02.07.20 — Diario
La ciudad fantasma
Ahora que nos encontramos en esta época gloriosa de la nueva normalidad, he aprovechado de cada oportunidad de volver a las calles de la ciudad que me enamoró en mi primera visita hace ya casi cinco años. La llegada del verano también ha servido para sacarme de mi piso, aunque mi primera salida me dejó sudando al subir las temperaturas hasta unos 35°C durante el día.
Este primero viaje al centro se produjo por las ganas que tenía de pillarme unas cosas que me recuerdan a Inglaterra, porque ya llevo unos meses queriendo una bebida que se llama cordial (o squash a veces), que se mezcla con agua para crear una bebida de frutas instante. Esta búsqueda me llevó a Dealz, una tienda que ofrece un rango de productos importados del Reino Unido.
Con una selección de patatas fritas y chocolate británico en la mano, me volví a casa, que luego tardé unos días más en volver a salir a las calles soleadas de Madrid. En esta ocasión me alejé menos de mi casa y bajé al Matadero, un centro cultural que se encuentra a solo diez minutos de mi casa.
Aquí es donde el titulo de esta entrada de blog empieza a coger sentido. El espacio exterior enorme, que suele encontrarse lleno de gente pasando el rato a estas horas de la noche, se encontraba más o menos vacío. Esta paz me venía bien, sin embargo, porque había quedado con llamar a Rhea, ¡que llevo sin verla desde mi último viaje a Inglaterra el año pasado!
Después de cruzar el complejo entero a las orillas del río que se encuentran al otro lado, busqué en vano un sitio en la sombra en el que sentarme mientas manteniendo el protocolo correcto de distancia interpersonal. Al final volví al Matadero y un rincón detrás de su cantina preciosa.
El finde siguiente subí al centro comercial de Madrid, la puerta del sol, para echar un vistazo a un nuevo portátil y subir al Club Gourmet de El Corte Inglés para realizar unas investigaciones informales para un nuevo proyecto laboral.
Allí me emocioné al encontrar un pastel de cabracho, algo que me encanta y que siempre me trae recuerdos de la primera vez que subí a visitar a Kevin en Oviedo. Me lo pillé aunque me costó 7€ – ¡nada de chollos en tal Club Gourmet!
De camino a casa me encontré con mi compañera y su familia y me detuve un rato para hablar con ellos antes de pasar por La Mallorquina para coger una napolitana de chocolate. Solía desayunar una antes de la cuarentena, así que fue un bonito recuerdo de la antigua normalidad.
Energizado por el azúcar, decidí caminar por la Plaza Mayor y por el barrio bonito de La Latina, donde alquilé una bici y dejé que el viento me refrescase al bajar sin pedalear por las cuestas del sur de la ciudad.
El día siguiente volví a montarme en bici, pero esta vez me atreví a intentar subir la cuesta ascendiente a la zona del palacio real, donde había quedado con mi amigo Hugo para dar una vuelta y tomarnos un helado. Pensé que molaría grabar el viaje en mi móvil para compartir el viaje pintoresco con mi familia en Inglaterra, ¡pero resulta que las capacidades de estabilización de vídeo de mi móvil no sirven para nada al encontrarse frente las calles desniveladas madrileñas y la vibración furiosa de la bicicleta eléctrica!
Una vez encontré a Hugo, que andaba por el centro de compras, bajamos a la Plaza del Oriente al lado del palacio real. Esta plaza, y sus jardines verdes y terrazas bonitas, suele verse inundada de gente, pero nos encontramos casi solos al dar una vuelta en el calor del mediodía. El nombre de esta entrada de blog, de hecho, viene de un mensaje que le envié a Hugo al esperarle por Ópera.
Los dos pillamos un helado de Zúccaru, una heladería siciliana que ofrece sabores caseros deliciosos, y nos sentamos en la sombra de unos árboles para ponernos al día con los eventos de la semana anterior. Después de caminar por la zona un rato más (durante el cual me quemé los brazos, algo de que solo me di cuenta al llegar a casa), acabamos en la plaza entre el palacio y la Catedral de la Almudena. En un domingo así, usualmente estaría petada de gente, pero ya veréis que no se ve ni un alma en la foto.
Así concluimos mis aventuras recientes, que han sido intercaladas por unos días intensivos ahora que cambiamos a la jornada intensiva. Esto, junto con el arranque de unos nuevos proyectos grandes y emocionantes, me deja con poco tiempo para salir entre semana, pero aprovecharé para escapar de mi piso este finde y ¡os contaré que tal!