11.12.21 — Diario

Oporto

Acabadas unas semanas atareadas en Madrid, era hora de un finde de viaje espontáneo. Ya que era puente en Madrid, tuve la oportunidad de visitar Oporto en Portugal, una ciudad que llevo un buen tiempo queriendo visitar desde que fui a Lisboa un par de veces en el 2017.

El viaje empezó con un viaje rápido al aeropuerto después del trabajo con mi compañera, Julia, cuya familia vive en Portugal, así que también iba a pasar el finde en la ciudad. Después de un vuelo bien corto, los dos aterrizamos en Oporto juntos antes de luego irnos en sentidos distintos cuando ella se fue a las afueras y yo me acerqué al casco histórico de la ciudad y al piso que había reservado para pasar mis cuatro días.

Mi primera tarea era llenar la bañera, ya que me había gastado el dinero para pillar un apartamento con un cuarto de baño completo porque andaba con muchas ganas de bañarme. Puse música relajante, bajé las luces y eché al agua la bomba de baño que había traído para luego sumergirme entre las burbujas para descansar.

El día siguiente me desperté y vi por primera vez las vistas sobre Oporto y como era su clima, ese día consistió en una niebla baja sobre los techos de terracota. Aún no podía salir a explorar sin embargo, porque era un viernes y aún tenía que trabajar. Monté mi portátil, desayuné unas sobras de la noche anterior y empecé mi día laboral bastante a gusto al lado de la ventana.

Se me hacía algo complicado concentrarme en mis tareas con vistas así a mi lado.

Una vez acabado el trabajó, Julia vino a visitarme en el piso, y los dos salimos a pasar la primera tarde en Oporto juntos. Había hablado de un restaurante asiático, Boa Bao, que era muy bueno – disfrutamos varios platos de bao, curry y fideos. Todo esto lo acompañamos con unos cócteles deliciosos y un gintonic que luego nos tomamos en otro bar, después del cual bajamos a pillar unos pastéis de nata (tartaleta de huevo) en un sitio que Julia insistía que era el mejor. Fue una tarde muy agradable.

Si comes comida rica sin subir una foto de ella a redes, ¿realmente la comiste?

No tenía prisa para moverme la mañana siguiente, más que nada porque la mezcla de bebidas me había dejado con algo de resaca – se me olvidó comentar que también me tomé un chupito de ginjinha (un licor de cereza) con mi postre, que puede que no fuera la mejor idea. ¡La retrospectiva es una cosa muy bonita!

Lo que eventualmente me sacó de la cama eran los cielos azules y los rayos de sol que veía desde mi habitación – eso más el conocimiento que tenía un par más de pastéis de nata como desayuno…

Duchado y energizado, salí a empezar mi primer día de exploraciones por Oporto de día, una cosa que no me llevaba lejos de mi casa ya que había encontrado un piso justo en el centro de todo. Decidí adónde iba a ir para comer (gracias al listado exhaustivo de recomendaciones que me pasó Julia), así que decidí perderme por las calles bonitas en el camino.

Esto fue la primera vez que había visto de día la calle en la que estaba quedándome.

Como se puede ver, las calles tienen su encanto, la edad y el estado abandonado de algunos de los edificios dotando del sitio de una cierta belleza. Seguro que se me veía como un turista perdido mientras cambiaba por las calles mirando para arriba, una observación que no hubiera sido incorrecta – no tenía prisa ninguna.

Una ciudad antigua edificada en una serie de cuestas crea unas soluciones arquitectónicas muy interesantes.

La vuelta que di me llevó por la estación de tren de São Bento, un sitio que tenía apuntado en mi mapa por sus azulejos enormes, así que pasé a verlos antes de seguir hacia mi destino. Eventualmente encontré el sitio donde iba a comer y me senté allí para tomar un sándwich delicioso de carne y un queso local bien cremoso.

Por la tarde pasé por la Librería Lello, un sitio precioso que inspiró el diseño de algunas de las ubicaciones visto en el mundo ficticio de Harry Potter. Mi intención era entrar a verlo pero habían una colas enormes fuera, así que decidí seguir caminando para ver otros sitios que Julia había mencionado.

El primer sitio fue otra oportunidad de ver unos azulejos más, este vez en las paredes externas de una inglesa antigua en el norte del centro. Allí casi me choqué con una de las tranvías famosas de Portugal, después del cual me senté en otro bar local para tomar un zumo y picar algo más.

Seguí por mi camino después de esta segunda comida, pasando por unos edificios bonitos y a veces abandonados y por unas calles estrechas con vistas sorprendentes. Pasé por casa para descansar un poco a media tarde, después del cual volví a salir para visitar uno de los sitios más emblemáticos de Oporto.

Mi destino era el Puente de Dom Luís I, un puente de metal de dos pisos que cruza el Río Duero y que ofrece unas visitas inolvidables sobre la ciudad. Se encontraba a pocas calles del piso, así que me acerqué y empecé a cruzarlo, preocupado por si se me cayera el móvil por uno de los huecos en el suelo metálico o si me atropellase uno de los trenes del metro. Sí, es así: el metro pasa por el piso superior del puente, así que tienes que moverte al escuchar su pito y experimentar las vibraciones que genera su paso – ¡una experiencia total!

Las vistas que se veían desde el puente eran todo un espectáculo.

Sin pensarlo había pasado por el puente justo a la hora perfecta, el sol se estaba empezando a poner sobre el río que separa Oporto de su ciudad vecina, Gaia. Mientras entraba en Gaia, fui a ver cosas como los barcos que pasaban por allí, las cuevas de vino de Oporto en la ribera y las vistas espectaculares sobre las colinas.

Una vez en Gaia, podía apreciar las mejores vistas sobre Oporto, así que subí a un punto para poder experimentar las vistas panorámicas y sacar muchas, muchas fotos. No hace falta que diga ni explique más aquí, las fotos captan muy bien el momento…

Tras un buen rato de meramente existir y asimilar la panorama que me rodeaba, empecé el descenso de vuelta al puente para volver a Oporto mientras el sol se puso en el horizontal. Originalmente había pensado volver directamente al piso, pero mi curiosidad me llevó a la ribera, donde pasé un buen rato asimilando el ambiente y las vistas sobre el agua.

Había notado que el color naranja de las farolas de la ciudad crean unos colores interesantes.

Luego me acerqué a casa, donde me tomé otro baño relajante. Después de eso, volví a pisar las calles de noche para buscar un sitio para cenar. Al final acabé en Gaia otra vez para probar un plato típico de bacalao con un vaso de vino, un viaje que me llevó por el puente de noche – ¡otra experiencia única!

Disfruté mucho de la cena por la ribera, acabándola con un postre delicioso y – cómo no – una copa de vino de Oporto. Después de cenar volví a casa, donde me acosté relativamente treparon para aprovechar el domingo.

El domingo empezó como había empezado el día anterior – con una mañana de vagueo por el piso. Lo que me hizo bajar a la calle fue un mensaje de Julia, que dijo que deberíamos vernos para probar el plato más mítico de la ciudad, la francesinha. Decía que conocía el mejor sitio para comer esta sándwich enorme de pan, jamón cocido, embutidos, carne asada, queso y huevo frito, todo cubierto por una salsa picante a base de cerveza. ¡Vaya listado de ingredientes!

Como te puedes imaginar, la comida supuso otra experiencia única, y al final sí que me gusto la explosión de sabores de la francesinha. Mientras comíamos se había puesto a llover, pero afortunadamente el cielo se despejó al irnos del restaurante, así que Julia me llevó a una terraza bonita para tomarnos un café.

Luego, y después de tomarnos una copa en un bar al que Julia iba hace años, nos reunimos con su hermano y otro amigo para acabar la tarde con unas cervezas en un bar decidido a la cerveza. Allí entramos en un lío de idiomas, hablando algo de inglés, español y portugués a la vez. ¡Por lo menos sirvió para cansarme para que pudiera luego dormir bien!

El día siguiente fue mi último día, así que hice la mochila, salí del piso y me tomé un café y algo de desayuno antes de cogerme un taxi al aeropuerto. Había estado en Oporto tan solo tres días y medio, pero conseguí descansar mucho y evité las prisas, que fue un gusto, ya que la gente me conoce como el que intenta hacerlo todo cuando me vaya de viaje.

Oporto fue la ciudad perfecta para pasar un puente, y tengo que dar las gracias a Julia por sus recomendaciones y por quedar conmigo para enseñarme sitios chulos. Aunque no hice todo lo que tenía apuntado en mi lista, ahora sé lo fácil que es llegar hasta allí desde Madrid, así que seguro que en otro momento cuando haga más calor volveré a la ciudad para ver todo lo que no pude esta vez.

Hasta entonces, acabaré esta entrada de blog con otra foto y un vídeo corto que grabé desde Gaia, mirando sobr Oporto y su puente emblemático. Saqué tantas fotos desde allí que realmente me costó elegir cuales incluir aquí, así que he decidido incluir estas como un extra al final para no sobrecargar esta entrada con demasiadas imágenes…