31.08.22 — Diario

Williston

Ahora en los Estados Unidos después de un finde en Montreal, Megan y yo subimos el volumen de la música y fuimos echando leches hacia el primer sitio donde me estaría quedando: la casa de sus padres. Viven en el suburbio tranquilo de Williston en la ciudad de Burlington, la ciudad más grande del estado de Vermont en el noreste de los EEUU.

Llegamos a su casa por la tarde y recibimos una bienvenida fría del aire acondicionado, equilibrada por una bienvenida muy cálida de los padres de Megan, Maureen y Terry. Nos quedamos charlando en su cocina un buen rato, hablando de mi viaje y todo tipo de cosas.

Eventualmente decidí que debería deshacerme la maleta, así que me enseñaron mi habitación. Allí dentro encontré un regalo precioso de una cesta llena de productos locales: caramelos de sirope de arce, decoraciones con forma de una hoja de arce y – por supuesto – un frasco enorme de sirope de arce. ¡Megan no estaba exagerando al decirme que los de Vermont aman el sirope de arce!

Cuando ya tenía las cosas colocadas en su sitio, volvía a bajar a la cocina para cenar. Maureen y Terry habían preparado una cena deliciosa de brochetas de carne con verduras asadas, entre los cuales se destacó la piña caramelizada. ¡Riquísima!

Luego me presentó Megan a su amiga, Breen, que había venido a visitar con su perra, Libby. Los tres salimos a dar una vuelta después de la cena, una vuelta que nos llevó por el barrio de casas enormes. Durante este paseo me contaron un asunto importante en el barrio: las mofetas. Tras años de solo ver mofetas en cuentos de hada y otras historias infantiles, me informaron qué tenía que hacer para evitar que me rociasen con su olor fétido.

Paramos a tomar algo rápido en la casa de Breen, tras lo cual Megan y yo volvimos a casa para acostarnos relativamente temprano – ¡había sido otro día largo de viajes!

Otro día de viajes terminó con una tarde relajante en la casa que sería mi hogar durante la siguiente semana.

El día siguiente madrugué sin querer gracias al maldito desfase horario. Bajé abajo, desayuné con Terry y esperé a que apareciera Megan. Se fue con su padre para firmar el contrato de su nueva casa – más detalles en breve – así que me quedé en casa con Maureen cotilleando.

Al volver Megan, salí con ella y con Maureen para disfrutar mi primera excursión americana. Este viaje nos llevó a Costco, una tienda de venta al por mayor que vende versiones enormes de todo: de papel higiénico a cereales e incluso ensaladas. Me lo pasé bien mirando la gente y hasta me pillé unos calzoncillos nuevos, así que al final fue una visita productiva aunque pasaba la mayoría del rato haciendo observaciones algo groseras sobre el consumerismo.

Luego Megan y yo fuimos a su nueva casa, un sitio bonito más cerca al centro de Burlington. Me hizo el tour de la casa, zampamos unas galletas, bebimos un café y esperamos a que llegara un fontanero a arreglar la ducha.

¡Aquí está Megan con las llaves de su nueva casa fabulosa!

El fontanero llegó bastante tarde, así que lo abandonamos mientras trabajaba para ir a comer en un sitio que había elegido Megan. En este sitio bonito en las orillas del lago nos comimos unos nachos y unos cócteles ahumados mientras pasábamos el rato charlando en la barra.

Dentro de nada los cócteles tuvieron su efecto deseado y nos pusimos a cotillear con la chica de la barra. Le conté todo lo que había visto de Burlington hasta el momento y ella y Megan me contaron que tenía que tener cuidado con lo que decía porque todo el mundo se conoce en el estado pequeño de Vermont.

Comimos muy bien en el puerto del lago.

Después de comer, nos acercamos al centro de Burlington para echar un ojo a la ciudad. Tras pasar por el caos de la plaza principal acabamos en Church Street, la vía principal comercial por el centro de la ciudad. Me compré un gorro que ponía “Burlington, Vermont” como un autorregalo y luego un mixer de cóctel de una tienda de bebidas. Probé un poco del mixer directamente de la botella de camino al coche – ¡demasiado dulce!

Al volver a la casa de los padres de Megan nos lanzamos a la piscina, donde Malory, una amiga de Megan, nos estaba esperando con Maureen. Nos quedamos en el agua durante demasiado tiempo, cotilleando y saltando al agua hasta que nos llamaran a cenar. La cena consistió en unas hamburgueses pequeñas de carne mechada y ensalada de repollo – estuvo muy rico todo.

Bien cenados, nos reunimos en el salón con algunos amigos más para el ritual de lunes que tienen. Esta costumbre reúne a todos para ver el capítulo semanal de “The Bachelorette”. Este programa de reality consiste en un concurso en el cual un grupo de hombres solteros intentan que dos mujeres solteras les inviten a una cita. Era tan malo como te puedes imaginar, pero Breen y yo nos lo pasamos bien criticando lo malo y exagerado que era todo. Bueno, hasta que nos echaron la bronca por hablar tanto. The Bachelorette es un asunto muy serio.

Un descanso para comer el postre me dio la oportunidad de tomar un poco más de azúcar en la forma de unas galletas caseras preparadas por las amigas de Megan, pero ni esto pudo detener el sueño que me estaba consumiendo. Cuando acabó el capítulo, me despedí y me fui a dormir.

Al final, The Bachelorette supuso una buena manera de descansar tras otro día ocupado.

La siguiente instalación en mi serie de aventuras americanas consistió en una visita al instituto donde Megan había estado trabajando durante los últimos años. Estuvo de vuelta al aula durante las vacaciones de verano ya que había un campamento para estudiantes para los cuales el inglés no era su idioma nativo.

Llegamos temprano para que Megan pudiera coordinar el plan del día con los otros profesores, y también para que yo pudiera cotillear los pasillos y aulas del instituto. Me emocionó ver que lucía tal cual lucen los institutos estadounidenses en las películas: desde las taquillas en los pasillos hasta el teatro enorme, y luego las banderas americanas y escritorios individuales en todas las aulas.

Al llegar los estudiantes, me liaron para que echara una mano con las actividades del día. No participé en eventos como las sillas musicales y otras actividades físicas, pero estaba encantado de decorar una magdalena. Dibujé un monstruo morado del cual estuve bastante orgulloso a pesar de la mala notica que tendría que esperar al cierre del día para comérmelo.

Mi monstruo morado, Geoff, se veía bien pero supo mal al final.

Al acabar el día, al llegar los autobuses amarillos a recoger a los estudiantes y al comer mi magdalena, Megan y yo volvimos a casa donde nos encargaron con sacar a pasear a su perra, Ellie. Esta vuelta me expuso a más rincones del barrio, de las casas pintorescas hasta la naturaleza de verde intenso que forma la mayoría de Vermont.

En casa, esperamos a que llegará Scott, el hermano de Megan. Cuando llegó, salimos a comer algo de unos food trucks que habían aparcado en el prado al lado de una tienda rural a unos pocos minutos de casa. Allí probé un bocadillo de ternera y queso que se llama un “Philly cheesesteak” y un refresco asquerosamente dulce. Cenamos sentados en el prado y con la musica bonita de un grupo local de a capela.

Después empezamos tirando para casa, pero nos detuvimos en un prado por el camino para ver el atardecer sobre los árboles. Sacamos bastantes fotos, pero el frescor junto con el desfase horario que me seguía afectando al final hicieron que no aguantáramos hasta ver el sol ponerse debajo del horizonte.

Unos tractores interesantes y un poco de Wes Anderson.

Tuve que probar mi nueva gorra y meterme dentro de este contenedor.

Con la familia entera reunida en el salón, pasé un rato enseñándoles las maravillas de Eurovisión, presentando mis artistas favoritas de la edición de este año. Fue como estar otra vez en Noruega viéndolo, ¡menos el hecho de que estaba todo el mundo bastante confundido por esta tradición tan europea!

El día siguiente fuimos a vivir otra aventura por una zona espectacular de Burlington y Vermont en general, pero esta entrada ya está quedando bastante larga, ¡así que me guardo esa historia para la siguiente!