19.09.22 — Diario

Un día intenso en Burlington

Antes de hablar del día intenso, debería mencionar la fiesta que asistimos la noche anterior. Nos habían invitado a la casa de los padres de Megan para echar una mano con las preparaciones para la fiesta de despedida de Scott. Unos días después se iba a mudar a Croacia para empezar un nuevo trabajo – ¡menudo cambio!

A mí y a Megan nos encargaron con preparar las mazorcas de maíz, una tarea que supuso quitar la cáscara de las mismas. Luego preparamos los platos de queso, algo que se convirtió en un concurso al intentar los dos montar el mejor diseño compuesto de quesos, uvas, panes y las tablas de madera en sí.

Enseguida empezaron a llegar todos y se arrancó la fiesta con bebidas variadas y una parrillada. Me puse a hablar con la familia y los amigos de Megan y nos echamos unas buenas risas. ¡La tía abuela de Megan me dijo que soy un encanto!

Tras uno de mis momentos favoritos de la noche – el bufé de postres – la gente empezó a irse. Me despedí de Scott y luego Megan y yo nos fuimos a casa para descansar entes del día siguiente: nuestro día intenso por Burlington.

Fue una tarde bonita y relajada antes de lo que se venía el día siguiente…

De camino al partido de béisbol unos días antes, Megan había comentado que teníamos planes de montarnos en bici por la carretera alrededor del lago. Tanto Breen como Scott se habían reído de nuestros planes, diciendo que iba a hacer demasiado calor y que acabaríamos demasiado cansados como para hacer la ruta.

No fue que Megan y yo madrugaremos el día siguiente y por eso ya hacía bastante calor cuando nos levantamos. A pesar de esto, decimos que completaríamos esta ruta en bici, aunque fuera solo para callarles la boca a Breen y Scott. Sin más retrasos, hicimos una maleta, pillamos las bicis del garaje y partimos en nuestro viaje.

La primera parada tuvo sitio en la farmacia local, donde pillamos unas bebidas y barritas energéticas. Al ver que el guardabarros de la bici de Megan estaba algo suelto, tuvimos que hacer un apaño con cinta aislante que pillamos en la misma farmacia. Debería apuntar aquí que las farmacias estadounidenses son una locura – ¡tienen de todo como si fueran supermercados directamente!

Esta chapuza al final funcionó bastante bien y pudimos seguir volando por las carreteras y hasta la siguiente parada, el mercadillo agrícola. Atamos las bicis a un granero al que entramos para ver las antigüedades a la venta. Hacía calor dentro, pero nos quedamos un rato ya que me gustaban unas señales de carretera viejas y unas matrículas de coche caducadas.

Desde allí nos acercamos a la zona principal del mercadillo que se encontraba petada de puestos. Me compré una gaseosa casera de jengibre y paseamos un rato, resistiendo tentaciones como comida nepalesa y comprado unas galletas con crema de cacahuete y una crema de sirope de arce (por supuesto). ¡Una combinación bastante loca!

Luego seguimos hasta el lago y nos incorporamos en el carril bici que lleva hasta la carretera elevada. Allí encontré mi ritmo y seguimos un buen rato, pasando debajo puentes y a través de barrios residenciales cuando el carril bici se divagó de la orilla del lago.

Hizo un día maravilloso pero el calor supuso un adversario importante.

De camino a nuestro destino descansamos en un mirador sobre el lago y luego un puente interesante para que pudiera sacarle unas fotos y coger un poco de aire. Después hicimos una parada en un parque para ir al baño y rellenar nuestras botellas de agua que ya se encontraban vacías – ¡hacía más de 30°C y estábamos bien exhaustos!

Tras esta última parada fuimos avanzando a tope hasta que un cambio de marcha cuestionable me dejó con la cadena colgando. Con un poco de trabajo en equipo y unos palos robustos que encontramos, la volvimos a colocar en su sitio y seguimos hacia nuestro destino: la carretera elevada.

Este muelle de tierra curvada conecta la tierra firme de Vermont con una de las islas del Lago Champlain, así que continuamos hasta el punto medio y paramos un rato a la sombra. Captamos la vistas sobre el agua en los dos lagos mientras comimos el picoteo que habíamos comprado antes, incluidas las galletas dulces con su fusión de crema de cacahuete y sirope de arce.

Entonces empezamos el viaje de vuelta que en breve se volvió en un reto intenso gracias a la combinación del calor y nuestro agotamiento. Unas cuantas paradas de descanso después y tras echarnos encima lo que nos quedaba del agua, concluimos que no aguantaríamos el resto de la ruta hasta la casa. Decidimos que pararíamos en el puerto, ataríamos las bicis y cogeríamos un taxi hasta casa.

Dejamos las bicis en el parking de una heladería y nos pillamos un helado de sabor a sirope de arce (por supuesto). Creo que nunca me he comido un helado tan rápido en mi vida – ¡me hacía muchísima falta el azúcar y algo frío!

Megan buscó un taxi, pero el más económico para el viaje de cinco minutos nos salía a más de $23. Por eso – y quizá tontamente – decidimos que seguiríamos e intentaríamos empujarnos para pedalear el último tramo ascendente hasta casa.

El viaje empezó con una buena dosis de optimismo, pero la subida lenta de una carretera que a mi parecer no tenía fin acabó a matarme y empecé a quedarme atrás mientras Megan avanzaba. Me motivaron algo una lluvia leve que empezó a caer y los gritos de Megan que me animaba desde un semáforo donde me estaba esperando.

Enseguida la lluvia se volvió torrencial y giramos de esta carretera larga a una sección de una cuesta en picado. La lluvia sentaba muy bien y me quité la gorra para que me empapara. La tortura vino con el segundo tramo de esta subida, donde la cuesta se hizo más empinada aún y la lluvia se volvió violenta. A pesar de todo, seguimos avanzando y llegamos al último tramo hacia casa.

No se aprecia mucho en la foto pero la lluvia era tremenda.

Por fin de vuelta en casa, aparcamos las bicis, dejamos nuestras coas encima del maletero del coche y nos acercamos corriendo a la piscina donde nos lanzamos al agua completamente vestidos. Estuvimos en la gloria, riéndonos y salpicándonos con el agua fría que tanto alivio nos suponía.

Nos metimos dentro después, donde nos secamos y echamos la siesta. Tenía que haberme levantado a las 7pm pero me quedé dormido una hora más – creo que me lo merecía después de un viaje de 32km en temperaturas de unos 32°C. Me duché y bajé para unirme en la cocina con Breen, Aaron, Malory, Martín, Megan y Ryan.

No tardé en prepararme un gintonic y luego cambiamos al porche de la casa para jugar al pong de la cerveza y unos juegos de carta. Esto funcionó de lujo para que nos pusiéramos contentos (menos los que iban a conducir, claro) y salimos por Burlington a seguir pasándonoslo bien.

Ya que había conocido al equipo de béisbol al asistir a su partido amateur, me recibieron con un coro de “¡Ollie!” al llegar al bar donde íbamos a tomarnos la primera copa – ¡resulta que estaban allí de cañas también! Nos tomamos una y luego nos aceramos a otro sitio que se llamaba “Lamp Shop” (“Tienda de lámparas”). Allí el techo estaba lleno de lámparas antiguas que parpadeaban al ritmo de la musica. Los que me conocen y saben de mi obsesión con las luces se podrán imaginar que me encantaba el sitio.

A pesar de esta afición por la decoración, la música no era de mi estilo, por lo cual nos fuimos a otro bar. Allí se había montado un karaoke, ¡así que nos tocó a Breen y a mí volver a coger el micro para enseñarles a todos cómo se hace!

Al final no tuvimos la oportunidad de cantar ya que habíamos llegado tarde y las canciones que habíamos pedido no salieron antes de que se encendieran las luces a las 2am. Aún así nos lo pasamos pipa bailando, cantando y conversando. Yo lo estaba dando todo y cantando a toda voz, ¡así que durante un tiempo la chica al mando del karaoke se me acercó con el micro para que Malory y yo pudiéramos cantar un rato!

Con las luces encendidas en esta bar un poco turbio pero bien divertido, los que nos habíamos quedado hasta el final luego fuimos a pillar un kebab para ponerle lazo a la noche. Tras una espera importante para nuestra fritanga, el kebab sentó muy bien y me llevaron de vuelta a la casa de Megan.

Y así se concluyó un día loco e intenso que a pesar de serlo fue de los mejores que he vivido últimamente. Lo habíamos dado todo: habíamos pedaleado mucho, habíamos dormido mucho y habíamos festejado mucho. Como bien te puedes imaginar dormimos como una piedra y así estuvimos listos para la siguiente aventura, pero de eso tendré que hablar en la próxima entrada de blog…