23.07.22 — Diario

Queen y otras aventuras musicales

Entre un par de viajes a Asturias y una semana en el Reino Unido, también he estado haciendo otras cositas aquí en Madrid. Al hojear mis fotos, me di cuenta que muchas tenían que ver con asuntos musicales, así que dichos asuntos quedan agrupados aquí en esta breve entrada de blog.

Mi primera aventura musical fue cuando Sara, Marta y yo fuimos a un club. En este sitio hay una serie de espectáculos y eventos especiales cada veinte minutos. Nos lo pasamos fenomenal, aunque el día siguiente tuvimos que quedar a tomar unos vermús y “equilibrar el pH”…

Otro momento bonito fue cuando Thuy vino a visitar España unos días. Naturalmente tuvimos que vernos para comer, así que pasamos un par de horas en un restaurante a dos manzanas de la oficina donde nos conocimos por primera vez en 2016. ¡Como vuela el tiempo!

También nos acercamos a la oficina para que cotilleara un poco…

Esa misma semana también tuve otra cita para cenar, esta vez con Kevin, James y Sara. Kevin y James iban a pasar una noche en Madrid antes de volver a los EEUU, así que quedamos en vernos y cenar en uno de mis sitios favoritos en la mismísima Gran Vía. Otra vez, pasamos la noche de risas y tapeo, recontando historias graciosas con unos gintonics bien cargados en la mano…

El Palacio de Cibeles se veía resplandeciente en el arco iris para el orgullo.

El siguiente evento musical fue cuando Danni vino a hacer una visita rápida. Aterrizó el jueves mientras yo salía del trabajo, pero ya a las 6:30pm estuvimos saliendo de la casa de camino al WiZink Centre. Llegamos al estadio enorme algo temprano y con muchísimas ganas de ver el concierto de una banda que me era muy importante en mi infancia: ¡Queen!

El concierto fue una pasada de diversión y alegría. Danni y yo salimos afónicos, hambrientos y – en mi caso – meándome vivo. Todo esto se solucionó con una vista al McDonalds, así que acabamos tomándonos unas patatas en un banco de la calle antes de volver a casa para estar en marcha el día siguiente.

Pasamos el día después del concierto vagando por las calles, comiendo por el centro y luego de terraceo por la tarde. Nuestro plan original era acercarnos a las fiestas del orgullo, pero acabamos hablando tanto que sin darnos cuenta ¡ya era medianoche!

El día siguiente fue un sábado y tuvimos que madrugar un poco para coger un vuelo juntos de vuelta a Inglaterra, ya que tenía que estar por mis tierras para otro evento bien emocionante – pero tendré que hablar de eso en la siguiente entrada de blog. ¡No doy abasto en publicarlas!

Os dejo con una anécdota que espero que os entretenga de la misma manera que a mí me agobió…

Hace poco mi madre me compró unas nuevas gafas de sol. Estas gafas eran unas buenas, después de años de llevar gafas baratas que luego las pedería o las rompería, o – como ha sido el caso durante el último año – gafas robadas sin querer de mi tía. ¡Un aplauso para ella por aguantar mi torpeza!

Hablando de la torpeza, ahora tenía en mi posesión unas gafas de sol caras (comparado a lo que valían las anteriores), así que la teoría fue que las cuidaría un poco más y que no las dejaría por allí / no me sentaría encima de ellas / no se me caerían cada cinco minutos. Dicha teoría se probó errónea cuando, al visitar Asturias, las dejé en la mesa del bar donde estuve despidiéndome de Kevin. Menos mal que las vio y me las guardó en su casa para que las recogiera la siguiente vez que subí quince días después.

Luego, tan solo dos días después, las volví a sacar para ir al restaurante donde cené con Kevin, James y Sara. Al salir, había aprendido la lección, así que no se dejaron en la mesa. El problema surgió cuando las metí en la cesta de la bici que usé para volver a casa – incluso al colocarlas allí se me ocurrió que había buena probabilidad de que se me olvidara sacarlas al llegar a casa.

A las dos de la madrugada me desperté para coger un vaso de agua, y por alguna razón algo en mi cabeza se encendió y de repente me acordé: ¡arg! ¡mis gafas de sol!

Bueno, te puedes imaginar que risas cuando yo, vestido en un pijama navideño que tenía en casa, fui corriendo por la calle y hasta la estación de bicis con la esperanza de que aun estarían allí las gafas. Al llegar y darme cuanta de no estaban ni las gafas ni la bici que había utilizado, se me cayó el alma. No había otra que volver a casa. Al volver a acostarme, mandé un email desesperado a BiciMAD (el servicio madrileño de bicicletas públicas) pidiendo que me las devolvieran si ocurriese lo improbable y se encontraran, citando el número de bici que había utilizado tras encontrarlo en mi historial de viajes en la aplicación.

Fue justo en ese momento que de repente se me ocurrió que quizá hubiera una manera de buscar la ubicación actual de la bici por su número, así que volví a la aplicación a ver si podría conseguirla – ¡y la conseguí!

Ya sabes lo siguiente que pasó – me volví a poner el pijama y una vez más estuve corriendo hacia a la misma estación de bicis. Pero esta vez no buscaba nada, ¡fue para coger una bici! Pillé la primera que funcionaba y allí fui echando leches por las calles vacías de Madrid a las tres de la madrugada en mi pijama navideño.

Al llegar a la estación en la que estaba anclada la bici que había usado la noche anterior, encontré la bici en cuestión y – por milagro – ¡las gafas aún estaban en la cesta!

La frustración de antes se cambió por euforia mientras caminaba de vuelta a casa – montado en bici, por supuesto. La euforia no me ayudaba a dormir, sin embargo, asó que el día siguiente andaba cansado y de mal humor – pero por lo menos tenía mis gafas de sol…