y instalaciones de spa. Nos echamos al jacuzzi un rato, nadé unos largos y luego tuvimos que irnos a recoger a mi hermana de la estación de tren.

Ahora que también andaba mi hermana por el pueblo, me sacó de casa a dar lo que iba a ser una vuelta rápida por el campo para aprovechar de un momento efímero de sol. Tanto mi hermana como el mismo sol persistía, sin embargo, así que esta vuelta rápida se convirtió en unas dos horas de senderismo por los campos y los bosques de mi pueblo bonito.

Ver los corderos jugar en el sol de la tarde sirvió para animarnos a seguir.

Me había imaginado que el plan sería darnos media vuelta al llegar al primer embalse, pero al final seguíamos adelante y hasta el segundo antes de empezar el descenso de vuelta a casa. Fue una oportunidad preciosa de ponerme al tanto con Ellie y apreciar el paisaje maravilloso. A veces no hay nada como un viaje al sitio donde naciste y creciste.

Acto seguido pasamos una tarde en familia antes del funeral el día siguiente. Como te puedes imaginar, fue un día sombrío y lleno de reflexión pero también de celebración. Mucha de mi familia extendida se reunió por primera vez en años y nos pusimos a intercambio historias y compartir anécdotas en la pequeña fiesta después de la ceremonia principal. Un momento bonito para mí fue cuando me asignaron como portero del ataúd. Supuso mi último acto de agradecimiento a modo de despedida.

Después del funeral, Ellie volvió a Leeds ya que tenía que trabajar el resto de la semana, así que los tres que quedábamos volvimos a Worsthorne. Allí también tuve que trabajar durante lo que quedaba de la semana, cosa que hice desde la habitación de invitados y bien envuelto en una manta eléctrica.

El jueves por la tarde había quedado en cenar con Abi y Danni después de verlas por última vez cuando volví a pasar la navidad en mi pueblo. Quedamos en Ellis’, una hamburguesería en el centro de Burnley. Echamos unas buenas risas y cenamos muy rico. Fue un gusto disfrutar de un poco de alivio cómico tras unos días tristes; esta vez las lagrimas eran de felicidad.

El día siguiente mi hermana volvió a Burnley nuevamente. Llegó mientras yo estaba durmiendo la siesta y me despertó con la noticia que Jemma nos iba recoger en tan solo diez minutos. Tuve que levantarme, mojarme la cara con agua fría y ponerme el gorro corriendo para llegar bien.

En un pub del pueblo, Ellie, Jemma, Lucy y yo nos vimos reunidos por primera vez en por lo menos un par de años. Jemma y Lucy eran nuestras vecinas de joven así que son de las amigas más viejas que tengo. Tuvimos una buena charla y nos pusimos al día con las noticias de cada uno, luego también hicimos planes para que me vinieran a visitar aquí en Madrid y para ir todos a la casa de Jemma un día para ver la película de Pippi Calzaslargas. ¡Esta fue nuestra película favorita de pequeños!

Me encanta esta foto aunque se nota mucho que me sacaron de la cama con prisa.

De vuelta a casa el día siguiente, los dos echamos la casa de tranquis antes de que mi hermana, mi padre y yo nos fuéramos a tomar un café en HAPPA, un santuario para caballos rescatados en el campo cerca de la casa. Desde allí, me dejaron en Hebden Bridge, un pueblo bonito cercano donde pude coger un tren a Leeds para la última parada de mi semana en el Reino Unido.

En Leeds me quedé en la casa de Em y Lincoln, lo cual nos dio la oportunidad de salir a cenar pizza en un restrautne italiano local. La siguiente mañana desayunamos juntos antes de que tuviera que pedirles el gran favor de acercarme al aeropuerto de Mánchester en su coche. Debido a las huelgas en Reino Unido, no había casi trenes.

Todo eso nos lleva al aquí y ahora. Me encuentro sentado en la Terminal 3 del Aeropuerto de Mánchester mientras los pasajeros de embarque prioritario se suben al avión. Con algo de suerte podré revisar en diagonal esta entrada de blog y publicarla antes de subirme…

02.04.23 — Diario

Los carretes de Vermont

El año pasado pasé en mes entre Canadá y los Estados Unidos. Este viaje dio paso a una lista de entradas de blog bien extensa que documenta todos los momentos que viví y los lugares que visité por el camino. A pesar de tanto moverme por allí durante las cuatro semanas, el sitio donde más tiempo me quedé fue Vermont.

Vermont es uno de los estados más pequeños en cuanto a tamaño y el segundo más pequeño en términos de su población. Creo que estos factores lo convierten en una joya oculta entre los otros estados en los que he estado como Nueva York y Florida. Tras unas vueltas por el estado lideradas por Megan y también por su Madre, Maureen, ya sabía que será un lugar al que vuelvo con bastante frecuencia.

Mientras estaba allí, llevé conmigo mi fiable cámara analógica durante algunas de las excursiones. Recientemente he podido revelar el segundo de los dos carretes que usé mientras allí, por lo tanto por fin os puedo compartir algunos de estos recuerdos desde el estado. El primero de estas excursiones fue un tour de las islas del Lago Champlain que me hizo Maureen.

Las próximas fotografías son de un fin de semana de camping que montamos en el borde de otra de las islas del lago. Este viaje lo documenté en una entrada llamada “Camping pijo”, porque al final llevamos con nosotros todos los lujos de la vida moderna.

A pesar de la naturaleza de este viajecito, fue una oportunidad maravillosa para desconectar del todo y hablar hasta la madrugada mientras hacíamos s’mores alrededor de la hoguera. Aún me acuerdo bien de las tortitas fabulosas que hicimos a modo de desayuno, las cuales por supuesto tuvieron que empaparse en una cantidad exagerada de sirope de arce vermontés.

Después del camping, la siguiente serie de fotos es del partido de béisbol que fui a ver con Megan y unos cuantos amigos más. Esta tarde se marcó por muchos momentos memorables, entre ellos las cajas de seis perritos calientes de 25 céntimos que compramos todos, un atardecer maravilloso y las travesuras que se montaron en los vomitorios tras unas cuantas latas de la cerveza local…

Hay más fotos de esa misma tarde, pero estas son de una parada que hicimos en una heladería local mítica. Durante mi tiempo en Vermont pasamos por Al’s Ice Cream más que una vez, pero en esta ocasión pedimos a un grupo de señoras que nos tomaran una foto. No lo hicieron tan bien, pero la imperfección es lo que hace que estas fotos me parezcan una auténtica maravilla.

La última serie de fotos viene de un día que pasamos en un prado bajo el sol veraniego. Esto lo aguantamos para ver el espectáculo anual de Bread & Puppet, un grupo teatral independiente de Nueva York que monta esta función extraña que en breve se convirtió en una de las experiencias más únicas que he vivido jamás.

Esta última foto es del viaje de vuelta a Burlington y desde un prado con el que nos topamos mientras conducía Megan. Hacía mucho calor, estábamos agotadas y teníamos sed tras un día tan largo bajo el sol, así que paramos para mojarnos los pies en un lago pequeño por el camino. Esto fue justo antes de acabar en un pequeño pueblo en la mitad de la nada, en el cual nos metimos en una tienda algo turbia para buscar bebidas y algo de picar…

Con estas 18 fotografías concluyo esta mirada sobre el tiempo que pasé en Vermont, mi estado favorito de todos los que he visitado hasta la fecha – aunque solo son tres por ahora. Tengo muchas fotos más de la cámara analógica, pero creía que esta sección resumía bien el viaje. Tengo muchísimas ganas de volver cuanto antes para experimentar más de lo que ofrece el estado del monte verde.

Para ver más sobre mi tiempo en Canadá y los Estados Unidos, échale un ojo a todas las entradas que escribí sobre la experiencia. Para ver más fotos de carrete, hay entradas con fotos así de Madrid, Murcia, mi bario local y Tenerife.

16.03.23 — Diario

Praga

Mi última entrada desde Madrid detalló los multiples roles que intentaba asumir mientras seguía tirando adelante en el frío polar que ha sido protagonista durante esta primavera. Por si no había tiritado lo suficiente, sin embargo, ¡el finde pasado fui volando hasta el este de Europa y a las calles frescas de Praga!

Había organizado el viaje hace unos meses, cogiendo un par de días de vacaciones para crear un fin de semana largo que coincidiera con unos días libres que tenía mi amigo Nacho. Ha estado viviendo en la capital checa durante el último año y medio desde que se mudó allí desde España y amablemente me había ofrecido acogerme en casa y enseñarme su nueva ciudad.

Como siempre, yo había dejado todo hasta la última hora, así que facturé mi vuelo y hice la mochila en la media hora antes de tener que salir de casa. Luego tuve un viaje agradable sin incidencia de Madrid a Praga, donde salí de la terminal y seguí las instrucciones de Nacho hasta su casa. Esto supuso un viaje en bus y luego en tranvía, desde el cual pude echar mi primer vistazo a Chequia, un país que nunca había visitado antes.

El primer tramo del viaje se marcó por los suburbios de la ciudad que lucían algo apagados por sus bloques repetidos de pisos bajo cielos nublados. El segundo tramo me llevó al casco histórico de Praga, en donde la monotonía apagada se cambió por un río amplio y una capa de tejados de terracota salpicada por chapiteles y torres de todo tipo, color y estilo.

En breve llegué a la casa de Nacho, donde dejé mis cosas antes de que saliéramos directamente al centro de la ciudad para empezar nuestras aventuras. En primer lugar paramos para subirnos a un paternóster, un tipo de ascensor que sigue siempre en marcha mientras tú como pasajero tienes que saltarte a la cabina en movimiento para subirte y bajarte. Solo quedan unos pocos en todo el mundo, y otro se encuentra en un edificio de la Universidad de Sheffield donde estudia mi hermana. ¿Quién hubiera dicho que me encontraría con otro?

Tras nuestra roce con la muerte en el paternóster, nos acercamos a la mayor calle comercial que da al museo nacional, un edificio icónico de la ciudad. Nos sentamos para tomarnos un café, merendar un poco y ponernos al tanto. Desde allí, fuimos a ver el reloj astrológico en la fachada del antiguo ayuntamiento justo cuando repicó la hora y las figuras de los doce discípulos aparecían detrás de un par de puertas azules pequeñas.

Enseguida nos perdimos mientras buscábamos el restaurante donde habíamos quedado para cenar con los amigos de Nacho. Nuestros móviles se estaban rayando así que teníamos un reto entre manos, pero al final lo encontramos y nos acomodamos para pasar una cena estupenda de sushi y cervezas locales entre risa y risa. ¡Sus amigos son lo más!

Desde allí, el grupo nos acercamos a un lugar mítico conocido como “el bar del perro”. Este sitio venía recomendado por más de una persona, así que me interesaba ver exactamente que tenía que lo hiciera tan especial.

Al llegar pensé que quizá fuera el sistema de pago propietario el punto diferencial, pero resulta que el lugar es mucho más que un bar con unas tarjetas de pago raras. Bajamos una serie de escaleras y nos encontramos en un laberinto subterráneo de salas y pasillos que acogían distintos bares, clubes, salones y hasta una pizzería y zona de sofás con una hoguera. ¡Era súper raro todo y me encantaba!

Tras un par de copas, un intento por mi parte de entender la moneda local y su cambio con el euro y luego un pequeño baile a unas canciones de Bob Dylan, me cansé del día largo de viajar y por eso los dos volvimos a casa. Este viaje lo realizamos en el tranvía, el método de transporte preferido por la ciudad según Nacho y evidenciado por el montón de tranvías que pasaban por todas las calles principales.

El tranvía que cogimos de vuelta a casa fue de los antiguos. Acabamos viajando de pie al fondo de uno de los dos vagones, así que me vi obligado a grabar un vídeo desde nuestra perspectiva mientras recorríamos las calles praguenses de camino al piso de Nacho.

Luego me llevé una sorpresa por la noche al darme la vuelta en la cama. Al cambiar de lado, escuché un chasquido alto y de repente me encontré medio hundido en la cama. Evidentemente estaba demasiado cansado como para que me importara, así que al final me volví a dormir sin pensarlo más. Solo fue cuando Nacho me despertó para preguntarme si estaba bien que me di cuenta de la situación. La mitad de las lamas se habían desabrochado de la estructura de la cama y había estado durmiendo en el colchón colgado como si fuera una hamaca.

Conseguimos arreglarlo por la mañana y pedí mil disculpas por haber incurrido el daño, pero Nacho me aseguró que ese lado de la cama llevaba un tiempo medio roto. A pesar del consuelo, estaré contando bien las calorías ahora que he vuelto de mis vacaciones…

Nacho tenía que trabajar un poco esa mañana, así que me fui hacia el centro yo solo pero bien informado con unas recomendaciones de qué debería hacer. Las seguí hasta el pie de la letra, visitando una cafetería local llamada Golden Egg. Me pusieron una tostada divina de salmón ahumado, huevo escalfado, salsa béchamel, eneldo y chile, un plato que lo acompañé con una limonada casera con pera y canela. ¡Una pasada todo!

Desde allí, me volví a subir al tranvía y me acerqué al casco histórico, donde mi primera parada fue el antiguo ayuntamiento. Nacho había aconsejado que me apuntara a un tour, pero entre mi tardanza y algo de caos y confusión sobre la compra de entrada dentro del edificio, al final tuve que conformarme con una entrada de acceso general.

Nunca disuadido, subí una última escalera hacia la torre del reloj para ver las vistas sobre la ciudad. Una rampa infinita (que me recordó a una en una torre que escalé en Copenhague) me llevó hasta la cima, donde me eché a la galería para ver las vistas panorámicas.

Las vistas hicieron que valiera la pena la subida y el apretón de la galería.

En la galería me había topado con cuatro mujeres que estaban de visita de Barcelona. Les había escuchado hablando en español y preguntándose a quién podrían pedir que les sacara una foto, así que me ofrecí. Me volví a encontrar con ellas luego en las salas interiores, donde habíamos tenido todos la misma idea de intentar ver el mecanismo del reloj que había visto la noche anterior, el que rota a los dos discípulos detrás de las ventanas azules.

Al final pude verlo en acción y también eché un rato explorando las salas interesantes del antiguo ayuntamiento. Una vez cansado de ver tanto esplendor, salí al exterior y a la ráfaga de nieve que había empezado a caer, debajo de la cual me acerqué al antiguo cementerio judío. Curioso como todo aquí tiene un nombre que empieza con “antiguo”…

Parece que Nacho y yo no tenemos ninguna neurona entre los dos, porque habíamos decidido que yo debería visitar este monumento judío el día sábado – es decir, durante el sabbat. Por razones bien obvias, estaba cerrado. No quería que me importase mucho así que acto seguido continué paseando por las calles bonitas de la ciudad y un barrio que Nacho me había dicho que explorara. Allí descubrí una cafetería bonita y me pillé una sidra caliente servida con canela en rama y trocitos de manzana. ¡Justo lo que necesitaba para calentarme!

Al finalizar mi bebida, fui reunido con Nacho en un restaurante tradicional checo, donde disfruté una ensalada de patatas con pollo frito. La comida no fue nada de otro mundo como fue en sitios como Bilbao o Santander (para poner un par de ejemplos recientes) pero supo bien y nos mantuvo de pie hasta que nos entraron ganas de postre…

El capricho dulce vino en la forma de un trdelník o “tarta de chimenea”, una delicia callejera praguense. Consiste en una masa dulce que se envuelve alrededor de un cono y que se cocina sobre una fogata. Luego se baña en azúcar, canela, trozos de nuez y – en nuestro caso ya que me lo habían recomendado – chocolate fundido en el interior del cono. Vistos los ingredientes, ¡sobra mucho que os confirme que supo divina!

El postre calentito y recién hecho fue un gran acierto en el frío praguense.

Zampamos esta delicia mientras cruzábamos el Puente de Carlos, un punto de referencia de Praga que conecta el casco histórico con Malá Strana, un barrio pequeño en el otro lado del río cuyo nombre literalmente significa “el lado pequeño”.

En Malá Strana echamos un ojo a unos sitios icónicos, entre ellos unas estatuas escandalosas, un mural famoso de John Lennon (él nunca visitó Praga) y el callejón más estrecho de la ciudad. Disponía de su propio juego de semáforos peatones para que la gente no se chocara en este pasillo súper claustrofóbico.

Al volver al centro por el puente pudimos ver la ubicación para nuestras aventuras del días siguiente, el Castillo de Praga. Desde el puente, volvimos a casa en otro de los tranvías eficientes y decidimos que no queríamos estar por las calles muy tarde dado el frío que hacía. Optamos por cenar en un restaurante italiano bonito y luego tomarnos un cóctel en un bar curioso por el barrio donde vive Nacho.

El día siguiente y volvimos a subirnos a un tranvía que nos llevó al castillo que puedes ver encima de todo en la imagen de arriba. Efectuamos una pequeña parada por el camino porque Nacho quería que viera algo de cerca que había observado y que me había hecho mucha gracia el día anterior. No fue ningún punto de interés ni artista callejero, sin embargo: fue una especie de nutria. Wikipedia define el coipo como “un roedor semiacuático”, que es justo lo que había dicho yo: parecen ratas grandes y mojadas.

Debería destacar que la comida en la foto no la dejamos nosotros. Disuaden a la gente de darles de comer a los coipos por su estado como especie invasora que está causando problemas dentro del ecosistema local. A pesar de eso, he de admitir que me hizo mucha gracia ver uno de cerca.

Desde la orilla del río nos subimos al segundo tranvía y al Castillo de Praga, donde se nos unió el amigo de Nacho, Octavio. Ya que los dos ya habían visto todo muchas veces anteriormente, me dejaron que fuera explorando a mi bola dentro de las zonas de pago del castillo, que resulta ser un complejo enorme de edificios, iglesias y hasta casas.

Esta foto la saqué justo antes de que pasara un desfile militar.

Entre una iglesia, una catedral, una calle de casas ancianas y otra torre de reloj enorme, había tanto que ver dentro de los límites del castillo que no sabría ni por dónde empezar si os contara todo. Por eso solo mencionaré lo que más me gustó, empezando con la antigua cárcel. Las fotos no revelan mucho, pero eché un buen rato leyendo los detalles horripilantes de cómo confinaban a los presos dentro de los muros de la prisión en siglos pasados…

El mejor momento del castillo tenía que haber sido la torre, que hizo que la torre que había escalado el día anterior y su rampa gradual parecieran un juguete. La única manera de escalar esta torre fue subiendo más que 280 escalones – y no fueron de una escalera normal, sino una escalera en espiral de piedra que parecía infinita: seguía y seguía y seguía sin ni una plataforma para que pudiera recuperar un poco el aliento. A esto le sumas el hecho de que había gente bajando a la vez que yo subía y hizo por una experiencia claustrofóbica que generaba bastante vértigo.

Eventualmente llegué a la cima, donde me alivió descubrir que habían montado una sala con bancos para que todos los que habíamos sufrido la subida pudiéramos sentarnos un segundo y recuperarnos. Pensé que yo estaba sufriendo con el asunto, pero luego apareció una señora que tenía la cara más colorada que las tejas de terracota del tejado praguense.

Una vez recuperado salí a la galería y me choqué con las mejores vistas sobre Praga que había visto hasta la fecha. Desde este punto podía ver sobre el Puente de Carlos y sobre todo el casco histórico. Hasta pude apreciar los detalles arquitectónicos de los edificios que había visitado justo antes de mi subida mortal por la torre.

Como me había prometido Nacho, las vistas iban a mejor según avanzaba el viaje.

La bajada por la escalera en espiral fue algo menos dura que la subida a pesar de marear igualmente – si no más. Me reuní con Nacho y Octavio en la plaza en frente de la torre y me tuve que parar un segundo ya que me había mareado más que pensaba. Creo que esta experiencia, junta con la que tuve en una atracción giratoria en la feria de Búfalo el año pasado, me han confirmado definitivamente que ya no tengo la capacidad que tenía antes de recuperarme de tanta vuelta.

Una vez recuperado, los tres salimos del castillo y pasamos por Malá Strana para reunirnos con otra amiga y comer en un restaurante por allí. Probé un guiso local que se sirvió dentro de un pan. Estuvo rico, pero era demasiado pan para una sola persona.

Los cuatro luego volvimos a cruzar el Puente de Carlos y nos acercamos a la parada de tranvía para volver a casa. Antes de despedirnos, sin embargo, ¡tuvimos que sacarnos una foto juntos!

Esa noche fue la última que pasaría en la ciudad. Cenamos en un sitio chino local antes de volvernos a casa a acostarnos temprano para que pudiera madrugar un poco a ver algo más de la ciudad antes de irme. Esto al final no funcionó ya que puedo ser muy vago cuando me entra, así que las actividades del día se limitaron a la compra de un regalo para Nacho y luego una visita a una oficina de correos para que pudiera enviar una postal.

Luego recogí mi mochila y me despedí de Nacho para volver al aeropuerto en la misma combinación de tranvía y bus que había cogido para acercarme a su casa unos pocos días antes. El viaje casi acabó en desastre, sin embargo. El bus llegó tarde, me bajé en la terminal equivocada y luego me encontré con una cola enorme en el control de seguridad. Llegué a la puerta de embarque por los pelos y me senté en mi asiento en la última fila para el viaje de tres horas de vuelta a España.

Aparte del pánico al final, mi fin de semana en Praga fue una fantasía. La ciudad es guapísima y llena de sorpresas, Nacho fue un anfitrión fabuloso y me encantó conocer a tanta buena gente mientras estaba allí. Mi única queja sería no poderme habido quedado más tiempo para seguir explorando la ciudad a mi ritmo, pero allí estará la ciudad el año que viene ¡y lo más seguro es que yo también!

06.03.23 — Diario

El carrete de Ellie

Cuando mi hermana Ellie me vino a visitar hacia finales del año pasado, llevó consigo una cámara analógica que estaba utilizando para fotografiar sus vacaciones de ese año. Después de explorar la ciudad, vernos con amigos y tanto cocinar como consumir buena comida, ¡teníamos gansa de ver las fotos reveladas!

Hace un mes o así por fin pudo ir a que las revelasen y me envió una copia del resultado. Me encantaron las fotos, así que le pedí permiso para publicarlas aquí como un repaso de todo lo que hicimos en otoño. Así que nada, sin enrollarme más, ¡aquí están!

Una noche en el restaurante italiano local con Luis.
Una copa de tinto de verano tras un paseo por el río.
Yo con mi look californiano en el invernadero municipal.
Ellie al punto de comerse una pizza deliciosa en NAP.
Un desayuno de tortitas elaborado por su servidor.
Unas bebidas por el lago en el último día juntos.

Espero que te hayan gustado las fotos tanto como me gustaron a mí. Son una mirada divertida y sin filtro sobre los días que pasamos juntos aquí en Madrid. Parar leer más, échale un ojo a la entrada de blog original de octubre del año pasado. Por ahora os dejo con esta mirada atrás y ¡os prometo que en nada retomaré la programación normal!

26.02.23 — Diario

Entre chef, modelo y guía turístico

Tras unas semanas de estar callado aún estoy aquí, aún ando por Madrid y aún está haciendo un frío que me muero. Después de mi vuelta de Gijón hemos gozado de una semana o así de mayor tiempo, pero estos últimos días la temperatura ha vuelto a bajar a los bajos. No es como cuando pasó la borrasca Filomena por la ciudad hace un par de años, ¡pero basta para que no quiera salir de casa!

Un finde sí que me atreví a enfrentarme con el frío, ya que había quedado en ser guía turístico para unos visitantes muy especiales a la ciudad. Tras pasármelo fenomenal en su boda el verano pasado, Jess y Adam vinieron a visitar Madrid unos días. Antes de que pudiera verlos, había quedado con unos compañeros en ir a ver una exposición en La Casa Tomada. Llevo años queriendo visitar este centro cultural de mi barrio, así que fue guay por fin entrar y luego echarnos al sol un rato en su azotea.

Desde allí, los cuatro nos plantamos en una terraza y nos tomamos un par de vermús antes de que tuviera que irme a buscar a Jess y Adam que acababan de llegar al centro y andaban esperando a que se les diera la llave a su habitación. Jess salió y me encontró esperándolos en la plaza. Echamos un rato hablando hasta que pudieran subir a su habitación y en ese momento yo subí a la azotea del hotel para beberme otra copita de vermú sobre los tejados de Madrid. ¡Ni tan mal!

Enseguida se unieron Jess y Adam para tomarse ua copa antes de bajar al nivel de la calle y empezar a explorar la ciudad. Les enseñé algunos de mis barrios favoritos para comer y beber, pero las calles estaban petadas al igual que los bares. Luego me di cuenta que la concurrencia se debía a una gran manifestación que había finalizado justo a la hora que habíamos salido a hacer una ruta por el centro.

Al final acabamos probando unos platos locales en por mi barrio, después del cual subimos a mi piso a tomarnos algo y para que pudieran cotillear mi casa. Luego volvimos al centro para cenar en un sitio de tapas que sabía que les encantaría. Como acto seguido nos metimos en las calles del Barrio de las Letras para buscar un bar de vinos de Jerez que le encantan a Jess. Resultó estar cerrado por un evento privado, cosa que la interpretamos como intervención divina y por ende nos volvimos a nuestras casas respectivas.

Fue un placer poder enseñarles la ciudad y me quedé muy contento cuando Jess me contó después que les había encanado Madrid. ¡Estoy desando que vuelvan en breve!

La siguiente semana empezaron algunas aventuras culinarias mías, desde una ensalada caprese hasta una tanda temprana de torrijas. Hice estas delicias por primera vez en 2016, la primera vez que viví en Madrid mientras trabajaba en prácticas. La historia de esto se ha contado muchas veces y va así: un día mi compañero Luis trajo a la oficina una torrija que había comprado, la probé y me gustó, luego ese mismo finde me puse a investigar como se hacían y elaboré unas cuentas. ¡Las llevé a la oficina y me comentaron varios compañeros que me habían salido mejores que las de sus propias madres!

El secreto de mi receta es atreverse a pasarse mucho de azúcar y canela.

Ese fin de semana tenía otros planes que suponían cocinar lo menos posible mientras comía lo más posible. Esto empezó con una visita a la casa de Sara, donde se unió Rocío para echar una noche de vino y pizza casera. No salió como quisiéramos ya que acabamos cotilleando tanto que se nos olvidó la pizza y acabó estando un poco más crujiente que lo deseado, ¡pero nos lo pasamos pipa igual!

El día siguiente me reuní con Luis y nos acercamos al centro para verle a Carmen y participar en su proyecto fotográfico. Nos disparó unas fotos en plena calle, después del cual Luis y yo fuimos a desayunar. En ese bar se nos juntaron unos amigos más y acabamos yendo a una panadería buenísima (yo pillé un cruasán de chocolate y Luis se llevó un pan parecido al que compramos Megan y yo en Montreal) y luego a comprarnos unas plantas nuevas en un floristería al lado.

Mientras esperábamos que acabara Carmen, nos plantamos en un bar para tomar un vermú (mi copa favorita por si no te había quedado claro) y algo de picar. Como solo puede pasar aquí en España, esta copa luego se convirtió en unas horas de raciones y conversación al llegar Carmen.

Tras comer sin ni darnos cuentas, Luis, Carmen y yo pillamos un taxi a la casa de Carmen para seguir con nuestra tarde de risas. Pusimos unas películas mudas, nos echamos otra copa de vino y pasamos lo que quedaba de la tarde picando jamón, queso y unas rebanadas de pan casero hecho por Carmen. ¡Estábamos en la gloria!

El día siguiente lo pasé en casa cocinando y limpiando. Hice unas buenísimas (aunque lo diga yo) lentejas a la riojana y luego me puse a elaborar unas alitas de pollo según la receta de una compañera mía. Me salieron también muy ricas a pesar de ser un coñazo a la hora de comerlas. ¡Dejaron mi escritorio todo pegajoso en la oficina el día siguiente!

En el trabajo, me pasé una mañana muy guay un día gracias a la visita de unos estudiantes de diseño de Valencia. Tengo muy buenos recuerdos de la emoción cuando nos visitaron diseñadores de estudios locales cuando yo estudiaba en la universidad, así que me supuso un honor sentarme con ellos y compartir nuestro trabajo y mi experiencia. Espero que les resultase tan interesante y nutritivo como a mí me resultó agradable.

Este fin de semana va a ser muy tranquilo después de una semana algo movida. He estado poniéndome al tanto con mi familia y amigos del Reino Unido y todo el mundo, organizándome un poco la vida y hasta volviendo a poner la silicona de la ducha. Lo digo siempre pero me repito: ¡la vida adulta es nada más que una serie infinita de gestiones y tareas! Me quedé orgulloso del desayuno que me preparé ayer, sin embargo, que por una vez sabía igual de buena que luce en la foto.

Ahora ando esperando en casa a que se acerque Sara para echarnos la tarde tomando té, sándwiches y tal vez un vermucín. He preparado un relleno para los sándwiches que se llama coronation chicken (“pollo de la coronación”), una receta británica que incorpora pollo, mayonesa, curry, pasas, salsa de mango y canela. ¡La idea es que sea una comida británica en toda forma!

Eso sí, echo en falta un bol de patatas fritas de queso y cebolla, fui a buscarlas esta mañana pero resulta que han chapado la tienda británica que tenía cerca de casa y que ahora es una tienda de ropa barata. Esto lo descubrí tras congelarme las manos en la bici esta mañana. ¡Vaya decepción me he llevado un domingo por la mañana! Luego me acerqué a otra tienda en otro barrio, pero resulta que aquella también se va a convertir en otra tienda de ropa.

Estoy desconsolado…