21.06.20 — Diario
La nueva normalidad
Después de aguantar más que tres meses de una España en cuarentena, durante estas últimas semanas la comunidad de Madrid ha pasado por las cuatro fases de la desescalada. Mi última entrada de blog incluyó varias salidas que pude realizar, pero estas vueltas las tuve que dar sin compañía.
Ahora, con la reapertura del transporte público, la restauración y la flexibilización de otras medidas de confinamiento, ¡las quedadas ya se pueden hacer! Todo esto fue muy emocionante, pero mi primera “quedada” no fue tan espectacular, ya que consistió en viajar a una clínica en el norte de la cuidad para que me realizasen una prueba de COVID-19.
Al recibir los resultados, estaba molesto al descubrir que no tenía los anticuerpos, así que lo más probable es que no haya pasado el virus todavía. Yo quería que el resultado diese positivo, ya que habría significado que ya lo hubiese pasado de manera muy leve y no me tendría que preocuparme tanto con cara al futuro. Pero bueno, ¡es lo que hay!
Después de otro viaje fascinante al dentista en las tierras exóticas al norte de mi barrio, por fin tocaba quedar con unos amigos tras meses sin contacto humano. Naturalmente había quedado con Bogar y Hugo en el río, donde montamos un picnic, durante el cual mantuvimos la distancia y hablamos hasta tarde.
Unos pocos días después Hugo y yo nos volvimos a ver, pasando nuevamente por las sendas del Parque Madrid Río. Durante el camino, pasamos por el Calderón, que ya se encuentra en un estado casi totalmente demolido.
Nos entró bastante hambre durante el paseo, así que eventualmente acabamos descubriendo una hamburguesería que se encuentra a media manzana de mi casa. Después de unas horas de cañas y hablando de la vida, quedamos en hacer otro picnic el día siguiente con unos amigos de Hugo.
Había prometido que llevaría una de mis famosas tartas de zanahoria, así que pasé medio día horneando, solo para que luego me diese la bienvenida unos truenos fuertes y lluvia al salir de mi casa. Me quedé en mi piso durante otra media hora más (ya iba dos horas tarde), pero lo que no sabía fue que esto marcó solo el comienzo de una cadena de desastres.
Una vez pasada la lluvia, decidí que la manera más rápida de llegar al parque donde habíamos quedado fue en patinete eléctrico, así que colgué mi bolsa llena de tuppers en el manillar y fui bajando por el río a toda velocidad. A mediados del viaje, juzgué mal la altura de un escalón que se veía muy pequeño, así que en un instante me encontré comiendo el asfalto al caerme de manera espectacular al suelo.
Sin daños menos un tupper roto, unos trozos de pastel algo revueltos y unas rallas nuevas en mis vaqueros, me volví a montar en el patinete y seguía al parque. Eventualmente llegué y me presenté a los amigos de Hugo, pero enseguida mi llegada fue marcada por unos truenos más y una lluvia ligera que no tardó en convertirse en una lluvia torrencial.
Cogiendo los platos, las mantas de picnic y los restos de comida y latas sin abrir que se pudiese salvar, mi primera reunión con el grupo se cortó antes de tiempo, y todos fuimos al refugio de una parada de bus al lado del parque. Uno de los amigos de Hugo amablemente nos ofreció una vuelta en su coche a la puerta de mi casa, donde una bolsa de comida se cayó y chocó con un vaso de vino tinto que acabó manchando mi alfombra. Como dije, ¡realmente fue una serie de eventos desafortunados!
Para animarme un poco, el día siguiente hice unas magdalenas de zanahoria con la masa que me había sobrado, y dejé unas con mi amigo Jhosef para que me dijera que tal, porque él me regaló un bizcocho de plátano buenísimo para mi cumpleaños.
Con tanto trabajo que hacer en casa, voy aprovechando cada vez más de estas nuevas libertades para visitar el parque del río y caminar, montarme en patinete o ir en bici durante una hora o así para despejarme la cabeza después de los estreses del día. Saliendo o solo o acompañado por Josef, ya he visto una buena cantidad de atardeceres y he podido seguir la demolición del estadio, que ahora se encuentra casi desaparecido.
Otro pequeño subidón llegó en la forma de una carta y regalo que me mandó Kevin de los Estados Unidos. Me envió una copia del “The Waste Land” (La tierra baldía) de T. S. Eliot, que no he llegado a leerlo todavía, pero tengo muchísimas ganas porque Kevin ha hablado tan bien de la obra en el pasado.
Aparte de tantos viajes por el río, también he salido a ver a otros amigos, pero durante estas quedadas, ¡la emoción de volver a ver a mis amigos hizo que me olvidase sacar ninguna foto!
Una noche quedé con Luis, un ex-compañero, y un grupo de compañeros de Erretres para tomarnos unas birras y echarnos unas risas en Sala Equis. Otra noche volví a quedar en mi terraza local favorita con Bogar y Hugo, y la semana pasada me vi con Blanca, Jesús y Pablo para cenar y tomar algo en un sitio cerca de la oficina.
Con eso, concluyo este cuento sobre cómo ha sido la transición gradual de vuelta a esta nueva normalidad (en las palabras del gobierno). Este finde, vuelven a abrir las fronteras entre comunidades y entramos en una nueva etapa de esta locura de año que se llama 2020, así que seguro que en breve volveré con más noticias y cotilleo. ¡Hasta entonces!