02.10.22 — Diario

Búfalo

Tras unos días en Nueva York era hora de que fuera a la última ciudad de mi vuelta de un mes por Canadá y los Estados Unidos: ¡Búfalo! No es una ciudad típica que visitan los turistas, pero iba a ver a dos personas muy especiales: ¡Kevin y James! Conozco a Kevin desde hace tiempo ya y conocí a James cuando vino a Inglaterra y luego cuando pasó por España durante unos días, pero ahora tocaba ver a los dos en su propia casa.

El vuelo desde Nueva York fue rápido y en nada me vino a recoger Kevin del aeropuerto en Búfalo. Pasamos todo el viaje a su casa hablando y cotilleando. En casa, James había preparado una cena casera de pollo, macarrones con queso, verduras y pan de maíz. ¡Estuvo todo delicioso!

Tras cenar, deshice la maleta y me instalé en la habitación. Después fuimos al centro de Búfalo y a un bar para tomar unas copas. Kevin y yo nos pusimos contentos con cócteles de vodka y bailamos y cantamos un poco. Luego volvimos a casa, donde Kevin y yo pasamos el rato hablando hasta la madrugada.

El día siguiente nos despertamos un poco afectados tras tan solo dos cócteles, pero en nada estuvimos de pie y salimos a explorar un poco. Cogimos el coche al centro, donde entramos en el edificio alto y ornamentado del ayuntamiento. El interior supuso una sorpresa bonita gracias a su arquitectura y arte en el estilo Art Deco.

El ayuntamiento de Búfalo tiene mucha presencia en el centro de la ciudad.

Nos metimos en el ascensor y subimos hasta la última planta para ver otra sorpresa. Vimos unas vistas panorámicas sobre la ciudad y el lago Erie. Saqué unas fotos y James me enseñó unos de los sitios más importantes desde este mirador en las nubes.

Al salir del ayuntamiento, subimos una calle y a un hotel para pillar un café. James y yo cotilleamos unas de las salas enormes del hotel mientras Kevin fue a coger las bebidas. Luego reconvenimos en el coche para acercarnos a otro barrio de la ciudad.

Me gustaron mucho estas ilustraciones en la pared del hotel.

Paramos por el camino para ver un mural que James quería enseñarme, donde me sacaron una foto a modo de prueba de que había visitado Búfalo, Nueva York. Si esto te parece confuso, es porque la ciudad de Nueva York se ubica en el estado de Nueva York, en el cual también se encuentra Búfalo. No sé tú, pero a mí nunca me enseñaron la geografía de los Estados Unidos, por lo cual acabo de enterarme de todo esto en estos últimos años…

Para reiterar: ahora andaba en Búfalo en el estado de Nueva York.

Desde allí bajamos al puerto, donde vimos algunos puntos de interés. Echamos un ojo a unos barcos y submarinos militares retirados del servicio y me sacaron una foto con Shark Girl (“la chica / tiburón”), una escultura famosa a nivel local. No pondré aquí la foto ya que salgo horrible…

En nada el cielo se empezó a oscurecer gracias a unas nubes grises sospechosas que empezaron a formar, así que nos acercamos a la seguridad del coche mientras esperamos a que empezara a caer la lluvia. Fuimos a un supermercado que yo quería visitar, efectuando una parada en el camino para pillar unos bagels en Tim Horton’s (una cadena canadiense de cafeterías). ¡Seguía mi obsesión por los bagels tras los que había probado en Nueva York!

El supermercado en cuestión fue Trader Joe’s, en donde compré comida y picoteo para mi visita. Luego nos acercamos al supermercado que prefieren Kevin y James. Este sitio fue guay y tenía unas galletas fabulosas, pero se me hacía muy grande y estresante, como suele ser el caso con los supermercados estadounidenses. Me pillé una lata de root beer y descubrí que sabe a zarzaparrilla – ¡me encantó!

De camino a casa paramos en un centro comercial, donde quería comprarme unas nuevas zapatillas pero al final acabé comprando unos vaqueros. Me tuve que sacar una foto con la bolsa de Old Navy y enviarla a Megan y amigos en Vermont – ¡les flipa esa tienda!

Luego paramos a coger algo de cena: pizza y alitas de pollo. Búfalo se conoce por estas dos comidas ricas así que tenía ganas de probarlas. La pizza estuvo rica pero la estrella fueron las alitas. Tenían una sala ligeramente brava y venían acompañadas por una salsa de queso azul. ¡Riquísimo!

Ahora toca un intervalo mientras Kevin y yo nos acercamos a otro sitio un día…

El día siguiente Kevin y yo cruzamos la frontera con Canadá y fuimos a Toronto a pasar el día, pero eso lo quiero dejar para otra entrada de blog. ¡Dejaré aquí en enlace cuando esté subida!

Ya de vuelta a Búfalo el día siguiente, James y yo andábamos sin Kevin durante la mañana ya que había tenido que ir a trabajar. Los dos nos subimos al coche y dimos una vuelta por la ciudad para que James me pudiera enseñar unas de las joyas arquitectónicas y barrios icónicos de Búfalo. Fue una vuelta bien interesante y fue una pasada tener a un guía que sabe qué tipo de cosas me gustan.

Después fuimos al campus norte de la Universidad del estado de Nueva York en Búfalo (un nombre bien largo) para recoger a Kevin. Antes de irnos del campus dimos una vuelta para que yo cotilleara el sitio. Me interesaba ver una universidad estadounidense tras haber visto el instituto en Burlington. Era interesante pero teníamos sueño y hambre así que encontrarnos con el ganso agresivo del campus fue una señal suficiente para que nos fuéramos.

Comimos en un sitio que se llama Rachael’s, dónde pedí una comida ligera de una ensalada de pollo ya que mi cuerpo estaba pidiendo algo verde a gritos tras unos días de gula completa y absoluta en Búfalo, Toronto y Nueva York. También fue buena idea comer algo sano antes de ir a nuestra siguiente parada: ¡la feria!

Tras ver lo que para mí supuso la primera atracción de la feria, una discusión entre un asistente del parking y un hombre bien cabreado, pillamos las entradas y nos metimos dentro. Vimos unas vacas y otros animales, pero lo que más me llamaba era la gente de la feria. Empecé a entender la antropología – el estudio de las personas y el comportamiento humano.

James quería enseñarme una sección extraña de la feria, en donde se habían otorgado premios por todo tipo de curiosidades, entre ellas la presentación de verduras en vinagre y luego una serie de fotografías patrióticas. Una vez de vuelta al aire libre, me pillé una limonada fresca y nos acercamos a la parte de la feria que más me interesaba a mí: ¡las atracciones!

Me encanta esta foto con todos los colores y la energía de la feria.

No conseguí liar a Kevin y James para que se subieran al Ratón loco o los Coches de choque, así que tuve que conformarme con un viaje en la noria. Esto me supuso una sorpresa agradable ya que proveía unas vistas estupendas sobre la feria enorme desde lo alto.

Luego gasté los puntos que me quedaban en subirme a una monstruosidad que se llama Cero gravedad. Siempre había querido subirme a esta atracción que consiste en una estructura cilíndrica en la cual te quedas de pie mirando al centro con tu espalda pegada a la pared. Me instalé en la atracción con cuatro niños pequeños como compañía – mala señal.

La máquina empezó a girar cada vez más rápido, empujándome a la pared con las fuerzas que se generaban. Luego vino el momento más terrorífico de la experiencia cuando la máquina entera empezó a inclinarse hasta que estuviéramos dando vueltas boca abajo como si estuviéramos en una lavadora. ¡Todo esto mientras estuvimos atados con tan solo la fuerza centrífuga generada por los giros!

Esta fue la vista que tuve al subirme a esta cosa terrorífica.

La sensación de que se me estaban revolviendo los órganos durante todo el viaje no fue la más grata, pero me bajé con una sonrisa y me senté un miento mientras recuperara el aire y el equilibrio. Desde allí, fuimos a buscar “I Got It” (“Lo tengo”), el juego de feria preferido de James.

¡Este juego fue una pasada! Había que lanzar pequeñas pelotas de goma desde un banco a una caja con una retícula de 5 × 5 en su base. La pelota acabaría en uno de los 25 cuadrados y el objetivo fue igual que en el bingo, había que gritar “I got it!” si logramos hacer una línea de cinco pelotas.

No tengo las palabras para expresar lo adictivo que era este juego. Nos quedamos allí jugando hasta gastar todos los dólares físicos que llevábamos encima. No ganamos nada más allá de un juego gratis en un momento, pero valió la pasada ya que nos lo pasemos súper bien. Y oye, ¡en algún momento iba a tener que gastar esos billetes antes de irme del país!

Dinero gastado, entramos en una nave que me pareció un poco turbia gracias a los vendedores pesados, pero por lo menos disponía de aire acondicionado para que nos refrescáramos. Al salir nos topamos con un desfile de caballos y luego fuimos a buscar una comida típica de estas ferias: Oreo fritas. Estos dulces son justo eso: galletas Oreo que se fríen en una masa parecida a la de un donut. No me gustaron mucho, así que me pillé una bolsa de palomitas saladas y dulces – ¡eran frescas y deliciosas!

Luego echamos un ojo a unas autocaravanas, cosa que me horrorizó al fijarme en el exceso que es que la gente tenga una segunda casa vacía y aparcada en su jardín. Sí que me gustó la bebida que pedí después, que era como una zarzaparrilla pero más fuerte. ¡Sigo mosqueado conmigo mismo porque se me ha olvidado por completo cómo se llama!

Se estaba poniendo tarde y algo caliente, así que volvimos al coche y luego a casa. James tuvo que ir a trabajar, así que Kevin y yo andamos a la estación de metro más cercana y lo cogimos hasta el centro de la ciudad para pasar juntos mi última noche en las Américas.

El metro tenía unas pintas horribles pero esto ya no me sorprendía: los Estados Unidos es un país en el cual no se monta nada bien el transporte público. El tren llegó puntual y estaba limpio, así que no me puedo quejar. Nos dejó al lado del puerto que habíamos visitado unos días antes, desde donde nos acercamos a una bierhaus para disfrutar de comida y bebidas alemanas.

Pedimos unas jarras enormes de cerveza que se parecían a las que tomaba siempre en las festivales de cerveza en Herzogenaurach. A pesar de pedir también unas salchichas alemanas, la cerveza empezó a hacernos efecto y nos pusimos a charlar con la camarera y yo cantaba unas de las canciones alemanas que conocía gracias a Luisa y los viajes que he realizado a su pueblo en Alemania.

James eventualmente vino a recogernos y hizo bien en hacerlo ya que Kevin y yo estábamos bastante contentitos. James andaba reventado tras un día largo en el trabajo así que se fue a casa, dejando a Kevin y yo en un bar por el camino. Allí pedimos unos gin tonics y la cosa se nos fue de las manos: acabamos en un figón llamado Jim’s Stakeout donde pillamos unos bocadillos de pollo frito.

Tras coger un taxi de vuelta a casa, me desperté el día siguiente con una resaca monumental y el agobio de tener que hacer la maleta y salir de casa antes del mediodía para coger el vuelo de vuelta a Europa. No sé cómo pero de alguna manera conseguí hacerlo todo, aunque sí que empecé a morirme un poco durante el viaje en coche al aeropuerto.

Hubo una cola de coches importante en la frontera con Canadá, donde el sol empezó a brillar y calentar el coche mientras yo me arrepentía de haber bebido tan solo una gota de alcohol. Sobrevivimos la entrada a Canadá, y en nada tuve que despedirme de Kevin y James en el aeropuerto de Toronto en medio de una tormenta de lluvia que había brotado sobre la ciudad.

Desde allí tuve que aguantar la pesadilla que fue el vuelo de vuelta a Madrid, que incluyó un transbordo de cuatro horas en Lisboa. Andaba muy resacoso y con el estómago revuelto durante el vuelo sobre el Atlántico, cosa que no fue ayudad por el bebé llorón en la fila en frente de mí ni el hecho de estar atrapado en una butaca entre dos otras personas con espacio limitado para mis piernas. Y más, tuve que hacer el transbordo de manera manual en el aeropuerto de Lisboa. Es decir que tuve que pasar por inmigración, recoger mi maleta de la cinta y luego volverla a facturar. ¡Una pesadilla!

Pero no puedo dejar que este viaje poco grato de vuelta a mi continente nativo de Europa arruine los recuerdos excepcionales que hice en Búfalo con Kevin y James. De las exploraciones de la ciudad hasta momentos destacados como la feria y toda la comida deliciosa que comimos, doy las gracias a Kevin y James por acogerme en casa y enseñarme su ciudad. Fue una manera muy bonita de acabar mi viaje por las Américas, pero más que nada me encantó poder reunirme con los dos y pasar tanto tiempo juntos.

Ahora de vuelta a Madrid, casi me dormí en el taxi de vuelta a casa, donde llegué y descubrí que habían sobrevivido las dos plantas que había dejado en casa con un sistema automático de riego. Me fui directamente a la cama a echarme la siesta, después de la cual deshice la maleta y me tumbé para pasar una noche tranquila viendo Legalmente Rubia: El Musical.

¡Menudo viaje!