05.09.20 — Diario
La patria
Para la última de mis tres escapadas de Madrid, conseguí un chollo en la forma de un vuelo de ida y vuelta por tan solo 40€. Este vuelo tenía como destino Mánchester, cosa que solo puede significar una cosa: tocaba visitar la patria. Por primera vez desde la navidad del año pasado iba a visitar Inglaterra. Toto empezó con un madrugón a las 5:30am para coger un taxi al aeropuerto de Madrid.
La novedad de volar durante la pandemia ya se había quitado tras mi vuelo a Tenerife hace unas semanas, pero otra vez me encontré fastidiado por la falta de restaurantes abiertos en el aeropuerto. Tras pasar volando por el control de seguridad, no había una tienda para comprarme ni una miserable botella de agua para el viaje, así que pasé la hora de espera sentado en el suelo al lado de la puerta de embarque.
El avión iba medio vacío y el vuelo fue sin más, por lo cual acabados unos capítulos de Modern Family me encontré bajándome del avión para ver como serán estas nuevas y rigurosas medidas de seguridad contra el coronavirus. Ya que había tenido que rellenar un formulario extenso y guardar un código QR para que me lo escanearan al llegar, me esperaba un protocolo completo al llegar. Este protocolo al final fue: un hombre me preguntó si tenía el formulario, le dije que sí y lo iba a buscar en el móvil, pero el tío pasó y dijo que pasara directamente.
¿En serio, Inglaterra? ¿Solo eso? ¿Esta es vuestra primera línea de defensa? El pibe ni quería ver el formulario, mucho menos escanear el código QR: podía haberle enseñado una factura del McDonalds y no se hubiera dado cuenta. Con una normativa tan estricta de autoconfinamiento en vigor, uno hubiera pensado que por lo menos intentarían que la gente se sintiera obligada a seguir las normas, pero en una cuestión de unos breves minutos ya estaba fuera del aeropuerto y paseando por las calles.
Mientras andaba confundido por la aparente falta de preocupación, mi padre me recogió y me llevó a Burnley. De vuelta a la casa de mis padres, en breve ya estaba solo ya que mi madre estaba durmiendo después de trabajar un turno nocturno, mi hermana estaba en Leeds con unas amigas y mi padre tuvo que salir a hacer la compra.
Tras una tarde relajada de deshacer la maleta, hablar con mi madre y tumbarme un rato, por fin me reuní con mi hermana cuando volvió en tren. Los dos nos quedamos despiertos hasta tarde, cenando pizza y cotilleando hasta la madrugada.
El día siguiente Ellie insistió que nos levantáramos y que hiciéramos algo, así que me vi obligado a dar una vuelta por el pueblo con ella. Este camino nos llevó al pico de una colina, debajo por las orillas de un embalse y luego por medio de un bosque. La senda nos permitió ponernos al tanto aún más y curiosear al toparnos con un espacio para bodas al aire libre que se ha construido en una carpa en uno de los prados. Una idea bastante guay para estos tiempos tan extraños.
El resto del día lo pasé en casa al igual que el día siguiente, que lo eché tirando cosas que había dejado en la casa de mis padres y preparando unas cosas que quería llevar conmigo de vuelta a Madrid. No quería sentirme tan enjaulado, así que de tarde mi padre me prestó su bicicleta para que diera una vuelta por el pueblo.
Por el camino, como bien puedes apreciar, me detenía a sacar unas cuantas fotos, algunas de las cuales mandé a mis amigos y compañeros en Madrid. Al ver las ovejas, me preguntaban por qué me había ido jamás del pueblo. Es verdad que suelo echar de menos el aire limpio y el verdor de Worsthorne.
El día siguiente volví a limpiar mi habitación e hice más tareas de organización y administración que tenía que hacer mientras andaba por el Reino Unido. Fui a ver a mi vecina, Audrey, y hablamos un buen rato de la situación global y la vida en España. Ella se iba a Gibraltar el día que yo me iba a ir de Inglaterra.
Al volver mi padre del trabajo, los cuatro de mi familia salimos a hacer algo en familia en la forma de un paseo por otro embalse. Mi padre tenía el tobillo fastidiado debido a una caída desde un árbol que sufrió hace unos meses, así que al final me quedé atrás con él. Entre los dos hablamos del pasado, el futuro y todo lo que hay por medio.
Al llegar a casa tocaba tomarse una Guinness en el jardín. Seguidamente salí a visitar el supermercado enorme de Burnley y pasé un vídeo del pasillo dedicado a los sabores y marcas distintas de los baked beans (alubias en una salsa dulce de tomate). ¡A veces Inglaterra es una parodia de sí misma!
Esa noche tuve que acostarme a mi hora, ya que el día siguiente era el día que más estaba desando: ¡había quedado con Abi y Danni! Habíamos organizado un viaje a Blackpool Pleasure Beach, un parque de atracciones donde los tres hemos pasado muchas ocasiones subiéndonos a las atracciones y zampando los donuts frescos.
Abi me vino a recoger a primera hora y antes de que me hubiera despertado del todo los tres ya estábamos en las calles turbias de Blackpool. Paramos en un pub para desayunar algo antes de que abrieran el parque. Me fascinó la promesa que hacía el pub de que tu comida te llegaría en menos de diez minutos. Después de un té negro con leche (un clásico británico) nos acercamos a las puertas del parque para aprovechar las seis horas que tendríamos allí.
Una vez dentro nos acercamos directamente al Ice Blast, una torre de caída neumática que nos dio un impulso de energía para empezar el día, junto con unas vistas sobre la costa. Enseguida nos subimos a lo que quizá fuera la atracción más terrorífica del día: un tiovivo viejo cuyos movimientos maleantes, velocidad exagerada y música turbia de órgano me tenían gritando durante el viaje entero. Luego nos acercamos a la Grand National, una montaña rusa de madera antigua que acababa de abrirse. Nos encontramos en primera posición de la cola y bajo la dirección de un operador de atracciones muy amable que nos dejó separarnos entre dos coches para que pudiéramos hacer carrera.
Acto seguido nos metimos en la cola corta par Icon, su montaña rusa más reciente a la que me subí por primera vez cuando visité con Ellie y Johann. Gracias a la ocupación baja, pudimos subirnos a la Big One (una montaña rusa enorme, por eso su nombre), Infusion (una montaña rusa invertida algo horrorosa) y muchas montañas rusas más en sucesión rápida. En la Big One, Danni me dijo que levantara las manos al pasar por el punto de fotos ya que tenía algo en mente. ¡No podía no comprar la foto!
Al entrarnos hambre paramos a comer pollo frito al lado de dónde antes estaba la Wild Mouse, una montaña rusa de ratón loco que se derrumbó hace unos años – en paz descanse. Una comida tan pesada quizá fuera una mala decisión, sin embargo, porque después nos subimos a unas atracciones que invierten multiples veces. En nada me encontraba mareado y nauseado, pero me negué a que un poco de pollo y la edad avanzada me fastidiaran el día ¡así que seguimos de marcha!
Nos subimos a una sería de otras atracciones más suaves antes de que acabara el día en el parque, entre ellas la Flying Machine (la máquina voladora) que sería la última atracción del día. No sería un día en el Pleasure Beach sin unos donuts recién fritos, así que nos compramos una bolsa antes de volver al pub para cenar.
Después de una pinta y una hamburguesa enorme en el pub, volvimos al coche y echamos un último vistazo al parque. Me dejaron en casa medio dormido de nuevo tras un día tan ajetreado, pero habíamos quedado en hacer algo el día siguiente así que no había acabado el viaje aún.
La mañana del día siguiente nos volvimos a reunir en el coche de Abi para acercarnos al Trafford Centre, un centro comercial enorme en las afueras de Mánchester. Me di el capricho de unos chocolates artesanales, una botella pequeña de vodka de caramelo y unas piezas de pretzel bañadas en chocolate. Comimos en su sala de restaurantes antes de volver a Burnley, dónde dispuse de tan solo una hora para descansar y refrescarme antes de volver a salir de casa.
Para este viaje fui al pueblo bonito de Hebden Bridge con mis padres para que mi madre recogiera un collar personalizado que había encargado para mi hermana. Con el recado hecho, los tres dimos una vuelta y me compré unas cositas para llevarlas conmigo a España.
Un sitio que quería visitar era el canal, que lucía resplandeciente en la luz de la tarde. Al acercarnos al agua, nos topamos con una familia que había alquilado un barco y que lo estaba navegando por una de las esclusas y de repente me encontré encargado con la operación de una de las compuertas. ¡Era algo que llevaba queriendo hacer toda la vida!
Luego hubo un momento de drama al ver que un barco se había liberado de su atraque y se había soplado hasta quedar perpendicular al bordillo y bloquear el paso del canal por completo. Hablamos un rato con las otras personas que se encargaron de solcuionarlo y volvimos al centro del pueblo.
El otro objetivo del viaje a Inglaterra fue para que comiera unos fish and chips, ese plato mítico de mi país que consiste en pescado frito con patatas fritas. Aún no tenía hambre así que nos plantamos en la terraza de un pub para tomarnos un vino y mirar la gente pasar. Los fish and chips fueron divinos, por supuesto, pero ya me estaba entrando la realidad de que el día siguiente tenía que despedirme de la familia y volver a la rutina.
Ya que hacer la mochila me llevó menos que pensaba, tuve tiempo suficiente como para elaborar una tarta de Victoria Sponge. Es un bizcocho de vainilla que lo acompañé con mermelada artesanal de frambuesa y nata montada fresca. Cenamos un trozo de la tarta y una taza de té antes de acostarnos para que el día siguiente cogiera mi vuelo temprano y estuviera en la capital española antes de mediodía ese sábado por la mañana.
Al llegar, me sorprendió ver que los españoles estaban mucho mejor organizados que los británicos: tuve que navegar lecturas de temperatura corporal, esperar a que me revisaran el formulario sanitario y pasar por un control de pasaportes mucho más estricto que había experimentado jamás en España. Mis felicidades a los españoles por tener todo así de regimentado, pero supongo que se aprendió mucho durante el brote sin precedentes y la cuarentena procedente.
Sobra decir que me pasé un rato relajado y fabuloso en Inglaterra. Fue un gusto volver a ver a mi familia y a mis amigos de nuevo, aunque fueran unos pocos días. He tenido la suerte de visitar Tenerife, Murcia e Inglaterra este verano, algo que realmente nunca me imaginaba que podría hacer. Aún así me quedo con las palabras de Jacinda Ardern, primera ministra de Nueva Zelanda y una de mis personas favoritas: