09.12.23 — Diario

Vuelven Ellie y Johann

Apenas una semana después de ir a Cuenca por trabajo y tan solo quince días después de aterrizar en España tras mi visita a los Estados Unidos, me tocaba limpiar la casa y alistarla para la llegada de un par de visitantes: Ellie y Johann. Mi hermana suele venir una vez al año pero hace ya cinco años que no viene con Johann, su pareja.

Tras recogerlos del aeropuerto, nuestra prioridad era encontrar algo que cenar. Visitamos un restaurante griego maravilloso al lado de mi casa y cenamos unos platos riquísimos, entre ellos unas zanahorias asadas que me dejaron loco. Desde allí nos acercamos al Matadero, donde se habían montado una serie de instalaciones de Luz Madrid.

Como te puedes imaginar, soy muy fan de esta celebración anual de la luz y la iluminación. La última vez que pude disfrutarla fue ya hace dos años, asó que andaba con ganas de ver lo que traería la edición de este año. Llegamos y la cosa no decepcionó; había todo tipo de instalaciones, entre ellas mi favorita que fue una gran estrella montada entre la estructura de la torre de agua del Matadero.

Luego seguimos nuestro camino por el río, pasando por otras instalaciones como una matriz de focos parpadeantes bajo un puente y luego una serie de flexos que cambiaban de color. Ellie y Johann también se montaron en unos toboganes por el camino, lo cual casi fue un peligro…

Aquí ves el contorno de Ellie en la oscuridad bajo el flexo.

Al cruzar el puente empezó a llover de una manera muy madrileña: de repente y con ganas. Lo tomamos como una señal de que era hora de volver a casa y dormir, así que nos refugiamos bajo un toldo y pillamos un taxi.

El día siguiente hacía bueno de nuevo, por lo cual cogimos el metro hasta el centro para ir de compras y hacer un poco de turisteo. Por supuesto que entre estas actividades figuraron desayunar churros y comer pizza en el restaurante italiano que más le gusta a mi hermana.

Al ponerse el sol volvimos a salir para explorar un poco más de Luz Madrid, pero no antes de tomarnos unas cañas en un bar. Esa noche nos encontrábamos por la Plaza de España, donde parecía haber aterrizado una nave espacial enorme y colorida.

Luego yo quería ver una instalación montada dentro de una iglesia, pero había mucha cola, teníamos hambre y se había puesto a llover de nuevo. Por eso bajamos un par de calles hasta un restaurante cerca de mi antigua oficina, un sitio que antes frecuentaba con mis compañeros y en que sabía que nos pondrían una buena ración de patatas bravas.

Al acabar la cena improvisada volvimos a la iglesia y nos metimos en la cola. Valió la espera al final: la instalación fue una delicia visual que contaba con focos, espejos y otros efectos sincronizados con la música y en este entorno tan especial.

Siempre me ha encantado el uso del humo para visualizar los rayos de luz.

El día siguiente fuimos a comer tacos y luego nos reunimos por la tarde para ir a ver el atardecer desde el Cerro del Tío Pío. Picamos unas patatas, disfrutamos las vistas panorámicas sobre la ciudad y empezamos a temblarnos cuando el sol poniente trajo el frío tajante del invierno madrileño.

Este parque es uno de los mejores sitios para apreciar la silueta de Madrid.

Ya que yo llevaba tiempo queriendo visitar Navacerrada, otro día subimos juntos a la sierra. Como les gusta el senderismo tanto a Ellie como a Johann, cogimos el bus hasta el embalse después de un drama en la estación de Moncloa al darme cuenta de que no llevaba el suelto suficiente como para pagar el viaje de los tres.

Una vez llegamos a Navacerrada nos dio la bienvenida un paisaje muy bonito. Partimos con la intención de caminar por el perímetro entero del embalse pero al final nos desviamos para acercarnos a un pueblo cercano ya que acabamos con bastante hambre y sueño. Al final fue un acierto: encontramos una terraza con estufas para comer y luego cogimos el bus de vuelta a Madrid desde la parada de autobús que quedaba justo al lado del restaurante.

Había sido una excursión larga pero aún quedaban ganas de ver la puesta del sol. Para eso, pillamos una bici los tres y bajamos a un sitio que yo llevaba tiempo queriendo visitar: la Dama del Manzanares. Esta escultura reside encima de una colina artificial en un parque que borda el río cerca de mi casa. Llegamos justo a tiempo para ver los últimos rayos de sol.

Tras volver a casa y devolver las bicis, nos quedaba tiempo suficiente para reunirnos con Luis. Eso hicimos en NAP, la pizzaría que nos gusta a todos, y echamos unas risas mientras cenábamos. Desde allí cruzamos Lavapiés para tomar una copa en Bodegas Lo Máximo, un bar mítico del barrio. ¡Nos lo pasamos pipa!

Esa noche marcó la última de la visita de Ellie y Johann. El día siguiente nos levantamos relativamente temprano para que los pudiera llevar a la estación de tren para que volvieran al aeropuerto. Como siempre, fue un placer recibirlos a los dos aquí y tengo ganas de que vuelvan.

Mi próxima aventura supuso un cambio de roles: me tocó a mí volar al extranjero para pasar unos días en la casa de una amiga. Esa experiencia la dejaré para la siguiente entrada de blog…

01.12.23 — Diario

Cosas del trabajo

Ya de vuelta a España después de mi viaje por los Estados Unidos, no había descanso para mí ya que tuve que volver al trabajo el lunes, el día después de mi aterrizaje. Eso estaba bien, pero luego el jueves tuve que volver a irme de Madrid porque me habían invitado a un evento.

Este viaje corto me llevaría a Cuenca, una ciudad que visité en un día con mis compañeros hace un par de años. Esta vez, sin embargo, me quedaría una noche.

Justo después de acomodarme en mi propia cama, tuve que ir a dormir en otro sitio.

El evento en cuestión fue organizada por la AUGAC, la Asociación de Profesionales de Gabinetes de Comunicación de Universidades y Centros de Investigación del Estado Español. El evento trataba de la comunicación visual y la promoción institucional, así que me invitaron a contar el proyecto de marca que realizamos en Erretres para UDIT.

El viaje a Cuenca casi empezó da manera catastrófica. Otra vez me vi confundido por el lío que está siendo la redirección de trenes de Atocha a Chamartín-Clara Campoamor. Me pasó lo mismo que me pasó al ir a Murcia a principios del año: llegué a Chamartín por los pelos. El viaje en tren luego fue rápido y sin incidencia. Al llegar en Cuenca me subí a un taxi con otra ponente para que nos dejara en el Parador bonito que habían reservado para nosotros.

El Parador era muy grande y muy bonito.

Después de dejar mis cosas volví a salir del hotel para acercarme a un restaurante por el casco viejo en el que me habían invitado a comer. Hacía un tiempo malísimo, con lluvia y viento de sobra, pero el camino por la ciudad me ofreció unas vistas bonitas y luego la comida fue fantástica.

Desde el restaurante bajamos al espacio del evento y en nada ya me encontré encima del plató y hablando del proceso de cambiar la marca de una escuela asociada para que pudiera transformarse en una universidad independiente. Estuve en compañía de otros ponentes muy inspiradores a los que pude conocerles bien después de las charlas. Para facilitar el networking hubo una cata de vinos y luego una cena maravillosa en otro restaurante de la ciudad. ¡Un día redondo!

El día siguiente me levanté tan tarde que me perdí el desayuno y luego casi me perdí el tren ya que el taxi que había reservado llegó muy tarde. La taxista lo pisó fuerte, sin embargo, así que llegue a la estación de tren y a mi AVE a Madrid justo a tiempo. Menuda semana de prisas…

Luego hubo más cosas del trabajo a disfrutar la semana siguiente. Entre ellos figuró un evento especial interno para celebrar nuestro cambio de marca, para el cual pasé un rato con mi compañera montando un regalo para el equipo. Este paquete incluía entre otras cosas un tarjetón con una goma que usamos para lanzarnos bolas de papel durante el desayuno de empresa.

Un par de días después fui de excursión con unos compañeros para visitar a uno de nuestros clientes. Tenían un puesto en la Global Mobility Call, una feria internacional que reunió a las empresas más importantes del sector de la movilidad. Pasamos una mañana por la feria aprendiendo sobre el futuro de la movilidad y probando las nuevas marquesinas de autobús de la comunidad de Madrid.

Para acabar la semana tuve un viernes ajetreado. Hugo había conseguido unas entradas gratis a «Bailo Bailo», un musical que celebra la vida de Rafaella Carrà, cuya música siempre me ha gustado. La función me encantó, pero tuve que largarme durante el descanso ya que tenía que cruzar el centro para llegar a otro teatro a las 8pm. Allí había quedado con Nacho, que estaba visitando desde Praga, en ver otra función.

Al final nuestra tarde fue algo distinto a lo que pensábamos. Al llegar al teatro nos avisaron que la obra duraba cuatro horas y Nacho tenía que estar en casa sobre la medianoche para poder marcharse a coger un vuelo temprano. Por eso decidimos abandonar la función e irnos a cenar en su lugar. Así por lo menos podríamos aprovechar de las pocas horas que teníamos para hablar y ponernos al tanto en condiciones. Al final se unió una amiga suya y los tres nos lo pasamos pipa.

Dejo esta entrada por aquí, sin embargo, ya que el día siguiente llegaron un para de visitantes a Madrid y lo que acabamos haciendo merece su propia entrada…

28.11.23 — Diario

Vermont y Tennessee

Puede que ya hayas visto que poco a poco he estado escribiendo entradas de blog que documentan los quince días que pasé en Canadá y EEUU a principios de octubre. Fueron tan solo dos semanas, pero hice bastantes cosas así que partí la visita en seis entradas. Las recojo a continuación:


1De vuelta a Montreal

Llego a las Américas para comer poutine y pasar un finde de relax con Megan y Mallory. Desde allí bajamos y cruzamos la frontera estadounidense.

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2El otoño en Williston

Aprendo el significado de «leaf peeping» mientras disfrutamos del campo vermontés y sus productos de temporada.

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3Jay Peak

En una entrada que quizá sea la más bonita que he subido jamás, exploro las montañas del estado y todos sus colores otoñales con Maureen y Mallory.

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4Puestas de sol y piscinas naturales

Por fin Megan y yo podemos pasar un rato juntos. Nos subimos a un barco para ver el atardecer sobre el Lago Champlain y también nos bañamos en una poza.

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5Kevin en Vermont

Enseñamos todas las delicias de Vermont a un invitado muy especial, entre ellas la comida local. Quemamos todas las calorías al subir otra colina.

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6Dollywood

Se realiza un sueño de Danni y mío al reunirnos en Tennessee para visitar el parque de atracciones de Dolly Parton. Vemos un espectáculo de vaqueros, nos subimos a unas montañas rusas fabulosas y nos echamos unas cuantas risas en esta vuelta por el sur estadounidense.

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Como siempre, también puedes empezar con la primera entrada de blog del viaje e irle dando a “Próxima entrada” en el pie de cada página después de leer cada entrada. ¡Espero que os guste!

27.11.23 — Diario

Dollywood

Mi vuelo desde Burlington fue interesante ya que fue un avión pequeño que nos llevó durante el viaje de una hora y media hasta hacer escala en Washington DC, la capital del país. Salí del avión corriendo y ansioso para efectuar esta conexión, que salía tan solo 40 minutos después del aterrizaje de este primer vuelo, pero nada más bajarme del puente aéreo di la vuelta por una esquina y me topé al instante con la puerta del segundo vuelo. ¡Fue el destino!

Este vuelo me llevó más al sur y hasta Tennessee, donde Danni me recogió del aeropuerto en Knoxville. Desde allí nos condujo una hora hacia el este y hasta Pigeon Forge, la ciudad que nos acogería durante unos días mientras vivíamos un sueño colectivo: ¡íbamos a Dollywood!

Para los que no lo sepáis, Dollywood es un parque temático que tiene como dueña a la mismísima Dolly Parton. Su temática gira alrededor de la música country y el sur estadounidense y el parque en sí se encuentra en medio de las montañas Great Smokey. Danni y yo somos muy fans de tanto las montañas rusas como Dolly Parton, ¡así que este viaje prometía mucho!

No estaríamos «working 9 to 5» durante los próximos días.

Yo había llegado de noche así que lo único que nos quedaba por hacer era irnos a dormir en el hotel que Danni había reservado. El día siguiente desayunamos en la área pequeña de la recepción: ¡vaya experiencia! Observamos mientras los lugareños se llenaban los platos con pan con gravy, gofres con sirope y cereales con leche. Queriendo integrarnos bien, les copiamos el menú. Menuda bomba.

Tras desayunar alrededor de 5.000 calorías cada uno, nos subimos al coche y Danni condujo el tramo corto hasta el parque. Aparcamos el coche, pillamos la tranvía hasta la entrada y nos metimos dentro. ¡Por fin estábamos en Dollywood!

Pasamos un día estupendo de atracciones, picoteo y espectáculos, pero voy a pasar de todo eso por ahora ya que quiero saltar directamente al momento destacado del día: el espectáculo nocturno que fuimos a ver.

Al pillar nuestras entradas a Dollywood habíamos descubierto que el reino del entretenimiento de Dolly incluye unos espectáculos en vivo, entre ellos Stampede (en español, «estampida»). Intrigados por la premisa de un espectáculo de vaqueros, reservamos para verlo el primer día del viaje, lo cual suponía cortar el día en el parque para volver al hotel, echarnos una siesta breve en el hotel y caminar la distancia corta hasta el teatro.

Tardamos 15 minutos en caminar de un sitio a otro, estando los dos a solo 98m el uno del otro y separados por una carretera. Sé la distancia exacta porque la acabo de medir en Google Maps. Gracias a la brillantez de la priorización de los coches encima de todo que se hace en Estados Unidos, tuvimos que caminar por la carretera un rato hasta encontrar un cruce, esperar una eternidad en el semáforo que claramente estaba priorizando a los coches y luego volver a caminar por la otra acera. Al final se nos hizo gracioso todo: el ejemplo ideal del planeamiento urbano terrible que existe en América.

La caminata valió la pena al final porque el espectáculo fue una experiencia total. Llegamos mientras se bajaban grupos enormes de ancianos jubilados de una serie de autobuses y en eso momento supimos que nos iba a gustar el plan. Nos guiaron hasta nuestras butacas alrededor del anfiteatro de arena, nos preguntaron qué queríamos beber durante el espectáculo y luego se bajaron las luces.

El espectáculo fue muy divertida, con momentos cómicos y la participación del público entre escenas peligrosas realizadas a caballo. Luego nos encontramos algo distraídos al llegar la cena en medio del espectáculo: ¡nos sirvieron un pollo asado entero a cada uno! Fue un pollo pequeño, eso sí, pero al final cenamos una cantidad espantosa de comida mientras observábamos la acción suceder.

Creo que el momento más gracioso de la tarde fue justo al final del espectáculo, un momento en el cual todo se volvió muy estadounidense. Mientras sonaba ‘Color Me America‘ de Dolly, el presentador gritó «¡levantaos si estáis muy orgullosos de ser americanos!». En ese momento Danni y yo nos levantamos inmediatamente, gritando y berreando más alto que los estadunidenses verdad que estaban presentes. Donde fueres, haz lo que vieres…

Al irnos saliendo del anfiteatro Danni y yo nos estábamos carcajeando, un ataque de risa que se nos fue a peor al llegar a la tienda de regalos. Probamos todo tipo de productos de vaquero, pero nuestro favorito tuvo que ser este sombrero exaltado por la bandera estadounidense. No sé si se va a apreciar bien en la foto, pero habíamos estado llorando lágrimas reales de risa mientras nos los poníamos.

Salimos del lugar relativamente temprano así que decidimos dar una vuelta a conocer Pigeon Forge un poco mejor. Esta ruta nos llevó por la señal de Dollywood y luego pasamos una series de restaurantes y atracciones decoradas hasta petar con neones. Ente ellas figuraban unas tiendas en las que entramos en busca de un pijama, pero al meternos nos inquietaban los productos que exponían mensajes cuestionables y propaganda ideológica.

Aquí estoy yo junto a la mejor señal que he visto jamás.

Tras dormir bien en el hotel tras un día de pie, estábamos preparados para echar un día entero en el parque. Nos habíamos subido a bastantes atracciones el día anterior pero aún nos quedaban cosas por hacer, así que fuimos a hacer lo que mejor hacemos: crear una estrategia que nos dejara montarnos en las montañas rusas más grandes mientras esquivando las colas más largas.

Esta placa pone que no admiten a las mujeres en esta mina.

Hacía un día estupendo y nuestro plan estaba funcionando a la perfección. Pudimos montarnos en todas las principales montañas rusas antes de que se pusiera el sol. Entre ellas figuraron:

  • Blazing Fury: una vieja y cubierta montaña rusa de madera que tiene alguna que otra sorpresa.
  • Thunderhead: la mejor montaña rusa de madera que he experimentado, quizá llegue a ser la mejor montaña rusa a la que me he subido en la vida.
  • Mystery Mine: una montaña rusa cubierta con una caída más inclinada que una vertical.
  • Big Bear Mountain: una montaña rusa divertida y apta para toda la familia.
  • Lightning Rod: una montaña rusa de madera que es única en que te lanza por una subida enorme y luego te lleva por una serie loca de curvas, subidas y bajadas.
  • Wild Eagle: una montaña rusa en la cual los viajeros están sentados en los lados laterales de la vía en vez de estar encima de ella.

Esta última supuso el ejemplo perfecto de lo que hace que Dollywood sea tan especial. Su ubicación montañosa hace que la mayoría de las montañas rusas empiecen en el valle, se suben por las caras de las montañas y luego desaparecen fuera de la vista para el grueso del viaje. Esta configuración crea unos momentos espantosos mientras al rozar la vía el suelo y también te desorienta y te sorprenda ya que no tienes ni idea de lo que va suceder una vez te montas.

También fue una de las atracciones en las que nos sacaron una foto. Aquí estamos los dos intentando mantener la compostura mientras volamos por la cara de una de las montañas.

Después del atardecer el ambiente mejoró aún más en Dollywood. Junto a la emoción de montarse en una montaña rusa de noche, también se podía disfrutar de las luces. Echamos un rato caminando por el parque para verlo todo y pasamos por todo tipo de esculturas, pasillos iluminados y hasta una discoteca nocturna de terror. Esta caminata nos llevó de vuelta a Thunderhead, la montaña rusa de madera que tanto me había gustado. Acabamos subiéndonoslas tres veces seguidas ya que a esa hora no había cola casi.

El día siguiente volvimos al parque para el tercer y último día. Esta vez teníamos otros objetivos en mente, entre ellos subirnos a una última montaña rusa y buscar el famoso pan de canela que se hornea en el mismo parque. Ya que el sol había salido y hacía algo de calor, echamos un par de vueltas en los troncos. Al llegar de vuelta a la estación no había nadie en la cola así que nos dejaron quedarnos en nuestro tronco y pegarnos otro viaje. ¡Toma!

Tras subirnos a alguna atracción más ya nos apetecía un capricho dulce. Echamos un ojo a los caramelos de una confeccionaría pero al final decidimos que ya era hora de comprarnos un pan de canela. Tuvimos que esperar un rato a que saliera del horno, pero este pan enorme resultó ser una bomba riquísima de canela, azúcar y mantequilla. Hubiéramos guardado la mitad para más tarde, pero la bolsa en la que vino el pan ya estaba tan aceitosa que decidimos acabarlo todo en ese mismo momento.

Ya hinchados de pan, decidimos acercarnos a una atracción que sabíamos que tendría una espera larga para que se nos bajara un poco la comida: Lightning Rod. Esta montaña rosa no es solo única en el mundo por lo cual tiene mucha demanda, también es famosa por ser poco fiable y por estar rota casi más que está operativa.

En ese momento ya hacía bastante calor así que tuvimos suerte al llegar y ver que estaba la atracción operativa, por lo cual pudimos meternos en la cola y disfrutar de la sombra. Sin embargo resultaría que no éramos los únicos en sufrir por la temperatura: el sistema de lanzamiento se sobrecalentó y se rompió justo cuanto íbamos a ser los próximos en subirnos.

Nos encontramos justo detrás de las puertas en la estación y teníamos que decidir entre esperar a que arreglaran la montaña rusa o abortar la misión. Danni y yo no somos de rendirnos y también nos generaba curiosidad ver como arreglarían un fallo así, así que nos sentamos en el suelo de hormigón y observamos mientras el personal de la atracción despachaba coche vacío tras coche vacío.

Eventualmente dieron la luz verde, un momento que celebramos todos con gritos y aplausos. El pobre personal se veía tan cansados como nosotros, pero por lo menos nosotros disfrutamos de la recompensa de poder echarnos un viaje en esta atracción loca. Al pillar una foto a modo de recuerdo de este momento, vimos que la pobre chica en la siguiente fila se lo estaba pasando algo mal…

Nos urgía tanto subirnos a Lightning Rod todas las veces que pudiéramos ya que el 2023 será su último año de operar como está haciéndolo a día de hoy. Ya que el lanzamiento en subida les causa tantos problemas, durante el invierno van a cambiarlo por un elevador de cadena convencional, así que queríamos experimentarlo en su estado actual mientras pudiéramos.

Ya contentos de habernos subido a todas las atracciones, habernos comido todo el picoteo y habernos visto todas las vistas, pedimos a una tía que nos sacara una foto bajo el corpóreo icónico de Dollywood. Antes de salir por última vez del parque, compramos unos regalos en la tienda y luego cogimos el coche para hacer una última aventura antes de irnos de Tennessee.

Cerca de Pigeon Forge hay una gasolinera enorme con un supermercado igual de enorme que se llama Buc-ee’s y que Danni quería visitar. De camino a nuestro destino yo andaba con ganas de picoteo y chicles así que paramos en un supermercado local para coger alguna cosa.

Al entrar en el súper vi algo que para mi es el culmen de la cultura estadounidense: los carros motorizados de compra que utiliza la gente dentro de los supermercados. Nunca había tenido la oportunidad de usar uno, así que me acerqué y me subí a uno.

Estoy al punto de vivir mi sueño americano.

Luego empecé a recorrer el supermercado en mi carro mientras Danni intentaba alargarse de mí, cosa que ahora que lo pienso lo entiendo perfectamente. Llené la cesta con patatas, chocolates y otras guarradas sin tener que levantarme de la silla: la cima de la pereza humana y el consumerismo. Nos echamos unas cuántas risas a pesar de temer por la humanidad…

Aquí va lo que todos queríais: un vídeo de mi nuevo juguete:

Después de pagar y dejar el carro en su sitio, nos acercamos hasta Buc-ee’s. Aparcamos y entramos en otro plano de experiencias americanas: el sitio era una catedral al jarabe de maíz con alta fructuosa y las grasas saturadas. Había una pared entera de máquinas de refresco y puestos con todo tipo de sándwiches de carne y perritos y chucherías y patatas…

Cuando ya se nos pasó el asombro, Danni y yo pillamos un refresco y una cena cero sana. Esta la disfrutamos desde encima de una barbacoa que tenían a la venta en el parking. Fue una manera perfectamente cutre para ponerle lazo a unos días en el sur de los Estados Unidos.

hay nada más americano que una cena de comida industrial en medio de un parking enorme.

El día siguiente solo nos quedaba levantarnos, hacer la maleta y volver juntos al aeropuerto en Knoxville. Allí me despedí de Danni al subirse ella a un vuelo hasta Nueva York para pasar los últimos días de su viaje. Luego yo me subí al primero de dos aviones que me llevarían a cruzar de nuevo el charco.

Durante mi escala en Charlotte, me puse a hablar con una tipa muy charladora que me recomendó unas canciones menos conocidas de Dolly Parton. Me puse a escucharlas durante el segundo vuelo y me gustó una que se llama Mule Skinner Blues. ¿Quien diría que volvería a Madrid escuchando un canto a la tirolesa?

Estoy seguro que después de tantas historias me sobra decir que me lo pasé fenomenal en Pigeon Forge. Fue una experiencia habilitada por y mejorada infinitamente por la presencia de una de mis más viejas amigas. Estáte al loro para ver que planes tenemos juntos para el año que viene y luego para celebrar nuestros 30 años en el 2025…

16.11.23 — Diario

Kevin en Vermont

Bueno, el título explícito de esta entrada ya ha arruinado la sorpresa, pero vamos allí. Tras aterrizar en Montreal, explorar Vermont y luego pasar tiempo con Megan por Burlington, se unió un invitado especial desde Búfalo a la fiesta: ¡Kevin!

El día que llegó fue un sábado, así que por fin tuve la oportunidad de quedarme en la cama hasta tarde y vaguear toda la mañana. Megan y yo aprovechamos de la tarde cuando fuimos a Walmart (uno de mis sitios preferidos para ir a observar a la gente) y nos comimos un perrito caliente enorme de vacuno que compramos en un puesto al lado del Home Depot. ¡El sueño americano!

Nada dice “EEUU” como un perrito caliente en un parking.

Mientras nos atracábamos de comida callejera (me recordó a las pizzas de madrugada en Nueva York y las salchichas en Viena), yo veía acercarse a Burlington el puntito azul de Kevin en mi móvil. El viaje del estado de Nueva York a Vermont no es corto, son unos ocho horas, así que estaba muy feliz de que venía a pasar un tiempo con nosotros.

Andaba con muchas ganas de volverle a ver, ya que la última vez que le vi fue en verano del año pasado cuando vine a visitarles a él y a James en su ciudad, Búfalo. Megan ya había coincidido con Kevin una vez en el 2018, que fue cuando Kevin vino a visitarme en Madrid por primera vez. ¡El mundo es un pañuelo!

Tras reunirnos y echar un buen rato hablando, tocaba ir a cenar. Los tres nos acercamos a una pizzería local en la cual la gente llevaba su propio alcohol. Compartimos una botella de vino y echamos unas cuantas risas mientras comíamos de lujo. ¡Mejor compañía imposible!

Aquí estamos resplandeciendo después de un par de copas de vino.

El día siguiente salimos a explorar la ciudad de Burlington a pesar del cielo gris. Paramos en la misma tienda agrícola que había visitado unos días antes, pero esta vez íbamos en busca de donuts en vez de tartas. Megan había dicho que eran de los mejores donuts de arce en la faz de tierra. ¡Creo que tiene razón!

Esta bandeja de donuts recién fritos no fue el desayuno más sano…

Desde allí condujimos hasta el centro de Burlington para que Kevin lo conociera. Después de un rato de compras y de vagar por las calles, acabamos comiendo en Henry’s Diner. Megan y yo habíamos desayunando en este sitio el año pasado y a mí me había encantado. Esta vez no decepcionó: disfrutamos de la misma comida rica y el mismo café asqueroso que tanto extrañaba.

Mientras comíamos el tiempo se volvió feo, como bien se veía que iba a pasar toda la mañana. Volvimos al coche y a casa, ya que no había nada que nos apeteciera hacer bajo el frío y la lluvia que habían llegado así de repente. Hicimos la cena en casa y echamos la tarde noche viendo series. ¡Un gusto!

El día siguiente estábamos otra vez de pie, ya que Megan quería llevarnos a subir otra montaña tras mi visita a Jay Peak unos días antes. Nos condujo al monte Philo bajo un cielo soleado y empezamos a pegarnos una caminata hasta la cima. Me recordó un poco a la vuelta que di por las montañas de Oslo, pero esta vez se disfrutaba de unos colores más vividos y otoñales.

Las vistas panorámicas desde la cima fueron increíbles. A pesar de la neblina y la lluvia en el fondo, podíamos ver hasta bastante lejos, así que echamos un rato sacándonos fotos y haciéndonos los tontos – lo de siempre.

A saber lo que estábamos haciendo aquí…

Al volver al pie de la montaña se puso a llover de nuevo, pero suponíamos que pasaría en breve así que fuimos a comer a una granja local. Llegamos y nos enfrentamos con una cola larga y la lluvia que acababa de volver, así que al final pillamos unas patatas fritas de otra tienda y fuimos a casa.

Esa tarde Kevin y yo salimos a hablar los dos y así dejar que Megan descansara un poco de tanto hacer de guía turística y conductora. Caminamos un poco por el centro de Burlington y luego nos plantamos en la terraza de un bar. Ahí echamos unas cuántas risas y nos pusimos al día con cotilleos nuestros mientras con una pinta en la mano y unas patatas fritas en la mesa.

Al despertarnos el día siguiente Kevin tuvo que partir temprano para llegar a una hora decente en Búfalo. Nos despedimos y luego tuve que empezar a hacer la maleta, ya que yo también salía de Vermont el día siguiente. Megan y yo hicimos unos recados y nos pusimos a preparar la cena en casa. Habíamos invitado a todo el mundo para una última quedada antes de que me fuera.

Hice una pasta gratinada y Megan hizo una tarta de manzana. Disfrutamos la cena en la casa de Maureen y Terry, lo cual supuso una despedida fabulosa mientras me encontraba rodeado por muy buena gente. ¡Ya estaré de vuelta en cuanto pueda!

El día siguiente me levanté, acabé de hacer la maleta, comí y esperé a que Megan me llevara al aeropuerto de Burlington. Me vino a recoger después del trabajo y me condujo hasta allí, donde hice tiempo en la terminal pequeña hasta embarcar a mi avión igual de pequeño para acercarme a otro lado de los Estados Unidos…

Como siempre, os contaré más ya en la siguiente…

12.11.23 — Diario

Puestas del sol y piscinas naturales

Tras reunirme con Mallory y Megan en Montreal, volver a ver a todo el mundo en Williston y luego subir Jay Peak con Maureen y Mallory, por fin tocaba que pasara tiempo de calidad con Megan. Como es una vieja amiga y una experta local (esto lo descubrí el año pasado cuando preparó un plan espectacular para nuestro tiempo en Vermont y Nueva York), yo tenía muchas ganas de ver lo que tenía planificado.

Puesto que yo tenía que madrugar todos los días a conectarme al trabajo, un día me eché una siesta después de la cual Megan llegó a casa. Me dijo que cogiera el bañador y una toalla y fuimos juntos a un sitio llamado Bolton Falls. Yo asumía que no sería el Bolton que conozco yo, un pueblo cercano al mío, ya que eso supondría un viaje importante para ir a un sitio bastante feo…

Megan aparcó el coche en un pequeño prado al lado de la carretera y me llevó por un pequeño camino de tierra. Este dio paso a un pequeño lago ubicado al pie de una serie de pequeñas cascadas rodeadas por árboles. Era un lugar muy tranquilo que los vermonteses llaman un «swimming hole» («poza para nadar»), pero con el frío que hacía, yo entendí que solo nos mojaríamos un poco los pies y ya está.

Era un sitio pintoresco pero hacía bastante fresco.

Resultó que Megan tenía planes más aventurados para los dos. Tuvimos que vadear por la parte menos profunda de la piscina, algo que averiguamos con la ayuda de un perro que vadeaba por un trama del agua sin problema ninguno. Una vez llegados la otra orilla, subimos las rocas hasta la cima de las cascadas, un sitio que ofrecía unas vistas preciosas sobre el valle.

Aún no comprendo como puede ser tan bonito Vermont.

Ya en lo alto de las cascadas donde el agua se acumulaba antes de descender hasta la piscina inferior donde habíamos empezado nuestra subida, Megan se animó a tirarse al agua. Se lanzó directamente a la piscina fría después de un poco de motivación mía y de los demás que estaban pasando la tarde en la poza. Al final yo la seguí, aunque yo tardé bastante más en atreverme. ¡Yo estaba tan feliz con solo los pies metidos!

Nos quedamos un rato viendo los otros visitantes tirarse desde una cornisa al agua de otra piscina, esta siendo perfectamente circular gracias a los corrientes feroces del agua. Decidimos que nos apetecía zambullirnos igual que ellos, pero no nos atrevíamos a la caída de 5m así que bajamos a la piscina inferior a ver si había un sitio más seguro.

Una vez encontrado un sitio que nos inspiraba confianza, los dos nos cogimos de la mano y nos lanzamos a la parte más profunda de la piscina. Nos gustó tanto que lo hicimos otra vez y luego una vez más, cosa que supuso entretenimiento para una pareja que acababa de llegar a bañarse también.

Creo que nunca había nadado en un entorno tan bonito.

Cuando llegó la hora de irse tuvimos que llevar nuestras cosas de un lado de la piscina a otro, una tarea que realizamos alzándolas encima de nuestras cabezas. Esto podía haber acabado en desastre pero menos mal que no fue así. Nos secamos y nos cambiamos dentro de y alrededor del coche – un reto importante en un espacio público.

Dede Bolton Falls fuimos a cenar en un pueblo cercano para ponerle lazo al día. Disfrutamos unos panes bao deliciosos y compartimos una hamburguesa, todo acompañado por una copa de vino tinto. Fue la oportunidad perfecta para conversar después de tantos días de yo recorrer casi todo Vermont.

También nos desviamos de camino a casa para pasar por en frente de la casa de unos vecinos de Maureen y Terry. Megan me había asegurado que ya tendrían puestas las decoraciones de Halloween y que siempre se pasan tres pueblos. ¡Tenía razón!

El día siguiente Megan y yo volvimos a pasar la tarde juntos. Ella había comprado unos billetes para que nos subiéramos a The Spirit of Ethan Allan, un barco que vi el año pasado desde el puerto. Nos habíamos apuntado a la expedición para ver el atardecer sobre las Montañas Adirondack desde el Lago Champlain, algo que yo llevaba queriendo hacer desde que me lo comentó Maureen hace doce meses.

Llegamos al barco a última hora, como ya es costumbre. Aparcamos el coche y nos subimos a bordo con tan solo cinco minutos de margen, pero aún así conseguimos un sitio para sentarnos en la popa. Megan fue a por bebidas, yo pedí unos nachos de pollo como picoteo y zarpamos del puerto.

Al ver Burlington desde el agua me di cuenta de lo pequeña que es la ciudad.

Enseguida nos llegó una bandeja enorme de nachos y nos pusimos a picarlos mientras The Spirit of Ethan Allan se acercaba al centro del lago. Pasamos por el faro que marca le entrada al puerto, una serie de veleros y luego un grupo de adolescentes que se estaban tirando de la misma roca que habíamos visto Megan y yo desde nuestros kayaks el año pasado. Era todo muy bonito.

Os presento a Vermont.

Después de casi dos horas de recorrido y unas de las mejores vistas de un atardecer que uno podría esperar ver jamás, el capitán giró el barco y empezamos el camino de vuelta a Burlington. Al llegar a casa, Megan y yo preparamos la cena y luego salimos con Megan II (la compañera de casa de Megan que también se llama Megan) y Mallory. Esta salida duró poco, sin embargo, ya que estábamos todos cansados. Volvimos a casa tempranito a descansar y dormir.

Estas dos tardes que pasé con Megan fueron preciosas. Una vez más me enseñó lo mejor de Vermont, pero más que nada aprecié mucho la oportunidad de pasar el rato juntos, echarnos unas risas y conversar sobre todos los temas que teníamos en mente.

Aún quedaban más días de mi visita a Vermont, pero estábamos al punto de recibir a otra persona muy especial. Os contaré más sobre ese tema en la siguiente entrada de blog…

11.11.23 — Diario

Jay Peak

Después de mis primeros días en Vermont, tocaba hacer un poco de leaf peeping (descube su significado en mi última entrada de blog) de verdad. Megan estaba trabajando así que Mallory se acercó a casa para unirse al plan con Maureen y yo. Al final fue de los días más pintorescos del viaje entero: ¡sigue leyendo para ver unas fotos chulas!

Los tres nos subimos al coche de Maureen y empezamos nuestro viaje al norte de Vermont, donde las hojas se encontraban «en su pico», es decir, en su momento de color más impactante. Maureen había decidido subir hasta Jay Peak, una montaña que se ubica justo debajo de la frontera canadiense.

Antes de llegar, había que hacer algún recado. La primera parada fue en una tienda insulsa al lado de la carretera. Tanto Maureen como Mallory proclamaron que tenía los mejores helados de sirope de arce en el estado entero, así que pillamos uno de estos caprichos dulces para cada uno.

No soy experto en el sirope de arce, ¡pero estuvo muy bueno!

Tras avanzar un poco más por la carretera, paramos a comer en una cafetería. El año pasado yo me había enamorado de los bocadillos frescos que se elaboran por la zona, así que pedí uno de pavo y beicon. Lo devoré en una mesa de picnic al pie de las colinas detrás de la cafetería. Ahí Maureen hizo conversación con unos ciclistas que iban a pasar el día montando por el área. ¡Un lugar increíble para pasar el día en bici!

Una vez acabada la comida, volvimos al coche determinados que llegaríamos a Jay Peak sin tardar demasiado. Esto lo pensábamos hasta pasar por lo que parecía ser un buen sitio para sacarles fotos a las montañas, así que aparcamos e involuntariamente nos topamos con un proveedor de bienes de piedra cuyo especialidad era la construcción de chimeneas y estructuras para el jardín. Mientras Maureen se puso a hablar con la dueña, Mallory y yo nos largamos un poco para sacar unas fotos del entorno maravilloso.

En nada ya me di cuenta de que me había largado un poco de más al describir un camión cromado y luego unas herramientas de granja abandonadas. Todo esto lucía precioso al encontrarse enmarcado por el bosque otoñal que cubría la colina entera. Pero me corté, volví al coche y seguimos de rumbo otra vez más.

Esta no iba a ser la última parada, sin embargo. Después de conducir un rato más de repente nos encontramos acercándonos a un lago escondido entre las cuestas y las curvas de la carretera rural. Supuso una oportunidad que no podíamos dejar pasar, así que volvimos a aparcar el coche y nos bajamos. En aquel momento nos vimos rodeados por uno de los entornos más impresionantes que he visto jamás.

Alrededor del lago se veían los colores cálidos del bosque denso.

Naturalmente no éramos los únicos en aparcar para apreciar las vistas. Nos pusimos a hablar con una pareja, aunque la pareja que más envidia me daba era una que veía flotando en sus kayaks en el superficie del lago. Imagínate remar por este lago mientras rodeado por esta panorámica.

Si te fijas bien, se ven los dos kayaks en esta foto.

Al volvernos a subir al coche y seguir de rumbo entre el follaje bonito, lo único en lo que podía pensar era la canción de country mítica «Take Me Home, Country Roads» de John Denver. Sé que él era del lado opuesto de los EEUU, pero el sentimiento de la canción me parecía encajar perfectamente con el ambiente mientras rodábamos por las carreteras rurales sin toparnos con ningún otro coche.

Eventualmente llegamos a Jay Peak y subimos el coche lo que podíamos por la montaña hasta tener que aparcar y coger un teleférico para lo que quedaba del camino. El viaje parecía al que hice con Megan hasta la cima del monte Mansfield el año pasado, aunque esta vez gozábamos de un mejor tiempo – ¡aunque sí que hacía frío!

Los colores de estas fotos lucen algo falsos, pero prometo que son de verdad.

Después de comprar billetes para la subida, esperamos hasta la siguiente salida, que se efectuaban cada media hora hasta las 5pm. Ya eran las 4pm cuando nos subimos a la góndola, ¡así que el tiempo nos corría!

El viaje fue una pasada. Desde la cabina veíamos el estado entero y hasta nos acercamos a las copas de los árboles al volar encima de ellos. Mientras no nos quedábamos atontados viendo todo, conversábamos con el operador a bordo. Nos contó la historia de esta «tranvía aérea» y nos apuntó unas de las vistas más importantes durante nuestro ascenso hasta el cielo. Dejaría escritos por aquí algunos datos si pudiera, ¡pero tengo la memoria fatal!

Nuestra góndola pasó al lado de la otra que bajaba, se nos destaparon los oídos y dentro de nada ya habíamos llegado a la cima. Volvimos a pisar tierra firma y seguimos las señales hasta el mirador de Jay Peak, un sitio que nos ofrecía unas vistas panorámicas desde la otra cara de la montaña.

Ojalá que el tío que nos sacó la foto me hubiera avisado que había dejado mi bolsa en plena vista…

Mallory y yo fuimos a explorar un poco y volvimos a encontrar que Maureen se había puesto a charlar con el tipo que nos había sacado la foto. También nos habló otro hombre que había estado sentado solo admirando las vistas. Nos explicó todo lo que estábamos viendo desde la cima, lo cual incluía una línea blanca fina que era el reflejo del agua de los Grandes Lagos. Como molaba.

Cuando le preguntamos a este hombre cómo sabía tanto sobre el tema, nos reveló que había trabajado en el teleférico de la montaña durante muchos años. Al aprender esto, no podía no preguntarle qué nos pasaría que nos perdiésemos el último viaje de vuelta al parking. Dijo que siempre hacen un viaje más después del último que anuncian por si acaso. Así me quedé más tranquilo.

Pero eso sí, también nos relató la historia de un grupo que tampoco llegó a coger este último viaje de emergencia y que se quedó completamente tirado. Nos contó como se ofreció voluntario a ayudarles y que coordinó con las autoridades locales para guiar a los turistas varados de vuelta a la civilización. En mi cabeza me estaba imaginando una misión de rescate con helicópteros y todo, pero no fue así: los pobres tuvieron que pegarse una buena caminata de unas horas por la cara de la montaña en la oscuridad.

Ya suficientemente espantados por su historia, nos aseguramos bien de estar para el descenso de las 4:30pm, tan solo treinta minutos después de haber llegado a la cima. El descenso fue casi más impresionante que la subida, aunque el operador comentó que el mejor momento para ver las hojas había sido una semana antes de nuestra visita.

Ya de vuelta al coche, empezamos el viaje de vuelta a Williston. Por el camino Maureen quería pagar una visita a la tumba de un familiar, así que Mallory y yo le dejamos en paz y dimos una vuelta por el cementerio. Me gusta mucho pasear por los cementerios, porque aunque suponen un espacio con un aire de tristeza, me parecen tranquilos y bonitos y me generan mucha paz.

Este cementerio me parecía un sitio especialmente bonito en el que descansar.

Volvimos a la casa de Maureen y Terry en Williston y Mallory se volvió a su casa desde allí. Yo me tumbé en el sofá y Maureen puso The Great British Bake Off en la televisión. Fue la manera perfecta de ponerle fin a un día de exploraciones de lo mejor que puede ofrecer Vermont en otoño. ¡Muchas gracias de nuevo a Maureen por llevarnos a hacer unos recuerdos maravillosos y sacar unas fotos preciosas!

09.11.23 — Diario

El otoño en Williston

Nuestro viaje sobre la frontera de los Estados Unidos desde Canadá no nos había dejado en Vermont, el estado adonde nos dirigíamos, sino en el estado de Nueva York. Por desgracia, no iba a visitar Nueva York ni Búfalo como hice el año pasado, así que tendríamos que dirigirnos hacia el este ahora que andábamos en tierras estadounidenses.

Pero esa parte del viaje tendría que esperar hasta después de una parada para pillar picoteo y batidos. Megan y Mallory me llevó a Stuart’s Shop, un sitio mágico en donde podíamos pedir que convirtieran cualquier sabor de helado en un batido enorme. Yo me pedí uno de tarta de manzana y supo a gloria.

Con la mayoría de nuestras calorías diarias ya consumidas, los tres volvimos al coche y nos acercamos a la frontera de Vermont, un tramo que nos llevó sobre el agua del bonito Lago Champlain. Al cruzar la frontera, empecé a ver lo que había venido a ver: los colores otoñales increíbles que se encuentran por toda esta zona norteña de los Estados Unidos.

Enseguida pasamos por una señal que ponía “Leaf peepers: atentos a la carretera”. Pregunté por el significado de la palabra ‘leaf peeper’ (literalmente “espía de hojas”) y me contaron que se usa por esas partes para denominar a los que vienen a Vermont para ver las hojas de los árboles en otoño. ¡Yo era un leaf peeper!

Megan también me explicó que tienen que poner ese tipo de señales por las carreteras ya que la gente se distrae tanto por los colores impactantes de los árboles que se suele subir la taza de accidentes de tránsito durante esa época del año. A Megan no le iba a pasar eso, sin embargo, así que en nada ya llegamos a la casa de sus padres en Williston.

Leaf peepers: atentos a la carretera.

Me alegró mucho de volverles a ver a Maureen y Terry. Quiero darles las gracias desde ya por volverme a acoger en su casa encantadora. Ahí deshice la maleta, descansé un rato tras el finde en Montreal y en nada ya estuve abajo con Maureen ayudándole a hacer una ensaladilla antes de que llegaran los invitados a una cena esa noche.

Todos los amigos de Megan que conocí el año pasado llegaron y nos pusimos todos al día. Terry encendió la parrilla y nos preparó unas brochetas y perritos calientes muy ricos. Cenamos todos juntos en su jardín bajo el calor poco usual para la temporada. ¡Fue una noche maravillosa!


El día siguiente madrugué para conectarme al trabajo, pero gracias a esta misma diferencia horaria me tocó desconectarme a mediodía. Así pude bajar al jardín a charlar con Maureen mientras nos comíamos las sobras de la barbacoa de la noche anterior.

Al salir del trabajo, Megan se acercó con Mallory y los tres salimos a dar un paseo antes de las actividades de esa noche. Sacamos a Ellie, la perra de la familia, para un viaje hasta una tienda de productos agrícolas cercana mientras el sol empezó a ponerse lentamente.

Aquí están las tres chicas de camino a la tienda.

Esta vuelta resultó ser muy agradable a nivel estético. Llegamos a la pequeña tienda de madera para encontrarla rodeada por todo tipo de calabazas y otros productos de temporada. Había cientos de calabazas naranjas por todos lados y entre ellas figuraban estas verrugosas que resulta que las llaman ‘warty goblins’ (“duendes verrugosas”) directamente. ¡Que gracioso!

Me resultaba difícil sacar una foto mala al estar rodeado por estas vistas.

Cuando por fin Megan consiguió persuadirme que entrara en la tienda, eché unos minutos explorando los productos, desde piruletas de azúcar puro hasta un azúcar hecho de sirope de arce. Este último me lo compré para llevármelo de vuelta a Madrid. También me enseñaron otro capricho en la forma de una pajita de plástico llena de miel. Me compré uno de esas también y me la chupé mientras volvíamos a casa.

También pillamos una tarta de manzana a modo de postre para esa noche. Breen y Aaron nos habían invitado a cenar en su casa y luego a ver el primer capítulo de una serie llamada ‘The Bachelor’. No sé si este programa sobre un tipo mayor que buscaba pareja era mejor o peor que ‘The Bachelorette’, otra serie parecida que me obligaron a ver el año pasado

Me quedé encantado por las hojas otoñales que brillaban bajo el sol vespertino.

La cena fue una delicia: una lasaña de pavo acompañada por pan de ajo elaborado con mucho mimo por Megan. También picamos un poco de queso con galletas saladas caseras hechas por Breen. Aún estando muy embarazada ¡se le daba fenomenal en la cocina!

Fue una tarde de diversión y risas mientras cada uno opinábamos sobre las decisiones hechas por dicho señor mayor al buscar el amor en The Bachelor. Se agradecía mucho también la compañía de Libby, la perra de Breen y Aaron, además de la de su gato, cuyo nombre hasta lo que he podido averiguar es simplemente ‘Gato’.

Ya lleno de comida y cansado tras un día largo, me dormí nada más acostarme. Menos mal también, ya que el día siguiente habían organizado un plan bastante intenso: ¡pero os contaré más sobre eso en breve!

04.11.23 — Diario

De vuelta a Montreal

Como puedes apreciar, he tenido un verano movido. Entre viajes a Japón y Asturias y luego muchas visitas de amigos a mi casa en Madrid, apenas he tenido tiempo para respirar entre julio y septiembre. Octubre también prometía ser un mes entretenido, sin embargo, ya que tenía otro pequeño (véase: grande) viaje: ¡volvía a los Estados Unidos!

El año pasado pasé un mes entero viajando por América del Norte, lo cual documenté en su totalidad aquí en mi blog. Este año hice lo mismo, aunque esta vez durante solo quince días. Empecé la aventura de la misma manera al coger el mismo vuelo fácil y (relativamente) barato desde Madrid a Canadá.

Este viaje fue sin incidencias. Los únicos inconvenientes fueron un viaje largo hasta el avión en las pistas del Aeropuerto de Madrid y luego un desembarco lento en Montreal. Este retraso fue debido al uso de un «PTV» (las siglas representando “vehículo de transporte de pasajeros” en inglés). Esta máquina curiosa parece un autobús que sube hasta la puerta del avión, baja hasta el nivel del suelo y luego vuelve a subir para dejar a los pasajeros en la terminal.

El vuelo fue de 8 horas, pero después de aguantar las 14 al volver de Japón, se me hizo hasta corto.

Tras cruzar la frontera canadiense salí afuera y esperé a mis amigas, ya que venían Megan y Malory para recogerme desde el aeropuerto. Los tres habíamos quedado en pasar una noche juntos en Montreal, esta vez en un hotel de más nivel que el del año pasado cuando fuimos solo Megan y yo.

Reunidos por fin, los tres nos pusimos al tanto entre risas en el coche mientras nos acercábamos al centro de la ciudad. En Montreal esa noche había un partido importante de hockey sobre hielo, por lo cual el parking del hotel estaba bastante lleno cuando llegamos. Conseguimos una plaza y subimos directamente a la habitación ya que Megan y Malory habían hecho el checkin al llegar más temprano.

Ya se hacía de noche así que nos dimos prisa para hacer lo que más nos llamaba: aprovechar al máximo del hotel pijo. Este se encontraba en la décima y última planta de un edificio de oficinas. Contaba con unas vistas maravillosas, junto con una piscina, una sauna y un vestíbulo muy bonito. Nos pusimos los bañadores y Megan se pilló una copa de vino, luego los tres nos echamos a la piscina y pasamos un rato descansando. ¡Me vino de lujo después del viaje largo!

Cansados y hambrientos, volvimos a la habitación en nuestros albornoces blancos y nos cambiamos para salir a cenar. Estando en Canadá, solo existía un plato que nos serviría: ¡poutine! Megan buscó un restaurante local y nos acercamos hasta allí.

Llegamos al restaurante con mucha hambre, por lo cual naturalmente pedimos demasiada comida. Disfrutamos de tres variantes de poutine, una de ellas siendo la combinación clásica de patatas fritas, salsa de carne y queso. Para rematar, pedimos unos batidos enormes a modo de postre. Fue un gusto, pero nos dejó teniendo que volver al hotel rodando…

El sol salió por la mañana en el hotel.

El día siguiente no teníamos pensado hacer mucho. La única prioridad era volver a la panadería buena que habíamos descubierto Megan y yo el año anterior. Ahí desayunamos unos cruasanes y café, sin olvidarnos (bueno, casi nos olvidamos la verdad) de coger unos panes de aceitunas para llevar con nosotros a Vermont.

Por el camino nos topamos con una sorpresa bonita en la forma de una boca de metro parisina que se había traslado a Montreal. Me acordaba de haber estudiado estos iconos del modernismo en mis clases de diseño. Nos sacamos esta foto haciendo referencia a otro obra de arte famosa. ¿La pillas?

El modernismo colisiona con La creación de Adán.

Ya de vuelta al hotel, hicimos las maletas y las subimos al coche para luego conducir hacia el sur y la frontera entre EEUU y Canadá. Al igual que la última vez, Megan nos llevó por un cruce de frontera más pequeño por las calles estrechas del campo. Otra vez más me pidieron bajar del coche mientras Megan y Malory pudieron cruzar directamente.

La experiencia fue agradable, a pesar de tener que esperar un rato mientras mandaron a unos italianos de vuelta a Canadá mientras esperaban a que se aprobara su aplicación. Yo no sufrí problema ninguno: el tío hasta me dejó pasar sin pagar la cuota ya que no le daba la gana activar el datáfono. ¡Que majo!

Ya dentro de los Estados Unidos, voy a dejar el resto del cuento hasta la próxima entrada de blog. Al final fueron solo dos semanas, pero al final conseguimos hacer muchas cosas, así que prepárate para una lluvia de entradas que contarán todas las travesuras…

01.11.23 — Diario

Gijón, Madrid, Gijón

Ya de vuelta a Madrid después de un viaje a Asturias con mis padres, nos tocó mudarnos a nuestra nueva oficina en Erretres. Esta mudanza se realizó en un plis. Trasladamos todas las cosas en tiempo récord y nos acomodamos al instante. Me recordó al primer cambio de oficina que experimenté en la empresa hace siete añazos ya…

A un nivel ya más personal, he realizado unos cambios de estilo de vida ya después de mis viajes a Japón y Asturias. Entre estos cambios quedaron apuntarme al gimnasio, retomar la natación y hacer un esfuerzo para comer mejor. Aún sigo intentando hacer estas tres cosas mientras escribo esta entrada de blog unos dos meses después, así que ¡a ver como va el tema!

Como bien indica el título de esta entrada de blog, yo aún andaba inquieto aquí en Madrid. Para algo de contexto, llevo intentando canjear mi carné de conducir británico durante un buen rato ya. Como te puedes imaginar, me estaba costando la vida conseguir una cita previa en la DGT.

Al ponerme a investigar, descubrí que habían citas disponibles en la oficina de Gijón. Ya que esta ciudad es como mi segundo hogar, pillé unos trenes y subí a verle a Cami durante un par de días.

Este túnel curioso se situaba en una gasolinera por el camino.

Una vez llegado a Gijón, pasé unos días cortos pero divertidos con Cami. Entre el teletrabajo, conseguimos realizar una sesión en el gimnasio, una tarde de película, ir de compras, pasar por la DGT y hasta cenar en casa un plato de curry japonés delicioso que preparó Cami. Fue un viaje súper agradable pero demasiado corto.

Al volver a Madrid tuve que trabajar una semana más antes de irme de aventura a otro lado – pero más sobre esa en mi próxima entrada de blog. Antes de volar, quería aprovechar el tiempo otoñal aquí en la capital, para lo cual quedé con Sara para dar una vuelta por Retiro.

Este paseo vespertino en la luz cálida acabó con una infusión en una terraza cerca del lago del parque. Fue la manera perfecta de ponernos al tanto y despedirnos antes de que me fuera un par de semanas.

Los próximos dos días andaba ocupado entre hacer la maleta y agobiarme sobre el hecho de haber dejado estas preparaciones hasta el último momento. ¡Estas cosas no cambian nunca! En breve volveré a contaros más sobre este viaje…