20.08.20 — Diario
En Murcia otra vez
Mi última entrada de blog acabó cuando cogí un avión después de unos días en Tenerife, pero tal avión no me llevó a Madrid, sino a Alicante. No iba a pasar mis días en Valencia como el año pasado, sin embargo, porque me recogieron mis tíos y me llevaron a Murcia para pasar le segunda semana de mis vacaciones en su casa.
Al llegar hacía mucho mejor tiempo que la última vez que visité, pero el sol ya se ponía cuando llegamos a su piso. No íbamos a desaprovechar de la noche, no obstante, porque mi tía había organizado una quedada con sus amigos en un restaurante local.
Después de comerme unas croquetas de bacalao y aprovechar de los descuentos en las bebidas antes de las diez, volvimos a casa para seguir conversando y descansar para el día siguiente.
Ya que había quedado en hacer una tarta de zanahoria para mi tía como regalo de cumpleaños, y porque quería coger unas cosas del supermercado, empezamos el día siguiente con una visita al Mercadona. También pasamos por el supermercado británico para comprar cordial (una bebida de Inglaterra que se mezcla con agua), y luego pasamos el resto del día bañándonos en la piscina.
En la tarde, bajamos a un pueblo costero y un restaurante que habían recomendado mis tíos, donde cenamos rico mientras vimos el atardecer sobre l mar. Después de un caos relacionado con la configuración de la mesa y la confusión de mis tíos al ver que había pedido un entrante de gulas, disfruté un plato delicioso de solomillo y luego un postre casero.
Madrugamos (más o menos) el día siguiente porque teníamos planeado un viaje a un convento en las montañas. Mis tíos habían hablado bastante de este sitio en el pasado, pero nunca había llegado a subir, así que tenía ganas de ver de que tanto hablaban.
Resulta que el conjunto de edificios en las montañas es absolutamente pintoresco, contando con vistas panorámicas sobre la cuidad de Murcia. Estas vistas se nos revelaron al pasar por el callejón entre dos edificios y por debajo de un arco, pero me habían hablado de una parroquia bonita que valía la pena visitar antes de explorar más. El interior del sitio está pintado de oro y con frescos, pero nos despidió el apagado de las luces ya que la misa iba a empezar.
Luego paramos en la cafetería del convento para tomar unas cervezas y probar sus empanadas caseras, lo cual nos dejó con suficiente energía para escalar unas de las sendas que nos trajeron a las vistas sobre el convento, las montañas y los barrios de la cuidad debajo.
Una vez cansados del calor, volvimos a subirnos al coche y nos pusimos a buscar un restaurante recomendado por los amigos de mis tíos. Nos dijeron que era un sitio modesto, al lado de una gasolinera, pero al entrar se hizo evidente que era muy popular entre los locales. Vi que un plato de cordero en la carta había ganado un premio, así que opté por él a pesar de no ser gran fan del cordero, pero menos mal que lo hice – ¡era delicioso!
El día siguiente decidimos pasar el rato relajando en el apartamento y la piscina, y decidí preparar dicha tarta de zanahoria ya que había mi tía invitado a sus amigos que pasasen a tomar algo con nosotros. Al final hice una tarta de dos capas, cosa no suelo hacer, pero quedó bastante rica al final.
Pasamos la noche en un bar local tranquilo, donde compartimos una selección de raciones en la terraza, hablando de muchas cosas mientras el sol se ponía a nuestro alrededor. Dentro de nada ya había llegado mi tercer noche en Murcia, pero aún no había decidido cuál día iba a volver a Madrid, ya que aún estas esperando saber de mi hermana y si al final tuvo que cancelar su visita por la situación del coronavirus.
La mañana siguiente mi tía y yo nos subimos al coche juntos y bajamos a un restaurante en la cosa que solemos visitar. Cantamos unas canciones en el coche de camino, y luego disfrutamos un desayuno típico español y después un par de cañas con vistas sobre el Mar Menor.
Después de esto vino otro día de relax por la piscina, y al final me avisó mi hermana que por desgracia no podría viajar a Madrid a visitarme, así que pillé el tren para el jueves para descansar unos días en mi piso antes de volver a trabajar.
Ahora que supimos exactamente cuanto tiempo me quedaba, hicimos un plan para el día siguiente, que consistió en coger un tren de un pueblo local a Cartagena. Esta fue otra experiencia de la que habían hablado mucho más tíos, pero que no había experimentado yo, así que me subí al vagón único del pequeño tren con ganas.
Al llegar en Cartagena, andamos un rato por la muralla y hacia el centro, donde paramos para tomarnos una bebida y escapar del bochorno veraniego. Después de esto pegamos una visita a un bar local, donde volví a ponerme a hablar cone el dueño Ramón y disfrutamos una especialidad local, el café asiático.
Para comer, buscamos un restaurante que conocen mis tíos, y nos sentamos en una terraza para lo que no supimos que sería una experiencia loca de dos horas. Después de pedir nos dejaron una ración de bravas como “regalo por el retraso” y por eso empezamos a pensar que algo iba mal detrás de las escenas, ¡y resulto que acertamos!
Los entrantes salían a intervalos, y pronto se hizo evidente que un caos exponencial se había creado por el sistema de numeración de las mesas, que se había liado al meter más mesas en la terraza sin saber qué números tenían. Llegada la hora de pedir el postre, el camarero evidentemente estaba hasta las narices, y optó ponerse entre todas las mesas y gritar el listado de postres disponibles, pidiendo que la gente levantase la mano. ¡Que risa!
Una vez finalizada la comida, volvimos al puerto, pasando por el paseo marítimo y de vuelta a la estación de tren. Después de nuestra excursión, pasé la noche descansando en la piscina yo solo, llamando a mis amigos por todo el mundo y viendo el atardecer.
Demasiado pronto había llegado mi último día en Murcia, y después de una mañana en la piscina, mi tía y yo fuimos a vomer en un bar local mientras mi tío salía con sus amigos. El tío del bar nos puso una selección de platos locales que estuvieron todos muy ricos y luego volvimos a la piscina para descansar un rato más.
Quedaba una cosa que quisiera hacer antes de irme, sin embargo, así que aprovechamos de la última noche para hacerlo antes de mi vuelta a Madrid. Esto fue una visita a los baños de lodo de Lo Pagán, cosa que he hecho varias veces en el pasado pero que mi tía nunca ha experimentado. Consta en bañarse en una piscina poco honda, cubrirse del lodo muy sulfúrico, dejando que se seque al sol y luego volver a bañarse para quitárselo.
Después de ver la puesta del sol y cenar un kebab (me resulta muy difícil encontrar un buen kebab en Madrid, así que tuve que aprovechar), volvimos a casa y tomamos una última ronda de cervezas. La mañana siguiente se pasó por la piscina, antes de salir a comer en un restaurante que solemos visitar justo antes de coger yo el tren de vuelta a Madrid.
Esta vez, sin embargo, hubo un bus de sustitución para la primera media hora del viaje, así que tuvimos que despedir de mis tíos en el parking antes de un viaje algo aburrido de vuelta a la gran cuidad. A pesar de estar triste por tener que dejar a mis tíos y resignado al hecho que mis vacaciones veraniegas ya llegaban a su final, dio gusto volver a mi piso y encontrar mis plantas en buen estado gracias a un amigo que había pasado para regarlas durante mi ausencia.
Tal y como con Cami, Sam y familia, tengo que dar las gracias a mis tíos por recibirme en su casa y aguantarme durante una semana entera, que se alargó de cinco días a siete por la cancelación de la visita de mi hermana. Creo que tener la oportunidad de viajar ahora mismo supone un gran lujo, así que estoy muy agredecido por haber podido visitar Tenerife y Murcia.
Por ahora me toca volver a trabajar, pero bien sé que Ellie (mi hermana) y Johann (su novio) ¡estarán de vuelta a Madrid en cuanto puedan!