23.06.21 — Diario

Un finde largo en Murcia

Tan solo dos semanas después de mi viaje a Bilbao con Jhosef, me tocó coger un tren con destilo a las tierras muricanas que tanto conozco. Otra vez más bajé a la costa mediterránea para pasar unos días con mis tíos tras verlos por última vez el verano pasado.

El viaje empezó con un momento de pánico cuando llegué corriendo a la estación de Atocha y me subí al tren solo dos minutos antes de su salida. Esto fue gracias a la distracción que me supuso un Carrefour lujoso que había encontrado al buscar una botella de agua para el viaje. Me quedé un buen rato dentro de la tienda mirando la oferta variada que tenía y salí de la misma con una bolsa llena de picoteo y una botella de vermú.

Una vez en el tren y aliviado de no haberlo perdido, tuve la rara suerte de contar con dos asientos libres, así que me puse bastante a gusto en el portátil y trabajaba en mi nueva web durante el viaje al sur. Esta comodidad combinada con dicha bolsa llena de comida hicieron que el viaje pasase volando, en nada me estaba bajando en la estación de Balsicas donde me recibieron mis tíos.

Desde allí los tres nos acercamos a un chiringuito local que habían descubierto, donde pillamos una selección de raciones y una cerveza para aprovechar de las pocas horas del viernes que quedaban. Una vez llenos de gambas al ajillo y chopitos, volvimos a su piso para descansar.

Un paseo mañanero para pillar pan era el comienzo perfecto para el finde.

Arrancamos el finde con un paseo a la tienda de la urbanización a por comida para preparar el desayuno, tras el cual los tres nos subimos al coche y bajamos a la costa para visitar un restaurante que contaba con un bar con vistas sobre el mar. Allí estábamos de suerte, porque no había mucha gente y estaban probando el sistema de altavoces para una cena la noche siguiente. Esto supuso un concierto privado mientras la cantante ensayaba las canciones que iba a cantar durante la cena y mientras nosotros nos tomábamos una copa. ¡Una verdadera pasada!

Desde allí luego seguimos por la costa y a los baños de lodo de Lo Pagan, donde otra vez más aproveché para sumergirme en el barro apestoso que dicen que es bueno para la piel. Mientras intentaba que se me pegase la sustancia extraña, me puse a hablar con dos señoras que me acabaron atrapando en una conversación de una hora y media – ¡al final tuvo que venir mi tía a buscarme para que no nos quedásemos sin comida!

Comimos en un restaurante en un puerto que nunca había visitado y al que llegamos pasando entre las salinas que se encuentran al lado de los baños de lodo. Pensé que debería probar el marisco ya que me encontraba en un puerto, así que mi comida consistió en una sopa de marisco con una dorada a la sal, los dos platos muy ricos.

El cielo nos amenazaba con tormentas, pero al final no cayó ni una gota.

Ya que habíamos hecho bastantes cosas por la mañana, pasamos la tarde en el piso, donde introduje a mi tía a la maravilla que son las mascarillas faciales de carbón que se secan y luego se quitan pelando. Dicen que tienen muchos beneficios para la piel, pero a mí me atrae más el acto divertido de quitarlas.

Empezamos el día siguiente con otra vuelta por el complejo de golf en el que viven mis tíos. Decidimos quedarnos por allí durante el día, así que pasé unas cuantas horas en la piscina leyendo mi nuevo libro. Se me había olvidado llevarme una gorra o algo para protegerme del sol, sin embargo, así que me tocó improvisar…

Una vez cansado de la piscina, me duché y nos preparamos para salir a cenar. Habíamos quedado en visitar un sitio que habían recomendado a mis tíos, así que volvimos a la costa del Mar Menor para buscar el restaurante en cuestión.

La cena no decepcionó nada, desde los entrantes variados a la ración deliciosa de secreto en una salsa cremosa de champiñones que compartimos. Me enganché a los buñuelos de bacalao tanto que tuve que pedirle al tío que me trajera algunos más…

Una vez bastante contento tras un par de vasos de vermú, pagamos la cuenta y salimos de vuelta al coche, pero me detuve en el camino para pillar unos churros con chocolate. Nos sentamos en un muro bajo en el paseo marítimo para comérnoslos: la manera perfecta de acabar otro día relajante.

El día siguiente volvimos a salir a comer, esta vez en un restaurante viejo que nos sirvió una selección de platos locales como parte de su menú diario. De allí pasmos a un supermercado para que comprase algunas cosas para compartir con mis amigos y compañeros que en Madrid. Creo que se me está cambiando el gusto, sin embargo, ya que una bolsa de patatas fritas de una marca que tanto me gustaba antes ahora me sabía grasa y sosa…

Esa tarde nos visitaron unos amigos de mis tíos para tomar una copa. Pasamos la noche hablando hasta las altas horas de la madrugada mientras acababa yo la botella de vermú que me había llevado y que casi me costó el viaje en tren.

Por suerte y también por la fuerza de voluntad que tuve para beber dos pintas de agua antes de acostarme, me desperté sin resaca ninguna. No quería que este día, mi último en Murcia, se pasase vagueando antes de coger el tren de vuelta a las 4:30pm, así que mi tía y yo fuimos a desayunar en un sitio bonito en la cosa. Fuimos a La Encarnación, un hotel y restaurante bonito con vistas sobre el mar y un patio interior muy bonito.

Tras hacer la mochila pero antes de coger el tren de vuelta a Madrid, nos quedaba otra costumbre por cumplir. Antes de ir a la estación en Balsicas, casi siempre comemos en un pueblo pequeño llamado Roldán – y esta vez hicimos lo mismo. Nos reunimos con otros amigos de mis tíos y disfrutamos una comida enorme que siempre me mantiene bien satisfecho y algo cansado durante el viaje largo de vuelta a casa.

Esto no fue el último momento guay del viaje, sin embargo, ya que me esperaba una última sorpresa en el tren. Mientras salíamos lentamente de la estación de la ciudad de Murcia, de repente alguien me cogió del cuello, y di la vuelta para encontrarme cara a cara con Borja, un ex compañero de mis primeros días en Erretres. ¿Cuales serían las probabilidades?

Mi viaje se concluyó con esta sorpresa feliz y una charla rápida con Borja para ponernos al día mientras salíamos de la estación de Atocha, la guinda tras cuatro días de relajar y ponerme al día con mis tíos. Sobra decir que, como siempre, mis vacaciones rápidas eran bien divertidas, y tengo que darles las gracias a mis tíos por aguantarme y atenderme durante el rato.

Ahora tengo ganas de volver a las tierras murcianas otra vez más, pero la próxima vez seguramente ya será cuando me tienen bien vacunado. Hasta entonces, bye!