26.12.22 — Diario

Festividades en Madrid

Antes de empezar, una anécdota. Ya que escribí mi última entrada de blog en la terminal del aeropuerto de Mánchester, no tuve la oportunidad de contar el caos que luego se montó al abarcar. Quedó dicho que el vuelo se había retrasado unas tres horas debido a una nevada irritante, pero luego hubo más drama.

Pues acabé pasando casi todo el retraso en el edificio de la terminal acabando mi entrada de blog. El viaje breve en bus hasta el avión que luego tuve que realizar me dejó la oportunidad de ver en qué estado se encontraba el aeropuerto. Había bastante nieve por todos lados, pero al parecer tenían todo bajo control.

Debería dejar de ver documentales sobre accidentes aéreos antes de volar.

Todo seguía sin problema hasta que estuviéramos todos sentados en el avión, que fue cuando empezaron la segunda ronda de retrasos. Nuestro vuelo se encontraba en una cola de aviones que necesitaban que se le quitara el hielo, cosa que provocó que se retrasara el despegue unos 90 minutos más.

El avión estaba quieto, ¡pero nosotros los pasajeros no lo estábamos! Algo agitados tras una tarde larga, muchas personas empezaron a caminar por el pasillo y refrescarse en el aire fresco donde la puerta delantera. Yo andaba bastante a gusto porque tenía una fila vacía para mí solo, así que saqué mi portátil y empecé con la traducción al español de mi última entrada de blog.

Luego nos hicimos amigos todos en el avión encallado cuando una señora de la primera fila encontró una transmisión en vivo del semifinal entre Inglaterra y Francia. No me interesa ni el fútbol ni contribuir al la vergüenza que ha sido el mundial de este año, así que a priori no quería mojarme, pero dado que ya estaba puesto y no había nada más que hacer, al final acabé viendo el fracaso del equipo inglés.

El avión eventualmente despegó unas cuatro horas tarde. Ryanair logró recuperar media hora del retraso al hacer lo que sea el equivalente aéreo de pisarlo fuerte, pero aún así llegué bien tarde y con bastante mal humor debido al cansancio. Viendo el lado positivo, el vuelo sobre Madrid nos llevó por encima del centro de tal manera que podíamos ver unas vistas espectaculares de la ciudad.

De vuelta a casa, lo primero fue la vuelta al trabajo. Volví a la oficina en medio de una serie de lluvias que estaban inundando la ciudad y que duraron una semana entera. Yo soy del norte lluvioso de Inglaterra, sin embargo, así que no me puede llegar a molestar un poco de agüita. Seguía adelante con mis planes, el primero de los cuales fue una noche más en el teatro tras una semana de lo mismo en el Reino Unido.

Mis botas de payaso y las hojas combinaron para crear una escena otoñal.

Tras ver mi primera función allí este verano, volví a la Sala Verde de los Teatros del Canal. Pasé allí dos horas y media viendo Women’s Football Club, un espectáculo que se ejecutó en español a pesar de su nombre anglosajón.

Este espectáculo contó la historia del primer club de fútbol femenino en Sheffield, la ciudad donde vive mi hermana y cuyo nombre yo había descubierto en una placa en un tren en un mercado cerca de mi casa en Madrid. ¡Qué curiosas son estas casualidades!

Fue una función increíble gracias al reparto de once mujeres que lo dieron todo durante dos horas y medio de baile, canto y hasta un partido simulado de fútbol sin descanso. La historia me conmovió y la comedia me partió de la risa.

De vuelta a casa, por fin había acabado la decoración del piso para la navidad. Esto creó un ambiente agradable al que volver después de unos días largos en el trabajo. Tanto nuestros clientes como nosotros mismos andamos con ganas de cerrar todo lo que se puede antes de irnos de vacaciones.

Acabé la semana con una tarde de prisas en montar una tarta de zanahoria para una ocasión muy especial. Tras años de vivir al lado mío aquí en Madrid, Bogar y su pareja Javier se van de la capital para nuevas aventuras. Para marcar la ocasión, horneé mi tarta más mítica y me acerqué a su casa para vernos una última vez antes de la mudanza.

No era la tarta más bonita pero tenía buen sabor.

Fue un momento agridulce. Claro que estoy triste por no tenerlos tan cerca, pero a su vez me contenta saber adonde van: ¡Gijón! Esta ciudad asturiana es como un segundo hogar para mí. Perdí la cuenta de las veces que la he visitado con Cami, Kevin o Sara, y a día de hoy se me suele encontrar por Asturias. ¡Ahora tengo una razón más para visitar y otra cama más en la que dormir!

Una vez acabada la despedida y dados los brazos, tuve otro finde tranquilo con amigos. El sábado arrancó con un viaje con Napo al centro de la ciudad. Fuimos a un restaurante venezolano, donde disfrutamos una comida navideña típica de Venezuela. Estuvo muy rica pero fue algo pesada, así que volvimos rodando a casa.

Todo se tomó con una cerveza venezolana ¡por supuesto!

Al volver a casa, echamos la siesta para bajar menudo festín. Esta siesta se nos fue de las manos y nos despertamos algo mareados a las 9pm. Ya que no teníamos ningún otro plan, pusimos una película y abrimos unas patatas y chocolates para pasar la noche. También hice mulled wine, una bebida caliente de vino especiado. Esto nos ayudó a volvernos a dormir sobre las dos de la madrugada.

El día siguiente, hice crepes al estilo británico a modo de desayuno. Nos los comimos con el aliño tradicional de azúcar y zumo de limón, pero luego nos pusimos finos con unos de Nuetella y nata. ¡Más buenos imposible!

Más tarde, Sara y Rocío pasaron por casa para tomar otra ronda de mulled wine. Los tres cotilleamos un buen rato, picamos un poco y tomamos la bebida navideña en mi casa antes de se fueran a cenar. Quería aprovechar bien las decoraciones de navidad y las velas perfumadas que había puesto, ¡así que me quedé firme en el sofá!

La semana siguiente nos trajo un momento agridulce en el trabajo. Fue el último día de Inés en la empresa antes de que se nos vaya a Japón a vivir una nueva aventura en el 2023. Yo y el resto del equipo nos juntamos en la oficina para salir a hacer una comida de despedida – en un restaurante japonés, por supuesta – y para que les entregara yo el regalo de chocolate que siempre les compro en diciembre. Este año los envolví con unos confetis de “Oliver” que me había envido mi madre una vez. ¡Todo el mundo se decoró con ellos!

Un selfie vano porque no salgo en la foto de arriba y en esta estoy guapo.

Luego tuve mi último plan antes de irme a pasar la navidad. Luis, sus amigos y yo nos juntamos el el Matadero al lado de mi casa. Hicimos lo mismo que hicimos hace un año: fuimos a patinar sobre hielo y cenamos en un sitio chino donde nos pusieron un hotpot (como un caldo en el que cocinas los ingredientes). ¡Se está volviendo ya en una costumbre anual!

De noche, el Matadero se ilumina de manera dramática.

Para empezar, los quince nos montamos en la pista de hielo y dimos unas vueltas allí. Me alegró descubrir que tras perder peso y apuntarme a clases de patinaje este año, se me daba mucho mejor y iba con más confianza y velocidad. No se me podía comparar con Luis, sin embargo, que estaba corriendo por allí y haciendo piruletas como si no hubiera mañana…

Esta imagen capta perfectamente la belleza y la fluidez con las cuales patinamos.

Tras cansarnos en el hielo, nos cambiamos los patines por unas copas en un bar acogedor en el Matadero. Tenía la tripa un poco regular así que arranqué directamente con un gintonic, argumentando que la tónica calma al estómago. Aún así supuso un comienzo fuerte, así que luego me quedé picando patatas fritas y bebiendo agua antes de ir al restaurante.

Luego tuvimos una cena fabulosa aunque completamente caótica. El año pasado cuando éramos solo tres ya había sido una pesadilla logística para organizar lo que estábamos copiando en el caldo, así que con siete comensales en la mesa ¡te puedes imaginar el panorama!

A mí es verdad que me encanta el caos – por eso me mudé a España – así que me lo pasé bien al ver a la gente sufrir al intentar coger unas albóndigas o sacar los fideos del caldo. Esta combinación del formato divertido, la comida rica y la compañía graciosa formó una despedida perfecta antes de que me fuera al Reino Unido a pasar la época navideña.

¡Nos lo pasamos pipa cocinando nuestra propia cena!

El día siguiente tuve que compaginar trabajar con hacer la maleta. Después, comí con Nacho, que estaba de visita desde Praga. Llevó una botella de vino y pedimos comida italiana de uno de mis sitios favoritos. Esto nos permitió ponernos al tanto sobre una pizza buena. Esto lo hacíamos hasta el momento que tuve que salir para el aeropuerto a coger un vuelo a la patria.

Tras escuchar unas historias terroríficas sobre el estado del aeropuerto de Madrid en estas fechas y luego la huelga de los seguratas en el control de pasaportes en el aeropuerto de Mánchester, al final el viaje de Madrid a Mánchester fue el más fluido que he hecho jamás. El único inconveniente fue cuando perdí mis AirPods en salidas del aeropuerto de Madrid. Fui corriendo por allí buscándolos hasta rendirme al hecho de haberlos perdido y subirme al vuelo cuando nos llamaron.

Había supuesto que la app de “Buscar” en mi iPhone estaba funcionando mal ya que decía que llevaba los AirPods conmigo durante el viaje entero, pero había vaciado mi mochila y los bolsillos de mi abrigo repetidamente sin haberlos podido ubicar. Esto fue hasta llegar a casa y quitarme los vaqueros. En ese momento se cayeron los cascos al suelo. Aún no tengo ni idea dónde se habían escondido ni cómo habían llegado a estar dentro de mis vaqueros, ¡pero fue un milagro navideño descubrir que no había perdido estos auriculares de 220€!

Aún no sé cuando publicaré esta entrada de blog, ya que estos días estaré descansando y pasando mucho tiempo desconectado y con mi familia. Os deseo a todos una muy feliz navidad y espero que podáis relajaros al máximo durante estas fechas, sea lo que sea que estás celebrando.