11.11.23 — Diario
Jay Peak
Después de mis primeros días en Vermont, tocaba hacer un poco de leaf peeping (descube su significado en mi última entrada de blog) de verdad. Megan estaba trabajando así que Mallory se acercó a casa para unirse al plan con Maureen y yo. Al final fue de los días más pintorescos del viaje entero: ¡sigue leyendo para ver unas fotos chulas!
Los tres nos subimos al coche de Maureen y empezamos nuestro viaje al norte de Vermont, donde las hojas se encontraban «en su pico», es decir, en su momento de color más impactante. Maureen había decidido subir hasta Jay Peak, una montaña que se ubica justo debajo de la frontera canadiense.
Antes de llegar, había que hacer algún recado. La primera parada fue en una tienda insulsa al lado de la carretera. Tanto Maureen como Mallory proclamaron que tenía los mejores helados de sirope de arce en el estado entero, así que pillamos uno de estos caprichos dulces para cada uno.
Tras avanzar un poco más por la carretera, paramos a comer en una cafetería. El año pasado yo me había enamorado de los bocadillos frescos que se elaboran por la zona, así que pedí uno de pavo y beicon. Lo devoré en una mesa de picnic al pie de las colinas detrás de la cafetería. Ahí Maureen hizo conversación con unos ciclistas que iban a pasar el día montando por el área. ¡Un lugar increíble para pasar el día en bici!
Una vez acabada la comida, volvimos al coche determinados que llegaríamos a Jay Peak sin tardar demasiado. Esto lo pensábamos hasta pasar por lo que parecía ser un buen sitio para sacarles fotos a las montañas, así que aparcamos e involuntariamente nos topamos con un proveedor de bienes de piedra cuyo especialidad era la construcción de chimeneas y estructuras para el jardín. Mientras Maureen se puso a hablar con la dueña, Mallory y yo nos largamos un poco para sacar unas fotos del entorno maravilloso.
En nada ya me di cuenta de que me había largado un poco de más al describir un camión cromado y luego unas herramientas de granja abandonadas. Todo esto lucía precioso al encontrarse enmarcado por el bosque otoñal que cubría la colina entera. Pero me corté, volví al coche y seguimos de rumbo otra vez más.
Esta no iba a ser la última parada, sin embargo. Después de conducir un rato más de repente nos encontramos acercándonos a un lago escondido entre las cuestas y las curvas de la carretera rural. Supuso una oportunidad que no podíamos dejar pasar, así que volvimos a aparcar el coche y nos bajamos. En aquel momento nos vimos rodeados por uno de los entornos más impresionantes que he visto jamás.
Naturalmente no éramos los únicos en aparcar para apreciar las vistas. Nos pusimos a hablar con una pareja, aunque la pareja que más envidia me daba era una que veía flotando en sus kayaks en el superficie del lago. Imagínate remar por este lago mientras rodeado por esta panorámica.
Al volvernos a subir al coche y seguir de rumbo entre el follaje bonito, lo único en lo que podía pensar era la canción de country mítica «Take Me Home, Country Roads» de John Denver. Sé que él era del lado opuesto de los EEUU, pero el sentimiento de la canción me parecía encajar perfectamente con el ambiente mientras rodábamos por las carreteras rurales sin toparnos con ningún otro coche.
Eventualmente llegamos a Jay Peak y subimos el coche lo que podíamos por la montaña hasta tener que aparcar y coger un teleférico para lo que quedaba del camino. El viaje parecía al que hice con Megan hasta la cima del monte Mansfield el año pasado, aunque esta vez gozábamos de un mejor tiempo – ¡aunque sí que hacía frío!
Después de comprar billetes para la subida, esperamos hasta la siguiente salida, que se efectuaban cada media hora hasta las 5pm. Ya eran las 4pm cuando nos subimos a la góndola, ¡así que el tiempo nos corría!
El viaje fue una pasada. Desde la cabina veíamos el estado entero y hasta nos acercamos a las copas de los árboles al volar encima de ellos. Mientras no nos quedábamos atontados viendo todo, conversábamos con el operador a bordo. Nos contó la historia de esta «tranvía aérea» y nos apuntó unas de las vistas más importantes durante nuestro ascenso hasta el cielo. Dejaría escritos por aquí algunos datos si pudiera, ¡pero tengo la memoria fatal!
Nuestra góndola pasó al lado de la otra que bajaba, se nos destaparon los oídos y dentro de nada ya habíamos llegado a la cima. Volvimos a pisar tierra firma y seguimos las señales hasta el mirador de Jay Peak, un sitio que nos ofrecía unas vistas panorámicas desde la otra cara de la montaña.
Mallory y yo fuimos a explorar un poco y volvimos a encontrar que Maureen se había puesto a charlar con el tipo que nos había sacado la foto. También nos habló otro hombre que había estado sentado solo admirando las vistas. Nos explicó todo lo que estábamos viendo desde la cima, lo cual incluía una línea blanca fina que era el reflejo del agua de los Grandes Lagos. Como molaba.
Cuando le preguntamos a este hombre cómo sabía tanto sobre el tema, nos reveló que había trabajado en el teleférico de la montaña durante muchos años. Al aprender esto, no podía no preguntarle qué nos pasaría que nos perdiésemos el último viaje de vuelta al parking. Dijo que siempre hacen un viaje más después del último que anuncian por si acaso. Así me quedé más tranquilo.
Pero eso sí, también nos relató la historia de un grupo que tampoco llegó a coger este último viaje de emergencia y que se quedó completamente tirado. Nos contó como se ofreció voluntario a ayudarles y que coordinó con las autoridades locales para guiar a los turistas varados de vuelta a la civilización. En mi cabeza me estaba imaginando una misión de rescate con helicópteros y todo, pero no fue así: los pobres tuvieron que pegarse una buena caminata de unas horas por la cara de la montaña en la oscuridad.
Ya suficientemente espantados por su historia, nos aseguramos bien de estar para el descenso de las 4:30pm, tan solo treinta minutos después de haber llegado a la cima. El descenso fue casi más impresionante que la subida, aunque el operador comentó que el mejor momento para ver las hojas había sido una semana antes de nuestra visita.
Ya de vuelta al coche, empezamos el viaje de vuelta a Williston. Por el camino Maureen quería pagar una visita a la tumba de un familiar, así que Mallory y yo le dejamos en paz y dimos una vuelta por el cementerio. Me gusta mucho pasear por los cementerios, porque aunque suponen un espacio con un aire de tristeza, me parecen tranquilos y bonitos y me generan mucha paz.
Volvimos a la casa de Maureen y Terry en Williston y Mallory se volvió a su casa desde allí. Yo me tumbé en el sofá y Maureen puso The Great British Bake Off en la televisión. Fue la manera perfecta de ponerle fin a un día de exploraciones de lo mejor que puede ofrecer Vermont en otoño. ¡Muchas gracias de nuevo a Maureen por llevarnos a hacer unos recuerdos maravillosos y sacar unas fotos preciosas!