08.02.20 — Diario
El cielo gris de Murcia
Tras decir que iba a poneros al día y escribir las entradas de blog que hacían falta, no lo he hecho. Han sido unas semanas ajetreadas, así que he pasado mucho tiempo tumbado y luchando contra una infección viral y luego el dolor de un empaste que resultó ser mucho más grande que pensaban.
Después de haber sido sorprendido al descubrir que el profesor de inglés de un compañero también es de Burnley, una vez más me encontré en el tren lento a la casa de mis tíos en Murcia. Llegué en el sur bastante tarde, pero no demasiado tarde para tomar un par de copas y ponerme al día con los dos. La última vez que les vi fue en octubre, cuando pasaron por Madrid unos días antes de volver a Inglaterra.
El día siguiente, nos subimos al coche y fuimos a la cuidad costera de Cartagena, pasando debajo de unos cielos muy grises…
La razón principal por la cual realizamos este viaje fue para que probara un café asiático, y mis tíos sabían exactamente adónde llevarme. Por una calle pequeña encontramos el bar de Ramón, quien me explicó la origen del nombre del café, que viene de su uso como una tónica alcohólica para los viajeros asiáticos que entraban en el puerto.
Una vez probé el café, pillamos unas tostadas y me puse a hablar con el bar entero, desde el dueño Ramón hasta los clientes de toda la vida, los cuales me explicaron adónde debería ir para encontrar los mejores huevos revueltos en Madrid. Con esta nueva información, los tres nos fuimos del bar y pasamos por las calles mojadas y hacia el calor seco del coche.
El día siguiente, por fin me llevaron al centro cultural de Sucina, el pueblo más cercando al campo de golf en el cual viven mis tíos. Ya llevaban un buen rato hablándome del sitio, porque disfrutan de la comida casera que prepara allí Mari Carmen.
Bueno, ¡el sitio no decepcionó! Mari Carmen era una anfitriona excelente, nos llenó con sopa de pollo, gambas al ajillo, pechuga de pollo y unas almejas en una salsa de perejil. Concluimos la comida con unos trozos de tarta de whiskey y luego salimos a tomarnos unas cañas y ver la puesta del sol.
No teníamos prisa para salir del centro porque ese mismo día tocó una de las actividades mensuales que ofrecen en el centro de mayores: ¡bingo! Después de hablar un rato con las señoras majas que vendían los cartones, nos sentamos en una mesa y empezaron las rondas del juego, entre las cuales hubo una copa de vino dulce y pastas.
Después del pasar el tercer día de mi visita comprando cosas en IKEA que no podía encontrar en el de Madrid, llegó mi último día en Murica. Según la tradición que empezó durante una visita que realicé con mis padres el año pasado, fuimos al pueblo pequeño de Roldán y comimos un buen menú.
Después de unas risas con las demás parejas que se habían acercado (siempre soy el menor y el más soltero, pero ya me he acostumbrado), me tocó volver al pueblo de Balsicas, un sitio pequeño que tiene la suerte de tener una conexión ferroviaria directa con el centro de Madrid.
Durante el viaje terminé la primera temporada de “Years and Years”, una serie que es bonita, trágica y aterradora a partes iguales. ¡Deberíais todos verla si podéis!
Al llegar en Madrid tenía más tiempo libre que lo usual por mi decisión de pillar el tren más temprano, así que había quedado con Bogar y Hugo para cenar ramen en el restaurante japonés en el cual curra Hugo. Disfrutamos mucho de los cuencos enormes de fideos y caldo, y acabamos la cena con unos chupitos de saké, que se sirvió caliente – ¡un poco raro!
Acabar el día con una cena deliciosa con buenos amigos fue el final perfecto de mis mini vacaciones, y me dejó bien descansado para enfrontarme con un par de semanas locas en la oficina – ¡pero os contaré más en breve!