30.08.21 — Diario

Båstad

Ahora que mi web está de vuelta tras un error causado por mis capacidades de desarrollo de WordPress dudosas, la entrada de blog de hoy rompe con las actualizaciones típicas de Madrid gracias a un viaje laboral espontáneo a Suecia.

La semana antes de este viaje, un cliente nuestro nos contacto para pedirme que fuera a un evento que tomará lugar en Suecia y que presentase una vista previa de su nueva marca a sus colaboradores allí. El evento tendría lugar en la ciudad costera de Båstad, que queda más cerca a la capital danesa de Copenhague que a la sueca, Estocolmo.

Esto hizo que el viaje fuera algo complicado que consistió en un vuelo de Madrid a Copenhague y luego un tren de dos horas desde Copenhague, por Malmö y por la cosa sueca hasta Båstad, dónde me recogería un taxi para llevarme al hotel. Ya que la COVID aún está arrasando por Europa, la gran complicación de este viaje fue el papeleo variado necesitado por los tres países involucrados: Dinamarca, Suecia y España.

Una vez pasado por el control de salud en Copenhague, cogí algo de comer antes de subirme al tren con destino a Suecia. Los primeros minutos del viaje nos llevó por debajo y luego por encima del mar, pasamos por un túnel de Copenhague a Peberholm (una pequeña isla artificial) y luego por el puente de Øresund. Me quedé demasiado flipado como para sacar ninguna foto, ¡pero vale la pena echar un ojo en Google!

A bordo el tren me quedé impresionado por la falta de uso de mascarillas. Una búsqueda rápida online (gracias al WiFi gratuito – los escandinavos saben como montar la infraestructura pública) relevó que no hay ninguna obligación de llevar mascarilla en Suecia. Dejé la mía puesta y me puse a trabajar en unos cambios de última hora a la presentación que iba a dar justo esa misma noche. ¡Llegué a Båstad una mera hora antes de la hora que me iba a tocar bajar a la cena de gala y presentar!

Me habían dicho que me estaría esperando un taxi en la estación de Båstad, así que me bajé del tren en esta estación en la mitad de la nada y me empecé a preguntar como se suponía que iba a identificar al taxista. Me acerqué al único tío que estaba esperando al lado de un coche. Éste me dio la bienvenida en sueco – un idioma que no manejo nada – pero pensé que reconocí el nombre del hotel entre el resto, así que me subí al taxi sin pensarlo más – ¡no había tiempo que perder!

Siguiendo el viaje en Google Maps – aún no estaba seguro que había cogido el taxi correcto – vi que andábamos por el bueno camino y me relajé un poco, disfrutando las vistas del pueblo pequeño y de la costa antes de llegar a mi destino, el Hotel Skansen. Allí tuve que hacer checkin y encontrar mi habitación lo antes posible, ya que me quedaba tan solo media hora para deshacer la maltea, repasar la presentación una última vez, cambiarme y estar de vuelta en la recepción para ir la cena.

En este momento debería destacar que tanto el pueblo como el hotel eran absolutamente preciosos – Båstad acoge una vez al año el Swedish Open, el principal torneo de tenis en Suecia, y mi habitación de encontraba en un edificio conectado a la pista principal. Esto significó que podía ver la pista de tenis y el mar por detrás al salir de la puerta de mi habitación. ¡Una pasada!

No había tiempo como para procesar todo esto ni disfrutar las vistas, sin embargo, ya que solo me quedaban unos 25 minutos. El proceso de deshacer la maleta consistió en darle la vuelta a la misma y distribuir los contenidos por encima de la cama. Tuve que ensayar la presentación en voz alta a la habitación vacía mientras intenté ponerme unas botas bien apretadas y la única camisa formal que tengo. ¡Cuanta prisa!

Llegué a la recepción a las seis en punto y me encontré rodeado por mucha gente que hablaba entre sí en sueco. Había pensado que la cena tendría lugar dentro del hotel, pero la presencia de una serie de autobuses me hizo pensar que así no sería. Por fin encontré a una persona que reconocía y nos dijeron (en inglés, menos mal) que nos subiéramos al autobús.

El viaje al lugar misterioso de la cena nos llevó por la costa bonita.

En breve llegamos a un aparcamiento grande que estaba bordado por el mar en un lado y una colección de edificios y bonitos que formaron le puerta de entrada a un jardín inmenso en el otro lado. Empecé a darme cuanta que esto iba a ser una cena en funciones, una sensación que se consolidó al pasar por los jardines y hacia una villa enorme que se situaba detrás de un estanque y una serie de setos perfectamente formados.

Resultó que íbamos a cenar en el Restaurante Orangeriet en Norrviken Båstad, una villa y jardines que antes eran propiedad privada pero que ahora están abiertos al público. Habían reservado el restaurante entero para la cena de gala, así que entramos a tomar una copa de vina y buscar nuestros asientos asignados antes del comienzo de las presentaciones.

Una vez sentados, la noche empezó con el entrante y su copa de vino. Sobre un cuenco de crema de marisco, me puse a hablar con mis compañeros de mesa, entre los cuales figuró uno de los mejores tenistas de Suecia, una de las organizadoras del evento y los dueños de varios clubes de tenis y pádel en Suecia y Noruega. He jugado al pádel una vez en mi vida ¡así que me encontraba fuera de mi zona de confort!

Luego empezaron las presentaciones, pero yo aún seguía sin saber exactamente cuando me iba a tocar subirme al escenario. Cuando pasó el técnico para decirme que configurase mi Mac, pensé que ya era hora, pero resultó que primero íbamos a comer el plato principal, así que volví a hablar con mis nuevos amigos durante un rato.

Luego llegó el plato principal, cordero asado, acompañado por una copa más de vino y una guarnición de patatas suecas, un detalle que causó una discusión entre los suecos y los noruegos de la mesa sobre cual país tenía la mejor gastronomía. Estaban ricas las patatas, tengo que admitir, y el vino (un vino español) era mejor aún – pero me estaba controlando el consumo del alcohol hasta después de mi presentación.

Acabado el plato principal, ya me tocó presentar, así que me subí al podio y comencé con un par de bromas antes de pasar a presentar una vista previa de la nueva marca del cliente a un público de unos 200+ de sus colaboradores. Siempre me ha gustado presentar y esta vez me lo pasé bien también – ¡tuve buen publico gracias a la cata de vinos que todo el mundo se había tomado!

Una vez finalizada la presentación, volví a la mesa y no esperé en acabar las copas de vino que había estado guardando. Luego llegó el poste, y aunque a mí me gusta mucho el dulce, tengo que decir que ese postre fue el pico de la cena. Consistió en una pequeña tarta de chocolate con un meringue y un bloque de helado casero con sabor a hjortron, una fruta nativa a la región.

Al finalizar el poste y la copa de vino de porto que lo acompañó, tocó volver al hotel. Nos volvimos a subir al autobús y comentaron que iban a seguir con las celebraciones en el bar del hotel. No me interesaba a mí, sin embargo, ya que había pillado una hora temprana para desayunar porque quería probar el “spa frío”, una experiencia que suponía bañarse en las aguas congeladas del mar del Norte.

Me desperté el día siguiente con algo de resaca leve – la variedad de vinos al parecer no me sentó muy bien después de tanto tiempo en cuarentena – y me bajé a desayunar. Me hinché de beicon, salchichas, huevos y incluso un poco de salmón. Acabé el desayuno con unas tortitas con nata montada y sirope de arce y volví a mi habitación para hacer la maleta.

No hay nada que mejor cure una resaca que un buen desayuno y un rato al aire libre.

Al final no tuve el tiempo ni la ropa correcta para ir al spa, ya que había olvidado llevar un bañador y las opciones que tenían a la venta en su tienda eran demasiadas caras para un baño rápido en el mar. También tuve que navegar otro crisis que se desarrolló cuando la tía de la recepción me informó que las dos compañías de taxi del pueblo no tenían taxis para la hora que quería, así que tuve que decidir si coger un bus a la estación de tren o ir andando.

Eventualmente decidí que iría andando a la estación, ya que el autobús me iba a dejar una hora antes de mi hora de salida y pensé que podría ver un poco del pueblo de Båstad si fuera caminando. Con la mochila bien pesada, bajé primero a la playa al lado del hotel para ver el spa frío que no me había dado tiempo de visitar.

Tras una llamada rápida a mis padres para informarles como iba el viaje, me di cuenta que solo me quedaba una hora y pico para caminar el resto del viaje que Google me informó que tardaría unos 50 minutos. No quería acabar teniendo que correr el último tramo hasta la estación, así que empecé a subir por el centro de Båstad, sacando alguna que otra foto por el camino.

Los colores pastel y el cielo gris crearon unos ambientes interesantes.

Eventualmente pasé por un supermercado, diciendo que podía entrar a pillar unos regalos para mis compañeros ya que iba con buen ritmo. No tomé en cuenta, sin embargo, el hecho de que siempre me distraigo muchísimo en los supermercados en el extranjero, así que tuve que darme algo de prisa al salir y seguir hacia la estación de tren.

Con mi barrita de KEX en la mano (gracias a Danni por recomendármela), me acerqué a toda leche a la estación, pasando por unas casas bonitas y algo de arquitectura interesante por el camino. Llegué a la estación con apenas diez minutos de sobra, y eventualmente me subí al tren de vuelta por el campo sueco y al aeropuerto de Copenhague.

Estaría todo guapo quedarse un rato en una de estas casas con vistas del mar.

En el aeropuerto tuve que hacerme otro test de COVID, pero el proceso fue rápido y eficaz así que en nada me encontré embarcando el vuelo de vuelta a Madrid tan solo 24 horas después de aterrizar en Copenhague el día anterior. En el aeropuerto, la barrita KEX supuso un buen postre después de haber yo medio disfrutado uno de los sándwiches más caros que he comprado en mi vida.

Una vez de vuelta a Madrid, cogí un taxi de vuelta a casa y me fui a dormir bastante temprano – me tocó volver al trabajo el día siguiente. Me habían ofrecido quedarme un rato más en Båstad, pero lo había rechazado ya que tenía que entregar unas cosas en septiembre. En Inglaterra decimos siempre que ¡no hay descanso para los malvados!

El viaje entero a Båstad se me pasó volando, lo cual queda algo obvio con tanta entrada de blog que documenta tan solo unas 24 horas. Me lo pasé muy bien, conocí a mucha gente muy interesante y viví una serie de experiencias chulas, pero todo pasó tan rápido que no tenía ni un momento para procesarlo – ¡era todo como un sueño!

De todas formas me siento muy afortunado de haber sido invitado al evento, que fue como unas vacaciones de dos días a pesar de estar conectado y trabajando durante la mayoría del rato. Båstad es un lugar precioso y lo tendré en mente sin duda si en algún momento se me ocurre escarparme del calor veraniego de Madrid en el futuro.

Antes de cerrar esta entrada de blog, os daré una pista bien sutil sobre el asunto de la próxima. Para hacer esto, os dejo con este comentario críptico: hay una frase dentro de esta entrada de blog que presagia ominosamente lo que está por venir…