26.08.19 — Diario
Caudete de las Fuentes
Al concluir mi última entrada de blog, mencioné que tenía pensado ir a algún sitio para pasar el puente, pero también dije que no había concretado los planes aún. Al final, sin embargo, logré organizar un BlaBlaCar y hice el viaje a mi destinación: ¡Valencia!
Visité la ciudad solo el año pasado, pero esta vez me recibió mi amigo Roberto, que está viviendo en su ciudad natal hasta que vuelve a Madrid el mes que viene para empezar un nuevo trabajo. Por eso me podía acoger en el piso de su familia durante un par de noches, y luego en su casa de campo, porque habíamos decidido pasar unos días en el campo también.
Los primeros dos días que pasamos en Valencia se pueden describir muy fácilmente: ¡no hicimos nada! Menos una excursión a la farmacia, un paseo por el centro para coger un regalo y un intento de encontrar el horario del autobús al pueblo, pasamos los primeros 48 horas cocinando, vagueando por el barrio y quedando con unos amigos que nos visitaron en casa.
Después de mucho drama al intentar encontrar la hora de salida del autobús al pueblo, eventualmente (es decir, después de casi correr por la humedad horrorosa valenciana) subimos al bus que nos llevó al pueblo en el cual pasamos los dos días siguientes: Caudete de las Fuentes. Nos quedamos en la casa antigua de los abuelos de Roberto, la cual ahora se utiliza a veces por su familia para escapar un rato de la ciudad.
Llegando al pueblo pequeño, nuestra preocupación principal era comprar un poco de comida para hacer la cena, así que vagamos por las calles estrechas y a la tienda en la plaza central. Nos preocupada porque si salieras caminando de Caudete de las Fuentes, ¡no encontrarías a nada durante unas horas! Me recordaba bastante de mi pueblo natal…
Al volver a casa – la cual era preciosa – sacamos unas altavoces, nos servimos un vaso de vino y pasamos la tarde escuchando música en el patio. Fue una noche muy agradable y relajada porque había decidido dejar el modo avión activado en mi móvil para que no me molestasen nada.
Mientras pasaba la tarde, la naturaleza del clima veraniego valenciano empezó a notarse, y el calor del día se volvió en un frío desagradable. Afortunadamente, estos extremos no afectaban el interior de la casa, ¡ya que sus paredes de piedra miden casi un metro de anchura! Eso significaba que pudimos terminar tranquilamente las bebidas dentro, después del que los dos nos fuimos a dormir.
Para día siguiente habíamos quedado en hacer dos actividades: explorar unas casas abandonadas en las afueras del pueblo y montar un sistema de luces en el patio. Esa última actividad me interesaba mucho – los que me conocéis sabréis que llevo toda mi vida obsesionado con las luces y la iluminación.
Durante los últimos años, sin embargo, no he podido explorar dicho amor por la iluminación por causa de mis estudios y trabajo. Entonces ya podéis imaginaros la ilusión que me hacía al descubrir que ¡Roberto también lleva toda su vida experimentando con las luces!
Voy a dejar el tema del espectáculo de luces que montamos para otra entrada de blog – ¡creedme si os digo que hay suficientes fotos para justificarlo! Por ahora, no obstante, sigo contando lo que hicimos durante el día…
Para preparar por el espectáculo nocturno de luces, subimos al desván donde guarda Roberto todas sus cosas para colgar las luces. No íbamos a sacar ninguna cosa del desván hasta la tarde, pero era un sitio increíble en qué estar, y pasé un buen rato explorando entre las cajas y cajas de bombillas, componentes eléctricos y una plétora de herramientas antiguas.
Una vez que saqué muchas fotos (existen muchas más que sólo las que he dejado aquí), volvimos a la planta baja y hicimos unos bocadillos para la comida. Después volvimos a salir de la casa, y fuimos a explorar un barrio entero de casas abandonadas.
Roberto me explicó que las casas empezaron a construirse en los años 2000, y que era una urbanización creada con la esperanza que los ingleses comprarían las casas. Me explicó que su construcción empezó en los años justo antes de la crisis del 2008, una época en la cual cualquier propiedad construida se compraba dentro de muy poco.
Desafortunadamente, ninguna de las propiedades se finalizó nunca, y las obras quedaron abandonadas cuando España sufrió el choque de la crisis. También comentábamos que la idea de construir una urbanización tan extensiva y lujosa en un pueblo tan pequeño nos parecía bastante extraña y quizás estúpida.
Mientras caminábamos por una de las fases de la urbanización, un grafiti nos llamó la atención, el de la foto de arriba. Nos pareció interesante que el artista había respetado la ortografía española mientras pintaba la pared de un edificio abandonado.
Desde allí, bajamos una colina y llegamos a la segunda parte del barrio abandonado, la cual consistía en un grupo de viviendas mucho más expansivas y completas. Muchas de ellas casi se habían completado, y pensamos que algunas hubieran estado completas si no fuera por los vándalos que habían robado cualquier objeto de valor.
La parte más pertubadora se encontraba entra las filas de viviendas, donde una calle daba acceso al garajes subterráneos de las casas individuales. La calle ya servía como un vertedero enorme, salpicado con colchones abandonados y los restos de cerámicos que se habían lanzado de las casas arriba.
Cuando el calor del día empezó a molestarnos, volvimos a la casa, en donde nos esperó una tarde de colgar y conectar el sistema de luces. Tuvimos que esperar un rato más, sin embargo, porque nos dimos cuenta de que tuvimos que ir a la tienda a por comida: ¡no queríamos quedar sin provisiones durante la noche y el día siguiente! (Era un sábado, y resulta que en los pueblos nada se abre los domingos).
Como dije antes, voy a dejar el cuento de las aventuras de las luces para otra entrada de blog (no os preocupéis, será la próxima), y una vez hecho eso, dejaré el enlace aquí…
Ya que hemos saltado el sábado por la noche, retomamos la historia el domingo por la mañana, y el drama de cómo volvíamos a Valencia para que cogiera mi BlaBlaCar de vuelta a Madrid. Habíamos organizado con un amigo de Roberto para que nos recogiera de la casa para dejarnos en la ciudad, pero andábamos muy justos de tiempo y yo tenía miedo de perder el coche a las 5pm ¡ya que volvía al trabajo el día siguiente a las 8am!
Por suerte, sin embargo, resultó que el conductor del BlaBlaCar iba a recoger a otra pasajera de un pueblo de al lado (a 15 minutos en coche, pero sobre una hora en pie). Con un suspiro de alivio, quedé con el conducir para que me recogiese de allí, y luego Roberto y yo salimos para dar una vuelta final por el pueblo. Lo más interesante que encontré fue este ejemplo de tipografía – ¡ya sabréis que me encanta la tipografía hecha a mano!
Una vez que volvimos a casa, el amigo de Roberto llegó preparado para dejarme en la gasolinera en la cual el conductor del BlaBlaCar iba a recogerme. Los tres subimos a su coche, nos despedimos de Caudete de las Fuente y nos enfrentamos con el segundo drama del día: ¿cómo entrar en la gasolinera?
No lo has leído mal, lo complicado no fue encontrar la gasolinera – seguíamos las direcciones de Google Maps sin ningún problema – lo difícil fue entrar en el sitio. Llegamos a la gasolinera vía una calle rural y vimos que el complejo entero era vallado con dos vallas bastante altas. Sin problema, pensamos, solo había que explorar hasta encontrar la entrada.
Bueno, resulta que estas gasolineras que se encuentran al lado de la autopista no quieren que entrase cualquier persona que no haya entrado directamente desde la autopista – no existía ninguna manera de entrar desde la calle de al lado. ¡Genial!
Sin embargo, habíamos logrado entrar en el espacio entre las dos valles, y por lo tanto sólo quedaba una barrera entre yo y mi destinación. ¿Qué hace uno entonces? ¡Saltar la valla, por supuesto!
El intento que veis arriba, a pesar de ser gracioso, no resultó ser exitoso, y eventualmente encontramos otra sección de la valla donde se había bajado el alambre un poco y donde podía saltarla.
Una vez que entré exitosamente en el perímetro de la gasolinera, me despedí de Roberto y di muchas gracias a su amigo Pablo por conducir su coche sobre la tierra peligrosa y por dejarme subirme encima del capó de su coche – ¡le debo mucho!
Concluyendo mi viaje, entré en el restaurante del gasolinera esperando que nadie me hubiese visto tropezando por la broza al lado de la vía de acceso para llegar hasta allí. Me senté en el bar, pedí una cerveza bien merecida y desactivé el modo avión en mi móvil para volver a conectarme con el mundo y contar a todo el mundo las horas finales dramáticas en Valencia.
Para concluir – y en contraste con el viaje de vuelta a Madrid – disfruté mucho de unos días desconectando y relajando en Valencia y Caudete de las Fuentes, y tengo que darles las gracias a Pablo, Roberto y su familia. ¡Espero volver pronto!