23.09.22 — Diario

Nos despedimos de Vermont

El día tras el circo único de Bread & Puppet, Megan y yo optamos por tener una mañana relajada en casa antes de ir a desayunar algo tarde sobre mediodía. Megan quería llevarme a uno de sus sitios favoritos, una cafetería antigua que había identificado como una visita obligatoria después de que yo le diera la chapa sobre como quería vivir todo tipo de americanadas.

Le echamos unas monedas al parquímetro y nos acercamos a Henry’s Diner, un sitio que lucía feo desde fuera pero era un gusto por dentro. Nos sentamos en una mesa de banco y la camarera nos tomó nota: dos desayunos completos con una selección de nuestros caprichos favoritos.

La comida estuvo absolutamente deliciosa y el café absolutamente asqueroso – pero creo que eso forma parte de la experiencia. Como dijo Megan, ¡no es un desayuno estadounidense sin un café malo! Me zampé unos huevos escalfados, unas patatas sazonadas, una tostada francesa con sirope de arce y un bollo de pan que lo llaman un “English muffin” (bollo inglés). Lo escribo así entre comillas porque nunca vi uno de esos bollos en Inglaterra en mis veinte años de vivir allí.

De vuelta a casa, Megan se echó una siesta y yo me volví a montar en la bici que había usado unos pocos días antes. Me acerqué a un supermercado a pillar algunos regalos, donde le llamé a mi hermana para que nos riéramos del tamaño exagerado de todo y me indicó qué comida quería que le pillara para que la probara en Madrid: unos M&Ms de crema de cacahuete.

Al salir del supermercado me di cuenta de que había empezado a caer, pero me subí a la bici de todas formar para disfrutar del frescor mientras subí la cuesta empinada hacia la casa de Megan.

Por la tarde, nos acercamos a la casa de sus padres para volver a ver The Bachelorette. Maureen nos preparó una cena rica de pollo y nos servimos unos gintonics generosos mientras veíamos la serie juntos. El descanso para tomar el postre incluyó unos caprichos como una tarta de queso con lima y unas de té con chocolate.

El día siguiente volvimos al centro de Burlington para que comprase algún regalo más para Maureen y Terry para darles las gracias por recibirme en casa y enseñarme su estado bonito. Decidimos comer en casa ya que teníamos que comer las sobras antes de irnos de Vermont para nuestra próxima aventura – pero dejaré esa sorpresa para la siguiente entrada de blog.

Luego habíamos quedado en volver a pasar la noche viendo la tele, pero esta vez en la casa de Malory. Unos días antes mientras bebíamos antes de nuestra noche de karaoke, Malory me había preguntado si había visto Diana: El Musical. Me sorprendió enterarme de la existencia de tal musical y se emocionó mucho diciéndome que lo viera, así que se organizó una noche para que lo viéramos todos juntos.

Empezamos la noche con unas pizzas y unas risas, después de lo cual me pusieron otro gintonic mediocre. Probé muchas bebidas ricas durante mi estancia en los EEUU, pero la verdad es que Kevin lo clavó al observar que todas las ginebras estadounidense saben a árbol.

Diana: El Musical supuso una experiencia bastante única. Nos reímos hasta tomar un descanso para que yo probara unas galletas con sabor a lima que estaban bastante ricas. No sabía como reaccionar frente la existencia que habla de la vida y la muerte de Diana, pero fue una noche de diversión inocente que me gustó mucho.

El día siguiente Megan y yo volvimos a salir a las carreteras para nuestra última excursión antes de irnos de Vermont. Este viaje nos llevó a la cima del monte Mansfield, la montaña más alta del estado. Para llegar allí tuvimos que pasar por un camino que se llama Smuggler’s Notch (el paso de los contrabandistas), un paso de montaña que se usaba en su momento por los contrabandistas que traficaban alcohol desde Canadá a los EEUU durante la era que el alcohol quedaba prohibido en el país.

Una vez allí nos aceramos al teleférico, que nos proveyó con unas vistas espectaculares durante el ascenso largo. En la cima, dimos una vuelta para apreciar el entorno, durante lo cual Kevin me llamó y aproveché la oportunidad de coger la videollamada y saludarle desde la cima de la montaña más alta de Vermont.

Tras un rato hablando con Kevin, decimos echarle un ojo a una de las rutas que se puede tomar para llegar a la cima. La senda se veía complicada y el sinfín de avisos en su entrada fueron la gota que colmó el vaso y que nos hicieron abandonar la subido. Sí que entramos un rato para sacarnos unas fotos en algunos sitios chulos, pero luego nos cansamos y nos echamos atrás.

Esta fue la cima de verdad que aún no habíamos alcanzado.

Decidimos abandonar la senda al encontrarnos con este paso estrecho, mojado y musgoso.

De vuelta a la estación del teleférico, Megan se pilló un gofre y salimos a compartirlo en unas sillas que se habían instalado sobre el valle abajo. Empezaron a llegar cada vez más nubes, así que al final nos subimos al teleférico para volver al coche.

Desde allí nos acercamos al siguiente destino, uno que tenía ganas de visitar desde que conocí a Megan en Madrid donde me hablaba tanto de él. El sitio se llama el Von Trapp Lodge, un hotel que sigue siendo operado por la familia Von Trapp, la misma familia cuya historia se ve representada en la película famosa “Sonrisas y lágrimas”.

Por supuesto que conducíamos con la banda sonora de esta película a tope, cantando todas las canciones de ese musical tan maravilloso. Ya llegados al hotel, pillamos una cerveza y salimos a tomarla en la terraza, donde Megan me informó que la chica que nos había servido era la bisnieta de María y el Capitán. ¡Menuda locura!

Megan conocía bien el sitio ya que había trabajado allí, así que sugirió que bajásemos a la cervecería a tomarnos otra caña y comer algo. Compartimos unos pretzels con salsa de queso, unas salchichas y un schnitzel de pollo. La comida estuvo buena y la compañía era guay ya que nos pusimos a hablar con unos ex compañeros de Megan.

Luego nos fuimos del hotel de los Von Trapp, pero nos quedaba una para más por hacer antes de volver a Burlington: ¡la fábrica de Ben & Jerry’s! No nos daba tiempo hacer un tour de la fábrica de la marca de helados más famosa del mundo, pero sí que pudimos probar unos sabores exclusivos en unos conos de gofre fresco.

A Megan le encantó que le obligara a tomar esta foto turística conmigo…

Había sido otro día intenso y me tocaba hacer la maleta para la siguiente parte de mi viaje, pero este momento de organización no supuso el fin del día. Maureen y Terry vinieron hasta la casa de Megan y les presenté con los regalos, después del cual nos fuimos juntos a un restaurante italiano en el centro de la ciudad.

Pascolo’s fue un sitio muy guay con una bodega antigua que creaba un ambiente muy agradable. Compartimos una botella de tinto y pasamos la noche hablando de todo tipo de cosas. Los ñoquis frescos que pillé estuvieron muy ricos y nos lo pasamos muy bien. Después de la cena, me despedí de Terry al irnos a nuestros coches separados.

No me había despedido de Maureen aún ya que vino la mañana siguiente para recogernos y llevarnos a nuestro siguiente destino. Megan y yo dijimos adiós con la mano cuando nos dejó en el Aeropuerto de Burlington, donde pillamos un vuelo de tan solo una hora para empezar nuestra próxima aventura…