11.09.22 — Diario
Camping pijo
Tras comer en el Lago Champlain y luego hacer una ruta por las islas que contiene con Maureen, ya me había acostumbrado a estar sobre el agua y poco a poco me estaba enamorando de este rincón precioso de los EEUU. Mi primer finde en el país iba a reforzar aún más esta conexión con el agua porque habíamos quedado en ir de camping una noche con Breen y Aaron en las orillas del lago.
El día del viaje empezó con una vuelta por el barrio para sacar a pasear a las perras. Megan se encargó de Ellie, la perra de su familia, y yo me encargué de Libby, la de Breen y Aaron. Esta ruta rápida nos llevo por las calles de Williston y de vuelta a casa para que pudiéramos prepararnos para la noche entre la naturaleza.
Luego nos fuimos hacia el campamento que se encontraba ubicado en un parque nacional en una de las islas del lago. Paramos por el camino para comer en Seb’s donde me procuré un corn dog, un perrito caliente empanado en una masa de maíz dulce y frito. Había probado esta guarrería en Florida unos años atrás y había estado deseando volverlo a probar durante bastante tiempo. ¡Muchas gracias a Megan por cumplir mis sueños más extraños!
Se unieron Breen y Aaron a nosotros para compartir la comida de fritanga y luego los cuatro nos dirijimos a una cervecería local. Me pillé un “flight”, que resulta ser el nombre para una degustación de distintas cervezas artesanales. Megan se cogió lo mismo pero no le gustó la mitad de las cervezas, así que al final acabé bebiendo para dos.
Como te puedes imaginar, llegué al campamento bastante contentito, así que descansé un rato mientras Aaron nos echó una mano (es decir, lo hizo todo) con alistar el sitio para pasar allí una noche de camping pijo. Digo que era pijo ya que no nos vimos expuestos a los elementos, gracias a Breen y Aaron que nos habían conseguido un sitio con una estructura de madera bajo la cual edificar las tiendas. También disponíamos de unas visitas maravillosas sobre el lago.
Prendimos bien la hoguera para que nos mantuviera calientes durante la tarde noche. Resulta que lo prendimos demasiado bien – al final estuvimos quemado leña a tal velocidad que nosotros (o mejor dicho, gente menos vaga que yo) tuvimos que volver a la tienda dos veces para comprar más. La hoguera cumplió su función de teneros cómodos mientras abrimos unas cervezas y hablamos hasta tarde, y luego se volvió más útil aún cuando cocinamos unos perritos caliente sobre las llamas.
Luego era la hora de prepararnos el postre para que yo probara otra americanada: los s’mores. Esta comida con su nombre tan raro consiste en una nube tostada que se aplasta con una barrita de chocolate entre dos galletas. Hice el mío lo mejor que pude – quitar una nube tostada caliente de una brocheta y colocarla entre las galletas es un reto logístico más complejo que lo que pueda aparecer – y probé mi primer s’more. Me gustó, pero me quedo firme en mi opinión de que el chocolate americano sabe a queso, así que al final recurrí a las nubes tostadas solo.
Tras una visita a la cabaña de los baños para lavarnos los dientes, nos acostamos para pasar nuestra noche única de camping pijo. Dormí bastante bien a pesar de mi vejiga pesada que me tenía levantándome durante la noche para ir al baño. Esto tuvo su lado bueno, ya que la segunda vez que me levanté fue justo durante el amanecer y así pude ver la salida del sol sobre el agua del lago.
Una vez levantado de verdad, empezamos las preparaciones para el desayuno de tortitas con pepitas de chocolate que – naturalmente – íbamos a empapar con sirope de arce de Vermont. Megan y yo teníamos mucha hambre y poca vergüenza así que decidimos sacar las salchichas que nos habían sobrado de la noche anterior. Las tostamos sobre la hoguera mientras Breen se hartó de esperar a que se calentara su cocina de camping. Al final acabó guardando la cocina y echó la sartén directamente encima de las llamas.
Al terminar el desayuno, los cuatro empezamos a guardar todo, apagamos la hoguera y nos subimos a los coches para volver a la tierra firme. El plan era tomarnos un helado en Seb’s, pero estaba el sitio cerrado así que terminamos tomando algo en una cafetería. Allí echamos un rato leyendo la sección de anuncios para buscar pareja – ¡nos hicieron muchísima gracia!
De vuelta a la casa de Maureen y Terry, guardamos las cosas y yo me senté a escribir las postales destinadas a mis padres, mi hermana y mis tíos. Para enviarlas, solo tuve que salir al jardín, dejarlas en el buzón y levantar la banderita roja para que el cartero supiera recogerlas. ¡Es un sistema muy mono!
Esa noche fue la última que iba a pasar en la casa de los padres de Megan, ya que el día siguiente íbamos a mudarnos a la nueva casa de Megan. Pasamos la tarde cenando un plato de pasta muy rico preparado por Maureen y luego nos echamos en frente de la televisión mientras Megan preparaba las últimas cajas para la mudanza.
Vimos un capitulo de America’s Got Talent, un concurso que busca gente con talento de los EEUU. Un cómico que hacía chistes malos sobre el ciclismo se recibió con abucheos mientras otro que iba vestido de unos pantalones (literalmente) y que hacía chistes igual de malos relacionados con los pantalones fue aplaudido y pasó a la siguiente ronda. Sigo sin entender el sentido de humor estadounidense.