15.09.22 — Diario
El partido de béisbol
Retomo mi viaje donde lo dejé en mi última entrada de blog, después de otro día de exploraciones tras una mañana de trabajo en el paisaje pintoresco de Burlington, Vermont…
Otro día más y otra mañana de trabajo me esperaba, a la cual le puse fin cuando salí con Petergaye a comprar algo de comer. Fuimos a un sitio que se llama “Union Jack’s”, una bocadillería que se suponía que era británico pero lo era bastante poco al final. Me hizo gracia ver como interpretaban el estilo británico, con tarjetas regalo diseñadas para parecer billetes de £10 y vinilos en la pared de cabinas telefónicas rojas. Como siempre, tardé un buen rato en elegir que pillarme y me retrasé aún más cuando la servidora no entendía mi pronunciación de la palabra “tomate”. ¡Poco británica la veía!
Después del bocadillo enorme y una galleta igual de grande, me tumbé un rato y acabé durmiendo la siesta. Al volver Megan a casa, los dos nos echamos a la piscina, lo cual fue una idea excelente ya que seguíamos enfrentándonos con el calor y la humedad que no nos rebajan existir sin un sudor constante.
Luego nos tocó vestirnos y salir para las actividades de la tarde. El plan – como seguramente ya habrás adivinado gracias al título de esta entrega – ¡consistió en ir a ver un partido de béisbol! Nunca había visto un partido de este deporte estadounidense, así que andaba con muchas ganas de empaparme en el ambiente y ver de qué iba la cosa.
Breen y Adam vinieron a recoger a Megan, Scott y yo y nos acercamos a la casa de Ryan para aparcar. Para llegar al estadio, subimos por una senda turbia que nos llevó por un bosque y luego un cementerio para llegar a nuestro destino. Yo andaba quejándome de la cuesta todo el viaje, pero en nada ya me vi consumido por la emocional al llegar al campo y escuchar a los aficionados aclamar.
Llegamos entre muchas otras personas y había una emoción bastante pronunciada en el aire. La forma del estado de béisbol me pareció curiosa, con todos los espectadores agrupados en la esquina donde pasa toda la acción. Los otros tres lados del estadio no tienen ni butacas, se quedan prácticamente vacíos.
Antes de salir de casa, me habían dicho que era “la noche de los perritos calientes” o algo así. Resulta que esto consiste en la venta de dichos perritos por tan solo 25 céntimos cada uno. Como bien te puedes imaginar, lo primero que hicimos fue acercarnos al puesto de perritos, donde nos avisaron que había un pedido máximo de seis por persona.
Ya sé qué te estás preguntando y sí, todos nos pillamos seis perritos calientes. En nuestra defensa, ¡iba a ser un partido largo y los perritos eran bastante pequeños.
Una pesadilla logística luego se manifestó cuando tuve que hacer un baile delicado para lograr echarle ketchup y mostaza a los perritos mientras sostenía un perrito caliente, la caja con los otros cinco, mi cerveza, mi abanico y mi cámara analógica. Tarea completa, subimos a buscar las butacas, ¡cosa que nos obligó a hacer más bailes improvisados para llegar a nuestros sitios con las manos llenas de perritos calientes!
El partido ya había arrancado al sentarnos, así que nos pusimos con las tareas importantes de comer perritos calientes, beber cerveza, corear y vacilar. Megan, Ryan, Scott, Breen y Aaron intentaron explicarme las reglas del juego e intenté seguirlo durante un rato pero luego se me gastó la cerveza ya me entró sed.
Saliendo del vomitorio para buscar más cerveza, acabamos perdiéndonos media hora del partido ya que las colas en los bares ya estaban bien largas. En un momento de repente escuchamos un grito del vomitorio, así que nos dimos media vuelta y vimos el momento que una pelota vino volando hacia abajo.
Pasados unos minutos más este ataque de la pelota volvió a pasar. Esta vez le pegó al chico detrás de nosotros en la cola directamente en la espalda. Disimulaba que no pasaba nada, pero estoy seguro que un golpe de una de esas pelotas tan pesadas tiene que dejar un moretón importante.
Cuando ya volvimos a las butacas, se empezó a poner el sol. Como con cada atardecer en Vermont, este fue impresionante y me tenía subiendo y bajando el vomitorio buscando el mejor sitio para sacarle fotos.
Luego hubo un momento bastante emocionante cuando salió al campo la mascota del equipo de béisbol, el Monstruo del Lago. Iba acompañado por dos chicos con pistolas que lanzan camisetas, así que nos pusimos a gritar y bailar, pero al final nos quedamos con las manos vacías.
Después pasó la cosa más curiosa al empezar a sonar música de órgano en el estadio. Todo el mundo empezó a cantar “Take me out to the ball game, take me out with the crowd…” (“Llévame al partido de béisbol, llévame con el público…”) Naturalmente estuve yo completamente perdido ya que no conocía la canción, pero se me quedó como un momento inolvidable de un viaje que ya había sido increíble.
La próxima salida del vomitorio a coger una cerveza también me dio la oportunidad de pillarme unos regalos. Me compré una gorra azul con una imagen de la mascota del club, una camiseta amarilla con un perrito caliente sosteniendo una moneda de 25 céntimos y un pin con forma de la mascota.
Enseguida tuvimos la suerte de conocer a la estrella en persona, la mascota de los Vermont Lake Monsters. Nos metimos en la cola para darle un abrazo y sacarnos unas fotos maravillosas. Nos lo estábamos pasando súper bien y se nos dio un ataque de risa, así que esta es la mejor foto que hay…
Tras nuestro momento con el monstruo, Megan y yo nos asomamos a un puesto que estaba vendiendo algo que se llama fried dough, masa frita. Resulta que consiste en una ración del tamaño del mismo plato de justo eso: masa de donut que se ha frito. Sabía igual que un donut y vino acompañado por – cómo no – sirope de arce.
Al volver a entrar en el estadio con nuestro capricho, vimos que habíamos estado tanto tiempo fuera que ya se había acabado el partido. Los demás bajaron de las butacas a unirse al picoteo en la primera fila de butacas – ¡ese fried dough era delicioso!
Aproveché la oportunidad de sacarme una foto en las butacas vacías y también unas fotos robadas de Megan y Ryan y otra pareja que estaban descansando con vistas sobre el campo.
Y con eso, mi experiencia en el partido de béisbol llegó a su fin. Había sido una verdadera pasada y algo que nunca había experimentado antes. Tengo que darle las gracias a Megan por organizar todo, fue algo que había estado yo dándole la lata diciendo que quería hacer durante los meses antes de aterrizar en los Estados Unidos.
Para ponerle lazo a la noche acabamos otra vez en Al’s comprando más helado. Pedimos a unas señoras que nos sacaran una foto en mi cámara analógica – tengo muchas granas de compartir esas fotos – y nos pillamos unos helados. Como ya habrás adivinado, estos helados tenían sabor a sirope de arce. ¡No podía haber sido otra cosa!