23.01.21 — Diario

Borrasca Filomena

Ya llevamos tres semanas viviendo en 2021, y el año ya ha arrancado fuerte, desde el drama en los EEUU, la borrasca que ha pasado por Madrid y el fallecimiento de mi abuela. Llevo casi tres semanas de vuelta en España, ¡y mucho ha pasado en tan poco tiempo!

En el trabajo, el año ha empezado con bastantes cosas por hacer, con muchos proyectos y retos nuevos para abordar. Erretres nos ha dado mucha flexibilidad a la hora de decidir si trabajar desde casa o ir a la oficina, cosa que ha sido maravillosa, pero suelo optar por la opción de viajar todos los días a la oficina. Como mencioné al empezar la primera cuarentena, la separación mental entre mi lugar de trabajo y mi espacio de descanso me es bastante importante, y así estoy consiguiendo que mi piso se vuelva en un sitio cómodo y relajante para que pueda descansar.

Las tardes de relajación tienen que iluminarse por una paleta cromática así.

La gran noticia estas semanas, sin embargo, fue la borrasca que pasó por Madrid y que causó un desorden sin restricciones desde entonces. Me sorprendió aprender que dicha borrasca se había denominado “Filomena”, ya que mi difunta abuela se llama “Philomena” (la “ph” suena “f”). ¡Ya bien sabía que no se iba a ir de este mundo sin causar un buen caos!

Y bueno, fue un caos de verdad que causó. Empecé el finde sin ni saber que Madrid se estaba preparando para afrontarse con la borrasca, por lo caul casualmente bajé al IKEA en el sur de la cuidad para comprarme una nueva mesa tras sentarme encima de la anterior y romperla. Ya nevaba cuando salí de la casa, pero suponía que iban a caer unos diez copos que luego durarían en el suelo unos cinco minutos…

Bueno, llegué a la parada de Metro en el sur para encontrarme con una capita de nieva que sí que estaba cuajando, y tuve que avanzar por un viento cada vez más potente que estaba salpicando cada superficie con nieve. Luego llegué al centro comercial y me encontré con una extraña falta de gente y la mitad de las tiendas o ya cerradas o bajando frenéticamente sus cortinas, cosa que me parecía muy rara dado que eran las 7pm de un viernes.

Algunos entraron en pánico, otros pidieron tranquilamente un cono de churros recién fritos.

Continué caminando por el centro comercial y hasta IKEA situado en el otro lado, y que se encontraba también bastante vacío. Al principio suponía una experiencia bastante buena: ya que no había ni dios, pude probar todos los sofás y mesas que me diera la gana sin tener que preocuparme de la distancia social – ¡tal como en los viejos tiempos!

Más luego, alrededor de la zona de las cocinas, el ambiente cambió algo y me empecé a sentirme raro. Ya andaba por una exposición bastante vacía – al parecer hasta había desaparecido el personal. En breves sonó el anuncio inevitable: ya iban a cerrar la tienda por la situación meteorológica. Me acerqué a la salida, abandonando la búsqueda de la mesa y optando por unas plantas pequeñas que serían más fácil de llevar conmigo.

Fue entonces, al pisar el exterior, que la gravedad de la situación se me pegó. Solo había estado confinado dentro de la caja de acero que es IKEA durante una hora o así, pero las condiciones fuera habían empeorado dramáticamente. Una capa de nieve de unos 5cm ya cubría todo, y no había señal de que la tormenta polar se fuera a detener. El parking se encontraba casi vacío, los coches que quedaron iban resbalando hacia las salidas. Me fui hacia el Metro con bastante prisa, esperando que su naturaleza subterránea lo hubiera protegido de la nieve, pero tan solo llegar me era difícil por los vientos fuertes y la caída de nieve casi horizontal que insistía en pegarme directamente en la cara.

Luché contra los vientos fuertes y la caída de nieve casi horizontal que insistía en pegarme directamente en la cara.

Afortunadamente logré volver a mi parada de Metro local, Delicias, pero me esperaba una sorpresa al volver al nivel de la calle. Durante el viaje estaba preguntándome si solo la zona alrededor de IKEA se veía afectada desproporcionadamente por su ubicación fuera de la zona densa del centro. Mi teoría se tumbó, no obstante, el encontrarme con una calle que lucía igual que el parking de IKEA. Con cuidado me acerqué a casa, deteniéndome solo para pillar una pita de pollo de un bar libanés local. Una vez en casa encendí la calefacción, puse unas velas y me fui a la cama preguntándome cómo sería el día siguiente.

Ya que vivo en un interior, me desperté sin saber muy bien cómo sería la situación en las calles. La única pista que tenía fueron los ventisqueros que se habían acumulado en las ventanas de mis vecinos. Después de una mañana de vaguear (era un domingo), decidí salir a ver que tal el tema de la dichosa nevada.

Como bien ves, las escenas que se presentaron eran algo apocalípticas. Ramas enromes habían caído por el peso inmenso de la nieve y se encontraban tumbadas encima de coches y en plena carretera. Algunas familias habían salido a construir muñecos de nieve o lanzar pelotas de nieve, pero la mayoría de la gente en la calla andaba como yo: dando vueltas por su barrio para ver estas escenas tan extrañas.

Dentro de poco el frío se me hacía demasiado, y luego casi me caí por una depresión en el superficie que no se veía por estar tapada por medio metro de nieve. Esta caída me dejó con la bota mojada y de mal humor, así que volví a casa para secarme antes de salir al supermercado. Eso al final fue otra vuelta poco productiva, ya que se había cerrado antes el Mercadona por la nieva, así que regresé a casa y me apañé con una lata de crema de champiñones.

Estar mojado y con frío se arregla fácilmente en casa con unas velas encendidas.

Una vez acabado el finde tan nevado, pensé que la nieve tardaría poco en derretirse y que el caos se iba a relegar a un recuerdo, pero me equivocaba. El viaje a la oficina supuso un ejercicio en intentar no caerme patas arriba en la cuesta helada que era la calle de la oficina. Las condiciones se empeoraron con el paso de la semana, ya que se acumulaban bolsas de basura en las calles y caían trozos peligrosos de nieve e hielo desde las cornisas.

Más luego, y con una semana laboral ya acabada, tocó descansar y disfrutar un finde bien tranquilo. Arranqué todo el viernes, al salir a comer unas tapas catalanas con mi compañero Jesús. El día siguiente bajé a visitar el nuevo piso de mi excompañero Luis, donde andaba colocando sus plantas justo antes de la gran mudanza al barrio la semana siguiente.

Después de unas copas de vino y picar un poco de chosco de tineo (que cosa más rica, por favor) en una vinoteca local, dejé a Luis para quedar con Napo en Five Guys. Habíamos quedado en cenar una hamburguesa y ponernos al día después de vernos la última vez justo antes de mi viaja a Inglaterra para pasar la Navidad. El domingo salí a comer fuera una vez más, tomando unos pinchos y cañas con Sara en la azotea del El Corte Inglés de Callao.

Este finde bonito luego dio paso a una semana que ha resultado ser algo de una aventura, pero ya tendré que dejar esa historia para la siguiente entrada de blog. Con decir que ando en Inglaterra escribiendo esta, ¡creo que os da bastante pista con respeto a lo alterada que ha sido! Hasta entonces…