23.03.21 — Diario

Mis pequeñas vacaciones madrileñas

Hace dos semanas solo trabajé tres de los cinco días laborales porque me quedaban un par de días de vacaciones del 2020 que tenía que disfrutarlos lo antes posible. Por eso convertí mi finde en unas vacaciones cortas de cuatro días, y arranqué las mismas con una comida con mi amigo Napo.

Los dos nos reunimos en Chueca, dónde me llevó Napo a un restaurante chino que conocía. Allí disfrutamos una selección de platos muy ricos, entre ellos una ración de pato crujiente, ¡uno de mis favoritos! Tras bolas de helado y un par de cervezas, salimos a pasear por la cuidad, aprovechando del sol invernal y la calma que había por las calles.

Tras descubrir una plaza e iglesia que nunca había visto antes, pasamos por Delish Vegan Doughnuts con la esperanza de pillar unos donuts – ¡usualmente no quedan por lo buenos que están! Tuvimos suerte, sin embargo, y pillamos una selección de los mismos y un café para tomárnoslos en una plaza al lado.

No hay mejor manera de empezar unas vacaciones que con unos donuts rellenos de nata.

Una vez acabamos nuestro momento café, bajamos al templo de Debod, donde habíamos decidido ver el atardecer tomando una cerveza. El cielo azul que usualmente abarca el oeste de la cuidad estaba bien elusivo, ya que una capa densa de la contaminación famosa de Madrid había teñido el cielo de un marrón feo…

Por lo menos se veían el palacio y la catedral entre la contaminación.

Una vez llegada la noche y el cansancio – ayudado en parte por la cerveza – bajamos a la estación de tren y volvimos a casa. Me interesaba dormir bien aquella noche porque tenía un gran plan para el día siguiente: subir a Manzanares El Real y ir de senderismo por La Pedriza.

Era todo cuesta arriba durante la primera hora, pero sí que hay vistas muy bonitas.

Tras bajarme del autobús, empecé la subida después de pasar a por algo de comida que me sostuviera durante las horas que iba a pasar caminando por la sierra. Seguí la misma ruta que caminamos mis amigas y yo la primera vez que visitamos La Pedriza hace unos años, pero esta vez vine más preparado: ¡a la primera llegué con una bolsa tote ya que no me daba cuenta de lo duro que iba a ser la subida!

La gran vuelta iba a llevarme dos horas, pero decidí salpicar el viaje con unos descansos para sacar fotos, picar algo, leer mi libro y disfrutar de las vistas que me rodeaban. La primera hora del camino fue todo cuesta arriba, pero sabía que iba a valer la pena, ya que pasada la cima quedan unas vistas panorámicas que son realmente impresionantes.

La cuesta abajo que quede después de este paisaje era bastante más fácil que la primera parte, y no tardé nada en llegar a la cuenca Del Valle y cruzar el Río Manzanares (que pasa por el centro de Madrid y justo al lado de mi calle) por un puente pequeño de madera. Una vez llegado al otro lado del río, me encontré con un refugio en la forma de una cabaña pequeña, y me senté al lado en una silla para leer más de mi libro después de explorar la cabaña un poco.

Una vez leído más de mi novela y con la llegada del frío vespertino, pasé por lo que quedaba del camino, que supone escalar una serie de formaciones de roca bastante interesantes. Eso me llevó a la parte más tediosa del camino, un paseo de unos 40 minutos por una calle vacía y bien aburrida que me llevó al centro de Manzanares El Real donde me cogí el autobús de vuelta a la ciudad.

Una vez de vuelta en mi piso, naturalmente me tumbé un rato en el sofá, y me permití solo media hora de descanso para recuperar de la vuelta de siete horas por las montañas. Esto fue porque luego había quedado en salir con Jhosef y Sara, ya que teníamos ganas de aprovechar el clima de primavera y el nuevo toque de queda que ahora fue a partir de las 11pm.

Los tres arrancamos la noche con unos gin tonics en el centro, antes de entrar en un local bonito que visitamos Jhosef y yo hace unos meses, y donde habíamos disfrutado una cena rica. Esta noche fue igual, los tres disfrutamos de unos platos ricos acompañados por algunos gin tonics más, música en viva y ¡una ronda de chupitos que nos invitó la casa!

Mi sábado empezó, como bien te puedes imaginar, con una buena resaca y una pereza enorme. Tenía ganas, sin embargo, de volver a salir de mi casa, así que bajé al río y pasé por un supermercado para comprarme una nueva sartén y ponerme al día con mi familia por teléfono.

Con la resaca que tenía, ya era noche cuando por fin salí de la casa.

El día siguiente, Jhosef me volvió a visitar para pasar una noche de coworking – cosa que consiste en los dos sentados en mi salón trabajando en nuestras propias cositas. Jhosef me preparó un guisado, comimos juntos, y luego me puse a ver The Rocky Horrow Picture show para entretenerme por la noche.

Jhosef también hizo suficiente arroz como para dar de comer a 5000…

Este finde, a pesar de no ser largo como el pasado, ha sido divertida. Empecé el sábado con una visita espontánea a la tienda británica para pillar algo de chocolate Cadbury’s y luego volví a casa en bici, aprovechando el sol glorioso que hacía.

Justo cuando anduve llegando a casa, Jhosef me llamó para invitarme a coma con él y su familia, que andaban en un restaurante peruano que me queda cerca de casa. No podía desaprovechar la oportunidad de probar un nuevo sitio local y comer unos platos peruanos bien ricos, así que subí al sitio para reunirme con ellos. La comida me enamoró – no pude decidir entre una cosa y otra, así que el camarero me aconsejó que probase un plato mixto, ¡que resultó ser tan grande como era rico!

Tras una comida tan enorme, que se cerró con una tarta tres leches y un vaso de vermú, estábamos hinchados y bien cansados. Ya que no queríamos irnos a casa para dormir la siesta, decidimos bajar al río y descansar tumbados en el césped. Era muy bien plan, ya que el sol nos alcanzaba justo y hubo un cantante que creaba un ambiente bien agradaba. ¡La manera perfecta de acabar una tarde!

Por la tarde, se me ocurrió la idea de coger unas bicis y dar una vuelta por el río en el oeste de la ciudad. Jhosef y yo empezamos lo que suponía yo que sería un viaje rápido de ida y vuelta, ¡pero el cual se convirtió en una vuelta entera de dos horas por el centro de Madrid!

Con eso llego al presente momento, en el cual estoy sentado en casa pasando otro rato de coworking con Jhosef. Tenemos puestos unos témanos de los 80, él está currando algunos correos y yo estoy escribiendo mi blog. ¡Una tarde dominguera bastante relajada!