09.01.21 — Diario

Una Navidad a prueba del virus

En mi última entrada de blog antes de volar a Inglaterra a pasar las Navidades, dije que iba a tener que pasar el rato en el “Nivel 3” de la cuarentena británica. ¡No podía haber sido más equivocado!

Mientras me preparaba para irme de vacaciones, nunca podía imaginarme el chaos que estaba al punto de montarse, con las noticias sobre la nueva cepa del virus que se descubrió en Londres y, como secuencia, la introducción del nuevo “Nivel 4” de la cuarentena. El día que volé, intenté leer las noticias lo menos posible, ya que el listado de países que prohibían vuelos procedentes del Reino Unido iba creciendo mientras me acercaba al aeropuerto. Sabía que iba a poder volar a Inglaterra, pero la duda fue que si luego podría volver a España…

Os tengo que dejar en esta situación de suspenso, porque me he pasado: ¡primero tenemos que hablar de las festividades que disfruté en Madrid antes de irme!

La última semana del trabajo llegó, y con ella una cesta sorpresa de productos lujosos que nos regaló Erretres. Esta sorpresa feliz arrancó unos días de tomar y comer con amigos, empezando con unas cañas con Bogar y Hugo en un bar bonito de Malasaña.

La noche continuó con una cena de pizza con ex-compañera Helena, que sufrió un cambio de último momento al descubrir que la pizzería que habíamos elegido tenía el aforo completo. Al final acabamos en un bar castizo, donde por suerte me encontré con Sofía, otra ex-compañera que visitaba Madrid durante unos pocos días.

No hay nada como una buena cerveza después del último día de trabajo.

Llegó el día siguiente y no había descanso, ya que había quedado con Sara y Jhosef para montar una cena al estilo de un bufé en casa. Preparé una selección de sándwiches al estilo británico, junto con unas patatas, chuches y bolas de turrón. Con una copa de vermú en la mano, los tres luego pasamos la noche conversando, compartiendo luego un roscón con chocolate a la taza.

El despertador luego me obligó a madrugar el domingo, ya que tuve que estar listo para coger una llamada de mi hermana para asistir virtualmente una sorpresa que habían montado para la jubilación de mi madre. Una vez vista su salida del trabajo a un ramo de globos, tuve que levantarme porque tuve un montón que hacer ese mismo día.

Tras una mañana pasada lavando la ropa, secando las sábanas, haciendo las mochilas y limpiando el piso entero, me merecía una buena comida fuera. Luego hice justo eso, reuniéndome con Napo en NAP Pizza en Lavapiés, donde una espera para ser sentados resultó ser una bendición, ya que me permitió dar una vuelta a sacar unas fotos bonitas.

Una vez sentados, los dos disfrutamos la mejor y más auténtica pizza de Madrid mientras nos poníamos al día con el cotilleo durante unas horas. Pedí mi pizza blanca favorita (una pizza sin base de tomate), la especial de la casa, y luego me acerqué nerviosamente a casa para acabar el equipaje.

Una pizza con Napo fue una buena manera de acabar el último finde del 2020.

Como mencioné antes, nunca iba a encontrarme con problemas en llegar a Inglaterra, era la vuelta que me tenía preocupado. La ida era un vuelo “normal” (lo más normal posible dada la situación mundial actual), y ya que había cogido un par de vuelos en verano, no me sorprendió mucho la nueva normalidad en el aeropuerto y a bordo el avión.

Aterricé en el RU justo después de la medianoche, y fui recibido por mis padres y mi hermana. Sobra decir que no nos quedamos despiertos durante mucho tiempo, nos fuimos a dormir temprano para descansar ¡antes de las preparaciones para la Navidad!

El primer momento de espíritu navideño era un intercambio de regalos con medidas de distancia de seguridad que realicé con Abi y Danni. Nos vimos en las alturas ventosas de una aldea que se llama Hurstwood, y aproveché para sacar unas fotos del embalse durante la tarde nubosa…

El siguiente camino tomó lugar en mi pueblo en Nochebuena, y nos llevó por una carretera de barro que sube por la sierra detrás de mi casa. Aunque me quejaba de no estar lo suficiente en forma como para andar tanto, mi pueblo pequeño y los prados expansivos se veían resplandecientes en el sol bajo del invierno.

La iglesia de Worsthorne siempre supone una vista acogedora al llegar a casa.

Volvimos a casa con ganas de un pastel y tazas de té después del camino, y por suerte pudimos hacer justo eso, ya que mi madre había pillado una selección de magdalenas caseras de una pastelería local. Estuvieron riquísimas y nos vino bastante bien la energía, ¡porque el siguiente evento en nuestro calendario de Nochebuena era un concierto de villancicos en la plaza del pueblo!

Naturalmente llegamos tarde a dicho concierto, así que al llegar ya estuvo pasando Santa Claus por la plaza en su trineo (que se parecía sospechosamente a un remolque, pero Papá Noel sí que es mágico al fin y al cabo…). Nos quedamos para cantar una de las últimas canciones, pero la alegría vino principalmente del ver a tanta gente junta – aunque mantienendo la distancia de seguridad – para celebrar la Navidad.

Al volver a casa disfrutamos otro capricho de Nochebuena, que tomó la forma de una nueva costumbre familiar que ha montado mi madre de regalar unas cositas pequeñas en Nochebuena. Este año se superó, nos encontramos con unas bolsas de papel llenas de todo tipo de regalitos encima del mantel de papel rojo: una necesidad tomando en cuenta la otra costumbre de la familia Briggs en Nochebuena: ¡una cena india!

Las decoraciones junto con las bolsas navideñas crearon una escena muy festiva.

Después de abrir los regalitos y cenar distintos tipos de curry, tocaba irnos a dormir y esperar que nos trajese Papá Noel unos reglaos el día siguiente. Eso mismo hizo, y pasamos una hora o así abriendo los regalos y tragando las chocolatinas que se nos habían regalado: el desayuno típico en nuestra casa en Navidad.

Para comer hubo otra costumbre de las Navidades Briggs: una crema deliciosa de coliflor. Esta comida clave de nuestro menú navideño usualmente la prepara una amiga de la familia, pero este año se encontraba regular, así que le tocó a mi madre prepararla. Era todo un éxito, pero nos dejó algo hinchados, así que salimos a hacer algo de lo que en el pasado me hubiera quejado mucho: un paseo.

Resultó que este camino no suponía tanto caminar como suponía sacarle fotos al cielo, ya que el atardecer que apareció encima del embalse era espectacular. Pasé unos treinta minutos en las orillas del agua sacándoles fotos a los colores que salían en el cielo, que era suficiente tiempo para que mi hermana y madre caminasen el perímetro entero del embalse.

Estoy algo acostumbrado a ver colores bonitos en el cielo, pero nunca en un lugar tan abierto y pintoresco.

Una vez de vuelta a casa, tocó la cena de Navidad tradicional, completa con todos los clásicos británicos: pavo, verduras, patatas y salchichas enrolladas en beicon. El postre era uno de los mejores trifles (un bizcocho borracho con frutas, gelatina de fresa, crema y natillas) que había hecho mi madre jamás. ¡Este año le echamos bastante jerez!

Todo esto nos llevó al final de la Navidad y el final de la primera parte de mis crónicas de las dos semanas que pasé en el Reino Unido. Hay más fotos que compartir de las escenas nevadas que se montaron después del día 25, pero tendrán que esperar hasta la próxima…